El eterno vuelo del “Aguilucho”

Veintinueve años después, el mismo vestuario. El plantel de Próspero Palazzo que disputó el Regional de 1989 compartió un emotivo reencuentro organizado por el club. Aquel “Aguilucho” estuvo cerca del ascenso con un equipo netamente local que se atrevió con un barrio futbolero atrás, a plantarse ante todos.

13 ENE 2018 - 21:06 | Actualizado

Una vez el Aguilucho se animó a volar por el país. Abandonó el nido barrial y entendió que había que dejar huella. Con hombres, pibes audaces y un conductor apasionado. Próspero Palazzo jugó el torneo que entonces, nadie se animó a jugar, leyó la oportunidad y se animó a la hazaña desde una zona norte conmocionada. No había más secretos que el trabajo, vestuarios cálidos, jugadores con carácter, dirigencia dispuesta y una enorme capacidad de superación. Ganó, sumó y clasificó cuando nadie lo esperaba. Dejó atrás el colectivo y como buen heredero de su nombre, se trepó al avión para no bajarse hasta la última estación: los vuelos charters en el viejo Foker F-27 de la Fuerza Aérea Argentina pasaron por Río Grande, Río Grande y en la medida que se avanzó por La Pampa y finalmente Villa Mercedes más alguna ruta adicional terrestre para no perder la costumbre. José Karamarko parecía tener la llave y era básicamente, un motivador que le sacaba a un jugador el máximo de su rendimiento, un apasionado que sabía llegar con el mensaje oportuno en el momento exacto. Y que alentaba al orden pese a pasarse –a veces- de revoluciones.

Palazzo fue la cuna de Julio César Martínez, un tal Bambi, goleador récord de inferiores que empezó a ser monitoreado por los equipos rivales y a esa frescura juvenil que aportaban Néstor “Chavo” Campos, Marcelo Espinosa, Jorge Oscar Martínez, Diego Maza, José Triviño y “Copete” Molina se sumaron Eduardo Carrillo y José “Camerún” Mansilla, exportados por Newbery; Oscar Ferre quien cruzó la vereda desde Ciudadela, el clásico rival; defensores rudos e implacables como “Vlado” Radevsky, José Luis Silvestri y Adrián del Valle Silvera; un cinco puro corazón como Julio Ruíz, capaz de correr a un ejército de adversarios y un distinto como “Roly” Villafañe, escurridizo y bien de potrero lapridense. Los arqueros Horacio Moyano, César Cárdenas -adivinador de penales- y “Kunta” Alaníz; Eduardo “Lalo” Rivas, José Ángel Maluchelli, Juan “Huevo” Barrionuevo, Norberto Cuzen y Jorge Aparicio completaron un plantel que solía convertirse en un sólido puño apretado. De visitante y en inferioridad, mucho más. Y si las papas quemaban, ni hablar.

Las historias se fueron haciendo leyenda. Desde los masajes “reparadores” de José “Lalo” Uribe con olor a aceite verde; hasta un servicio de a bordo con un preparador físico -Hugo “Toty” Zappia- disfrazado de azafata; duelos musicales entre “Lalo” Carrillo y Rodolfo Villafañe, los guitarreros del grupo y el “look Gatti” que solía adoptar Moyano, un notable atajador indescrifrable a la hora de elegir los colores de sus atuendos, verdadero “adelantado” en la materia.

Pasaron Petrolero Austral de Río Gallegos; Estrella Azul de Río Grande; Gaiman F.C. y Estrella del Sur de Caleta Olivia en la primera fase. Pasó All Boys de La Pampa (2-1 y 2-2) y otra vez el Gaiman de los hermanos Calderón que impuso un freno en la Villa Deportiva (2-0 y 0-5). Sorteó la Rueda de Perdedores contra Unión Deportiva Catriel tras un emotivo 4-3 en el estadio y obteniendo de visitante el más heroico de los 1-0 que se conozcan en el fútbol regional, con un hombre menos; un penal atajado y una bombeada criminal. Jugó la final del Octogonal ante Alianza Futbolística en un cruce que abrió 1-0 (gol de Radevsky) en el sur y se definió en el club Colegiales de Villa Mercedes, con un 1-3 puro corazón el 29 de abril de 1989. Arrancó ganando 1-0; Moyano atajó un penal que parecía ser un gesto del destino, sufrió dos expulsiones y recién en el ST, el local lo pudo vulnerar con dos de Wilfredo Alaníz y uno de Farías. Karamarko, el director técnico expulsado en el partido de ida, lo tuvo que ver desde afuera.

