“El signo más dramático de hoy es cómo convivir con los otros”, les dijo Canclini a los alumnos de Trelew

Desde México, el profesor y crítico cultural aceptó la propuesta de los estudiantes. Le agradeció a la distancia y les dijo: “espero que esto les sirva para elaborar modos de vida en los que están en parte, distintos a los que yo vivo en México o cuando visto Buenos Aires pero que no son tan diferentes”.

Néstor Canclini, investigador. Los alumnos de 5º año de la escuela 7721 fueron protagonistas.
19 NOV 2017 - 21:44 | Actualizado

En el marco de la materia Comunicación y Cultura de la escuela 7721 “Roberto Fontanarrosa” de Trelew, alumnos de 5to 1ra y 5to 2da, junto a la profesora Cecilia Cañas entrevistaron al investigador y crítico cultural argentino radicado en México, Néstor García Canclini. Canclini. Aceptó la propuesta de los estudiantes.

Elaboraron 20 preguntas y por votación seleccionaron las que enviaron. “La idea es que los chicos, no estén tan lejos de los autores”, dijo Cañas a Jornada.

El prestigioso investigador les respondió: “Les agradezco mucho esta oportunidad de comunicarme con ustedes en Trelew y espero que esto les sirva para elaborar algunos problemas o modos de vida en los que están, en parte distintos de los que yo vivo en México o cuando visito Buenos Aires, pero quizá no tan diferentes”.

-¿Los jóvenes instalan con sus prácticas de consumo nuevas hipótesis de cómo pensar la cultura?

-Los jóvenes, efectivamente, han cambiado las maneras de consumir los bienes materiales y los culturales o simbólicos. Me interesó en los últimos años estudiar cómo son los comportamientos de los jóvenes porque a partir de la observación de mis estudiantes y mis hijos vi que las formas en que yo me había socializado y formado para relacionarme con los bienes en la sociedad para apropiármelos, eran muy distintas de las que hoy practican las nuevas generaciones. Uno de los ejemplos que tomaría de la última investigación que hicimos sobre los comportamientos de los lectores, en la que estudiamos cómo leen los jóvenes y cómo leen adultos de distintas clases sociales. Nos sirve para ver que algunos supuestos con los que se hacen las encuestas de lectura ya no están sirviendo, no están captando parte de lo que sucede. Quizá el ejemplo más claro es que se siguen haciendo las preguntas en las encuesta acerca de cuánto se leyó en papel, en libros, diarios, revistas, en el último año, en el último mes y apenas hace dos o tres años comienza a preguntarse en Argentina, en México, en otros países, cuánto se lee en pantallas. Entre tanto, los estudios sobre jóvenes nos han mostrado que los que nacieron luego de los años ochenta del siglo XX, van conociendo los libros, los diarios y las revistas junto con las computadoras y los videojuegos. Más de la mitad de la población en América latina tiene acceso a internet y aproximadamente la mitad de los hogares, un 47%, en México cuenta con Internet en la casa y sabemos que entre los usos más frecuentes de Internet se encuentran obtener información, educación y capacitación, y leer periódicos, revistas o libros, o realizar tareas o deberes escolares. Todas son formas de leer o escribir. Aún en otras, como ver una película con subtítulos se está leyendo y eso hay que computarlo como parte de los hábitos de lectura. Podríamos decir que desde los primeros aprendizajes, las pantallas y el papel son, en las nuevas generaciones, escenas que interactúan. O sea que los dispositivos digitales como la computadora o el celular no sustituyen la cultura impresa, la reubican en otra estructura cultural y comunicacional. Por eso mismo, observar las conductas de los jóvenes es útil para los que estudiamos la cultura y la comunicación a fin de salir de esquemas o presupuestos que se habían formado en lo que se llama la cultura letrada, cuando predominaban las lecturas en papel.

-¿Cuáles han sido las teorías que usted sostenía sobre el consumo cultural que debieron ser modificadas con el tiempo?

