Historia del Crimen / La cárcel, la fuga y la muerte

Jones Vera y García Ortiz, los chilenos que asesinaron a Urrutia.
28 OCT 2017 - 20:55 | Actualizado

Por Daniel Schulman  /  Psicólogo forense / Especial para Jornada

Urrutia… Urrutia… Me suena, me suena… Pero no, no tengo idea, flaco. Estás perdiendo el tiempo acá”. “Te debe sonar alguna parte de tu anatomía a la que no le llega el sol”, pensaba con bronca cuando me alejaba de esa figura semirisueña, luego de decirle “gracias, igual”, frase que el ingenio popular ha categorizado como la forma amable y socialmente aceptada de decir “no me ayudaste un carajo”. Estaba por atravesar la puerta cuando sentí que una voz ronca me llamaba.
“Vení, flaco”, me decía un tipo voluminoso, con anteojos de carey posados sobre su nariz, mirando por encima de los mismos, que vestía una camisa demasiado corta para su circunferencia, dejando entrever unos pocos pelos del ombligo que se asomaban. Me hizo señas con la mano para que me acercara y enfiló para una mesa con sillas, mientras acomodaba un termo con un mate. Una vez sentado volvió a decirme “Dale, vení”, pero esta vez sin mirarme. Noté que le dio una primera cebada al mate y ahí me acerqué.
“Sentate, boludo, dale”, escupió mientras me arrimaba el mate. “No le des pelota a ese viejo choto que te atendió. Siempre anda mala onda y trata mal a todo el mundo. Ya se está por jubilar así que todo le resbala, ¿viste? No se calienta por nada. Lo único que hace lo hace mal, y a propósito encima. Es un clavo. Pero ya se va a ir pronto”.
Se escuchó una puteada del otro lado, a lo que mi interlocutor respondió con un gesto de fastidio.
“Estás interesado en Urrutia. ¿Qué querés saber?”, largó sin filtro ni vueltas. “La historia”. Me quedó mirando fijo mientras se acercaba lentamente a la bombilla, sin pronunciar palabra, esperando que fuera un poco más específico. “La historia de su muerte”, terminé de decir.
“Sí. La historia de su muerte. ¿Vos sabías que una calle de Esquel tiene su nombre? ¿No? ¿No sabías? Claro que una calle tiene su nombre: Eleuterio Urrutia. Porque él era de esa zona. Él nació cerca de Cholila… Bah, en realidad cerca de Leleque, en una estancia, porque su viejo era peón de campo y él también fue peón de campo. No tanto tiempo como su viejo, claro. Así que te imaginarás más o menos cómo habrá sido su infancia: año cuarenta, en plena cordillera, cagado de frío en invierno, se hacía todo a mano. Eleuterio así se fue curtiendo. Con los años se convirtió en un pibe callado, respetuoso, y laburador. Sobre todo eso: los Urrutia son todos laburadores.
“Pero a la edad de entrar a la primaria se fue para Cholila a vivir con unos tíos, porque ahí había escuela primaria y su papá quería que Eleuterio pudiera estudiar. Y ya de grande se fue para Comodoro Rivadavia a buscar laburo, y consiguió en la Policía de la Provincia, que llevaba unos pocos de estrenada, porque acordate que hasta el año 58 fuimos Policía del Territorio.”
