The Cult hizo vibrar al Luna Park

La banda británica The Cult se presentó anoche ante un colmado estadio Luna Park en donde ofreció un enérgico show en el que desplegó un hard rock en estado puro, en la que podría considerarse una de las mejores performances ofrecidas por el grupo en el país de las tantas visitas realizadas desde su primer desembarco en la Argentina, en 1991.

04 OCT 2017 - 9:55 | Actualizado


Sin artificios y con un sonido que encontró un equilibrio justo entre lo pulido y la aspereza que el género requiere, acaso producto de la madurez alcanzada, la banda comandada por el gran cantante Ian Astbury y el destacado guitarrista Billy Duffy echó mano a un puñado de canciones basadas en sus clásicos de los '80 durante una inolvidable hora y media de concierto.

Ocurre que a pesar de que la excusa de esta nueva visita al país era la presentación de su nuevo disco “Hidden City”, un nombre que surgió al ver al futbolista Carlos Tevez mostrar una remera con la inscripción “Ciudad Oculta” luego de hacer un gol, The Cult desplegó una seguidilla de clásicos que encendieron a una fiel audiencia.

“Hermoso verlos. Es tan grandioso estar en casa”, dijo un regocijado Astbury casi al inicio del show, y sus palabras no sonaron demagógicas a juzgar por la entrega demostrada sobre el escenario y la respuesta de un fanatizado público que coreó, saltó y pogueó durante todo el show.

Por supuesto que la reacción de los presentes, si bien pareció tratarse de una relación incondicional, tuvo su explicación en las imponentes interpretaciones de la banda, basadas fundamentalmente en la guitarra de Billy Duffy, una máquina de construir riffs y solos sobre los que se construyen los temas.

A dos días de haber sido testigos de la importancia de Pete Townshend en la historia de la guitarra en el rock, Billy Duffy se mostró como un aplicado alumno del líder de The Who, con poses y el gesto del molino en su brazo derecho incluidos.

La guitarra de Duffy encuentra en la batería de John Tempesta al soporte ideal con quien dialogar y crear una verdadera pared sonora, que completa el sólido bajo de Grant Fitzpatrick y la abnegda tarea de Damon Fox, que alterna guitarras y teclados, de acuerdo a lo que la canción necesite.

En tanto, Astbury se muestra como una gran síntesis del “frontman” perfecto, con su imponente presencia en el escenario, su sex appeal intacto a pesar del paso del tiempo y un gran manejo de los tiempos, que le permite saber cuando ocupar el centro de las mirada y cuando dar un paso al costado para lucimiento del resto del grupo.

Con media hora de retraso, los ingleses ingresaron al escenario del Luna Park en medio de una banda sonora que recreaba una especie de canto tribal, el cual fue roto ni bien empezaron a sonar los primeros acordes de “Wild flower”, seguida por “Rain”, un clásico que puso “fuego” a la audiencia.

La intensidad se mantuvo incluso al momento de recurrir a las nuevas canciones, como el caso de “Dark energy”, tercera canción del show, que fue seguida por “Lil' devil” y “Peace dog”, este último, sin dudas, uno de los puntos más altos de la noche.

Tras las interpretaciones de “Rise” y “Nirvana”, en una seguidilla a puro hard rock, hubo un leve respiro en la balada “Birds of paradise”, de su nueva placa, una canción dedicada a “los soñadores”, según la presentó el cantante.

La estructura de blues de “Deeply ordered chaos” puso un nuevo matiz sonoro que, sin embargo, no hizo perder el rumbo elegido por el grupo y ofició sólo de envión para el demoledor cierre con los clásicos “The phoenix”, “Sweet soul sister” -en donde hacia la mitad Astbury se calzó el traje de Jim Morrison con un recitado que recordó a “Riders in the storm”-, “She sells sanctuary” y “Fire woman”.

Para los bises quedaron “King contrary man”; la nueva “G.O.A.T.”, que incluyó un recordatorio del cantante a los colegas fallecidos como Tom Petty, Chester Bennington, Chris Cornell y David Bowie, entre otros; y el clásico “Love removal machine”, que literalmente enloqueció al público.

“Somos los mismos, pero somos distintos. Crecimos, evolucionamos. Muchas de las ideas y la pasión de la banda siguen ahí. Es la misma, pero aún con más inspiración y nuevas experiencias. Todavía siento pasión por actuar, sobre todo para una audiencia con la que siento una relación tan especial”, había expresado Astubury en una entrevista a Télam realizada antes de su llegada al país, al pedirle un mensaje para los fans locales que lo habían visto por primera vez en 1991. 

