Opinión / Todas, todes, todos…

29 SEP 2018 - 19:31 | Actualizado

Por Claudia María Iun (*)

Pretender deconstruir una lengua binaria de un día para el otro es una utopía. Sabemos que en la historia de la humanidad y sus respectivas lenguas, el cambio lingüístico fue y será un hecho social que se permiten las mismas, pero también sabemos que la variación ha sido siempre un proceso muy lento hasta llegar a un cambio permanente dentro de sus sistemas.

Desde el punto de vista de la lengua, cuando hablamos de permanente, no estamos diciendo que en algún momento no pueda volver a cambiar, sólo que en un período de la historia de esa lengua quedará consolidado su cambio, de otro modo nuestra comunicación sería imposible. Vaya paradoja de nuestro código comunicacional, por un lado no se producen cambios abruptamente, por el otro, se permite cambiar el sistema tantas veces como el hablante lo necesite, pues, al cambiar su forma de ver el mundo cambiará su forma de decirlo.

Para la Sociolingüística “uno es en gran medida lo que dice” (Yule 1998:277). Y entonces, pensar hoy como algo absoluto, si “está bien o mal, si es gramatical o agramatical, utilizar formas de uso incipientes, como el caso del uso de ciertas formas posiblemente sufijales como “e” en todes, que generaría un pronombre indefinido neutro, no sería un debate con conclusiones finales, sería más que nada expresar diferentes posturas de acuerdo a la vereda teórica donde uno/a (une) se pare.

Es muy emocionante pensar en que estamos en presencia de un cambio lingüístico que va de la mano de un cambio social tan importante como es luchar por la igualdad de género; y sí, es así, estamos avanzando en esa perspectiva, por lo tanto es impensable que nuestro lenguaje quede al margen de esta movilización.

Eso sí, la variación no se dará solamente porque un grupo social lo impulse unilateralmente, a pesar de las buenas intenciones. El cambio lingüístico no funciona de esa manera (aunque no podemos afirmar que esta no pueda ser la primera vez, siempre hay excepciones). Es necesario que toda una comunidad lingüística acompañe el cambio social, esto es lo sustancial, si el hablante cambia su forma de percibir el mundo, su conceptualización de las experiencias será distinta y distinta será su forma de nombrarla.

Es, en ese momento, donde los cambios se harán permanentes, se consolidarán y se incorporarán a la lengua. El hablante los usará no solo porque es parte de su sistema lingüístico sino porque son parte de su vida, sin extrañamiento, sin incomodidad, sin titubeos, sin pensar si la RAE[1] lo acepta o no lo acepta.

Si el cambio se produce, las academias deberán aceptarlo. Tampoco se puede hacer futurología, no se puede saber cómo serán esas incorporaciones porque este proceso lingüístico es muy lento, necesita varias generaciones de hablantes que sigan el proceso y lo modifiquen. Lo que sí se puede saber hoy, es que la sociedad quiere seguir avanzando en esta dimensión social de igualdad de género y en esto no debe haber vuelta atrás.

Sabemos que todavía hay mucho por andar y luchar. Sabemos que todavía hay mucha desigualdad, cuando eso haya cambiado, ese será el día en que la lengua también cambie. Las próximas generaciones de hablantes serán, ciertamente, las que digan la última palabra.#

(*) Pprofesora y Licenciada en Letras de la UNLP

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29 SEP 2018 - 19:31

Por Claudia María Iun (*)

Pretender deconstruir una lengua binaria de un día para el otro es una utopía. Sabemos que en la historia de la humanidad y sus respectivas lenguas, el cambio lingüístico fue y será un hecho social que se permiten las mismas, pero también sabemos que la variación ha sido siempre un proceso muy lento hasta llegar a un cambio permanente dentro de sus sistemas.

Desde el punto de vista de la lengua, cuando hablamos de permanente, no estamos diciendo que en algún momento no pueda volver a cambiar, sólo que en un período de la historia de esa lengua quedará consolidado su cambio, de otro modo nuestra comunicación sería imposible. Vaya paradoja de nuestro código comunicacional, por un lado no se producen cambios abruptamente, por el otro, se permite cambiar el sistema tantas veces como el hablante lo necesite, pues, al cambiar su forma de ver el mundo cambiará su forma de decirlo.

Para la Sociolingüística “uno es en gran medida lo que dice” (Yule 1998:277). Y entonces, pensar hoy como algo absoluto, si “está bien o mal, si es gramatical o agramatical, utilizar formas de uso incipientes, como el caso del uso de ciertas formas posiblemente sufijales como “e” en todes, que generaría un pronombre indefinido neutro, no sería un debate con conclusiones finales, sería más que nada expresar diferentes posturas de acuerdo a la vereda teórica donde uno/a (une) se pare.

Es muy emocionante pensar en que estamos en presencia de un cambio lingüístico que va de la mano de un cambio social tan importante como es luchar por la igualdad de género; y sí, es así, estamos avanzando en esa perspectiva, por lo tanto es impensable que nuestro lenguaje quede al margen de esta movilización.

Eso sí, la variación no se dará solamente porque un grupo social lo impulse unilateralmente, a pesar de las buenas intenciones. El cambio lingüístico no funciona de esa manera (aunque no podemos afirmar que esta no pueda ser la primera vez, siempre hay excepciones). Es necesario que toda una comunidad lingüística acompañe el cambio social, esto es lo sustancial, si el hablante cambia su forma de percibir el mundo, su conceptualización de las experiencias será distinta y distinta será su forma de nombrarla.

Es, en ese momento, donde los cambios se harán permanentes, se consolidarán y se incorporarán a la lengua. El hablante los usará no solo porque es parte de su sistema lingüístico sino porque son parte de su vida, sin extrañamiento, sin incomodidad, sin titubeos, sin pensar si la RAE[1] lo acepta o no lo acepta.

Si el cambio se produce, las academias deberán aceptarlo. Tampoco se puede hacer futurología, no se puede saber cómo serán esas incorporaciones porque este proceso lingüístico es muy lento, necesita varias generaciones de hablantes que sigan el proceso y lo modifiquen. Lo que sí se puede saber hoy, es que la sociedad quiere seguir avanzando en esta dimensión social de igualdad de género y en esto no debe haber vuelta atrás.

Sabemos que todavía hay mucho por andar y luchar. Sabemos que todavía hay mucha desigualdad, cuando eso haya cambiado, ese será el día en que la lengua también cambie. Las próximas generaciones de hablantes serán, ciertamente, las que digan la última palabra.#

(*) Pprofesora y Licenciada en Letras de la UNLP


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