Héroe por elección: el conscripto de Trelew Mario Lloyd cuenta su historia

A sus 19 años fue partícipe de la última batalla en las Islas, con el recordado BIM 5. Pese a atravesar un problema de salud, decidió quedarse a luchar con sus compañeros.

01 ABR 2019 - 21:18 | Actualizado

Es la mañana del 13 de junio de 1982 en el hostil territorio de las Islas Malvinas, entre Sapper Hill y Monte Tumbledown. Han pasado varios días del desembarco de las tropas argentinas el 2 de abril. El clima ha cambiado por completo. Aquellos días con sol y algo de calor, se han convertido en lloviznas y terreno congelado por las nevadas.

La tensión es permanente, ya no hay tiempo para pensar en comer, ni distracciones, ni siquiera charlas. Los ingleses han desembarcado y están avanzando por algún lugar a kilómetros por tierra.

En un refugio armado sobre el suelo de piedras calizas y turba, yace inconsciente el soldado conscripto Mario Alfredo Lloyd, del Batallón de Infantería de Marina (BIM) 5*. Es de Trelew y a su lado lo acompaña el camarada Díaz, también de Chubut, de Corcovado. Reina la preocupación. Luce enfermo, le ha dado un ataque y sus compañeros debieron intervenir.

La situación se prolonga por varias horas. El soldado Lloyd poco a poco empieza a recobrar la consciencia. Se siente mareado, débil. Pide agua y algo para mascar. Llega hasta el lugar el suboficial Ceballos: -Conscripto me tiene que acompañar, vamos ir para el Hospital para que le tomen la presión y después vuelve, o se queda ahí hasta mañana si quiere”. La respuesta es negativa, el enemigo está avanzando y pronto llegará hacia sus posiciones.

Así lo recuerda en diálogo con Jornada el conscripto trelewense Mario Lloyd, quien en aquel entonces tenía 19 años: “El suboficial me dijo que volvía pero yo sabía que no tenía tiempo para hacerme volver. Me quería convencer. En ese momento yo le dije que no iba. ´¿Cómo que no?´, me preguntó y me dijo que me aliste. Me pongo un correaje con 8 cargadores, 20 tiradores cada uno, agarré el fusil y salí del refugio hacia la posición”.

-En un rato puede estar lleno de ingleses por acá-afirma el suboficial.

- Lloyd:
No me quiero ir ahora. Esperamos más de 70 días y ahora va a empezar la guerra. Si yo me voy ahora y llegan los ingleses voy a ser uno menos para mis compañeros, me quiero quedar con ellos.

Fue una decisión difícil, pero de extrema valentía. El campo de batalla ya se había convertido en un ambiente familiar. Eran como hermanos. Lloyd presentía que algo importante venía. Sus compañeros después le contarían que había sufrido un ataque de epilepsia que le hizo desvanecer, tras haber cruzado un campo minado a través de un alambre en busca de leña. Pese a la situación límite y el estado de salud, decidió estar allí. “Venía por la mitad del campo minado y confiado con la leña y erré un pie en el alambre. Se me resbalo el pie y sentí un frío por el cuerpo. Comencé a ir con un paso más atento. Terminé de cruzar y me desmayé”.

El refugio de la Compañía era utilizado cuando venían los bombardeos. Como aquel del 1° de mayo que terminó por destruir un inmenso radar. Al refugio lo habían preparado sobre una piedra enorme abierta en dos con una longitud de 11 metros y 60 centímetros de ancho. Y tres metros de altura. Allí en posición de cama india había espacio para 13 personas.

En la posición pasaban la mayoría del tiempo, con las guardias rotativas. “Cuando me despertaba, no me podía mover, me tenía que quedar quieto. Porque si no emanaba el agua. Abajo era todo mojado y si te movías te daba frío porque todo abajo era agua. Tratabas de estar quieto para mantener algo de calor en el cuerpo”.

Lo que se avecinaba era la batalla final de la guerra de Malvinas, a la que decidió quedarse por sus compañeros y por el honor. Desde Monte Tumbledown hasta Sapper Hill. Aquel combate que hoy queda grabado incluso entre los testimonios de los mandos ingleses, como el enfrentamiento más duro que hayan recordado. La resistencia del BIM 5 sería máxima.