El barrio lo siguió siempre con fidelidad extrema, sin medir horarios y con caravanas desbordadas de rojo y negro en cada una de las llegadas. Varios poderosos como aquel Belgrano de Santa Rosa de Claudio Biaggio, se fueron rindiendo a sus pies. Los “poderosos” sufrieron así la fuerza del que “vendía” ser el más débil pero daba batalla al más pintado. Próspero Palazzo hace veintinueve años decidió que el “Aguilucho” que portaba en su pecho se convirtiera en una bandera, un signo orgulloso de lo que se puede hacer con pocos recursos pero con un entrañable amor por los colores. Terminó siendo una lección futbolística de la vida misma: nunca rendirse, ni aún rendido. Y marcó a fuego a un grupo de futbolistas-hombres que en esencia, se convirtieron en héroes inesperados.

Una mesa, ninguna otra excusa, volvió a juntarlos. Pisaron el mismo vestuario “mejorado” y volvieron a tener en sus manos la querida “sangre y luto” que supieron transpirar. Solamente los kilos de más y algunos cabellos ausentes “avisaron” que el tiempo pasó. Todo lo demás pareció resguardado en la memoria. Estuvo la charla técnica ya no tan obsesiva del DT siempre con risas como fondo; el recuerdo de los que se fueron; un fuego a punto, cordial y una mesa tan larga como la hazaña de aquel Palazzo que alguna vez emocionó, codeándose con un fútbol que parecía inalcanzable. Es que aquel viejo Aguilucho mantiene la esencia y el humor que afloraba en aquellos viajes con destino a la ilusión.

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13 ENE 2018 - 21:06

Una vez el Aguilucho se animó a volar por el país. Abandonó el nido barrial y entendió que había que dejar huella. Con hombres, pibes audaces y un conductor apasionado. Próspero Palazzo jugó el torneo que entonces, nadie se animó a jugar, leyó la oportunidad y se animó a la hazaña desde una zona norte conmocionada. No había más secretos que el trabajo, vestuarios cálidos, jugadores con carácter, dirigencia dispuesta y una enorme capacidad de superación. Ganó, sumó y clasificó cuando nadie lo esperaba. Dejó atrás el colectivo y como buen heredero de su nombre, se trepó al avión para no bajarse hasta la última estación: los vuelos charters en el viejo Foker F-27 de la Fuerza Aérea Argentina pasaron por Río Grande, Río Grande y en la medida que se avanzó por La Pampa y finalmente Villa Mercedes más alguna ruta adicional terrestre para no perder la costumbre. José Karamarko parecía tener la llave y era básicamente, un motivador que le sacaba a un jugador el máximo de su rendimiento, un apasionado que sabía llegar con el mensaje oportuno en el momento exacto. Y que alentaba al orden pese a pasarse –a veces- de revoluciones.

