Historias Mínimas / Puras hembras

14 OCT 2017 - 22:49 | Actualizado

Por Sergio Pravaz
Especial para Jornada


Doce mujeres alrededor de un círculo virtuoso; ellas se acicalan y cuecen en un caldero humeante una pizca de historia, otra de temperamento, una dosis de ingenuidad, otra de bravura, muchos sonidos y además, espolvorean sin dudar ese gesto femenino que hace aullar sin respiro al cactus y al coyote.

Hay una que teje un telar y murmura unas letanías para poner contexto. Entre los bordes y en el interior de ese círculo mágico hay instrumentos de percusión de todas las formas posibles, un violonchelo que tose, un acordeón que estira su cuello, cuerdas en diversidad asombrosa, una flauta traversa expectante, un piano, un bajo, delantales, polleras, atriles, carpetas, pentagramas y una energía descomunal aún antes de comenzar.

Se palpa eso, se respira, se disfruta con sólo mirar los alrededores, los aprontes, las sonrisas, los guiños, la complicidad de saber que está por comenzar algo importante aunque los nervios tiren para atrás y muestren el alma a través de los ojos, apurados en cada suspiro, en cada gesto que se lee como una hoja de ruta de lo que genera el arte en el interior de estas maravillosas mujeres.

Ellas están a punto de parir una bolsa llena de prodigios para que de allí saquemos un trozo de belleza, lo untemos sobre el corazón y nos preparemos para lo que vendrá. Porque eso es lo que estamos dispuestos a creer ante semejante despliegue. La liturgia está servida y las puras hembras están dispuestas a arrojarse allí donde Violeta Parra les indique. Ellas comienzan a celebrar la memoria de la extraordinaria mujer que se animó a ser ella misma doliese donde doliese, ella, más hembra que la pura cordillera.

Todo aconteció en el barrio Los Pinos en Rawson hace apenas unos días. Fue en la casa de Alfredo Villafañe, eterno e inoxidable hombre de la cultura y pianista ejemplar.

El lugar fue por un momento, si somos capaces de volar un poco en estos tiempos tan ejecutivos, una réplica de la famosa carpa que la Violeta montó para que los duendes se soltaran sin mayor protocolo y así celebrar el arte, la vida y la música. Sólo había que mirar hacia arriba (cosa que nadie hace, claro) para hallar su célebre universo de humo, colores, sonidos, aromas, y sobre todo, el carácter gregario y desmesurado que ella exudaba.

Todo eso se puso de manifiesto gracias a Myriam Limeres, Marcela Malen, Valeria Cejas, Gabriela Carel, Caren Jones, Sonia Baliente, Mariela Ledesma, Betania Crespo, las cuatro Copleñitas es decir Kenia Rodríguez, Antú Silva, Alejandra Guerra y Andrea Freyer, y Rosana Cartolano como la oficiante frente al telar. El espectáculo se llama “Mujer árbol florido” y su factura es de una audacia conceptual que hace pensar en la enorme cantidad de talento que hay en la zona del Valle Inferior del Río Chubut.

La puesta en escena sobrecoge y en ocasiones, la temperatura alcanza tal altura que la cosa se pone realmente heavy por el poder que despliegan estas mujeres cuando todas se suman y largan la voz sin desatender la textura y la diversidad de los arreglos, y aun así, guau, hay que agarrarse de la silla porque todo es potencia y también emoción, tanto en el torrente de la desmesura como en la escena bucólica, y la fiebre que nos trepa y nos trepa y se nos instala en la garganta sin aviso. Ellas saben frenar a tiempo para que el silencio diga su tono y su tiempo, de ahí doblan sin aviso y ya estamos en otra geografía, un instrumento, otro, se suman dos, tres, y de repente, todas ellas haciendo malabares con la emoción nuestra y la propia para decir a voz en cuello lo que antes soñó la Parra para que el futuro sea menos áspero y torpe.

Sin lugar a dudas éstas doce oficiantes saben lo que hacen y sobre todo saben lo que quieren cuando interpretan a pura contracción las 17 canciones que eligieron, como se elige amor o comida. Ellas tienen la maestría incorporada debajo de la piel y por ese motivo tan visible es que pueden levitar cuando les place; lo hacen cuando cantan, cuando apenas susurran o cuando una arroja apenas media frase y entre todas la convierten en un mundo completo, o cuando ejecutan la música y se clavan entre ellas esas miradas que resignifica en un segundo todo lo que está sucediendo.

Ojalá que este espectáculo continúe y siga girando durante mucho tiempo para que más y más gente pueda disfrutar el agasajo que estas dignas discípulas de Violeta Parra nos convidan como pan crocante recién salido del horno.
Ya lo dijo la autora de ‘Gracias a la vida’: “Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber, ni el más claro proceder, ni el más ancho pensamiento”.#

Las más leídas

14 OCT 2017 - 22:49

Por Sergio Pravaz
Especial para Jornada


Doce mujeres alrededor de un círculo virtuoso; ellas se acicalan y cuecen en un caldero humeante una pizca de historia, otra de temperamento, una dosis de ingenuidad, otra de bravura, muchos sonidos y además, espolvorean sin dudar ese gesto femenino que hace aullar sin respiro al cactus y al coyote.