-Acerca de las teorías que se han sostenido sobre la cultura digital y que debieran ser modificadas recordaría que en los 80 a mí me comenzó a interesar entender qué sucedía en el consumo no como un fenómeno aislado. O sea, no solo en la relación de sujetos individuales con bienes, cuando compramos ropa, discos, vamos a un lugar de diversión o al supermercado a buscar alimentos, sino pensar también cómo en el consumo se forman la ciudadanía y otros comportamientos que no suelen incluirse en el consumo. Se me ocurrió una frase: el consumo sirve para pensar. Algunos la rechazaron porque decían que el consumo era el lugar de la irracionalidad, de los actos compulsivos y a mí me parecía que, por las investigaciones más avanzadas de aquel momento sobre marketing o comunicación, cuando consumimos elegimos, discernimos, estamos pensando. O sea, puedo comprarme esto o puedo no comprarlo, prefiero ver tal canal de televisión o tal otro, a dónde ir de vacaciones. A veces esto no se habla en la vida familiar claramente, pero los padres toman las decisiones, o los jóvenes cuando pueden decidir ellos, pensando en esta relación más o menos racional entre los ingresos que tenemos, el dinero de que disponemos y las ofertas que existen. De manera que el consumo no es un lugar donde seleccionamos los bienes arbitraria o irracionalmente, sino donde elaboramos nuestra relación con la sociedad, con los otros. No realizamos un consumo únicamente pensando en me gusta este par de zapatillas o esta remera, sino cómo nos van a ver, cómo nos va a vincular con los otros, qué prestigio nos va a dar, si nos va a dar sensación de pertenencia al grupo en el que estamos o nos va a alejar. Entonces, el consumo es una actividad que, aunque aparenta ser individual, se realiza colectivamente. Desde hace unos años ya la mercadotecnia ha incorporado esto y en las campañas de publicidad se habla de cómo nos van a ver los otros cuando compremos los objetos que nos ofrecen. Ese fue un cambio importante, no aislar el consumo ni aislar a los individuos. Otro cambio, creo, ha ocurrido en la medida en que aparecieron dispositivos tecnológicos que nos traen mucha más información y más posibilidades de consumir y de percibir cómo se consume en otras sociedades, vemos películas, videos, juegos, nos relacionamos con masas de información enorme, con entretenimientos muy variados y eso amplía el horizonte de nuestras elecciones. De manera que hemos tenido que reformular la manera en que veíamos al consumo como un proceso de apropiación de bienes para incorporar estas otras maneras de interactuar en la sociedad a través de redes y apropiarnos no solo de objetos, sino también de mensajes, de formas de interacción. Es importante ver no en forma aislada a los objetos y los mensajes, sino como parte de la circulación del sentido de la comunicación en la vida social.

-¿De qué manera impacta la tecnología en los consumos culturales?

-No se puede generalizar acerca de la manera en que la tecnología o las tecnologías impactan en los consumos culturales. Por una parte, porque accedemos de una manera desigual. Hay sectores que por razones económicas, por privilegios educativos o por los grupos a los que pertenecen tienen una relación preferente con ciertos bienes tecnológicos, aunque en principio parecen estar disponibles para todos. Las computadoras, los programas principales que se tienen en un aparato digital dan, más o menos, las mismas posibilidades para todos, pero los podemos usar de maneras diferentes, por una parte por nuestra capacitación o capital cultural previo, y también según adquieren sentido en nuestras relaciones sociales. Hay un acceso distinto a los bienes culturales y culturales según el capital previo que se tenga de tipo económico o educativo. Aquí hay un desplazamiento importante que se hace en las teorías, en los estudios actuales sobre comunicación. Se ha pasado del consumo al acceso. Si entendemos consumo como apropiación de los bienes en un lugar situado (por ejemplo ir al cine, ir a un concierto, ir a comprar a una tienda), podríamos pensar que el acceso es, más bien, algo que realizamos desde nuestros aparatos tecnológicos que tienen relación con esos mismos bienes que están en la tienda, en el concierto, pero también con muchos otros que se ofrecen en otros países, que no llegan a nuestra ciudad y con los cuales podemos relacionarnos gracias a que tenemos Internet.