La respuesta del cantante, cuya simple lectura podría sonar a réplica estudiada para las entrevistas, fueron refrendadas anoche cuando demostró que sus palabras podían ser sustentadas con hechos, o mejor dicho con música, sobre el escenario.

04 OCT 2017 - 9:55


Sin artificios y con un sonido que encontró un equilibrio justo entre lo pulido y la aspereza que el género requiere, acaso producto de la madurez alcanzada, la banda comandada por el gran cantante Ian Astbury y el destacado guitarrista Billy Duffy echó mano a un puñado de canciones basadas en sus clásicos de los '80 durante una inolvidable hora y media de concierto.

Ocurre que a pesar de que la excusa de esta nueva visita al país era la presentación de su nuevo disco “Hidden City”, un nombre que surgió al ver al futbolista Carlos Tevez mostrar una remera con la inscripción “Ciudad Oculta” luego de hacer un gol, The Cult desplegó una seguidilla de clásicos que encendieron a una fiel audiencia.

“Hermoso verlos. Es tan grandioso estar en casa”, dijo un regocijado Astbury casi al inicio del show, y sus palabras no sonaron demagógicas a juzgar por la entrega demostrada sobre el escenario y la respuesta de un fanatizado público que coreó, saltó y pogueó durante todo el show.

Por supuesto que la reacción de los presentes, si bien pareció tratarse de una relación incondicional, tuvo su explicación en las imponentes interpretaciones de la banda, basadas fundamentalmente en la guitarra de Billy Duffy, una máquina de construir riffs y solos sobre los que se construyen los temas.

A dos días de haber sido testigos de la importancia de Pete Townshend en la historia de la guitarra en el rock, Billy Duffy se mostró como un aplicado alumno del líder de The Who, con poses y el gesto del molino en su brazo derecho incluidos.

La guitarra de Duffy encuentra en la batería de John Tempesta al soporte ideal con quien dialogar y crear una verdadera pared sonora, que completa el sólido bajo de Grant Fitzpatrick y la abnegda tarea de Damon Fox, que alterna guitarras y teclados, de acuerdo a lo que la canción necesite.

En tanto, Astbury se muestra como una gran síntesis del “frontman” perfecto, con su imponente presencia en el escenario, su sex appeal intacto a pesar del paso del tiempo y un gran manejo de los tiempos, que le permite saber cuando ocupar el centro de las mirada y cuando dar un paso al costado para lucimiento del resto del grupo.

Con media hora de retraso, los ingleses ingresaron al escenario del Luna Park en medio de una banda sonora que recreaba una especie de canto tribal, el cual fue roto ni bien empezaron a sonar los primeros acordes de “Wild flower”, seguida por “Rain”, un clásico que puso “fuego” a la audiencia.

La intensidad se mantuvo incluso al momento de recurrir a las nuevas canciones, como el caso de “Dark energy”, tercera canción del show, que fue seguida por “Lil' devil” y “Peace dog”, este último, sin dudas, uno de los puntos más altos de la noche.

Tras las interpretaciones de “Rise” y “Nirvana”, en una seguidilla a puro hard rock, hubo un leve respiro en la balada “Birds of paradise”, de su nueva placa, una canción dedicada a “los soñadores”, según la presentó el cantante.

La estructura de blues de “Deeply ordered chaos” puso un nuevo matiz sonoro que, sin embargo, no hizo perder el rumbo elegido por el grupo y ofició sólo de envión para el demoledor cierre con los clásicos “The phoenix”, “Sweet soul sister” -en donde hacia la mitad Astbury se calzó el traje de Jim Morrison con un recitado que recordó a “Riders in the storm”-, “She sells sanctuary” y “Fire woman”.

Para los bises quedaron “King contrary man”; la nueva “G.O.A.T.”, que incluyó un recordatorio del cantante a los colegas fallecidos como Tom Petty, Chester Bennington, Chris Cornell y David Bowie, entre otros; y el clásico “Love removal machine”, que literalmente enloqueció al público.

“Somos los mismos, pero somos distintos. Crecimos, evolucionamos. Muchas de las ideas y la pasión de la banda siguen ahí. Es la misma, pero aún con más inspiración y nuevas experiencias. Todavía siento pasión por actuar, sobre todo para una audiencia con la que siento una relación tan especial”, había expresado Astubury en una entrevista a Télam realizada antes de su llegada al país, al pedirle un mensaje para los fans locales que lo habían visto por primera vez en 1991. 

La respuesta del cantante, cuya simple lectura podría sonar a réplica estudiada para las entrevistas, fueron refrendadas anoche cuando demostró que sus palabras podían ser sustentadas con hechos, o mejor dicho con música, sobre el escenario.


NOTICIAS RELACIONADAS