La Novena de Beethoven, una epifanía

Historias Mínimas.

13 ABR 2019 - 20:54 | Actualizado

Por Sergio Pravaz

Usted escuchó alguna vez la Novena Sinfonía de Beethoven? Haga el intento, no se deje intimidar por la imagen que proyecta el mundo de la música clásica, que en realidad hay que denominarla como música europea, música no popular, o como fuere, pero no clásica.

Hablo de su carácter elitista, que felizmente con el tiempo ha comenzado a ceder, pero que aún aleja penosamente a la gente, sea por falta de divulgación, por prejuicio, o por ambos, y que impide disfrutar otra corriente legítima en la producción de belleza que nosotros los humanos somos capaces de generar.

Vale la pena el esfuerzo, no lo dude y no se amedrente.

Mi abuela Leonor, mujer anticlerical por donde se la mire, decía que a la novena sinfonía había que escucharla de rodillas, que ese era el modo correcto para agradecer, no a un dios, sino a ese sordo genial y malhumorado que fue Ludwig van Beethoven, un vecino totalmente loco que era poco tolerado en el barrio; ni el verdulero, ni la panadera, ni el que cuidaba caballos, ni la florista se lo bancaban; tampoco lo querían la perfumista, el sastre ni el comisario; y en el bar mucho menos, ya que hablaba a los gritos porque estaba más sordo que cien murciélagos sordos, y tenía un temperamento de los mil demonios que le salía por los ojos, las orejas y los dedos cada vez que el tipo se agarraba una calentura.

Aun así, fue capaz de componer una música maravillosa, sorprendente y muy audaz, sobre todo la Novena, también conocida como Coral, su última sinfonía completa, cuyo cuarto movimiento subraya un final que patea todo lo conocido en términos de música y obliga a barajar y dar de nuevo.

La compuso a puro golpe de mente, talento y memoria porque a esa altura ya no era capaz de escuchar ni el relincho de mil caballos adentro de una cocina. Sucede que un genio de su talla no necesitaba escuchar de manera física los sonidos porque los tenía a todos en el interior de su cabeza.

La crónica señala que al finalizar el gran concierto, el músico seguía leyendo la partitura sin percatarse que los cuatro solistas y el coro habían concluido y la gente ya revoleaba pañuelos, sombreros, chalinas, vítores y aplausos, con los encendedores prendidos (si hubiesen existido). Cuando una de las solistas le tocó el brazo recién ahí el músico se percató y saludó al público que ya deliraba como si fuese un concierto de rock.

Es tal vez de sus obras la más trascendente y popular y excede largamente el marco de su género musical. Con el tiempo se ha convertido en un símbolo de la libertad, tanto que Herbert von Karajan hizo una adaptación que desde el año 1972 es el Himno de la Unión Europea.

Así mismo, la UNESCO incluyó el original de la partitura en el Registro de la Memoria del Mundo, como herencia espiritual de la raza humana. Otro dato relevante es que el bueno de Ludwig, quien fue un fervoroso libertario que despreció en forma pareja a monarcas, ricachones y demás señores de la nobleza, fue el primer músico verdaderamente independiente de la historia, ya que anteriormente los mecenas, al sufragar tus gastos de alimentación, vestido, corte de pelo, viajes, vicios, etc. te trataban como personal propio para lo que se les pudiera ocurrir.

Los editores europeos eran capaces de matar para poseer el derecho a editar sus obras, y la aristocracia austríaca hacía cola para ponerle plata en los bolsillos. De ese modo se mantuvo en forma independiente hasta que la sordera comenzó tempranamente a pisarle los talones.

Aun así, compuso sin parar hasta los 56 años, edad en la que se fue a componer a otra dimensión, pero en vida fue capaz de legarnos nueve sinfonías, obras para piano, para violín, música de cámara, conciertos, misas, oratorios, una ópera, un ballet, música para teatro.

Ah, pero la Novena Sinfonía vale media humanidad, sin dudas. No dejen de escucharla. Hagan el esfuerzo, dobleguen la pereza, venzan el prejuicio, junten paciencia, permitan que esa música les entre, los trabaje y los lleve. Es muy alucinante, sobre todo el cuarto movimiento. Beethoven era realmente heavy, sobre todo en la última parte, el conocido como Himno a la alegría, con palabras del famoso poema de Friedrich Schiller “Oda a la alegría” y ese coro mortal que te pega como si las cataratas del Iguazú te dieran justo en el pecho, como si te persiguiera una manada de 100 lobos hambrientos, como si de repente te despertaras de un sueño y de ahí pasaras a otro sueño, y a otro, y a otro, y no pudieras reconocer nada de lo que hay a tu alrededor en todo tu día lleno de rutinas. Tiene una potencia y una densidad solo comparable a una epifanía.

Fueron seis años de labor lo que le insumió a Ludwig componer el encargo que le hizo la Sociedad Filarmónica de Londres. Él siempre quiso musicalizar el poema de Schiller y cuando lo logró, puso todo patas para arriba porque naturalmente se encargó de romper el orden establecido hasta el momento. Su obra conmociona y perturba, como el mundo que le tocó vivir, un mundo agitado, en plena transición, lleno de guerras y revoluciones y de esa manera cambió el modo de componer y apreciar la música.

Tenía razón mi abuela Leonor cuando afirmaba que la más grande de las divinidades solo se puede encontrar en aquellos actos de la creación humana, sobre todo en los del arte.

