Historias Mínimas / Cincuenta mil ellas

20 OCT 2018 - 21:41 | Actualizado

Por Sergio Pravaz, especial para Jornada

Sucedió en Trelew, apenas unos días antes de la primera quincena del mes de octubre del año 18. Lo que pasó no sólo fue un hecho histórico de esos que traen material suficiente para ser considerados irrepetibles, y cuyo contenido nos hará hablar, debatir y polemizar por mucho tiempo, sino que tuvo la potencia suficiente como para conmocionar hasta el cimiento más duro y escondido de la sociedad.

Si hacés un pozo profundo, de esos que se hacen para buscar agua o petróleo, bueno, hasta ahí llegó el impacto. Nadie quedó ajeno al suceso. Ni la mayoría que adhirió, ni la minoría que reprobó.

Fue un evento de esos que se recordará de tal modo que hasta vas a saber con exactitud la ropa que llevabas puesta o dónde estabas al momento de acontecer. Marcó un antes y un después, un mojón, una bisagra. Fue una bomba atómica que cayó en el Valle Inferior del Río Chubut y arrasó con Trelew, Rawson, Playa Unión, Puerto Madryn, Gaiman y todos los alrededores hasta extender su onda expansiva más allá de los límites de la provincia. Nada se salvó; ni nadie.

Sus efectos son sin dudas benéficos, más allá de que aún estemos enredados en el detalle, en la comidilla y hasta en la siempre sana y acalorada discusión que se da la sociedad hasta que cada sector pueda elaborar sus propios argumentos.

Las calles y las plazas se fueron poblando lentamente hasta que todo fue un solo y gigantesco pañuelo verde, y un rumor femenino ganó definitivamente el ambiente. Fueron cincuenta mil ellas que llegaron, se distribuyeron las tareas y su extensa paleta de incumbencias, se organizaron, reconocieron los lugares, los contactos, se cruzaron con sus pares, exploraron circunstancias, escrutaron imágenes, felices porque la marea no detenía su crecimiento y todo indicaba que esto ya poseía todos los elementos para ser considerado algo único y que difícilmente se fuera a repetir, al menos en el corto plazo.

Todo fue horizontal; no hubo una cabeza como habitualmente estamos acostumbrados a observar en estos mega eventos que tienen un nivel de convocatoria que más parece que llegaran los Rolling Stones y no cincuenta mil apasionados corazones femeninos dispuestos a pensar, debatir, deliberar, madurar, considerar, reclamar, en talleres, tribunas y encuentros, con un grado de organización envidiable.

De todo el país llegaron y de más allá también porque Trelew se convirtió en un foco irresistible que hizo que llegaran de todas latitudes.

Sí, fueron cincuenta mil, más las otras varias decenas de miles que viven acá y sintieron el llamado a participar. ¿La cifra? Difícil mensurar pero seguramente traspasó largamente ese número oficial.

Ellas se congregaron, porque eso hicieron, fue una comunidad congregada alrededor de una y de varias ideas que desde hace 33 años llevan adelante: levantar la voz para que sean visibles sus reclamos, duros y ásperos como es la vida, y como enseña el abc de cualquier manual de política: los derechos no se solicitan, se arrancan porque si no, jamás llegan a los canales institucionales para que sean instrumento legal que nos obligue a todos, parejitos por igual, a dar cumplimiento con la encomienda.

Y en este tema de los derechos que nadie se asuste, a lo largo de toda la historia de la humanidad ha sido así, nadie te regala un derecho, se reclaman alrededor de una lucha organizada que suele ser muy áspera y hasta brutal, pero así son las relaciones que desarrollamos los humanos en ese sentido. Siempre ha sido así y siempre lo será.

Hasta no hace mucho tiempo, y todavía hay una lamentable vigencia, las mujeres tuvieron invariablemente por destino la esclavitud sexual o en el mejor de los casos, la esclavitud de la maternidad para ser simples reproductoras y criadoras. Bueno, ahora la cosa cambió. Ellas ganaron las calles y también la avenida, plantaron dientes, determinación y sonrisas en las diagonales; están dispuestas a apagar el sol si es preciso; ya están encendiendo otro. O las acompañamos o nuevamente perderemos la oportunidad.

Yo creo que es una fortuna haber podido coincidir en el tiempo de realización del “33 Encuentro Nacional de Mujeres” en Trelew, y poder ser espectadores de algo trascendente que a todos nos ayudará a mirar más profundo para aprender, y para tomar conciencia que somos testigos de un cambio social que se viene, que ya es indetenible.

Trelew se pobló de nuevas voces. Todas pusieron sobre la mesa, las que llegaron y las de acá, el corazón lleno para compartirlo. Hagamos que valga la pena y aprendamos de ellas.

