Macron quiere probarse el traje de líder del mundo occidental

En EE.UU., Trump se retira de acuerdos internacionales y confronta a socios y rivales; en Alemania, Merkel está empantanada en negociaciones para formar gobierno; en Reino Unido, May lucha por concretar el Brexit sin desatar una crisis. El establishment occidental se quedó sin un líder y el flamante presidente de Francia ya trabaja para quedarse con la vacante.

13 ENE 2018 - 13:46 | Actualizado

Esta semana Macron realizó su primera visita oficial a China y, además de las posibilidades comerciales, se concentró en reivindicar la cooperación en la lucha contra el cambio climático, un esfuerzo internacional que Trump abandonó con un portazo a mediados de año.

"¿Quién podría haber imaginado hace unos años que China demostraría ser una fuerza de impulso global en este asunto?", aseguró Macron codo a codo con su par Xi Jiping y destacó: "El acuerdo (contra el cambio climático) de París no habría sobrevivido" sin Beijing.

Desde que asumió, Macron, un licenciado de Filosofía y ex financista de 40 años que llegó a la cima del poder político en apenas unos años, buscó hacer de la lucha contra el cambio climático su marca internacional y su trampolín para posicionarse como la contracara de las políticas aislacionistas, anticientíficas y belicistas de Trump.

Con ese mismo discurso el presidente francés llegó esta semana a Beijing, donde aún se siente el malestar por la doctrina de Defensa que Trump anunció en diciembre y en la que describió a Rusia y China como sus dos principales rivales, que intentan "cambiar el status quo" en detrimento de los intereses de Washington.

Mientras Trump se refiere a China como un rival y denosta públicamente vía Twitter a su presidente, Xi, por no querer o poder contener a Corea del Norte, Macron explotó las coincidencias que tiene con Beijing y se mostró como un aliado occidental estratégico.

En su minuciosa construcción como líder de Occidente, el mandatario francés intenta hacer equilibrio entre su cara más amable y diplomática, y su versión más dura y contestataria.

Tiene más éxito con la primera, pero ha echado mano a la segunda en su primer encuentro con el presidente Vladimir Putin -cuando en una conferencia de prensa conjunta en el Palacio de Versailles acusó a medios públicos rusos de producir "propaganda falsa" contra él- o cuando en otra presentación ante los medios le dejó en claro a su par turco, Recep Tayyip Erdogan, que no hay posibilidad de que ingrese a la Unión Europea o cuando le contó a la revista Time que increpó a Trump por teléfono por su amenaza de abandonar el acuerdo nuclear con Irán.

Pese a sus esfuerzos por contraponerse a todas las grandes decisiones internacionales de Trump, el mayor logro de Macron fuera de las fronteras francesas fue, sin dudas, la resolución del conflicto entre Arabia Saudita y Líbano.

Mientras Trump instaló su estilo divisivo en Medio Oriente con el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel y alimentó el enfrentamiento de sus aliados en la región -Arabia Saudita, Israel y Egipto a la cabeza- contra Irán, Macron medió y desactivó uno de los primeros conflictos desatados por esa polarización regional.

Con mucha rapidez, mucha diplomacia y mucha eficacia, el mandatario francés consiguió sacar al primer ministro libanés, Saad Hariri, y a su familia de Arabia Saudita -donde los propios aliados de Hariri decían que estaba preso y que había sido obligado a renunciar- y permitió que volviera a Beirut para retomar las riendas del gobierno de unidad nacional y evitar una crisis política de consecuencias incalculables para el país y para toda la región.

La crisis en Medio Oriente no pasó a mayores, pero Macron demostró por primera vez con hechos que tiene mucha cintura diplomática para acercar posiciones en apariencia irreconciliables y mucho criterio político para hacerlo lejos de los flashes de las cámaras.

El mandatario francés tiene sus criptonitas en materia internacional, por ejemplo, África, donde intentó mostrarse como el enlace por excelencia de Europa y terminó exponiendo con varias declaraciones y gestos como el líder neocolonial de una ex potencia imperial.

Pero este no es el principal obstáculo que enfrenta Macron para que China, Rusia, la Unión Europea y hasta los millones de estadounidenses opuestos a Trump lo acepten como el nuevo líder del poder occidental.

Su mayor problema es que Francia no tiene la economía de Estados Unidos, ni siquiera de Alemania. Macron dirige la sexta economía del mundo.

Quizás por eso, el joven mandatario está probando una estrategia un tanto inédita: la de presentarse como el líder de un mundo multilateral, donde no hay una superpotencia, sino varias potencias económicas y militares que conviven en una suerte de equilibrio siempre inestable.

Empezó a esbozar su propuesta en su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU el año pasado -"Hoy, más que nunca, necesitamos un multilateralismo"- y lo continuó desarrollando en entrevistas, conferencias de prensas y comunicados.

