Adiós a Manfredo Lendzian, un símbolo de la militancia

Falleció el domingo en Trelew. Fue uno de los detenidos del “Trelewazo”, cuando en octubre del 72 una ciudad pidió por su liberación. A modo de homenaje y despedida, Jornada recuerda su versión de aquellos días históricos. “Vaya mi reconocimiento a todo el pueblo”, agradecía.

01 OCT 2017 - 19:30 | Actualizado

Manfredo Lendzian falleció ayer en Trelew. Fue uno de los detenidos del “Trelewazo”, cuando en octubre del 72 una ciudad pidió por su liberación. A modo de homenaje y despedida, Jornada recuerda su versión de aquellos días históricos. “Vaya mi reconocimiento a todo el pueblo”, agradecía. 

En 1972 Manfredo Lendzian vivió dos hechos que iban a cambiarle la vida: el primero en su dimensión más íntima, y el segundo en su experiencia política. El 8 de septiembre de ese año nacía Erico, su primer hijo, y 33 días después era detenido junto a otras quince personas, hecho que desató el histórico Trelewazo. En esa época la ciudad de 25 mil habitantes hervía política y culturalmente.

A principios de la década Manfredo, de 20 años, participó en la creación del Centro de Estudiantes de la flamante carrera de Oceanografía. Más tarde, ya casado con su compañera Cristina Pereyra, se volcó hacia la Juventud Peronista. “Me detienen por ese doble rol de estudiante y de militante político”, resume.

Lendzian y su mujer también pertenecían a la Comisión de Solidaridad con los presos de Rawson, y ella había sido elegida apoderada de Alfredo Kohon, militante de las FAR, uno de los 16 fusilados de la base Almirante Zar.

Recibir madres, abuelas, padres, esposas y hermanos de los detenidos se había naturalizado: “Teníamos dos habitaciones, una cocina, un estar y un baño y ahí llegaron a dormir doce personas. Los colchones se tiraban en cualquier lado”, recuerda.

“A veces venía el colectivo con los familiares y atrás el patrullero. Evidentemente tenían la orden de vigilar adónde iban y qué hacían”.

A partir del 15 de agosto, cuando ocurrió la fuga del penal, el clima se volvió más denso y se reforzaron los controles sobre quienes ejercían la actividad política. El matrimonio convino que era mejor que Cristina, que estaba a punto de ser madre, se fuera a La Plata con sus hermanas. Hasta allá viajó Manfredo a principios de septiembre para conocer a su hijo recién nacido.

El 11 de octubre alrededor de las 4 el Operativo Vigilante llegó a la casa ubicada en Estados Unidos –hoy Soberanía Nacional- casi Ramón y Cajal. En esa época las viviendas de la zona estaban rodeadas por descampado pero los militares igual consiguieron dos testigos.

En ese momento Isidoro Pichilef, el obrero de la construcción que había sido apoderado de un sindicalista, vivía con el matrimonio Lendzian. Los dos hombres se levantaron con los gritos y rápidamente entendieron que nada bueno venía.

“Revisaron y dieron vuelta todo. Por supuesto que estaba lleno de panfletos y publicaciones de izquierda”, sonríe Manfredo. Iba a ser su primera detención: “Uno sabía que esa era una posibilidad y con ese miedo se vivía. Tenés que superarlo porque si el miedo te abruma no hacés nada”.

Los dos fueron subidos a un camión que los dejó frente al entonces Distrito Militar, y de allí fueron trasladados al aeropuerto viejo en donde habían montado carpas. Lendzian sólo recuerda haber compartido esas horas con Pichilef y con el periodista Luis Montalto. Sobre la tarde el avión Hércules levantó vuelo con los 16 detenidos, de los cuales Manfredo tuvo el triste honor de ser el más joven.

De las casi dos horas que duró el angustiante vuelo, lo único que Lendzian no pudo olvidar es como un gendarme se ponía balas de una pistola 45 en los oídos para contrarrestar el malestar por la presión.

En ese momento los trelewenses temían un destino de tortura y muerte. “Así que cuando nos enteramos que nos llevaban a Devoto nos aliviamos: ya estábamos institucionalizados”.