-¿Qué tan reales y perdurables son?

-Son inestables, la rapidez con que cambian los dispositivos comunicacionales y las técnicas muestran que cada vez se acelera más el cambio. Apenas hace veinte o veinticinco años que comenzó a extenderse masivamente el correo electrónico. Hoy ya muy pocos lo usan, o parcialmente, y más bien se tiende a enviar mensajes, a relacionarse por WhatsApp con otros modos de comunicación. Las redes sociales comenzaron a existir en 2005 o 2006 y a su vez algunas de ellas ya están siendo discutidas o problematizadas. Hay quienes dudan de si Facebook va a seguir muchos años, quién gana la competencia entre Facebook y Twitter. Vemos que hay una inestabilidad muy grande y va a seguir existiendo en la medida que se produzcan innovaciones que generen o propicien cambios en la conducta.

-¿Cuál cree usted que es el signo de nuestra época?

-No es fácil decir cuál consideramos el signo de nuestra época porque vivimos un tiempo complejo. Hace unos diez años quizá habríamos dicho que el signo distintivo era la globalización. Entendiendo por globalización este proceso que nos coloca en interdependencia a todas las sociedades, a todas las lenguas, a todas las culturas. Me parece que eso sigue ocurriendo, la globalización es en gran medida irreversible. Pero la globalización, como dice Gayatri Spivak (una autora india que enseña en Estados Unidos), ocurre principalmente en las finanzas y en los datos, pero no necesariamente en las relaciones interculturales. Tenemos relaciones mucho más frecuentes, intensas y amplias con más culturas que las que nos conectaban hace veinte años. Pero una pregunta que surge inmediatamente es si queremos tener esas relaciones. Hay una parte fascinante al saber cómo viven los indios, los chinos, ciertas culturas africanas, cuáles son las medicinas que se usan en culturas tradicionales, otros deportes que no existían en nuestra sociedad y maneras de relacionarnos con lo otro, con lo diferente. Pero también, cuando los otros aparecen en nuestra propia ciudad y nos crean una interculturalidad intensiva, múltiple, pueden volverse un fenómeno difícil de asumir, de digerir. Se decía, hace unos años, que en Nueva York se hablaban ciento veinte lenguas, en Londres más de trescientas, en muchas ciudades latinoamericanas se hablan muchas lenguas indígenas, por ejemplo en México o Perú, y también lenguas extranjeras de migrantes que llegan a nuestras ciudades, como turistas, como nuevos residentes. Esto ha aumentado la conflictividad internacional. Lo vemos a veces en las guerras entre países, que en América latina no son tan frecuentes pero sí son fuertes en países árabes, asiáticos o con los migrantes árabes o africanos que llegan a Europa. Esto repercute sobre la economía mundial, sobre los prejuicios que condicionan los modos de vincularnos.

-¿De qué modo se da ese condicionamiento?