“A Eleuterio lo destinaron al viejo Depósito de Encausados, que es la Alcaidía policial de hoy. Un lugar que a pesar del paso del tiempo nada cambió: la misma cantidad de presos, los mismos quilombos, las mismas carencias… Todo sigue igual. Y Eleuterio ahí era respetado. Imaginate: un flaco curtido en el campo, acostumbrado a montar a crin pelada, que no le hacía asco a nada… El tipo se imponía cuando alguno se quería hacer el loquito y mantenía a raya a los detenidos.
“Pero por aquellos años había unos cuantos tipos peligrosos, como ahora, porque los hijos de puta existieron siempre. Tipos jodidos que no respetaban la vida humana. Y en aquella época, nosotros en nuestro país ya nos mandábamos varias cagadas, como alojar en nuestras cárceles delincuentes extranjeros. No se deportaba, se los mantenía acá. Y en la actual Alcaidía de Comodoro había dos tipos, dos chilenos, re jodidos. Estaban presos por distintos delitos. Uno por entrar a robar a una joyería y matar al dueño, junto con otro fulano. El otro estaba preso por varios robos a mano armada. Jones Vera y García Ortiz eran sus apellidos. Los muy canallas vinieron a nuestro país a laburar, porque en el suyo no conseguían laburo, y acá lo consiguieron. Pero venían también arrastrando un historial de una cagada detrás de la otra. Y acá, los dejamos entrar, les abrimos las puertas de nuestro país, les dimos laburo, les dimos dignidad, y estos dos canallas azotaron Comodoro a tiros y un robo detrás de otro. No te digo que nosotros no pariéramos hijos de puta por aquellos años, pero eso de andar bancando a los de afuera no me parece lo más provechoso.
“Lo que más me indigna de todo esto es que eran extranjeros e igual se hacían los cocoritos. Tremendo. Y estos dos malandras, una noche de julio de ese mismo año, ya hacia finales de julio, se fugaron de la Alcaidía y en el proceso mataron al pobre Urrutia, que intentó frenarlos a tiros, pero no fue tan rápido como los chilenos, y lo mataron”.
“Por eso la Alcaidía de Comodoro lleva su nombre. Todavía queda familia de él por Comodoro y alrededores. Él fue sepultado en Esquel”, le escuché acotar al jovato mala onda que me había atendido al principio, quien había seguido con atención y entusiasmo la historia.
El gordo se quedó con la mirada perdida y se sirvió el último mate, que era una bañera de palos flotando, y luego se volvió al futuro jubilado. “Si serás hijo de puta. Te sabías la historia pero no la quisiste contar”, le tiró medio en joda y medio en serio.
“Gordo, ¿con quién te vas a pelear así amigablemente cuando ya no esté?”, dijo el viejo cuando se estaba yendo. “Capaz que con ese helecho que está al lado del escritorio”, me contestó el fulano. “Para el viejo ese este laburo fue una cárcel. No le gustó nunca. Lo sufrió todos los días”, me contaba el gordo mientras cerraba la puerta. “Su jubilación la vive como una fuga exitosa. Espero que no se pase de mambo y mate alguno el último día de laburo…”.#