La posición está a 70 metros sobre una colina. Es la madrugada del 14 de junio y se escucha una voz. “El cabo segundo Cornaglia me dijo ´Lloyd vaya a ver a la gente de ametralladora y avíseles que calen sable bayoneta por un posible contraataque´. Ese contraataque nunca sucedió, aunque los coroneles ingleses reconocieron que si hubiera ocurrido podrían haber estado en problemas, incluso con riesgo de perder la contienda bélica.

Es bien entrada la mañana del 14. Comienza el fuego sobre Sapper Hill, frente a frente. “Dos helicópteros de los ingleses aparecen por la retaguardia. Eran inmensos y hacían un ruido infernal con la doble hélice. Estaban a 70 metros de distancia y casi a ras del piso, para que empiece a bajar la gente. Nosotros le empezamos a tirar y logramos bajar uno de los helicópteros que queda averiado y el otro emprende la retirada”, relata Lloyd.

La vista desde la posición a 70 metros sobre la planicie es aterradora. Van por tierra directamente al choque de los argentinos guardias escocesas y galesas junto a fusileros gurcas. “Miramos hacia el Valle y abajo en toda la planicie se venían venir ingleses, gorras verdes, rojas, negras, minado. Se enfrentan con la tercera sección de la compañía Mar. Y en ese momento pierden la vida varios conscriptos del batallón nuestro. Nosotros teníamos que cubrir y tirar para que ellos se vengan replegando para nuestro lado. Y de ahí salimos para Puerto Argentino con nuestra bandera. Yo no pude agarrar nada de mi posición. Y ahí quedó una foto de mi vieja, de mi viejo y un crucifijo”.

Son horas de intenso tiroteo y repliegue con un trayecto por algunos kilómetros hasta Puerto Argentino. La rendición ya estaba firmada. El batallón liderado por Carlos Robacio llegaba cerca de las 14 a la plaza central. En ese momento bajaban la bandera argentina para izar la inglesa.

“Llegamos a Puerto Argentino, detrás el guardamarina Koch con una cara totalmente distinta, enfurecido, fuera de sí. Estaba mal. Había perdido muchos soldados. Nos sentamos en una plaza en Puerto Argentino. Había ingleses y teníamos fusil en mano, no lo habíamos entregado. Pero sabíamos que ya no había nadie combatiendo. Teníamos las municiones, pero estábamos en manos de los ingleses”.

La historia del conscripto trelewense salió a la luz tras 37 años en que permaneció guardada. “No lo conté nunca porque sentíamos en algún momento que éramos menos los que habíamos venido de Malvinas que los que estaban acá. La derrota no era buena, entonces nunca lo conté hasta que hace unos años cuando apareció en un programa de televisión un compañero de compañía, Mario Jara, que contó algo que me marcó: ´Tenemos un excombatiente que no quiso abandonar la posición para quedarse con sus compañeros y estaba enfermo y lo quisieron llevar y no quiso irse´”.

“Yo sabía que se refería a mí porque Jara mencionó que ese compañero trabaja en el Ministerio de Educación, y yo era el único. Hace algunos días conté gran parte de la historia a mi esposa por primera vez y mi hijo escuchó. Sale de su pieza, viene y me dice: ´Hoy que tenés una nieta es bueno que quede escrito. Porque hay gente que no lo sabe y los tuyos se tienen que enterar. Que algún día lea lo que le pasó al abuelo´”.

Son muchas las anécdotas que quedaron atrapadas en las Islas. La comida faltaba, y el agua también era un gran problema. “Cuando llegamos a Malvinas empezamos a ver unas especies de lagunas y fuimos a buscar agua y estaba prohibido. Porque los argentinos suponíamos que los ingleses habían envenenado esa agua. Entonces no nos dejaban. Empecé a caminar por la colina. Agarro un caminito y encuentro un yuyo verde entre las piedras. Voy a la planta y le toco su raíz. Y tenía humedad. Le hago un hueco de 10 centímetros y lo dejo y lo tapo y me voy. A las horas voy y tenía agua. Entonces empecé a sacar agua de a poco. Así iba llenando la caramacoc día a día. Hasta que pasaron dos o tres días y ese pozo se llenaba de agua y era una vertiente de la cual nos abastecimos”.

El regreso

El Bahía Paraíso fue el buque que los trasladó a continente. El conscripto Lloyd permaneció cerca de tres meses en Río Grande, donde estaba su batallón. Llegó el tiempo de volver a Trelew. Allí lo esperaban hermanos y sus padres. El encuentro con su madre fue algo dramático, pero por otras razones. Le viene a la mente una fuerte emoción. “Cuando la veo a mi vieja no tengo mejor idea que cargarla. Uno no pensaba lo que había ocasionado. Iban a las comisarías, a Madryn porque llegaban buques. Cuando va pasando le digo ´Hola señorita´, y mi vieja me mira y se pierde en el piso. Se desmayó y a los gritos le digo a mis hermanos que me ayuden a levantarla. Me conoció, pero no lo creía”.