-Gran parte de lo que pensamos de los otros está basado en prejuicios. Ese es un desafío importante para la antropología y otras ciencias sociales, para la propia educación ¿Cómo entender mejor a los otros? Pero también está la pregunta de si es posible que Francia siga siendo una sociedad unificada con cinco millones de musulmanes, o si Alemania puede “soportar” (pongo soportar entre comillas) tal cantidad de turcos como vienen teniendo desde hace dos o tres décadas. A mí me parece que el signo de nuestro tiempo más dramático es la interculturalidad: cómo convivir con los otros. En la Argentina esto se manifiesta, por ejemplo, en la presencia de los migrantes de países vecinos, chilenos, peruanos, bolivianos, uruguayos, y también de comunidades tradicionales que llevan mucho tiempo en el país, pero siguen apareciendo como diferentes del estándar, de los patrones de comportamiento más estabilizados, lo que se imagina como identidad nacional. Estoy pensando en las comunidades judías, en holandeses, en algunas regiones del país, en los galeses en la parte de la Patagonia. Podríamos pensar en otros migrantes de etnias o nacionalidades diferentes que colocan este desafío intercultural. Hoy esto se vuelve más visible en la medida en que también los argentinos viajamos más al extranjero, muchos estudiantes van de intercambio a otros países, visitan otras sociedades, otras costumbres, aprenden lenguas diferentes. La complejidad se aprecia de dos maneras. Por un lado, cómo integrarse bien en sociedades multiculturales en Europa, en Estados Unidos, en países latinoamericanos. Por otra, la experiencia de extrañamiento de los que migramos o los estudiantes que aprenden otras costumbres, que abren su horizonte ético, intelectual o afectivo a otras maneras de pensar y vivir cuando viajan y luego regresan a sus sociedades de origen -a Buenos Aires, a Chubut, a Rosario- y tienen que convivir con quienes no han salido, que no han hecho esa experiencia. Se generan tensiones entre formas de vida, entre creencias, entre modos de concebir lo que sucede.

-¿Cuáles han sido las investigaciones que han marcado un antes y un después en la forma de pensar la comunicación y la cultura?

-Los estudios sobre comunicación comenzaron sistemáticamente en los años cincuenta y sesenta, primero en Estados Unidos, muy ligados a la mercadotecnia, al intento de conocer mejor los comportamientos de los consumidores para venderles más con un sentido lucrativo y muy pragmático. Desde los años sesenta surgen teorías de la comunicación más complejas, que se van aplicando al consumo, también a los comportamientos políticos, pero que han ido ganando riqueza explicativa e interpretativa. Han mostrado que algunas suposiciones que había de cómo se comportaban los consumidores o los votantes en una elección no eran correctas. Por ejemplo, me acuerdo que en los años sesenta y setenta se deconstruyó, se deshizo la teoría de la manipulación, que era una falsa teoría. Decía que quienes manejan los medios, en aquella época era la televisión, podían condicionar cómo iban a actuar los consumidores y los votantes. Vimos, a través de muchos estudios a finales del siglo pasado, que los consumidores y los votantes en parte reciben esos mensajes desde arriba, desde la televisión, ahora desde las redes sociales, de lugares que no sabemos muy bien quién los maneja, pero a su vez eso lo procesamos interactuando con los grupos a los que pertenecemos. No nos animamos a pensar de un modo totalmente distinto ni a tener gustos totalmente diferentes de los amigos, de los compañeros de la escuela, de los que pertenecen a la misma iglesia si es que vamos a alguna, de los que viven en nuestro barrio. Aquello que recibimos de instancias poderosas, como son la televisión y las redes sociales, interactúa con los hábitos y las formas de pensar y sentir de las comunidades inmediatas. Este fue un cambio muy importante.

-¿Qué otro cambio reciente puede citar?

-Otro más reciente ha sido la aparición de tecnologías comunicacionales que han cambiado la manera de relacionarse. Por ejemplo, hasta hace pocos años la mayor parte de nuestras comunicaciones se hacían presencialmente, cara a cara, o por teléfono que estaban en los despachos, en las casas o en los espacios públicos o privados, siempre ligados a un espacio físico determinado. La aparición de celulares u otros dispositivos transportables ha hecho que todo el tiempo podamos estar comunicados. Existe esa posibilidad y para la mayoría, sobre todo para los jóvenes, se convierte en una realidad cotidiana. A su vez esta importancia de las comunicaciones a distancia y deslocalizadas ha reducido la interacción cara a cara. Mucho de lo que decimos o informamos no necesita estar presente, o no necesita que la televisión mande a sus reporteros para enterarse dónde hubo un choque, un incendio o un asalto. La información circula rápidamente y de manera simultánea, no solo en la ciudad, sino en el país y en el mundo. Este es otro cambio, no solo comunicacional y cultural sino de la manera de estar con los otros. De ahí que también en este sentido la interculturalidad se amplíe y nos presente nuevos desafíos. Estos estudios pueden ser muy valiosos para saber convivir mejor, no solo para pelearnos, para tener prejuicios, sino para entender los desafíos a los que nos enfrentamos en un tiempo de intensa interculturalidad.

