Bardo mal

Columna de AMJA Chubut/igualdad en la diversidad.

16 FEB 2019 - 20:34 | Actualizado

Por Ulf Christian Eiras Nordenstahl (*).  /  Especial para Jornada

William Shakespeare hacía decir a uno de sus personajes en la comedia Cuento de Invierno: “Quisiera que no hubiese edad entre los dieciséis y los veintitrés años, o que la juventud durmiera durante ese intervalo, pues entre las dos edades no hay otra cosa sino muchachas embarazadas, viejos insultados, robos y peleas”.
Por lo visto no es de ahora esa preocupación adulta sobre los y las adolescentes en lo que se refiere a su modo de comportamiento con respecto a la conducta esperable por la sociedad que integran.
Nos referimos a esa etapa en que se produce el paso desde la infancia a la edad adulta, de la dependencia a la autonomía. El momento de la búsqueda de reconocimiento y la necesidad de adquirir mayor seguridad para poder dejar de ser objeto y convertirse en sujeto. Cuando se va definiendo la identidad al tiempo en que se comienza a elaborar un proyecto de vida.
Los cambios que se producen en las sociedades van modificando el esquema de construcción de nuevas formas de relación de los jóvenes con los mayores significativos y sus pares. Aún cuando siga acudiendo a los adultos para encontrar protección, refugio y consejo; la búsqueda de reafirmación y definición de su identidad implicará una actitud permanentemente crítica hacia ese mismo mundo. Un mundo en apariencia hostil que se le presenta a través de los obstáculos para acceder al mercado laboral, la carencia de canales de participación en el ámbito socio-político, la falta de correlación entre el deseo de lograr los bienes y valores creados culturalmente por la misma sociedad a través del consumo y la publicidad y las dificultades concretas de satisfacerlo. Lo cierto es que debiera existir una correspondencia entre la capacidad de autonomía del sujeto y el ejercicio de los derechos reconocidos socialmente.
Una conducta transgresora puede ser entonces la expresión agresiva o violenta de la angustia por no encontrar la forma de canalizar su energía vital y sus deseos inconscientes. La ley es tomada entonces como un desafío. Ir en contra de la norma representa romper un tabú impuesto, implica un paso necesario en la búsqueda de independencia y autonomía.
El sistema penal judicial, encargado de intervenir en aquellas situaciones en las que se les atribuye a los adolescentes la comisión de un hecho que implique una infracción a la norma, posee un formato despersonalizado y punitivo en el que las decisiones recaen en un juez técnico encargado de distribuir sanciones, sin mayor participación del sujeto acusado, la víctima y menos aún de la comunidad a la que pertenecen. Suele replicar el método de represión y violencia que declama combatir, y ensaya una y otra vez soluciones gastadas que han demostrado su ineficacia.
En los últimos años surgieron otros paradigmas que intentan superar estas contradicciones y trabajar a partir de reconocer las capacidades de los jóvenes, asumiéndolos como sujetos de derecho y actores estratégicos para el cambio y el desarrollo social.
Estos modelos de intervención, denominados restaurativos tienen como eje conductor la promoción de un espacio de encuentro que considere las necesidades mutuas de los jóvenes a quienes se atribuye una infracción penal, los damnificados, y la comunidad. Se focalizan en las relaciones sociales rotas y en la violación del respeto entre las personas, más que en la infracción de leyes.
Se trata de procesos que en sus implicancias vienen a representar una verdadera concepción cultural, buscando contextualizar el conflicto, y a la vez, la legitimación recíproca y positiva del otro en un espacio dialógico de encuentro.
En épocas en las que nuevos personajes suben al escenario a parafrasear al Bardo inglés proponiendo más de lo mismo, o en el peor de los casos, intentando agravar el ya triste y violento recorrido en este campo, resulta apropiado recordar, por un lado, que mucho nos costó como sociedad avanzar en el reconocimiento de los derechos de los niños, niñas y adolescentes; y por el otro, que aún estamos a tiempo de construir otros modelos de abordaje de los conflictos basados en el diálogo y el reconocimiento de las diferencias.#   

(*) Abogado. Mediador. Director de la oficina de conciliación y mediación penal del Ministerio Público Fiscal de la Provincia de Neuquén.

