Textos

Historias Mínimas.

24 FEB 2018 - 21:50 | Actualizado

Por Luis Jones  /  Especial para Jornada

Cuestión de tiempo


Habían heredado una antigua casa de sus tías en Coronel Suárez. La hermana soltera era la única en condiciones de viajar para venderla o alquilarla. La mayor, viuda, debía velar por sus hijos sobre todo por el sustento. Ambas se habían complementado con trabajos temporarios para ello. Era entonces natural que el viaje  generara preocupación. La partida fue difícil. Habían sido llevadas hacia un lapso de tiempo incierto por esta herencia.
 Roberta al llegar, constató que si bien la casa estaba en condiciones aceptables, por su antigüedad, requería  mejoras para hacerla atractiva a los compradores. Redistribuyó el mobiliario y cerrando dos habitaciones creó un espacio relativamente confortable para sus necesidades.
En la comunicación telefónica con su hermana le recordó que el margen de  dos meses para la gestión sería el mínimo. Sabiendo que su hermana y los chicos se hallaban sin inconvenientes, la instó a fortalecerse mutuamente hasta resolver el tema. Roberta, dado lo exiguo de la pensión que cobraba de su padre, se afanó en procurar otros recursos. Si bien se había ausentado joven del pueblo, reencuentros y conocidos circunstanciales a partir de la reciente convivencia, le facilitaron ayuda para convertir  una de las ventanas en puerta y abrir una pequeña mercería. En otro gesto de confianza conformó un stock básico para comenzar.
Paralelamente reavivó su antiguo oficio de maestra de pintura en telas, logrando progresivamente formar un discreto grupo de alumnas que le generaban otro adicional a su economía.
Mientras la hermana aguardando el retorno, en una llamada le comentó -Yo francamente casi no lo  recordaba, hacía tanto que no lo veía, que pensé que se había ido-. -Es un hombre muy agradable y respetuoso y los chicos lo reciben con simpatía. Nos visita dos o tres veces por semana -agregó- y ello me hace sentir más protegida y acompañada. También me ayuda en mi soledad para resolver problemas cotidianos.
Con esto y periódicas ayudas monetarias, Roberta cerró el círculo necesario para que su familia sobrellevara su ausencia. Los cambios, su soledad y la lejanía de la cotidianeidad por años con su hermana y sobrinos, la indujeron a  repensar ciertos aspectos de su existencia. Su corazón seguía yermo, se acercaba a los cuarenta años  y solo había latido por algún hombre escasas veces. El sol había iluminado sus esperanzas en esas oportunidades, pero siempre se esfumaba en atardeceres lentos. Pensando en esa maravillosa  alquimia que aparece con el nombre de amor, descubrió que inadvertidamente había creado un vallado que rodeaba su corazón.
Nuevamente aquel sol cuyo gusto apenas había alcanzado a saborear en forma sorpresiva, avanzaba lentamente como una nube solitaria en un cielo  despejado.
Iván, aquel que había conocido de joven, un día apareció en la mercería como una saeta inesperada, cruzando el cielo en una noche de  absoluta oscuridad. A poco de estar juntos, el intercambio de recuerdos los hizo sentir más cerca. Formaban un par de soledades que con la fuerza incontenible de dos imanes se atraían hasta unirse. Ese día lo pasó pensando si era su potenciada avidez  de querer y ser querida, que le instaló un sentimiento cuyo recuerdo era vago. Difícil saberlo con un corazón que había olvidado la diferencia de latir enamorado.
En la última llamada su hermana le aseguró que se sentía más acompañada por el viejo conocido que, ahora viudo, había reaparecido en su vida.
-Me das tranquilidad-, le contestó Roberta- porque resulta difícil tentar plazos para vender o alquilar en este pueblo caído por el fracaso de la  última cosecha- anticipándole que se quedaría más tiempo del previsto.
Tiempo. Eso era lo que necesitaba. Su corazón… se entiende.