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20 OCT 2018 - 21:41

Por Sergio Pravaz, especial para Jornada

Sucedió en Trelew, apenas unos días antes de la primera quincena del mes de octubre del año 18. Lo que pasó no sólo fue un hecho histórico de esos que traen material suficiente para ser considerados irrepetibles, y cuyo contenido nos hará hablar, debatir y polemizar por mucho tiempo, sino que tuvo la potencia suficiente como para conmocionar hasta el cimiento más duro y escondido de la sociedad.

Si hacés un pozo profundo, de esos que se hacen para buscar agua o petróleo, bueno, hasta ahí llegó el impacto. Nadie quedó ajeno al suceso. Ni la mayoría que adhirió, ni la minoría que reprobó.

Fue un evento de esos que se recordará de tal modo que hasta vas a saber con exactitud la ropa que llevabas puesta o dónde estabas al momento de acontecer. Marcó un antes y un después, un mojón, una bisagra. Fue una bomba atómica que cayó en el Valle Inferior del Río Chubut y arrasó con Trelew, Rawson, Playa Unión, Puerto Madryn, Gaiman y todos los alrededores hasta extender su onda expansiva más allá de los límites de la provincia. Nada se salvó; ni nadie.

Sus efectos son sin dudas benéficos, más allá de que aún estemos enredados en el detalle, en la comidilla y hasta en la siempre sana y acalorada discusión que se da la sociedad hasta que cada sector pueda elaborar sus propios argumentos.

Las calles y las plazas se fueron poblando lentamente hasta que todo fue un solo y gigantesco pañuelo verde, y un rumor femenino ganó definitivamente el ambiente. Fueron cincuenta mil ellas que llegaron, se distribuyeron las tareas y su extensa paleta de incumbencias, se organizaron, reconocieron los lugares, los contactos, se cruzaron con sus pares, exploraron circunstancias, escrutaron imágenes, felices porque la marea no detenía su crecimiento y todo indicaba que esto ya poseía todos los elementos para ser considerado algo único y que difícilmente se fuera a repetir, al menos en el corto plazo.

Todo fue horizontal; no hubo una cabeza como habitualmente estamos acostumbrados a observar en estos mega eventos que tienen un nivel de convocatoria que más parece que llegaran los Rolling Stones y no cincuenta mil apasionados corazones femeninos dispuestos a pensar, debatir, deliberar, madurar, considerar, reclamar, en talleres, tribunas y encuentros, con un grado de organización envidiable.

De todo el país llegaron y de más allá también porque Trelew se convirtió en un foco irresistible que hizo que llegaran de todas latitudes.

Sí, fueron cincuenta mil, más las otras varias decenas de miles que viven acá y sintieron el llamado a participar. ¿La cifra? Difícil mensurar pero seguramente traspasó largamente ese número oficial.

Ellas se congregaron, porque eso hicieron, fue una comunidad congregada alrededor de una y de varias ideas que desde hace 33 años llevan adelante: levantar la voz para que sean visibles sus reclamos, duros y ásperos como es la vida, y como enseña el abc de cualquier manual de política: los derechos no se solicitan, se arrancan porque si no, jamás llegan a los canales institucionales para que sean instrumento legal que nos obligue a todos, parejitos por igual, a dar cumplimiento con la encomienda.

Y en este tema de los derechos que nadie se asuste, a lo largo de toda la historia de la humanidad ha sido así, nadie te regala un derecho, se reclaman alrededor de una lucha organizada que suele ser muy áspera y hasta brutal, pero así son las relaciones que desarrollamos los humanos en ese sentido. Siempre ha sido así y siempre lo será.

Hasta no hace mucho tiempo, y todavía hay una lamentable vigencia, las mujeres tuvieron invariablemente por destino la esclavitud sexual o en el mejor de los casos, la esclavitud de la maternidad para ser simples reproductoras y criadoras. Bueno, ahora la cosa cambió. Ellas ganaron las calles y también la avenida, plantaron dientes, determinación y sonrisas en las diagonales; están dispuestas a apagar el sol si es preciso; ya están encendiendo otro. O las acompañamos o nuevamente perderemos la oportunidad.

Yo creo que es una fortuna haber podido coincidir en el tiempo de realización del “33 Encuentro Nacional de Mujeres” en Trelew, y poder ser espectadores de algo trascendente que a todos nos ayudará a mirar más profundo para aprender, y para tomar conciencia que somos testigos de un cambio social que se viene, que ya es indetenible.

Trelew se pobló de nuevas voces. Todas pusieron sobre la mesa, las que llegaron y las de acá, el corazón lleno para compartirlo. Hagamos que valga la pena y aprendamos de ellas.


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