Historias del crimen / Color sangre sobre blanco

Por Daniel Schulman, especial para Jornada.

02 SEP 2017 - 20:24 | Actualizado

Por Daniel Schulman / Psicólogo forense

La consternación sobre el episodio todavía sigue intacta. Los testigos de aquel viejo caso todavía caminan por las limpias veredas que reciben el aire fresco de unas montañas y valles cercanos. Los memoriosos aún recuerdan el impacto de esa noche y de todo lo que vino después de esa noche. Las expresiones de los que vivieron por aquellos años aún se marcan con una extraña línea de intriga y cuestionamiento, abriendo levemente los ojos y enarcando las cejas.

Da la impresión de que esa noche se armó una burbuja de tiempo que aún resiste reventar y todo lo que se hable de aquella burbuja será hablado de la misma manera que en aquel entonces.

Lo cierto es que fue un caso con muchos elementos de intriga y misterio al mejor estilo novelesco negro.

A lo mejor todo empezó antes de empezar y el principio de todo el desenlace se dio varios meses o años antes de la muerte. Nunca quedó claro el móvil o la intención del responsable. Nunca quedó claro el porqué de eso tan macabro.

Pero así como pasa con las novelas negras, el asesino termina siendo el menos sospechoso.

Lo único que se pudo reconstruir fue la última noche. Esa reconstrucción fue sencilla. A la víctima, una persona de unos treinta y pico años, muchos lugareños, conocidos, y amigos, habían visto cómo se paseaba y deambulaba, compartiendo risas, chistes, alguna que otra bebida, pero sobre todo tiempo. Esa noche la víctima compartió parte de su tiempo con sus amigos.

Habían empezado en alguna parrilla cenando y luego se trasladaron en la camioneta llamativa de su propiedad a algún que otro bar, mientras más y más testigos los veían pasar. Era difícil igualmente no ver pasar a la víctima: era integrante de una de las familias más tradicionales y acaudaladas de la ciudad y esta persona pintaba como para ser el futuro administrador y gerenciador de los múltiples negocios que tenían. Y le iba muy bien con esa actividad hasta ese momento.

Pero de la noche fatal, todo se reconstruyó hasta las dos o tres de la mañana. Después de ese horario, todos vieron pasar a la víctima y a su amigo de toda la vida con la camioneta llamativa, por las calles del centro de la ciudad. La alarma se desató a la mañana siguiente, a unos 15 o 20 kilómetros del centro, cuando un puestero de estancia mientras iba por un camino secundario, encontró una camioneta muy bonita estacionada sobre lo que intentaba ser la banquina. El puestero, impulsado por la curiosidad, se acercó a la ventanilla de la chata para ver de qué se trataba.

Grande fue su sorpresa cuando vio a una persona en el asiento del conductor toda embadurnada en lo que parecía ser sangre, y más específicamente, la sangre de esa persona. Parecía que la habían cosido a puñaladas. Se podía palpar la ira y el desborde emocional con que la habían agredido en esa cabina.

Rápido de reflejos, el puestero fue hasta la comisaría y de ahí acompañó a la delegación de policías que hicieron las primeras pesquisas. Hasta ese momento, lo único que se conocía era la identidad de la víctima. Ya otros polis estaban con la familia y se empezaba a armar el rompecabezas de cómo había sido el último de sus días.

Otro puestero cercano al lugar donde se encontró la camioneta comentó que esa madrugada había escuchado gritos. Como la zona por aquellos años no estaba tan poblada como ahora, y ese camino era menos transitable y menos transitado que ahora, lo único que uno podía ver a la noche era la luna. Ese puestero cercano a la chata cuando escuchó los gritos salió de la casa con una escopeta y tiró un par de tiros al voleo en la dirección en que venían los sonidos. Pero luego no paso más nada. Tranquilo se volvió a meter en el catre y siguió durmiendo como si no hubiera pasado nada.

Los investigadores para este momento ya tenían identidad de la víctima, lugar donde murió, la hora aproximada… Todo iba bien.

La madre de la víctima aportó los datos de los amigos. Se sabía que la noche anterior habían cenado en el centro, que habían dado un par de vueltas, habían paseado por algún que otro bar, y todos coincidieron en que vieron al muerto irse con su amigo. Así que, el último que posiblemente había visto sin vida al muerto era el amigo este. Rápidamente lo fueron a buscar a la casa al flaco y lo que encontraron fue lo que determinó el rumbo de sus siguientes muchos años. Ahí estaba el muchacho, en el patio, quemando las pilchas que había usado la noche anterior. Los polis alcanzaron a sacarlas del fuego y notaron que estaban manchadas de sangre. La misma sangre que habían encontrado en la cabina de la chata.

Todo cerraba con moño.

El flaco fue condenado pero nunca cantó por qué mató a su amigo. Muchas fueron las elucubraciones, pero nunca dijo nada. Cumplió con la condena como debía ser, y cuando salió en libertad se mudó a otra provincia, lugar donde se intoxicó con monóxido de carbono y murió una noche, al igual que su amigo, aunque de manera mucho menos violenta.

Qué lo llevó a destriparlo fue un secreto que se llevó a la tumba.