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19 NOV 2017 - 21:44

En el marco de la materia Comunicación y Cultura de la escuela 7721 “Roberto Fontanarrosa” de Trelew, alumnos de 5to 1ra y 5to 2da, junto a la profesora Cecilia Cañas entrevistaron al investigador y crítico cultural argentino radicado en México, Néstor García Canclini. Canclini. Aceptó la propuesta de los estudiantes.

Elaboraron 20 preguntas y por votación seleccionaron las que enviaron. “La idea es que los chicos, no estén tan lejos de los autores”, dijo Cañas a Jornada.

El prestigioso investigador les respondió: “Les agradezco mucho esta oportunidad de comunicarme con ustedes en Trelew y espero que esto les sirva para elaborar algunos problemas o modos de vida en los que están, en parte distintos de los que yo vivo en México o cuando visito Buenos Aires, pero quizá no tan diferentes”.

-¿Los jóvenes instalan con sus prácticas de consumo nuevas hipótesis de cómo pensar la cultura?

-Los jóvenes, efectivamente, han cambiado las maneras de consumir los bienes materiales y los culturales o simbólicos. Me interesó en los últimos años estudiar cómo son los comportamientos de los jóvenes porque a partir de la observación de mis estudiantes y mis hijos vi que las formas en que yo me había socializado y formado para relacionarme con los bienes en la sociedad para apropiármelos, eran muy distintas de las que hoy practican las nuevas generaciones. Uno de los ejemplos que tomaría de la última investigación que hicimos sobre los comportamientos de los lectores, en la que estudiamos cómo leen los jóvenes y cómo leen adultos de distintas clases sociales. Nos sirve para ver que algunos supuestos con los que se hacen las encuestas de lectura ya no están sirviendo, no están captando parte de lo que sucede. Quizá el ejemplo más claro es que se siguen haciendo las preguntas en las encuesta acerca de cuánto se leyó en papel, en libros, diarios, revistas, en el último año, en el último mes y apenas hace dos o tres años comienza a preguntarse en Argentina, en México, en otros países, cuánto se lee en pantallas. Entre tanto, los estudios sobre jóvenes nos han mostrado que los que nacieron luego de los años ochenta del siglo XX, van conociendo los libros, los diarios y las revistas junto con las computadoras y los videojuegos. Más de la mitad de la población en América latina tiene acceso a internet y aproximadamente la mitad de los hogares, un 47%, en México cuenta con Internet en la casa y sabemos que entre los usos más frecuentes de Internet se encuentran obtener información, educación y capacitación, y leer periódicos, revistas o libros, o realizar tareas o deberes escolares. Todas son formas de leer o escribir. Aún en otras, como ver una película con subtítulos se está leyendo y eso hay que computarlo como parte de los hábitos de lectura. Podríamos decir que desde los primeros aprendizajes, las pantallas y el papel son, en las nuevas generaciones, escenas que interactúan. O sea que los dispositivos digitales como la computadora o el celular no sustituyen la cultura impresa, la reubican en otra estructura cultural y comunicacional. Por eso mismo, observar las conductas de los jóvenes es útil para los que estudiamos la cultura y la comunicación a fin de salir de esquemas o presupuestos que se habían formado en lo que se llama la cultura letrada, cuando predominaban las lecturas en papel.

-¿Cuáles han sido las teorías que usted sostenía sobre el consumo cultural que debieron ser modificadas con el tiempo?