Después del ingreso en común los hombres fueron llevados a una sala en la que debieron desnudarse para ser revisados por un médico, y donde también les cortaron el pelo.

De ahí fueron trasladados a las celdas individuales. “Ahí conocí que la forma de comunicación era a través del inodoro. El depósito hace de caja de resonancia y con ese sistema nos hablábamos”, recuerda. “En donde yo estaba había un agujero muy pequeño así que cuando nos traían la comida veía que enfrente mío estaba Beltrán (Mulhall). Salía a recibir la comida con su sobretodo largo”.

En una oportunidad Lendzian pidió lectura para sobrellevar el tedio: “El guardia no me contestó. A la siguiente ronda abrió la puerta. En el piso había revistas. Me las empujó con el pie y cerró. No podía dármelas abiertamente. Fue un gesto interesante”.

El entonces estudiante estuvo preso del 11 al 20 de octubre. Sus únicos contactos fueron con el maestro Ángel Bel en una sala de espera y la celda compartida con el escultor peronista Horacio Mallo durante los dos días anteriores a la liberación.

La notificación de su salida fue breve: “La noche anterior golpean y dicen ‘Mallo se va’ y Horacio preguntó `¿Y Lendzian?`‘Ah, también’”.

Manfredo viajó a La Plata para reencontrarse con sus familiares, que habían querido visitarlo pero no fueron autorizados. Allí supo de la rebelión popular en el sur. “El recibimiento fue excepcional”, recuerda. “Como se manifestó Trelew, como reclamó por el respeto de la ley. Por lo que me enteré las personas decían ‘Si han cometido algún delito que sean juzgados acá’. La detención se consideró un avasallamiento a la sociedad. Eso es muy interesante. Vaya mi reconocimiento a todo el pueblo”.

Los liberados fueron llevados al Teatro Español e invitados a hablar. Él sólo recuerda haber agradecido.

“Lo de Trelew es algo inédito. Podría compararse con el Cordobazo, el Rosariazo, pero aquellos tenían una reivindicación política instalada, había actividad sindical. Acá fue un pueblo: la gente salió a la calle, cerró los negocios. Ese repudio es realmente impresionante”.

Manfredo compara el espíritu del Trelewazo con la convocatoria para la liberación de presos políticos que se realizó el 25 de mayo de 1973, con la asunción de Héctor Cámpora a la presidencia. “Ese día a la mañana en la plaza Independencia recuerdo cómo se reunió el pueblo. La gente cantaba el himno. Incluso estaba el gobernador Benito Fernández. Era por presos políticos que podrían ser vistos como delincuentes”.

-¿El Trelewazo fue también una reacción por la Masacre?

-Se trató de imponer el poder por parte del Estado, por parte de quienes gobernaban. ¿Cómo? “Nosotros sufrimos una afrenta con la fuga del penal, los fusilamos pero ahora vamos a reprimir al pueblo que fue soporte de que esto sucediera’. Fijate que los detenidos fueron integrantes de cada uno de los sectores: yo estaba en el político estudiantil, Montalto era periodista, Celia era médica en el pueblo. Es la sociedad a la cual se castiga.

-¿Los salvó la movilización popular?

-En función de esa época el hecho de que nosotros fuéramos a una cárcel hizo que estuviéramos “a seguro” entre comillas. Pero, ¿cuánto tiempo hubiéramos permanecido? Quizá hasta las elecciones, porque estábamos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Nosotros no teníamos causa. ¿Qué causa se nos podría hacer? ¿Qué delito habíamos cometido?

Tras su liberación Lendzian se reintegró a Agua y Energía, en donde tenía actividad sindical como delegado. Continuó hasta 1976 cuando lo despidieron casi al mismo tiempo que a su esposa, docente de secundaria. Hasta el retorno de la democracia sobrevivió trabajando en un estudio de ingeniería.

-¿Cuál es tu reflexión a 40 años del Trelewazo?

-Como Estado perdimos el rumbo. A partir de 1972 perdimos el mandato que tiene el Estado de asegurar la norma. Y máxime con la figura de los desaparecidos, que es aberrante. El Trelewazo fue tomar un pueblo, cercarlo, detenerlo sin ninguna causa, separando a las personas de sus jueces naturales. Anticonstitucional totalmente, como es el estado de sitio.#

*Una versión de este texto se publicó el 11 de octubre de 2012, para el suplemento “El Trelewazo, 40 años en 14 historias”.