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16 FEB 2019 - 20:34

Por Ulf Christian Eiras Nordenstahl (*).  /  Especial para Jornada

William Shakespeare hacía decir a uno de sus personajes en la comedia Cuento de Invierno: “Quisiera que no hubiese edad entre los dieciséis y los veintitrés años, o que la juventud durmiera durante ese intervalo, pues entre las dos edades no hay otra cosa sino muchachas embarazadas, viejos insultados, robos y peleas”.
Por lo visto no es de ahora esa preocupación adulta sobre los y las adolescentes en lo que se refiere a su modo de comportamiento con respecto a la conducta esperable por la sociedad que integran.
Nos referimos a esa etapa en que se produce el paso desde la infancia a la edad adulta, de la dependencia a la autonomía. El momento de la búsqueda de reconocimiento y la necesidad de adquirir mayor seguridad para poder dejar de ser objeto y convertirse en sujeto. Cuando se va definiendo la identidad al tiempo en que se comienza a elaborar un proyecto de vida.
Los cambios que se producen en las sociedades van modificando el esquema de construcción de nuevas formas de relación de los jóvenes con los mayores significativos y sus pares. Aún cuando siga acudiendo a los adultos para encontrar protección, refugio y consejo; la búsqueda de reafirmación y definición de su identidad implicará una actitud permanentemente crítica hacia ese mismo mundo. Un mundo en apariencia hostil que se le presenta a través de los obstáculos para acceder al mercado laboral, la carencia de canales de participación en el ámbito socio-político, la falta de correlación entre el deseo de lograr los bienes y valores creados culturalmente por la misma sociedad a través del consumo y la publicidad y las dificultades concretas de satisfacerlo. Lo cierto es que debiera existir una correspondencia entre la capacidad de autonomía del sujeto y el ejercicio de los derechos reconocidos socialmente.
Una conducta transgresora puede ser entonces la expresión agresiva o violenta de la angustia por no encontrar la forma de canalizar su energía vital y sus deseos inconscientes. La ley es tomada entonces como un desafío. Ir en contra de la norma representa romper un tabú impuesto, implica un paso necesario en la búsqueda de independencia y autonomía.
El sistema penal judicial, encargado de intervenir en aquellas situaciones en las que se les atribuye a los adolescentes la comisión de un hecho que implique una infracción a la norma, posee un formato despersonalizado y punitivo en el que las decisiones recaen en un juez técnico encargado de distribuir sanciones, sin mayor participación del sujeto acusado, la víctima y menos aún de la comunidad a la que pertenecen. Suele replicar el método de represión y violencia que declama combatir, y ensaya una y otra vez soluciones gastadas que han demostrado su ineficacia.
En los últimos años surgieron otros paradigmas que intentan superar estas contradicciones y trabajar a partir de reconocer las capacidades de los jóvenes, asumiéndolos como sujetos de derecho y actores estratégicos para el cambio y el desarrollo social.
Estos modelos de intervención, denominados restaurativos tienen como eje conductor la promoción de un espacio de encuentro que considere las necesidades mutuas de los jóvenes a quienes se atribuye una infracción penal, los damnificados, y la comunidad. Se focalizan en las relaciones sociales rotas y en la violación del respeto entre las personas, más que en la infracción de leyes.
Se trata de procesos que en sus implicancias vienen a representar una verdadera concepción cultural, buscando contextualizar el conflicto, y a la vez, la legitimación recíproca y positiva del otro en un espacio dialógico de encuentro.
En épocas en las que nuevos personajes suben al escenario a parafrasear al Bardo inglés proponiendo más de lo mismo, o en el peor de los casos, intentando agravar el ya triste y violento recorrido en este campo, resulta apropiado recordar, por un lado, que mucho nos costó como sociedad avanzar en el reconocimiento de los derechos de los niños, niñas y adolescentes; y por el otro, que aún estamos a tiempo de construir otros modelos de abordaje de los conflictos basados en el diálogo y el reconocimiento de las diferencias.#   

(*) Abogado. Mediador. Director de la oficina de conciliación y mediación penal del Ministerio Público Fiscal de la Provincia de Neuquén.


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