El blanco de las montañas todavía hace recordar al muerto.#

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02 SEP 2017 - 20:24

Por Daniel Schulman / Psicólogo forense

La consternación sobre el episodio todavía sigue intacta. Los testigos de aquel viejo caso todavía caminan por las limpias veredas que reciben el aire fresco de unas montañas y valles cercanos. Los memoriosos aún recuerdan el impacto de esa noche y de todo lo que vino después de esa noche. Las expresiones de los que vivieron por aquellos años aún se marcan con una extraña línea de intriga y cuestionamiento, abriendo levemente los ojos y enarcando las cejas.

Da la impresión de que esa noche se armó una burbuja de tiempo que aún resiste reventar y todo lo que se hable de aquella burbuja será hablado de la misma manera que en aquel entonces.

Lo cierto es que fue un caso con muchos elementos de intriga y misterio al mejor estilo novelesco negro.

A lo mejor todo empezó antes de empezar y el principio de todo el desenlace se dio varios meses o años antes de la muerte. Nunca quedó claro el móvil o la intención del responsable. Nunca quedó claro el porqué de eso tan macabro.

Pero así como pasa con las novelas negras, el asesino termina siendo el menos sospechoso.

Lo único que se pudo reconstruir fue la última noche. Esa reconstrucción fue sencilla. A la víctima, una persona de unos treinta y pico años, muchos lugareños, conocidos, y amigos, habían visto cómo se paseaba y deambulaba, compartiendo risas, chistes, alguna que otra bebida, pero sobre todo tiempo. Esa noche la víctima compartió parte de su tiempo con sus amigos.

Habían empezado en alguna parrilla cenando y luego se trasladaron en la camioneta llamativa de su propiedad a algún que otro bar, mientras más y más testigos los veían pasar. Era difícil igualmente no ver pasar a la víctima: era integrante de una de las familias más tradicionales y acaudaladas de la ciudad y esta persona pintaba como para ser el futuro administrador y gerenciador de los múltiples negocios que tenían. Y le iba muy bien con esa actividad hasta ese momento.

Pero de la noche fatal, todo se reconstruyó hasta las dos o tres de la mañana. Después de ese horario, todos vieron pasar a la víctima y a su amigo de toda la vida con la camioneta llamativa, por las calles del centro de la ciudad. La alarma se desató a la mañana siguiente, a unos 15 o 20 kilómetros del centro, cuando un puestero de estancia mientras iba por un camino secundario, encontró una camioneta muy bonita estacionada sobre lo que intentaba ser la banquina. El puestero, impulsado por la curiosidad, se acercó a la ventanilla de la chata para ver de qué se trataba.

Grande fue su sorpresa cuando vio a una persona en el asiento del conductor toda embadurnada en lo que parecía ser sangre, y más específicamente, la sangre de esa persona. Parecía que la habían cosido a puñaladas. Se podía palpar la ira y el desborde emocional con que la habían agredido en esa cabina.

Rápido de reflejos, el puestero fue hasta la comisaría y de ahí acompañó a la delegación de policías que hicieron las primeras pesquisas. Hasta ese momento, lo único que se conocía era la identidad de la víctima. Ya otros polis estaban con la familia y se empezaba a armar el rompecabezas de cómo había sido el último de sus días.

Otro puestero cercano al lugar donde se encontró la camioneta comentó que esa madrugada había escuchado gritos. Como la zona por aquellos años no estaba tan poblada como ahora, y ese camino era menos transitable y menos transitado que ahora, lo único que uno podía ver a la noche era la luna. Ese puestero cercano a la chata cuando escuchó los gritos salió de la casa con una escopeta y tiró un par de tiros al voleo en la dirección en que venían los sonidos. Pero luego no paso más nada. Tranquilo se volvió a meter en el catre y siguió durmiendo como si no hubiera pasado nada.

Los investigadores para este momento ya tenían identidad de la víctima, lugar donde murió, la hora aproximada… Todo iba bien.

La madre de la víctima aportó los datos de los amigos. Se sabía que la noche anterior habían cenado en el centro, que habían dado un par de vueltas, habían paseado por algún que otro bar, y todos coincidieron en que vieron al muerto irse con su amigo. Así que, el último que posiblemente había visto sin vida al muerto era el amigo este. Rápidamente lo fueron a buscar a la casa al flaco y lo que encontraron fue lo que determinó el rumbo de sus siguientes muchos años. Ahí estaba el muchacho, en el patio, quemando las pilchas que había usado la noche anterior. Los polis alcanzaron a sacarlas del fuego y notaron que estaban manchadas de sangre. La misma sangre que habían encontrado en la cabina de la chata.

Todo cerraba con moño.

El flaco fue condenado pero nunca cantó por qué mató a su amigo. Muchas fueron las elucubraciones, pero nunca dijo nada. Cumplió con la condena como debía ser, y cuando salió en libertad se mudó a otra provincia, lugar donde se intoxicó con monóxido de carbono y murió una noche, al igual que su amigo, aunque de manera mucho menos violenta.

Qué lo llevó a destriparlo fue un secreto que se llevó a la tumba.

El blanco de las montañas todavía hace recordar al muerto.#


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