-Acerca de las teorías que se han sostenido sobre la cultura digital y que debieran ser modificadas recordaría que en los 80 a mí me comenzó a interesar entender qué sucedía en el consumo no como un fenómeno aislado. O sea, no solo en la relación de sujetos individuales con bienes, cuando compramos ropa, discos, vamos a un lugar de diversión o al supermercado a buscar alimentos, sino pensar también cómo en el consumo se forman la ciudadanía y otros comportamientos que no suelen incluirse en el consumo. Se me ocurrió una frase: el consumo sirve para pensar. Algunos la rechazaron porque decían que el consumo era el lugar de la irracionalidad, de los actos compulsivos y a mí me parecía que, por las investigaciones más avanzadas de aquel momento sobre marketing o comunicación, cuando consumimos elegimos, discernimos, estamos pensando. O sea, puedo comprarme esto o puedo no comprarlo, prefiero ver tal canal de televisión o tal otro, a dónde ir de vacaciones. A veces esto no se habla en la vida familiar claramente, pero los padres toman las decisiones, o los jóvenes cuando pueden decidir ellos, pensando en esta relación más o menos racional entre los ingresos que tenemos, el dinero de que disponemos y las ofertas que existen. De manera que el consumo no es un lugar donde seleccionamos los bienes arbitraria o irracionalmente, sino donde elaboramos nuestra relación con la sociedad, con los otros. No realizamos un consumo únicamente pensando en me gusta este par de zapatillas o esta remera, sino cómo nos van a ver, cómo nos va a vincular con los otros, qué prestigio nos va a dar, si nos va a dar sensación de pertenencia al grupo en el que estamos o nos va a alejar. Entonces, el consumo es una actividad que, aunque aparenta ser individual, se realiza colectivamente. Desde hace unos años ya la mercadotecnia ha incorporado esto y en las campañas de publicidad se habla de cómo nos van a ver los otros cuando compremos los objetos que nos ofrecen. Ese fue un cambio importante, no aislar el consumo ni aislar a los individuos. Otro cambio, creo, ha ocurrido en la medida en que aparecieron dispositivos tecnológicos que nos traen mucha más información y más posibilidades de consumir y de percibir cómo se consume en otras sociedades, vemos películas, videos, juegos, nos relacionamos con masas de información enorme, con entretenimientos muy variados y eso amplía el horizonte de nuestras elecciones. De manera que hemos tenido que reformular la manera en que veíamos al consumo como un proceso de apropiación de bienes para incorporar estas otras maneras de interactuar en la sociedad a través de redes y apropiarnos no solo de objetos, sino también de mensajes, de formas de interacción. Es importante ver no en forma aislada a los objetos y los mensajes, sino como parte de la circulación del sentido de la comunicación en la vida social.

-¿De qué manera impacta la tecnología en los consumos culturales?

-No se puede generalizar acerca de la manera en que la tecnología o las tecnologías impactan en los consumos culturales. Por una parte, porque accedemos de una manera desigual. Hay sectores que por razones económicas, por privilegios educativos o por los grupos a los que pertenecen tienen una relación preferente con ciertos bienes tecnológicos, aunque en principio parecen estar disponibles para todos. Las computadoras, los programas principales que se tienen en un aparato digital dan, más o menos, las mismas posibilidades para todos, pero los podemos usar de maneras diferentes, por una parte por nuestra capacitación o capital cultural previo, y también según adquieren sentido en nuestras relaciones sociales. Hay un acceso distinto a los bienes culturales y culturales según el capital previo que se tenga de tipo económico o educativo. Aquí hay un desplazamiento importante que se hace en las teorías, en los estudios actuales sobre comunicación. Se ha pasado del consumo al acceso. Si entendemos consumo como apropiación de los bienes en un lugar situado (por ejemplo ir al cine, ir a un concierto, ir a comprar a una tienda), podríamos pensar que el acceso es, más bien, algo que realizamos desde nuestros aparatos tecnológicos que tienen relación con esos mismos bienes que están en la tienda, en el concierto, pero también con muchos otros que se ofrecen en otros países, que no llegan a nuestra ciudad y con los cuales podemos relacionarnos gracias a que tenemos Internet.

-¿Qué tan reales y perdurables son?