"Quiero que seamos parte de un liderazgo global en el campo económico, financiero y digital. Creo que tenemos la posibilidad de ejercer un liderazgo muy importante en el multilateralismo", sentenció en la entrevista con Time.

13 ENE 2018 - 13:46

Esta semana Macron realizó su primera visita oficial a China y, además de las posibilidades comerciales, se concentró en reivindicar la cooperación en la lucha contra el cambio climático, un esfuerzo internacional que Trump abandonó con un portazo a mediados de año.

"¿Quién podría haber imaginado hace unos años que China demostraría ser una fuerza de impulso global en este asunto?", aseguró Macron codo a codo con su par Xi Jiping y destacó: "El acuerdo (contra el cambio climático) de París no habría sobrevivido" sin Beijing.

Desde que asumió, Macron, un licenciado de Filosofía y ex financista de 40 años que llegó a la cima del poder político en apenas unos años, buscó hacer de la lucha contra el cambio climático su marca internacional y su trampolín para posicionarse como la contracara de las políticas aislacionistas, anticientíficas y belicistas de Trump.

Con ese mismo discurso el presidente francés llegó esta semana a Beijing, donde aún se siente el malestar por la doctrina de Defensa que Trump anunció en diciembre y en la que describió a Rusia y China como sus dos principales rivales, que intentan "cambiar el status quo" en detrimento de los intereses de Washington.

Mientras Trump se refiere a China como un rival y denosta públicamente vía Twitter a su presidente, Xi, por no querer o poder contener a Corea del Norte, Macron explotó las coincidencias que tiene con Beijing y se mostró como un aliado occidental estratégico.

En su minuciosa construcción como líder de Occidente, el mandatario francés intenta hacer equilibrio entre su cara más amable y diplomática, y su versión más dura y contestataria.

Tiene más éxito con la primera, pero ha echado mano a la segunda en su primer encuentro con el presidente Vladimir Putin -cuando en una conferencia de prensa conjunta en el Palacio de Versailles acusó a medios públicos rusos de producir "propaganda falsa" contra él- o cuando en otra presentación ante los medios le dejó en claro a su par turco, Recep Tayyip Erdogan, que no hay posibilidad de que ingrese a la Unión Europea o cuando le contó a la revista Time que increpó a Trump por teléfono por su amenaza de abandonar el acuerdo nuclear con Irán.

Pese a sus esfuerzos por contraponerse a todas las grandes decisiones internacionales de Trump, el mayor logro de Macron fuera de las fronteras francesas fue, sin dudas, la resolución del conflicto entre Arabia Saudita y Líbano.

Mientras Trump instaló su estilo divisivo en Medio Oriente con el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel y alimentó el enfrentamiento de sus aliados en la región -Arabia Saudita, Israel y Egipto a la cabeza- contra Irán, Macron medió y desactivó uno de los primeros conflictos desatados por esa polarización regional.

Con mucha rapidez, mucha diplomacia y mucha eficacia, el mandatario francés consiguió sacar al primer ministro libanés, Saad Hariri, y a su familia de Arabia Saudita -donde los propios aliados de Hariri decían que estaba preso y que había sido obligado a renunciar- y permitió que volviera a Beirut para retomar las riendas del gobierno de unidad nacional y evitar una crisis política de consecuencias incalculables para el país y para toda la región.

La crisis en Medio Oriente no pasó a mayores, pero Macron demostró por primera vez con hechos que tiene mucha cintura diplomática para acercar posiciones en apariencia irreconciliables y mucho criterio político para hacerlo lejos de los flashes de las cámaras.

El mandatario francés tiene sus criptonitas en materia internacional, por ejemplo, África, donde intentó mostrarse como el enlace por excelencia de Europa y terminó exponiendo con varias declaraciones y gestos como el líder neocolonial de una ex potencia imperial.

Pero este no es el principal obstáculo que enfrenta Macron para que China, Rusia, la Unión Europea y hasta los millones de estadounidenses opuestos a Trump lo acepten como el nuevo líder del poder occidental.

Su mayor problema es que Francia no tiene la economía de Estados Unidos, ni siquiera de Alemania. Macron dirige la sexta economía del mundo.

Quizás por eso, el joven mandatario está probando una estrategia un tanto inédita: la de presentarse como el líder de un mundo multilateral, donde no hay una superpotencia, sino varias potencias económicas y militares que conviven en una suerte de equilibrio siempre inestable.

Empezó a esbozar su propuesta en su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU el año pasado -"Hoy, más que nunca, necesitamos un multilateralismo"- y lo continuó desarrollando en entrevistas, conferencias de prensas y comunicados.

"Quiero que seamos parte de un liderazgo global en el campo económico, financiero y digital. Creo que tenemos la posibilidad de ejercer un liderazgo muy importante en el multilateralismo", sentenció en la entrevista con Time.


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