Los viejos sabores de la San Martín

Historias Mínimas.

09 JUN 2018 - 20:44 | Actualizado

Por Ismael Tebes

La calle San Martín de pocas luces y a contramano, los vio en su esplendor. Quizás con una ciudad más “de entrecasa”, relajada por rostros conocidos y cerraduras que ni se usaban. Cualquier viaje a la nostalgia siempre es bienvenido y mucho más, cuando se apunta a lugares que ya no están y que marcaron huella.
La “cosa” social siempre estuvo latente. Desde la salida nocturna solo para caballeros, de obligado traje y regreso impredecible hasta la “escapada” en el intervalo del cine. En esos pocos minutos parecía que el mundo giraba en las barras de El Caravelle, un bar americano que nació en el 69’ a la altura del 576, entre Mitre y 25 de Mayo. Es que frente al Coliseo, el desfile entre una película y otra representaba una escala obligada: el clásico sándwich de pavita y la gaseosa establecía un clásico para recargar energías. Se vendían hasta quinientos por día, incluyendo los especiales de milanesa y los triples de miga, artesanales al máximo y elaborados desde las montañas de pan especial, cortados a cuchillo hasta su exhibición y consumo.
El Caravelle homenajeaba a un café porteño situado en Maipú y Lavalle que había adoptado Néstor Zuñeda, el pionero gastronómico que fundó aquel pequeño imperio de sabores. En realidad, el nombre aludía a aquel primer avión turborreactor comercial francés con motor situado en la parte posterior del fuselaje.
Zuñeda era descendiente de vascos que llegaron a Comodoro antes de que fuera oficialmente fundada como ciudad. Fue empleado en Casa Lahusen en un paraje cercano a Gobernador Costa; trabajó en la Gobernación Militar y por su capacidad para administrar hasta viajó con un circo y se relacionó con el petróleo en Cañadón Seco donde vivió algunos meses en un hotel hasta instalarse con su oficio de “llevador de libros” en Capital Federal. Allí dejó volar su espíritu emprendedor inspirado por aquel bar porteño aún en funcionamiento. Incursionó en bares y night clubes y hasta tuvo su propia fábrica de pastas donde una sobadora de masa, le terminó seccionando una mano.
Se trabajaba de lunes a lunes de 6 a 2 de la mañana. Con dieciocho empleados y un moderno sistema de barras dinámico, de atención rápida y mozos dispuestos a despachar con fluidez. No se utilizaban mesas aunque se contaba con banquetas que permitían comer con vista a la calle más popular de la ciudad. Se podía desayunar; almorzar un plato del día y cenar aunque con las minutas como vedette o la buseca de la casa. Los intermedios de las funciones del cine desataban un furor inusitado: había poco tiempo para cruzar la calle, alimentarse y regresar a la función. Los miércoles, viernes y en especial los sábados donde se exhibía cuatro veces la misma película. El Caravelle que funcionó en el frente de la casa familiar existió hasta los ’80 cuando la propiedad se vendió y dio paso a La Tradición, un restaurant que aún existe en calle Mitre, administrado por la familia.
El Yin Yin Grill le compitió en popularidad. Al 464 de la misma calle, sus escaleras de acceso y el subsuelo con mesas eran una visita corriente para trabajadores y profesionales. Se trataba en este caso de un restaurant con un snack bar que “sacaba” comidas hasta las 15 y después de las 20. El denominado Pollo “al canasto” que se servía bien básico con papas fritas lideraba las preferencias a la salida del cine, pasadas las 23 aunque en aquella época de fuerte corriente migratoria extranjera, el desayuno de estilo americano con huevos revueltos y jamón incluído, era el preferido de los petroleros yanquis. Traído desde los bares porteños, se destacaron las cuatro variedades de sándwiches de miga: jamón, queso, tomate y huevo duro; jamón, palmito y salsa golf; jamón, choclo y mayonesa y el infaltable de pollo y mayonesa.
Por mandato gremial, recién se “habilitaban” las medialunas a las 10 de la mañana para acompañar el desayuno; caracterizado por el “rulo” de manteca con pan tostado. José Olloco y Carlos Kessler, sus propietarios, apostaron a imitar el estilo de los cafetines porteños y por ello, convocaron a Augurio Facciutto y Cacho Bouzas, quienes desde abril del ’70 y por un corto pero productivo lapso, le pusieron una impronta capitalina al local que alguna vez recibió como comensales de lujo a la bellísima Graciela Alfano y al “Loco” Hugo Orlando Gatti.
Del mismo modo, “La Alhambra” fue el punto de encuentro de los comodorenses entre los 50’ y 60’. En la esquina de San Martín y 25 de Mayo era de estilo tomar el vermouth; la picada con incontables platitos y básicamente jugar a las cartas o al “cacho” con una propuesta más enfocada en el formato de bar o un after de estos tiempos. En el Hotel Madrid –cuentan- se recomendaba el pollo en sus variantes al ajo y al limón y se comía en El Ombú, La Estancia o la Churrasquería El Choike. Al Beghin Bar no le faltaba clientela y el Bar Español se hizo característico con sus cafés y tragos a lo igual que el Grand Hotel donde además, se presentaban números artísticos variados. Se apostaba duro en Las Carretas, situado en calle Sarmiento, que era casi distante del resto de aquel “circuito” de esparcimiento, un universo que parecía ofrecerlo todo en muy pocas cuadras. Párrafo aparte merece el Kennedy Garden, aún abierto con casi cincuenta años de tarea y con un estilo de antiguo café “de galería”. Allí como en ningún otro lugar; el especial de pavita, tomate y huevo se mantiene inalterable.#