La historia, la de la vida del combatiente, seguirá siempre en la memoria y será resignificada desde la visión del que estuvo en combate. “No hay un día que no te acordás de Malvinas. Una bandera, un mástil, un globo que explota, un cohete de fin de año. Cualquier cosa te trae Malvinas a la mente. Tengo la suerte de tener un pedacito de chacra donde tengo unos árboles y siembro y la mayoría del tiempo pienso en mi familia y en Malvinas. Quizás porque hoy no es nuestra. Sí es Argentina, pero no la tenemos. Yo no puedo yo ir a Malvinas hoy. No puedo ir a Chile, de ahí a Malvinas. Quedarme con los ingleses allá una semana, no quisiera. Quisiera ir a ver mi posición y volver en el día, algo que no se puede hacer. Nosotros tenemos que pensar siempre en hacer que la historia diga que las Malvinas son argentinas y hoy están ocupadas por un invasor inglés”. Y siempre en la mente, la posibilidad de volver por lo propio. “Para mí volver a ese suelo es lo que le falta al carretel, para recuperar lo que quedó ahí”. La mirada hacia atrás, reinterpretando lo que en ese entonces fue visto como un fracaso, en una hazaña. Ya no como chicos que fueron obligados a pelear, sino de hombres que en tierra lucharon por el honor de un país y hasta tomaron decisiones para quedarse a combatir. “El nombre del BIM 5 se hizo respetar. El BIM 5 había tenido mucha práctica para ir a las Malvinas, estaba preparado. Recorríamos los campos de Río Grande con municiones, tirando, inclusive teníamos cerca de 6 meses de estar en el batallón. Desde septiembre al 2 de abril eran 6 meses todo el tiempo con práctica”. 3

*Lloyd Mario Alfredo, conscripto Clase 62, cuarta tanda. Matrícula Nº534728, jefe del primer pelotón del Segundo grupo de la segunda sección. de tiradores MAR. Batallón de Infantería de Marina 5, Río Grande.

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01 ABR 2019 - 21:18

Es la mañana del 13 de junio de 1982 en el hostil territorio de las Islas Malvinas, entre Sapper Hill y Monte Tumbledown. Han pasado varios días del desembarco de las tropas argentinas el 2 de abril. El clima ha cambiado por completo. Aquellos días con sol y algo de calor, se han convertido en lloviznas y terreno congelado por las nevadas.

La tensión es permanente, ya no hay tiempo para pensar en comer, ni distracciones, ni siquiera charlas. Los ingleses han desembarcado y están avanzando por algún lugar a kilómetros por tierra.

En un refugio armado sobre el suelo de piedras calizas y turba, yace inconsciente el soldado conscripto Mario Alfredo Lloyd, del Batallón de Infantería de Marina (BIM) 5*. Es de Trelew y a su lado lo acompaña el camarada Díaz, también de Chubut, de Corcovado. Reina la preocupación. Luce enfermo, le ha dado un ataque y sus compañeros debieron intervenir.

La situación se prolonga por varias horas. El soldado Lloyd poco a poco empieza a recobrar la consciencia. Se siente mareado, débil. Pide agua y algo para mascar. Llega hasta el lugar el suboficial Ceballos: -Conscripto me tiene que acompañar, vamos ir para el Hospital para que le tomen la presión y después vuelve, o se queda ahí hasta mañana si quiere”. La respuesta es negativa, el enemigo está avanzando y pronto llegará hacia sus posiciones.

Así lo recuerda en diálogo con Jornada el conscripto trelewense Mario Lloyd, quien en aquel entonces tenía 19 años: “El suboficial me dijo que volvía pero yo sabía que no tenía tiempo para hacerme volver. Me quería convencer. En ese momento yo le dije que no iba. ´¿Cómo que no?´, me preguntó y me dijo que me aliste. Me pongo un correaje con 8 cargadores, 20 tiradores cada uno, agarré el fusil y salí del refugio hacia la posición”.

-En un rato puede estar lleno de ingleses por acá-afirma el suboficial.