-Son inestables, la rapidez con que cambian los dispositivos comunicacionales y las técnicas muestran que cada vez se acelera más el cambio. Apenas hace veinte o veinticinco años que comenzó a extenderse masivamente el correo electrónico. Hoy ya muy pocos lo usan, o parcialmente, y más bien se tiende a enviar mensajes, a relacionarse por WhatsApp con otros modos de comunicación. Las redes sociales comenzaron a existir en 2005 o 2006 y a su vez algunas de ellas ya están siendo discutidas o problematizadas. Hay quienes dudan de si Facebook va a seguir muchos años, quién gana la competencia entre Facebook y Twitter. Vemos que hay una inestabilidad muy grande y va a seguir existiendo en la medida que se produzcan innovaciones que generen o propicien cambios en la conducta.

-¿Cuál cree usted que es el signo de nuestra época?

-No es fácil decir cuál consideramos el signo de nuestra época porque vivimos un tiempo complejo. Hace unos diez años quizá habríamos dicho que el signo distintivo era la globalización. Entendiendo por globalización este proceso que nos coloca en interdependencia a todas las sociedades, a todas las lenguas, a todas las culturas. Me parece que eso sigue ocurriendo, la globalización es en gran medida irreversible. Pero la globalización, como dice Gayatri Spivak (una autora india que enseña en Estados Unidos), ocurre principalmente en las finanzas y en los datos, pero no necesariamente en las relaciones interculturales. Tenemos relaciones mucho más frecuentes, intensas y amplias con más culturas que las que nos conectaban hace veinte años. Pero una pregunta que surge inmediatamente es si queremos tener esas relaciones. Hay una parte fascinante al saber cómo viven los indios, los chinos, ciertas culturas africanas, cuáles son las medicinas que se usan en culturas tradicionales, otros deportes que no existían en nuestra sociedad y maneras de relacionarnos con lo otro, con lo diferente. Pero también, cuando los otros aparecen en nuestra propia ciudad y nos crean una interculturalidad intensiva, múltiple, pueden volverse un fenómeno difícil de asumir, de digerir. Se decía, hace unos años, que en Nueva York se hablaban ciento veinte lenguas, en Londres más de trescientas, en muchas ciudades latinoamericanas se hablan muchas lenguas indígenas, por ejemplo en México o Perú, y también lenguas extranjeras de migrantes que llegan a nuestras ciudades, como turistas, como nuevos residentes. Esto ha aumentado la conflictividad internacional. Lo vemos a veces en las guerras entre países, que en América latina no son tan frecuentes pero sí son fuertes en países árabes, asiáticos o con los migrantes árabes o africanos que llegan a Europa. Esto repercute sobre la economía mundial, sobre los prejuicios que condicionan los modos de vincularnos.

-¿De qué modo se da ese condicionamiento?

-Gran parte de lo que pensamos de los otros está basado en prejuicios. Ese es un desafío importante para la antropología y otras ciencias sociales, para la propia educación ¿Cómo entender mejor a los otros? Pero también está la pregunta de si es posible que Francia siga siendo una sociedad unificada con cinco millones de musulmanes, o si Alemania puede “soportar” (pongo soportar entre comillas) tal cantidad de turcos como vienen teniendo desde hace dos o tres décadas. A mí me parece que el signo de nuestro tiempo más dramático es la interculturalidad: cómo convivir con los otros. En la Argentina esto se manifiesta, por ejemplo, en la presencia de los migrantes de países vecinos, chilenos, peruanos, bolivianos, uruguayos, y también de comunidades tradicionales que llevan mucho tiempo en el país, pero siguen apareciendo como diferentes del estándar, de los patrones de comportamiento más estabilizados, lo que se imagina como identidad nacional. Estoy pensando en las comunidades judías, en holandeses, en algunas regiones del país, en los galeses en la parte de la Patagonia. Podríamos pensar en otros migrantes de etnias o nacionalidades diferentes que colocan este desafío intercultural. Hoy esto se vuelve más visible en la medida en que también los argentinos viajamos más al extranjero, muchos estudiantes van de intercambio a otros países, visitan otras sociedades, otras costumbres, aprenden lenguas diferentes. La complejidad se aprecia de dos maneras. Por un lado, cómo integrarse bien en sociedades multiculturales en Europa, en Estados Unidos, en países latinoamericanos. Por otra, la experiencia de extrañamiento de los que migramos o los estudiantes que aprenden otras costumbres, que abren su horizonte ético, intelectual o afectivo a otras maneras de pensar y vivir cuando viajan y luego regresan a sus sociedades de origen -a Buenos Aires, a Chubut, a Rosario- y tienen que convivir con quienes no han salido, que no han hecho esa experiencia. Se generan tensiones entre formas de vida, entre creencias, entre modos de concebir lo que sucede.