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09 JUN 2018 - 20:44

Por Ismael Tebes

La calle San Martín de pocas luces y a contramano, los vio en su esplendor. Quizás con una ciudad más “de entrecasa”, relajada por rostros conocidos y cerraduras que ni se usaban. Cualquier viaje a la nostalgia siempre es bienvenido y mucho más, cuando se apunta a lugares que ya no están y que marcaron huella.
La “cosa” social siempre estuvo latente. Desde la salida nocturna solo para caballeros, de obligado traje y regreso impredecible hasta la “escapada” en el intervalo del cine. En esos pocos minutos parecía que el mundo giraba en las barras de El Caravelle, un bar americano que nació en el 69’ a la altura del 576, entre Mitre y 25 de Mayo. Es que frente al Coliseo, el desfile entre una película y otra representaba una escala obligada: el clásico sándwich de pavita y la gaseosa establecía un clásico para recargar energías. Se vendían hasta quinientos por día, incluyendo los especiales de milanesa y los triples de miga, artesanales al máximo y elaborados desde las montañas de pan especial, cortados a cuchillo hasta su exhibición y consumo.
El Caravelle homenajeaba a un café porteño situado en Maipú y Lavalle que había adoptado Néstor Zuñeda, el pionero gastronómico que fundó aquel pequeño imperio de sabores. En realidad, el nombre aludía a aquel primer avión turborreactor comercial francés con motor situado en la parte posterior del fuselaje.
Zuñeda era descendiente de vascos que llegaron a Comodoro antes de que fuera oficialmente fundada como ciudad. Fue empleado en Casa Lahusen en un paraje cercano a Gobernador Costa; trabajó en la Gobernación Militar y por su capacidad para administrar hasta viajó con un circo y se relacionó con el petróleo en Cañadón Seco donde vivió algunos meses en un hotel hasta instalarse con su oficio de “llevador de libros” en Capital Federal. Allí dejó volar su espíritu emprendedor inspirado por aquel bar porteño aún en funcionamiento. Incursionó en bares y night clubes y hasta tuvo su propia fábrica de pastas donde una sobadora de masa, le terminó seccionando una mano.
Se trabajaba de lunes a lunes de 6 a 2 de la mañana. Con dieciocho empleados y un moderno sistema de barras dinámico, de atención rápida y mozos dispuestos a despachar con fluidez. No se utilizaban mesas aunque se contaba con banquetas que permitían comer con vista a la calle más popular de la ciudad. Se podía desayunar; almorzar un plato del día y cenar aunque con las minutas como vedette o la buseca de la casa. Los intermedios de las funciones del cine desataban un furor inusitado: había poco tiempo para cruzar la calle, alimentarse y regresar a la función. Los miércoles, viernes y en especial los sábados donde se exhibía cuatro veces la misma película. El Caravelle que funcionó en el frente de la casa familiar existió hasta los ’80 cuando la propiedad se vendió y dio paso a La Tradición, un restaurant que aún existe en calle Mitre, administrado por la familia.
El Yin Yin Grill le compitió en popularidad. Al 464 de la misma calle, sus escaleras de acceso y el subsuelo con mesas eran una visita corriente para trabajadores y profesionales. Se trataba en este caso de un restaurant con un snack bar que “sacaba” comidas hasta las 15 y después de las 20. El denominado Pollo “al canasto” que se servía bien básico con papas fritas lideraba las preferencias a la salida del cine, pasadas las 23 aunque en aquella época de fuerte corriente migratoria extranjera, el desayuno de estilo americano con huevos revueltos y jamón incluído, era el preferido de los petroleros yanquis. Traído desde los bares porteños, se destacaron las cuatro variedades de sándwiches de miga: jamón, queso, tomate y huevo duro; jamón, palmito y salsa golf; jamón, choclo y mayonesa y el infaltable de pollo y mayonesa.
Por mandato gremial, recién se “habilitaban” las medialunas a las 10 de la mañana para acompañar el desayuno; caracterizado por el “rulo” de manteca con pan tostado. José Olloco y Carlos Kessler, sus propietarios, apostaron a imitar el estilo de los cafetines porteños y por ello, convocaron a Augurio Facciutto y Cacho Bouzas, quienes desde abril del ’70 y por un corto pero productivo lapso, le pusieron una impronta capitalina al local que alguna vez recibió como comensales de lujo a la bellísima Graciela Alfano y al “Loco” Hugo Orlando Gatti.
Del mismo modo, “La Alhambra” fue el punto de encuentro de los comodorenses entre los 50’ y 60’. En la esquina de San Martín y 25 de Mayo era de estilo tomar el vermouth; la picada con incontables platitos y básicamente jugar a las cartas o al “cacho” con una propuesta más enfocada en el formato de bar o un after de estos tiempos. En el Hotel Madrid –cuentan- se recomendaba el pollo en sus variantes al ajo y al limón y se comía en El Ombú, La Estancia o la Churrasquería El Choike. Al Beghin Bar no le faltaba clientela y el Bar Español se hizo característico con sus cafés y tragos a lo igual que el Grand Hotel donde además, se presentaban números artísticos variados. Se apostaba duro en Las Carretas, situado en calle Sarmiento, que era casi distante del resto de aquel “circuito” de esparcimiento, un universo que parecía ofrecerlo todo en muy pocas cuadras. Párrafo aparte merece el Kennedy Garden, aún abierto con casi cincuenta años de tarea y con un estilo de antiguo café “de galería”. Allí como en ningún otro lugar; el especial de pavita, tomate y huevo se mantiene inalterable.#


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