- Lloyd:
No me quiero ir ahora. Esperamos más de 70 días y ahora va a empezar la guerra. Si yo me voy ahora y llegan los ingleses voy a ser uno menos para mis compañeros, me quiero quedar con ellos.

Fue una decisión difícil, pero de extrema valentía. El campo de batalla ya se había convertido en un ambiente familiar. Eran como hermanos. Lloyd presentía que algo importante venía. Sus compañeros después le contarían que había sufrido un ataque de epilepsia que le hizo desvanecer, tras haber cruzado un campo minado a través de un alambre en busca de leña. Pese a la situación límite y el estado de salud, decidió estar allí. “Venía por la mitad del campo minado y confiado con la leña y erré un pie en el alambre. Se me resbalo el pie y sentí un frío por el cuerpo. Comencé a ir con un paso más atento. Terminé de cruzar y me desmayé”.

El refugio de la Compañía era utilizado cuando venían los bombardeos. Como aquel del 1° de mayo que terminó por destruir un inmenso radar. Al refugio lo habían preparado sobre una piedra enorme abierta en dos con una longitud de 11 metros y 60 centímetros de ancho. Y tres metros de altura. Allí en posición de cama india había espacio para 13 personas.

En la posición pasaban la mayoría del tiempo, con las guardias rotativas. “Cuando me despertaba, no me podía mover, me tenía que quedar quieto. Porque si no emanaba el agua. Abajo era todo mojado y si te movías te daba frío porque todo abajo era agua. Tratabas de estar quieto para mantener algo de calor en el cuerpo”.

Lo que se avecinaba era la batalla final de la guerra de Malvinas, a la que decidió quedarse por sus compañeros y por el honor. Desde Monte Tumbledown hasta Sapper Hill. Aquel combate que hoy queda grabado incluso entre los testimonios de los mandos ingleses, como el enfrentamiento más duro que hayan recordado. La resistencia del BIM 5 sería máxima.

La posición está a 70 metros sobre una colina. Es la madrugada del 14 de junio y se escucha una voz. “El cabo segundo Cornaglia me dijo ´Lloyd vaya a ver a la gente de ametralladora y avíseles que calen sable bayoneta por un posible contraataque´. Ese contraataque nunca sucedió, aunque los coroneles ingleses reconocieron que si hubiera ocurrido podrían haber estado en problemas, incluso con riesgo de perder la contienda bélica.

Es bien entrada la mañana del 14. Comienza el fuego sobre Sapper Hill, frente a frente. “Dos helicópteros de los ingleses aparecen por la retaguardia. Eran inmensos y hacían un ruido infernal con la doble hélice. Estaban a 70 metros de distancia y casi a ras del piso, para que empiece a bajar la gente. Nosotros le empezamos a tirar y logramos bajar uno de los helicópteros que queda averiado y el otro emprende la retirada”, relata Lloyd.

La vista desde la posición a 70 metros sobre la planicie es aterradora. Van por tierra directamente al choque de los argentinos guardias escocesas y galesas junto a fusileros gurcas. “Miramos hacia el Valle y abajo en toda la planicie se venían venir ingleses, gorras verdes, rojas, negras, minado. Se enfrentan con la tercera sección de la compañía Mar. Y en ese momento pierden la vida varios conscriptos del batallón nuestro. Nosotros teníamos que cubrir y tirar para que ellos se vengan replegando para nuestro lado. Y de ahí salimos para Puerto Argentino con nuestra bandera. Yo no pude agarrar nada de mi posición. Y ahí quedó una foto de mi vieja, de mi viejo y un crucifijo”.

Son horas de intenso tiroteo y repliegue con un trayecto por algunos kilómetros hasta Puerto Argentino. La rendición ya estaba firmada. El batallón liderado por Carlos Robacio llegaba cerca de las 14 a la plaza central. En ese momento bajaban la bandera argentina para izar la inglesa.

“Llegamos a Puerto Argentino, detrás el guardamarina Koch con una cara totalmente distinta, enfurecido, fuera de sí. Estaba mal. Había perdido muchos soldados. Nos sentamos en una plaza en Puerto Argentino. Había ingleses y teníamos fusil en mano, no lo habíamos entregado. Pero sabíamos que ya no había nadie combatiendo. Teníamos las municiones, pero estábamos en manos de los ingleses”.