A pura imaginación                         

Tenía las piernas cruzadas extendidas con las manos refugiadas entre ellas. Al verlo casi se diría que había desandado el mundo entero con todas sus penas y alegrías.  Había desolación en los ojos  de su rostro aniñado. Cuando se levantó era más alto de lo que aparentaba y tenía la espalda ligeramente encorvada. Ahora erguido parecía estar de vuelta  de todo  y no desear ir a ningún sitio. Como resignado  a llevar lo malo que la vida le había deparado y sin horizontes que lo resarcieran.
¿Hacia dónde podía ir ese hombre  sin destino aparente?  Siempre  hay un sino, aún pequeño, que lo motoriza. Quizás llevado por ello se alistó para cumplir con la rutina diaria. Al salir de casa caminaba semejando  un camello tratando de avanzar tortuosamente con un desierto rodeándolo, como pisando la arena que cede a cada paso, dirigiéndose  a la soñada meta de un oasis. Sin apuro visible aceleró el andar. Algo en su mapa de ruta mental se había modificado. Ya con un aparente destino, sus pasos trastocaron el ritmo y asumió una postura decidida como apuntando hacia una dirección. En el supuestamente premeditado derrotero solía esquivar la esquina del café. Era una forma de ir cerrando heridas. Es que precisamente allí la novia lo había citado para decirle  que ya no lo quería. Apenas tres meses  había durado  ese viaje que habían emprendido juntos.
Pero sin saberlo, este sería el día que comenzaría a barrer su soledad.Justamente a las ocho y diecisiete  minutos de aquel martes en la línea de subte que siempre lo llevaba al trabajo, la rutina se quebró. El tránsito cotidiano que hacía del trayecto algo tan aburrido como ascensor sin espejo, se tornó interesante.
Ella estaba en el último asiento donde termina el coche. Podía verla solo de perfil e hizo lo imposible  para completar la imagen pero los pasajeros se lo impidieron en su constante movimiento. Dormía y tal vez soñaba. Cuando salió del subte el aire fresco le pegó fuerte en la cara  y aunque no parecía tener relación, sintió que su corazón bombeaba con otro ritmo.
Por la noche  y hasta el día siguiente la esperanza de reencontrarla le fueron abriendo las puertas con los goznes corroídos de su corazón. Y así, cada día, la ansiedad de volverla a encontrar le permitía asumir la esperanza de conocerla.
Pronto dedujo  que ella subía  dos o tres estaciones antes, pues siempre estaba dormida. Entonces empezó a soñar por ella, pero despierto. A lo largo de las cuatro estaciones  en que viajaban juntos, antes que Daniel bajara, por casi quince minutos  imaginaba charlas, programaba salidas, tentaba afinidades pero por el momento  prescindía del beso por parecerle demasiado precipitado. Sin embargo no pudo evitar que el jueves se diera casi llegando a estación Bulnes. Otro día tuvo que ponerle  nombre. Entonces fue Andrea. Le asignó además ojos pardos, porque esos párpados empeñosamente cerrados le habían impedido ver el color. De manera que los otrora rutinarios viajes fueran mutando. Los disfrutaba a su modo, a pura creatividad. También cambió algo más en él. Ahora cuando salía de la  escalera mecánica se topaba con la realidad de todos los días, pero la esperanza de reencontrarse con Andrea  el día siguiente tornaba menos dura esa realidad. Ya no viajaba con su soledad. El trayecto transcurría  entre sensaciones que deleitaban su corazón. Es más, confiaba que con seguridad algún día sus destinos se cruzarían. Claro que, por ahora todo pasaba por su mente, con una buena dosis de imaginación, por supuesto.#

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24 FEB 2018 - 21:50

Por Luis Jones  /  Especial para Jornada

Cuestión de tiempo


Habían heredado una antigua casa de sus tías en Coronel Suárez. La hermana soltera era la única en condiciones de viajar para venderla o alquilarla. La mayor, viuda, debía velar por sus hijos sobre todo por el sustento. Ambas se habían complementado con trabajos temporarios para ello. Era entonces natural que el viaje  generara preocupación. La partida fue difícil. Habían sido llevadas hacia un lapso de tiempo incierto por esta herencia.
 Roberta al llegar, constató que si bien la casa estaba en condiciones aceptables, por su antigüedad, requería  mejoras para hacerla atractiva a los compradores. Redistribuyó el mobiliario y cerrando dos habitaciones creó un espacio relativamente confortable para sus necesidades.
En la comunicación telefónica con su hermana le recordó que el margen de  dos meses para la gestión sería el mínimo. Sabiendo que su hermana y los chicos se hallaban sin inconvenientes, la instó a fortalecerse mutuamente hasta resolver el tema. Roberta, dado lo exiguo de la pensión que cobraba de su padre, se afanó en procurar otros recursos. Si bien se había ausentado joven del pueblo, reencuentros y conocidos circunstanciales a partir de la reciente convivencia, le facilitaron ayuda para convertir  una de las ventanas en puerta y abrir una pequeña mercería. En otro gesto de confianza conformó un stock básico para comenzar.
Paralelamente reavivó su antiguo oficio de maestra de pintura en telas, logrando progresivamente formar un discreto grupo de alumnas que le generaban otro adicional a su economía.
Mientras la hermana aguardando el retorno, en una llamada le comentó -Yo francamente casi no lo  recordaba, hacía tanto que no lo veía, que pensé que se había ido-. -Es un hombre muy agradable y respetuoso y los chicos lo reciben con simpatía. Nos visita dos o tres veces por semana -agregó- y ello me hace sentir más protegida y acompañada. También me ayuda en mi soledad para resolver problemas cotidianos.
Con esto y periódicas ayudas monetarias, Roberta cerró el círculo necesario para que su familia sobrellevara su ausencia. Los cambios, su soledad y la lejanía de la cotidianeidad por años con su hermana y sobrinos, la indujeron a  repensar ciertos aspectos de su existencia. Su corazón seguía yermo, se acercaba a los cuarenta años  y solo había latido por algún hombre escasas veces. El sol había iluminado sus esperanzas en esas oportunidades, pero siempre se esfumaba en atardeceres lentos. Pensando en esa maravillosa  alquimia que aparece con el nombre de amor, descubrió que inadvertidamente había creado un vallado que rodeaba su corazón.
Nuevamente aquel sol cuyo gusto apenas había alcanzado a saborear en forma sorpresiva, avanzaba lentamente como una nube solitaria en un cielo  despejado.
Iván, aquel que había conocido de joven, un día apareció en la mercería como una saeta inesperada, cruzando el cielo en una noche de  absoluta oscuridad. A poco de estar juntos, el intercambio de recuerdos los hizo sentir más cerca. Formaban un par de soledades que con la fuerza incontenible de dos imanes se atraían hasta unirse. Ese día lo pasó pensando si era su potenciada avidez  de querer y ser querida, que le instaló un sentimiento cuyo recuerdo era vago. Difícil saberlo con un corazón que había olvidado la diferencia de latir enamorado.
En la última llamada su hermana le aseguró que se sentía más acompañada por el viejo conocido que, ahora viudo, había reaparecido en su vida.
-Me das tranquilidad-, le contestó Roberta- porque resulta difícil tentar plazos para vender o alquilar en este pueblo caído por el fracaso de la  última cosecha- anticipándole que se quedaría más tiempo del previsto.
Tiempo. Eso era lo que necesitaba. Su corazón… se entiende.

