Por Raúl “Bulín” Fernández
Nuestra Argentina, desde la colonización, fue adquiriendo esos mismos ribetes, con una clara presencia de la iglesia cristiana, con el sello de católica, apostólica, romana; con una presencia territorial muy importante al igual que en el continente.
Este sistema cultural de comportamientos y práctica que derivan, entre otros aspectos, en organización social desde una visión existencialista; tratan de darle un sentido humanista a la persona con hechos sagrados y comportamientos acordes a ese complejo mundo.
Repasando las tradiciones y comportamientos, además de cuestiones vinculadas a modos de bautismos o funerales, misas, congregaciones y hasta la propia orgánica eclesiástica, se supone la búsqueda del bien común y alimento del alma o corazón para hacerlo como principal objetivo.
Si analizamos la historia en general, los movimientos eclesiásticos y sus representaciones territoriales han sido mucho más útiles para el enfrentamiento, la división del planeta, la imposición de los sectores del poder económico y hasta la esclavitud misma del ser humano.
Si bien se revirtieron circunstancias y situaciones más críticas, hoy el mundo vive convulsiones donde lo religioso tiene también que ver no solo con lo colectivo sino también con lo individual.
Se supone que cientos de miles actúan día a día para hacer el bien, bendecidos por sus dioses celestiales y acompañados por su organización en la Tierra; pero no se traduce en los hechos cotidianos. Pareciera que siempre ganan los malos.
Si analizamos que se vive en un mundo mayoritariamente capitalista donde la venta de armas, el tráfico de drogas o la trata de personas son principales “comercios” que habitan el planeta, ¿dónde están los que siguen el camino del bien, los que predican con el ejemplo, los que cada domingo concurren a un templo para compartir la casa de dios?
¿Puede un hombre que no tiene hijos por determinación personal dar consejos de cómo criarlos o considerar enfermedad una elección sexual?
¿Puede la iglesia recomendar formas y estilos de vida cuando en su propio seno acuña pervertidos representantes que el abuso los consigna como tales?
Esas organizaciones de cleros, figuras sagradas, historias emotivas y hasta definiciones de cómo y cuándo se le da sentido a la vida o explicaban el origen del universo, ¿pueden erigirse en predicadores morales, éticos y existencialistas de cómo vivir y hasta cómo morir?
¿Puede un ser superior denominado Dios permitir la muerte, la enfermedad, el hambre, el abuso, la explotación laboral, el hacinamiento, la desculturización o la ignominia de cientos de pibes que pueblan el mundo?
Dentro de esos mismos movimientos y estructuras existen hombres y mujeres que, con su ejemplo y acción, pugnan por mayor equidad y justicia. Pareciera que no son muy escuchados.
Deben ser muchas las consultas sin respuestas y muchos los ejemplos que responden por sí solos, pero valla un pedido o rezo de un agnóstico para que todas las religiones, sin importar territorio, raza, bienes o condiciones humanas, breguen por la paz que se consigue con igualdad, equidad, justicia y acción de sus fieles en beneficios de los más desposeídos. Allí seguramente se ganarán el reino del señor.
Por Raúl “Bulín” Fernández
Nuestra Argentina, desde la colonización, fue adquiriendo esos mismos ribetes, con una clara presencia de la iglesia cristiana, con el sello de católica, apostólica, romana; con una presencia territorial muy importante al igual que en el continente.
Este sistema cultural de comportamientos y práctica que derivan, entre otros aspectos, en organización social desde una visión existencialista; tratan de darle un sentido humanista a la persona con hechos sagrados y comportamientos acordes a ese complejo mundo.
Repasando las tradiciones y comportamientos, además de cuestiones vinculadas a modos de bautismos o funerales, misas, congregaciones y hasta la propia orgánica eclesiástica, se supone la búsqueda del bien común y alimento del alma o corazón para hacerlo como principal objetivo.
Si analizamos la historia en general, los movimientos eclesiásticos y sus representaciones territoriales han sido mucho más útiles para el enfrentamiento, la división del planeta, la imposición de los sectores del poder económico y hasta la esclavitud misma del ser humano.
Si bien se revirtieron circunstancias y situaciones más críticas, hoy el mundo vive convulsiones donde lo religioso tiene también que ver no solo con lo colectivo sino también con lo individual.
Se supone que cientos de miles actúan día a día para hacer el bien, bendecidos por sus dioses celestiales y acompañados por su organización en la Tierra; pero no se traduce en los hechos cotidianos. Pareciera que siempre ganan los malos.
Si analizamos que se vive en un mundo mayoritariamente capitalista donde la venta de armas, el tráfico de drogas o la trata de personas son principales “comercios” que habitan el planeta, ¿dónde están los que siguen el camino del bien, los que predican con el ejemplo, los que cada domingo concurren a un templo para compartir la casa de dios?
¿Puede un hombre que no tiene hijos por determinación personal dar consejos de cómo criarlos o considerar enfermedad una elección sexual?
¿Puede la iglesia recomendar formas y estilos de vida cuando en su propio seno acuña pervertidos representantes que el abuso los consigna como tales?
Esas organizaciones de cleros, figuras sagradas, historias emotivas y hasta definiciones de cómo y cuándo se le da sentido a la vida o explicaban el origen del universo, ¿pueden erigirse en predicadores morales, éticos y existencialistas de cómo vivir y hasta cómo morir?
¿Puede un ser superior denominado Dios permitir la muerte, la enfermedad, el hambre, el abuso, la explotación laboral, el hacinamiento, la desculturización o la ignominia de cientos de pibes que pueblan el mundo?
Dentro de esos mismos movimientos y estructuras existen hombres y mujeres que, con su ejemplo y acción, pugnan por mayor equidad y justicia. Pareciera que no son muy escuchados.
Deben ser muchas las consultas sin respuestas y muchos los ejemplos que responden por sí solos, pero valla un pedido o rezo de un agnóstico para que todas las religiones, sin importar territorio, raza, bienes o condiciones humanas, breguen por la paz que se consigue con igualdad, equidad, justicia y acción de sus fieles en beneficios de los más desposeídos. Allí seguramente se ganarán el reino del señor.