Palazzo fue la cuna de Julio César Martínez, un tal Bambi, goleador récord de inferiores que empezó a ser monitoreado por los equipos rivales y a esa frescura juvenil que aportaban Néstor “Chavo” Campos, Marcelo Espinosa, Jorge Oscar Martínez, Diego Maza, José Triviño y “Copete” Molina se sumaron Eduardo Carrillo y José “Camerún” Mansilla, exportados por Newbery; Oscar Ferre quien cruzó la vereda desde Ciudadela, el clásico rival; defensores rudos e implacables como “Vlado” Radevsky, José Luis Silvestri y Adrián del Valle Silvera; un cinco puro corazón como Julio Ruíz, capaz de correr a un ejército de adversarios y un distinto como “Roly” Villafañe, escurridizo y bien de potrero lapridense. Los arqueros Horacio Moyano, César Cárdenas -adivinador de penales- y “Kunta” Alaníz; Eduardo “Lalo” Rivas, José Ángel Maluchelli, Juan “Huevo” Barrionuevo, Norberto Cuzen y Jorge Aparicio completaron un plantel que solía convertirse en un sólido puño apretado. De visitante y en inferioridad, mucho más. Y si las papas quemaban, ni hablar.

Las historias se fueron haciendo leyenda. Desde los masajes “reparadores” de José “Lalo” Uribe con olor a aceite verde; hasta un servicio de a bordo con un preparador físico -Hugo “Toty” Zappia- disfrazado de azafata; duelos musicales entre “Lalo” Carrillo y Rodolfo Villafañe, los guitarreros del grupo y el “look Gatti” que solía adoptar Moyano, un notable atajador indescrifrable a la hora de elegir los colores de sus atuendos, verdadero “adelantado” en la materia.

Pasaron Petrolero Austral de Río Gallegos; Estrella Azul de Río Grande; Gaiman F.C. y Estrella del Sur de Caleta Olivia en la primera fase. Pasó All Boys de La Pampa (2-1 y 2-2) y otra vez el Gaiman de los hermanos Calderón que impuso un freno en la Villa Deportiva (2-0 y 0-5). Sorteó la Rueda de Perdedores contra Unión Deportiva Catriel tras un emotivo 4-3 en el estadio y obteniendo de visitante el más heroico de los 1-0 que se conozcan en el fútbol regional, con un hombre menos; un penal atajado y una bombeada criminal. Jugó la final del Octogonal ante Alianza Futbolística en un cruce que abrió 1-0 (gol de Radevsky) en el sur y se definió en el club Colegiales de Villa Mercedes, con un 1-3 puro corazón el 29 de abril de 1989. Arrancó ganando 1-0; Moyano atajó un penal que parecía ser un gesto del destino, sufrió dos expulsiones y recién en el ST, el local lo pudo vulnerar con dos de Wilfredo Alaníz y uno de Farías. Karamarko, el director técnico expulsado en el partido de ida, lo tuvo que ver desde afuera.

El barrio lo siguió siempre con fidelidad extrema, sin medir horarios y con caravanas desbordadas de rojo y negro en cada una de las llegadas. Varios poderosos como aquel Belgrano de Santa Rosa de Claudio Biaggio, se fueron rindiendo a sus pies. Los “poderosos” sufrieron así la fuerza del que “vendía” ser el más débil pero daba batalla al más pintado. Próspero Palazzo hace veintinueve años decidió que el “Aguilucho” que portaba en su pecho se convirtiera en una bandera, un signo orgulloso de lo que se puede hacer con pocos recursos pero con un entrañable amor por los colores. Terminó siendo una lección futbolística de la vida misma: nunca rendirse, ni aún rendido. Y marcó a fuego a un grupo de futbolistas-hombres que en esencia, se convirtieron en héroes inesperados.

Una mesa, ninguna otra excusa, volvió a juntarlos. Pisaron el mismo vestuario “mejorado” y volvieron a tener en sus manos la querida “sangre y luto” que supieron transpirar. Solamente los kilos de más y algunos cabellos ausentes “avisaron” que el tiempo pasó. Todo lo demás pareció resguardado en la memoria. Estuvo la charla técnica ya no tan obsesiva del DT siempre con risas como fondo; el recuerdo de los que se fueron; un fuego a punto, cordial y una mesa tan larga como la hazaña de aquel Palazzo que alguna vez emocionó, codeándose con un fútbol que parecía inalcanzable. Es que aquel viejo Aguilucho mantiene la esencia y el humor que afloraba en aquellos viajes con destino a la ilusión.


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