01 OCT 2017 - 19:30

Manfredo Lendzian falleció ayer en Trelew. Fue uno de los detenidos del “Trelewazo”, cuando en octubre del 72 una ciudad pidió por su liberación. A modo de homenaje y despedida, Jornada recuerda su versión de aquellos días históricos. “Vaya mi reconocimiento a todo el pueblo”, agradecía. 

En 1972 Manfredo Lendzian vivió dos hechos que iban a cambiarle la vida: el primero en su dimensión más íntima, y el segundo en su experiencia política. El 8 de septiembre de ese año nacía Erico, su primer hijo, y 33 días después era detenido junto a otras quince personas, hecho que desató el histórico Trelewazo. En esa época la ciudad de 25 mil habitantes hervía política y culturalmente.

A principios de la década Manfredo, de 20 años, participó en la creación del Centro de Estudiantes de la flamante carrera de Oceanografía. Más tarde, ya casado con su compañera Cristina Pereyra, se volcó hacia la Juventud Peronista. “Me detienen por ese doble rol de estudiante y de militante político”, resume.

Lendzian y su mujer también pertenecían a la Comisión de Solidaridad con los presos de Rawson, y ella había sido elegida apoderada de Alfredo Kohon, militante de las FAR, uno de los 16 fusilados de la base Almirante Zar.

Recibir madres, abuelas, padres, esposas y hermanos de los detenidos se había naturalizado: “Teníamos dos habitaciones, una cocina, un estar y un baño y ahí llegaron a dormir doce personas. Los colchones se tiraban en cualquier lado”, recuerda.

“A veces venía el colectivo con los familiares y atrás el patrullero. Evidentemente tenían la orden de vigilar adónde iban y qué hacían”.

A partir del 15 de agosto, cuando ocurrió la fuga del penal, el clima se volvió más denso y se reforzaron los controles sobre quienes ejercían la actividad política. El matrimonio convino que era mejor que Cristina, que estaba a punto de ser madre, se fuera a La Plata con sus hermanas. Hasta allá viajó Manfredo a principios de septiembre para conocer a su hijo recién nacido.

El 11 de octubre alrededor de las 4 el Operativo Vigilante llegó a la casa ubicada en Estados Unidos –hoy Soberanía Nacional- casi Ramón y Cajal. En esa época las viviendas de la zona estaban rodeadas por descampado pero los militares igual consiguieron dos testigos.

En ese momento Isidoro Pichilef, el obrero de la construcción que había sido apoderado de un sindicalista, vivía con el matrimonio Lendzian. Los dos hombres se levantaron con los gritos y rápidamente entendieron que nada bueno venía.

“Revisaron y dieron vuelta todo. Por supuesto que estaba lleno de panfletos y publicaciones de izquierda”, sonríe Manfredo. Iba a ser su primera detención: “Uno sabía que esa era una posibilidad y con ese miedo se vivía. Tenés que superarlo porque si el miedo te abruma no hacés nada”.

Los dos fueron subidos a un camión que los dejó frente al entonces Distrito Militar, y de allí fueron trasladados al aeropuerto viejo en donde habían montado carpas. Lendzian sólo recuerda haber compartido esas horas con Pichilef y con el periodista Luis Montalto. Sobre la tarde el avión Hércules levantó vuelo con los 16 detenidos, de los cuales Manfredo tuvo el triste honor de ser el más joven.

De las casi dos horas que duró el angustiante vuelo, lo único que Lendzian no pudo olvidar es como un gendarme se ponía balas de una pistola 45 en los oídos para contrarrestar el malestar por la presión.

En ese momento los trelewenses temían un destino de tortura y muerte. “Así que cuando nos enteramos que nos llevaban a Devoto nos aliviamos: ya estábamos institucionalizados”.

Después del ingreso en común los hombres fueron llevados a una sala en la que debieron desnudarse para ser revisados por un médico, y donde también les cortaron el pelo.