A pura imaginación                         

Tenía las piernas cruzadas extendidas con las manos refugiadas entre ellas. Al verlo casi se diría que había desandado el mundo entero con todas sus penas y alegrías.  Había desolación en los ojos  de su rostro aniñado. Cuando se levantó era más alto de lo que aparentaba y tenía la espalda ligeramente encorvada. Ahora erguido parecía estar de vuelta  de todo  y no desear ir a ningún sitio. Como resignado  a llevar lo malo que la vida le había deparado y sin horizontes que lo resarcieran.
¿Hacia dónde podía ir ese hombre  sin destino aparente?  Siempre  hay un sino, aún pequeño, que lo motoriza. Quizás llevado por ello se alistó para cumplir con la rutina diaria. Al salir de casa caminaba semejando  un camello tratando de avanzar tortuosamente con un desierto rodeándolo, como pisando la arena que cede a cada paso, dirigiéndose  a la soñada meta de un oasis. Sin apuro visible aceleró el andar. Algo en su mapa de ruta mental se había modificado. Ya con un aparente destino, sus pasos trastocaron el ritmo y asumió una postura decidida como apuntando hacia una dirección. En el supuestamente premeditado derrotero solía esquivar la esquina del café. Era una forma de ir cerrando heridas. Es que precisamente allí la novia lo había citado para decirle  que ya no lo quería. Apenas tres meses  había durado  ese viaje que habían emprendido juntos.
Pero sin saberlo, este sería el día que comenzaría a barrer su soledad.Justamente a las ocho y diecisiete  minutos de aquel martes en la línea de subte que siempre lo llevaba al trabajo, la rutina se quebró. El tránsito cotidiano que hacía del trayecto algo tan aburrido como ascensor sin espejo, se tornó interesante.
Ella estaba en el último asiento donde termina el coche. Podía verla solo de perfil e hizo lo imposible  para completar la imagen pero los pasajeros se lo impidieron en su constante movimiento. Dormía y tal vez soñaba. Cuando salió del subte el aire fresco le pegó fuerte en la cara  y aunque no parecía tener relación, sintió que su corazón bombeaba con otro ritmo.
Por la noche  y hasta el día siguiente la esperanza de reencontrarla le fueron abriendo las puertas con los goznes corroídos de su corazón. Y así, cada día, la ansiedad de volverla a encontrar le permitía asumir la esperanza de conocerla.
Pronto dedujo  que ella subía  dos o tres estaciones antes, pues siempre estaba dormida. Entonces empezó a soñar por ella, pero despierto. A lo largo de las cuatro estaciones  en que viajaban juntos, antes que Daniel bajara, por casi quince minutos  imaginaba charlas, programaba salidas, tentaba afinidades pero por el momento  prescindía del beso por parecerle demasiado precipitado. Sin embargo no pudo evitar que el jueves se diera casi llegando a estación Bulnes. Otro día tuvo que ponerle  nombre. Entonces fue Andrea. Le asignó además ojos pardos, porque esos párpados empeñosamente cerrados le habían impedido ver el color. De manera que los otrora rutinarios viajes fueran mutando. Los disfrutaba a su modo, a pura creatividad. También cambió algo más en él. Ahora cuando salía de la  escalera mecánica se topaba con la realidad de todos los días, pero la esperanza de reencontrarse con Andrea  el día siguiente tornaba menos dura esa realidad. Ya no viajaba con su soledad. El trayecto transcurría  entre sensaciones que deleitaban su corazón. Es más, confiaba que con seguridad algún día sus destinos se cruzarían. Claro que, por ahora todo pasaba por su mente, con una buena dosis de imaginación, por supuesto.#


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