Hay una que teje un telar y murmura unas letanías para poner contexto. Entre los bordes y en el interior de ese círculo mágico hay instrumentos de percusión de todas las formas posibles, un violonchelo que tose, un acordeón que estira su cuello, cuerdas en diversidad asombrosa, una flauta traversa expectante, un piano, un bajo, delantales, polleras, atriles, carpetas, pentagramas y una energía descomunal aún antes de comenzar.

Se palpa eso, se respira, se disfruta con sólo mirar los alrededores, los aprontes, las sonrisas, los guiños, la complicidad de saber que está por comenzar algo importante aunque los nervios tiren para atrás y muestren el alma a través de los ojos, apurados en cada suspiro, en cada gesto que se lee como una hoja de ruta de lo que genera el arte en el interior de estas maravillosas mujeres.

Ellas están a punto de parir una bolsa llena de prodigios para que de allí saquemos un trozo de belleza, lo untemos sobre el corazón y nos preparemos para lo que vendrá. Porque eso es lo que estamos dispuestos a creer ante semejante despliegue. La liturgia está servida y las puras hembras están dispuestas a arrojarse allí donde Violeta Parra les indique. Ellas comienzan a celebrar la memoria de la extraordinaria mujer que se animó a ser ella misma doliese donde doliese, ella, más hembra que la pura cordillera.

Todo aconteció en el barrio Los Pinos en Rawson hace apenas unos días. Fue en la casa de Alfredo Villafañe, eterno e inoxidable hombre de la cultura y pianista ejemplar.

El lugar fue por un momento, si somos capaces de volar un poco en estos tiempos tan ejecutivos, una réplica de la famosa carpa que la Violeta montó para que los duendes se soltaran sin mayor protocolo y así celebrar el arte, la vida y la música. Sólo había que mirar hacia arriba (cosa que nadie hace, claro) para hallar su célebre universo de humo, colores, sonidos, aromas, y sobre todo, el carácter gregario y desmesurado que ella exudaba.

Todo eso se puso de manifiesto gracias a Myriam Limeres, Marcela Malen, Valeria Cejas, Gabriela Carel, Caren Jones, Sonia Baliente, Mariela Ledesma, Betania Crespo, las cuatro Copleñitas es decir Kenia Rodríguez, Antú Silva, Alejandra Guerra y Andrea Freyer, y Rosana Cartolano como la oficiante frente al telar. El espectáculo se llama “Mujer árbol florido” y su factura es de una audacia conceptual que hace pensar en la enorme cantidad de talento que hay en la zona del Valle Inferior del Río Chubut.

La puesta en escena sobrecoge y en ocasiones, la temperatura alcanza tal altura que la cosa se pone realmente heavy por el poder que despliegan estas mujeres cuando todas se suman y largan la voz sin desatender la textura y la diversidad de los arreglos, y aun así, guau, hay que agarrarse de la silla porque todo es potencia y también emoción, tanto en el torrente de la desmesura como en la escena bucólica, y la fiebre que nos trepa y nos trepa y se nos instala en la garganta sin aviso. Ellas saben frenar a tiempo para que el silencio diga su tono y su tiempo, de ahí doblan sin aviso y ya estamos en otra geografía, un instrumento, otro, se suman dos, tres, y de repente, todas ellas haciendo malabares con la emoción nuestra y la propia para decir a voz en cuello lo que antes soñó la Parra para que el futuro sea menos áspero y torpe.

Sin lugar a dudas éstas doce oficiantes saben lo que hacen y sobre todo saben lo que quieren cuando interpretan a pura contracción las 17 canciones que eligieron, como se elige amor o comida. Ellas tienen la maestría incorporada debajo de la piel y por ese motivo tan visible es que pueden levitar cuando les place; lo hacen cuando cantan, cuando apenas susurran o cuando una arroja apenas media frase y entre todas la convierten en un mundo completo, o cuando ejecutan la música y se clavan entre ellas esas miradas que resignifica en un segundo todo lo que está sucediendo.

Ojalá que este espectáculo continúe y siga girando durante mucho tiempo para que más y más gente pueda disfrutar el agasajo que estas dignas discípulas de Violeta Parra nos convidan como pan crocante recién salido del horno.
Ya lo dijo la autora de ‘Gracias a la vida’: “Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber, ni el más claro proceder, ni el más ancho pensamiento”.#


NOTICIAS RELACIONADAS
MAGAZINE
Galensas y galensos en el mar
25 JUL 2020 - 21:00
MAGAZINE
Historias Mínimas / Ser gaviotera
28 DIC 2019 - 20:59
MAGAZINE
Historias Mínimas / El árbol de moras
31 AGO 2019 - 19:39