 

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28 OCT 2017 - 20:55

Por Daniel Schulman  /  Psicólogo forense / Especial para Jornada

Urrutia… Urrutia… Me suena, me suena… Pero no, no tengo idea, flaco. Estás perdiendo el tiempo acá”. “Te debe sonar alguna parte de tu anatomía a la que no le llega el sol”, pensaba con bronca cuando me alejaba de esa figura semirisueña, luego de decirle “gracias, igual”, frase que el ingenio popular ha categorizado como la forma amable y socialmente aceptada de decir “no me ayudaste un carajo”. Estaba por atravesar la puerta cuando sentí que una voz ronca me llamaba.
“Vení, flaco”, me decía un tipo voluminoso, con anteojos de carey posados sobre su nariz, mirando por encima de los mismos, que vestía una camisa demasiado corta para su circunferencia, dejando entrever unos pocos pelos del ombligo que se asomaban. Me hizo señas con la mano para que me acercara y enfiló para una mesa con sillas, mientras acomodaba un termo con un mate. Una vez sentado volvió a decirme “Dale, vení”, pero esta vez sin mirarme. Noté que le dio una primera cebada al mate y ahí me acerqué.
“Sentate, boludo, dale”, escupió mientras me arrimaba el mate. “No le des pelota a ese viejo choto que te atendió. Siempre anda mala onda y trata mal a todo el mundo. Ya se está por jubilar así que todo le resbala, ¿viste? No se calienta por nada. Lo único que hace lo hace mal, y a propósito encima. Es un clavo. Pero ya se va a ir pronto”.
Se escuchó una puteada del otro lado, a lo que mi interlocutor respondió con un gesto de fastidio.
“Estás interesado en Urrutia. ¿Qué querés saber?”, largó sin filtro ni vueltas. “La historia”. Me quedó mirando fijo mientras se acercaba lentamente a la bombilla, sin pronunciar palabra, esperando que fuera un poco más específico. “La historia de su muerte”, terminé de decir.
“Sí. La historia de su muerte. ¿Vos sabías que una calle de Esquel tiene su nombre? ¿No? ¿No sabías? Claro que una calle tiene su nombre: Eleuterio Urrutia. Porque él era de esa zona. Él nació cerca de Cholila… Bah, en realidad cerca de Leleque, en una estancia, porque su viejo era peón de campo y él también fue peón de campo. No tanto tiempo como su viejo, claro. Así que te imaginarás más o menos cómo habrá sido su infancia: año cuarenta, en plena cordillera, cagado de frío en invierno, se hacía todo a mano. Eleuterio así se fue curtiendo. Con los años se convirtió en un pibe callado, respetuoso, y laburador. Sobre todo eso: los Urrutia son todos laburadores.
“Pero a la edad de entrar a la primaria se fue para Cholila a vivir con unos tíos, porque ahí había escuela primaria y su papá quería que Eleuterio pudiera estudiar. Y ya de grande se fue para Comodoro Rivadavia a buscar laburo, y consiguió en la Policía de la Provincia, que llevaba unos pocos de estrenada, porque acordate que hasta el año 58 fuimos Policía del Territorio.”
“A Eleuterio lo destinaron al viejo Depósito de Encausados, que es la Alcaidía policial de hoy. Un lugar que a pesar del paso del tiempo nada cambió: la misma cantidad de presos, los mismos quilombos, las mismas carencias… Todo sigue igual. Y Eleuterio ahí era respetado. Imaginate: un flaco curtido en el campo, acostumbrado a montar a crin pelada, que no le hacía asco a nada… El tipo se imponía cuando alguno se quería hacer el loquito y mantenía a raya a los detenidos.
“Pero por aquellos años había unos cuantos tipos peligrosos, como ahora, porque los hijos de puta existieron siempre. Tipos jodidos que no respetaban la vida humana. Y en aquella época, nosotros en nuestro país ya nos mandábamos varias cagadas, como alojar en nuestras cárceles delincuentes extranjeros. No se deportaba, se los mantenía acá. Y en la actual Alcaidía de Comodoro había dos tipos, dos chilenos, re jodidos. Estaban presos por distintos delitos. Uno por entrar a robar a una joyería y matar al dueño, junto con otro fulano. El otro estaba preso por varios robos a mano armada. Jones Vera y García Ortiz eran sus apellidos. Los muy canallas vinieron a nuestro país a laburar, porque en el suyo no conseguían laburo, y acá lo consiguieron. Pero venían también arrastrando un historial de una cagada detrás de la otra. Y acá, los dejamos entrar, les abrimos las puertas de nuestro país, les dimos laburo, les dimos dignidad, y estos dos canallas azotaron Comodoro a tiros y un robo detrás de otro. No te digo que nosotros no pariéramos hijos de puta por aquellos años, pero eso de andar bancando a los de afuera no me parece lo más provechoso.
“Lo que más me indigna de todo esto es que eran extranjeros e igual se hacían los cocoritos. Tremendo. Y estos dos malandras, una noche de julio de ese mismo año, ya hacia finales de julio, se fugaron de la Alcaidía y en el proceso mataron al pobre Urrutia, que intentó frenarlos a tiros, pero no fue tan rápido como los chilenos, y lo mataron”.
“Por eso la Alcaidía de Comodoro lleva su nombre. Todavía queda familia de él por Comodoro y alrededores. Él fue sepultado en Esquel”, le escuché acotar al jovato mala onda que me había atendido al principio, quien había seguido con atención y entusiasmo la historia.
El gordo se quedó con la mirada perdida y se sirvió el último mate, que era una bañera de palos flotando, y luego se volvió al futuro jubilado. “Si serás hijo de puta. Te sabías la historia pero no la quisiste contar”, le tiró medio en joda y medio en serio.
“Gordo, ¿con quién te vas a pelear así amigablemente cuando ya no esté?”, dijo el viejo cuando se estaba yendo. “Capaz que con ese helecho que está al lado del escritorio”, me contestó el fulano. “Para el viejo ese este laburo fue una cárcel. No le gustó nunca. Lo sufrió todos los días”, me contaba el gordo mientras cerraba la puerta. “Su jubilación la vive como una fuga exitosa. Espero que no se pase de mambo y mate alguno el último día de laburo…”.#

 


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