-¿Cuáles han sido las investigaciones que han marcado un antes y un después en la forma de pensar la comunicación y la cultura?

-Los estudios sobre comunicación comenzaron sistemáticamente en los años cincuenta y sesenta, primero en Estados Unidos, muy ligados a la mercadotecnia, al intento de conocer mejor los comportamientos de los consumidores para venderles más con un sentido lucrativo y muy pragmático. Desde los años sesenta surgen teorías de la comunicación más complejas, que se van aplicando al consumo, también a los comportamientos políticos, pero que han ido ganando riqueza explicativa e interpretativa. Han mostrado que algunas suposiciones que había de cómo se comportaban los consumidores o los votantes en una elección no eran correctas. Por ejemplo, me acuerdo que en los años sesenta y setenta se deconstruyó, se deshizo la teoría de la manipulación, que era una falsa teoría. Decía que quienes manejan los medios, en aquella época era la televisión, podían condicionar cómo iban a actuar los consumidores y los votantes. Vimos, a través de muchos estudios a finales del siglo pasado, que los consumidores y los votantes en parte reciben esos mensajes desde arriba, desde la televisión, ahora desde las redes sociales, de lugares que no sabemos muy bien quién los maneja, pero a su vez eso lo procesamos interactuando con los grupos a los que pertenecemos. No nos animamos a pensar de un modo totalmente distinto ni a tener gustos totalmente diferentes de los amigos, de los compañeros de la escuela, de los que pertenecen a la misma iglesia si es que vamos a alguna, de los que viven en nuestro barrio. Aquello que recibimos de instancias poderosas, como son la televisión y las redes sociales, interactúa con los hábitos y las formas de pensar y sentir de las comunidades inmediatas. Este fue un cambio muy importante.

-¿Qué otro cambio reciente puede citar?

-Otro más reciente ha sido la aparición de tecnologías comunicacionales que han cambiado la manera de relacionarse. Por ejemplo, hasta hace pocos años la mayor parte de nuestras comunicaciones se hacían presencialmente, cara a cara, o por teléfono que estaban en los despachos, en las casas o en los espacios públicos o privados, siempre ligados a un espacio físico determinado. La aparición de celulares u otros dispositivos transportables ha hecho que todo el tiempo podamos estar comunicados. Existe esa posibilidad y para la mayoría, sobre todo para los jóvenes, se convierte en una realidad cotidiana. A su vez esta importancia de las comunicaciones a distancia y deslocalizadas ha reducido la interacción cara a cara. Mucho de lo que decimos o informamos no necesita estar presente, o no necesita que la televisión mande a sus reporteros para enterarse dónde hubo un choque, un incendio o un asalto. La información circula rápidamente y de manera simultánea, no solo en la ciudad, sino en el país y en el mundo. Este es otro cambio, no solo comunicacional y cultural sino de la manera de estar con los otros. De ahí que también en este sentido la interculturalidad se amplíe y nos presente nuevos desafíos. Estos estudios pueden ser muy valiosos para saber convivir mejor, no solo para pelearnos, para tener prejuicios, sino para entender los desafíos a los que nos enfrentamos en un tiempo de intensa interculturalidad.


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