La historia del conscripto trelewense salió a la luz tras 37 años en que permaneció guardada. “No lo conté nunca porque sentíamos en algún momento que éramos menos los que habíamos venido de Malvinas que los que estaban acá. La derrota no era buena, entonces nunca lo conté hasta que hace unos años cuando apareció en un programa de televisión un compañero de compañía, Mario Jara, que contó algo que me marcó: ´Tenemos un excombatiente que no quiso abandonar la posición para quedarse con sus compañeros y estaba enfermo y lo quisieron llevar y no quiso irse´”.

“Yo sabía que se refería a mí porque Jara mencionó que ese compañero trabaja en el Ministerio de Educación, y yo era el único. Hace algunos días conté gran parte de la historia a mi esposa por primera vez y mi hijo escuchó. Sale de su pieza, viene y me dice: ´Hoy que tenés una nieta es bueno que quede escrito. Porque hay gente que no lo sabe y los tuyos se tienen que enterar. Que algún día lea lo que le pasó al abuelo´”.

Son muchas las anécdotas que quedaron atrapadas en las Islas. La comida faltaba, y el agua también era un gran problema. “Cuando llegamos a Malvinas empezamos a ver unas especies de lagunas y fuimos a buscar agua y estaba prohibido. Porque los argentinos suponíamos que los ingleses habían envenenado esa agua. Entonces no nos dejaban. Empecé a caminar por la colina. Agarro un caminito y encuentro un yuyo verde entre las piedras. Voy a la planta y le toco su raíz. Y tenía humedad. Le hago un hueco de 10 centímetros y lo dejo y lo tapo y me voy. A las horas voy y tenía agua. Entonces empecé a sacar agua de a poco. Así iba llenando la caramacoc día a día. Hasta que pasaron dos o tres días y ese pozo se llenaba de agua y era una vertiente de la cual nos abastecimos”.

El regreso

El Bahía Paraíso fue el buque que los trasladó a continente. El conscripto Lloyd permaneció cerca de tres meses en Río Grande, donde estaba su batallón. Llegó el tiempo de volver a Trelew. Allí lo esperaban hermanos y sus padres. El encuentro con su madre fue algo dramático, pero por otras razones. Le viene a la mente una fuerte emoción. “Cuando la veo a mi vieja no tengo mejor idea que cargarla. Uno no pensaba lo que había ocasionado. Iban a las comisarías, a Madryn porque llegaban buques. Cuando va pasando le digo ´Hola señorita´, y mi vieja me mira y se pierde en el piso. Se desmayó y a los gritos le digo a mis hermanos que me ayuden a levantarla. Me conoció, pero no lo creía”.

La historia, la de la vida del combatiente, seguirá siempre en la memoria y será resignificada desde la visión del que estuvo en combate. “No hay un día que no te acordás de Malvinas. Una bandera, un mástil, un globo que explota, un cohete de fin de año. Cualquier cosa te trae Malvinas a la mente. Tengo la suerte de tener un pedacito de chacra donde tengo unos árboles y siembro y la mayoría del tiempo pienso en mi familia y en Malvinas. Quizás porque hoy no es nuestra. Sí es Argentina, pero no la tenemos. Yo no puedo yo ir a Malvinas hoy. No puedo ir a Chile, de ahí a Malvinas. Quedarme con los ingleses allá una semana, no quisiera. Quisiera ir a ver mi posición y volver en el día, algo que no se puede hacer. Nosotros tenemos que pensar siempre en hacer que la historia diga que las Malvinas son argentinas y hoy están ocupadas por un invasor inglés”. Y siempre en la mente, la posibilidad de volver por lo propio. “Para mí volver a ese suelo es lo que le falta al carretel, para recuperar lo que quedó ahí”. La mirada hacia atrás, reinterpretando lo que en ese entonces fue visto como un fracaso, en una hazaña. Ya no como chicos que fueron obligados a pelear, sino de hombres que en tierra lucharon por el honor de un país y hasta tomaron decisiones para quedarse a combatir. “El nombre del BIM 5 se hizo respetar. El BIM 5 había tenido mucha práctica para ir a las Malvinas, estaba preparado. Recorríamos los campos de Río Grande con municiones, tirando, inclusive teníamos cerca de 6 meses de estar en el batallón. Desde septiembre al 2 de abril eran 6 meses todo el tiempo con práctica”. 3

*Lloyd Mario Alfredo, conscripto Clase 62, cuarta tanda. Matrícula Nº534728, jefe del primer pelotón del Segundo grupo de la segunda sección. de tiradores MAR. Batallón de Infantería de Marina 5, Río Grande.


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