De ahí fueron trasladados a las celdas individuales. “Ahí conocí que la forma de comunicación era a través del inodoro. El depósito hace de caja de resonancia y con ese sistema nos hablábamos”, recuerda. “En donde yo estaba había un agujero muy pequeño así que cuando nos traían la comida veía que enfrente mío estaba Beltrán (Mulhall). Salía a recibir la comida con su sobretodo largo”.

En una oportunidad Lendzian pidió lectura para sobrellevar el tedio: “El guardia no me contestó. A la siguiente ronda abrió la puerta. En el piso había revistas. Me las empujó con el pie y cerró. No podía dármelas abiertamente. Fue un gesto interesante”.

El entonces estudiante estuvo preso del 11 al 20 de octubre. Sus únicos contactos fueron con el maestro Ángel Bel en una sala de espera y la celda compartida con el escultor peronista Horacio Mallo durante los dos días anteriores a la liberación.

La notificación de su salida fue breve: “La noche anterior golpean y dicen ‘Mallo se va’ y Horacio preguntó `¿Y Lendzian?`‘Ah, también’”.

Manfredo viajó a La Plata para reencontrarse con sus familiares, que habían querido visitarlo pero no fueron autorizados. Allí supo de la rebelión popular en el sur. “El recibimiento fue excepcional”, recuerda. “Como se manifestó Trelew, como reclamó por el respeto de la ley. Por lo que me enteré las personas decían ‘Si han cometido algún delito que sean juzgados acá’. La detención se consideró un avasallamiento a la sociedad. Eso es muy interesante. Vaya mi reconocimiento a todo el pueblo”.

Los liberados fueron llevados al Teatro Español e invitados a hablar. Él sólo recuerda haber agradecido.

“Lo de Trelew es algo inédito. Podría compararse con el Cordobazo, el Rosariazo, pero aquellos tenían una reivindicación política instalada, había actividad sindical. Acá fue un pueblo: la gente salió a la calle, cerró los negocios. Ese repudio es realmente impresionante”.

Manfredo compara el espíritu del Trelewazo con la convocatoria para la liberación de presos políticos que se realizó el 25 de mayo de 1973, con la asunción de Héctor Cámpora a la presidencia. “Ese día a la mañana en la plaza Independencia recuerdo cómo se reunió el pueblo. La gente cantaba el himno. Incluso estaba el gobernador Benito Fernández. Era por presos políticos que podrían ser vistos como delincuentes”.

-¿El Trelewazo fue también una reacción por la Masacre?

-Se trató de imponer el poder por parte del Estado, por parte de quienes gobernaban. ¿Cómo? “Nosotros sufrimos una afrenta con la fuga del penal, los fusilamos pero ahora vamos a reprimir al pueblo que fue soporte de que esto sucediera’. Fijate que los detenidos fueron integrantes de cada uno de los sectores: yo estaba en el político estudiantil, Montalto era periodista, Celia era médica en el pueblo. Es la sociedad a la cual se castiga.

-¿Los salvó la movilización popular?

-En función de esa época el hecho de que nosotros fuéramos a una cárcel hizo que estuviéramos “a seguro” entre comillas. Pero, ¿cuánto tiempo hubiéramos permanecido? Quizá hasta las elecciones, porque estábamos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Nosotros no teníamos causa. ¿Qué causa se nos podría hacer? ¿Qué delito habíamos cometido?

Tras su liberación Lendzian se reintegró a Agua y Energía, en donde tenía actividad sindical como delegado. Continuó hasta 1976 cuando lo despidieron casi al mismo tiempo que a su esposa, docente de secundaria. Hasta el retorno de la democracia sobrevivió trabajando en un estudio de ingeniería.

-¿Cuál es tu reflexión a 40 años del Trelewazo?

-Como Estado perdimos el rumbo. A partir de 1972 perdimos el mandato que tiene el Estado de asegurar la norma. Y máxime con la figura de los desaparecidos, que es aberrante. El Trelewazo fue tomar un pueblo, cercarlo, detenerlo sin ninguna causa, separando a las personas de sus jueces naturales. Anticonstitucional totalmente, como es el estado de sitio.#

*Una versión de este texto se publicó el 11 de octubre de 2012, para el suplemento “El Trelewazo, 40 años en 14 historias”.


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