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13 ABR 2019 - 20:54

Por Sergio Pravaz

Usted escuchó alguna vez la Novena Sinfonía de Beethoven? Haga el intento, no se deje intimidar por la imagen que proyecta el mundo de la música clásica, que en realidad hay que denominarla como música europea, música no popular, o como fuere, pero no clásica.

Hablo de su carácter elitista, que felizmente con el tiempo ha comenzado a ceder, pero que aún aleja penosamente a la gente, sea por falta de divulgación, por prejuicio, o por ambos, y que impide disfrutar otra corriente legítima en la producción de belleza que nosotros los humanos somos capaces de generar.

Vale la pena el esfuerzo, no lo dude y no se amedrente.

Mi abuela Leonor, mujer anticlerical por donde se la mire, decía que a la novena sinfonía había que escucharla de rodillas, que ese era el modo correcto para agradecer, no a un dios, sino a ese sordo genial y malhumorado que fue Ludwig van Beethoven, un vecino totalmente loco que era poco tolerado en el barrio; ni el verdulero, ni la panadera, ni el que cuidaba caballos, ni la florista se lo bancaban; tampoco lo querían la perfumista, el sastre ni el comisario; y en el bar mucho menos, ya que hablaba a los gritos porque estaba más sordo que cien murciélagos sordos, y tenía un temperamento de los mil demonios que le salía por los ojos, las orejas y los dedos cada vez que el tipo se agarraba una calentura.

Aun así, fue capaz de componer una música maravillosa, sorprendente y muy audaz, sobre todo la Novena, también conocida como Coral, su última sinfonía completa, cuyo cuarto movimiento subraya un final que patea todo lo conocido en términos de música y obliga a barajar y dar de nuevo.

La compuso a puro golpe de mente, talento y memoria porque a esa altura ya no era capaz de escuchar ni el relincho de mil caballos adentro de una cocina. Sucede que un genio de su talla no necesitaba escuchar de manera física los sonidos porque los tenía a todos en el interior de su cabeza.

La crónica señala que al finalizar el gran concierto, el músico seguía leyendo la partitura sin percatarse que los cuatro solistas y el coro habían concluido y la gente ya revoleaba pañuelos, sombreros, chalinas, vítores y aplausos, con los encendedores prendidos (si hubiesen existido). Cuando una de las solistas le tocó el brazo recién ahí el músico se percató y saludó al público que ya deliraba como si fuese un concierto de rock.

Es tal vez de sus obras la más trascendente y popular y excede largamente el marco de su género musical. Con el tiempo se ha convertido en un símbolo de la libertad, tanto que Herbert von Karajan hizo una adaptación que desde el año 1972 es el Himno de la Unión Europea.

Así mismo, la UNESCO incluyó el original de la partitura en el Registro de la Memoria del Mundo, como herencia espiritual de la raza humana. Otro dato relevante es que el bueno de Ludwig, quien fue un fervoroso libertario que despreció en forma pareja a monarcas, ricachones y demás señores de la nobleza, fue el primer músico verdaderamente independiente de la historia, ya que anteriormente los mecenas, al sufragar tus gastos de alimentación, vestido, corte de pelo, viajes, vicios, etc. te trataban como personal propio para lo que se les pudiera ocurrir.

Los editores europeos eran capaces de matar para poseer el derecho a editar sus obras, y la aristocracia austríaca hacía cola para ponerle plata en los bolsillos. De ese modo se mantuvo en forma independiente hasta que la sordera comenzó tempranamente a pisarle los talones.

Aun así, compuso sin parar hasta los 56 años, edad en la que se fue a componer a otra dimensión, pero en vida fue capaz de legarnos nueve sinfonías, obras para piano, para violín, música de cámara, conciertos, misas, oratorios, una ópera, un ballet, música para teatro.

Ah, pero la Novena Sinfonía vale media humanidad, sin dudas. No dejen de escucharla. Hagan el esfuerzo, dobleguen la pereza, venzan el prejuicio, junten paciencia, permitan que esa música les entre, los trabaje y los lleve. Es muy alucinante, sobre todo el cuarto movimiento. Beethoven era realmente heavy, sobre todo en la última parte, el conocido como Himno a la alegría, con palabras del famoso poema de Friedrich Schiller “Oda a la alegría” y ese coro mortal que te pega como si las cataratas del Iguazú te dieran justo en el pecho, como si te persiguiera una manada de 100 lobos hambrientos, como si de repente te despertaras de un sueño y de ahí pasaras a otro sueño, y a otro, y a otro, y no pudieras reconocer nada de lo que hay a tu alrededor en todo tu día lleno de rutinas. Tiene una potencia y una densidad solo comparable a una epifanía.

Fueron seis años de labor lo que le insumió a Ludwig componer el encargo que le hizo la Sociedad Filarmónica de Londres. Él siempre quiso musicalizar el poema de Schiller y cuando lo logró, puso todo patas para arriba porque naturalmente se encargó de romper el orden establecido hasta el momento. Su obra conmociona y perturba, como el mundo que le tocó vivir, un mundo agitado, en plena transición, lleno de guerras y revoluciones y de esa manera cambió el modo de componer y apreciar la música.

Tenía razón mi abuela Leonor cuando afirmaba que la más grande de las divinidades solo se puede encontrar en aquellos actos de la creación humana, sobre todo en los del arte.


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