El Superior confirmó la prisión perpetua para un femicida que golpeó y asfixió a su pareja

En enero de 2017, Nelson Aguilante asesinó a su pareja Débora Martínez. Según los jueces, fue la violenta conclusión de una relación de sometimiento, en la que aisló a la mujer de su familia. Los ministros consideraron que la sentencia fue bien fundamentada y rechazaron la impugnación de la defensa.

24 ABR 2019 - 21:15 | Actualizado

El Superior Tribunal de Justicia confirmó la prisión perpetua para Nelson Aguilante, el femicida de Débora Martínez. El crimen ocurrió en 2017 en Comodoro Rivadavia. La Sala Penal rechazó la impugnación extraordinaria de la Defensa Pública, que pidió atenuar la pena al considerar que a lo sumo fue un homicidio simple. El caso ya había pasado por un tribunal ordinario y por la Cámara Penal de Comodoro.

Entre las 21.30 del 26 de enero de 2017 y las 0.05 del 27, Martínez estaba en su casa de Teniente Merlo al 2.100 del barrio Próspero Palazzo de Comodoro. Allí vivía desde hacía dos años con su pareja, Aguilante. La trompeó y la golpeó con un elemento contundente. La hirió en todo el cuerpo. La asfixió apretándole el cuello. Según el fallo, “el ataque fue conclusión de una relación signada por violencia de género, en la que Martínez se encontraba en una situación de subordinación y sometimiento hacia Aguilante, basada en una relación desigual de poder”.

El defensor impugnó el fallo ante la Cámara, sin éxito. Llegó al STJ. Dijo que el fallo tenía “razonamientos ilógicos y una interpretación parcial de la prueba”. Se quejó porque no se aplicó el beneficio de la duda. Pidió la absolución o aplicar la figura del homicidio simple, sin agravantes.

Reclamó que se tenga en cuenta la dependencia al alcohol del acusado y el “trastorno bipolar” que sufría la víctima, para comprender la mecánica de la relación.

El voto del ministro Alejandro Panizzi advirtió que en el fallo no se notaba arbitrariedad: “Los jueces inspeccionaron de manera integral y minuciosa la condena y la prueba (...) El Estado afirmó y ratificó la culpabilidad en sendas ocasiones consecutivas, por medio de dos órganos judiciales distintos”, escribió.

Los vecinos de la pareja, Sergio Parra Cadín y María Gueicha, fueron los primeros en enterarse del hecho de boca del propio imputado, quien fue a su casa a pedir ayuda. Aguilante les dijo que había hallado a Martínez con un golpe en la cabeza y desmayada. El acusado tenía el torso desnudo y el cabello mojado, como recién bañado. Decía haber sido atacado pero no tenía sangre. Gueicha llamó a la Policía.

La mujer yacía en el piso, boca arriba, sin pulso, con el pantalón bajo hasta la rodilla, el cabello húmedo y la sangre de la cara disuelta, lavada. El piso de cemento estaba húmedo y limpio, recién lavado. El cuerpo había sido movido de su posición original: el autor había tratado de enmascarar la escena del hecho.

En el juicio, los familiares dieron cuenta del “carácter posesivo y manipulador” de Aguilante. La madre, Claudia Andreini, contó que cuando su hija se fue a vivir con él, “la víctima se aisló de la familia; no les permitía ingresar al domicilio cuando la iban a visitar, los recibía en la calle”.

Tras el incendio de la casa que la obligó a regresar a lo de su madre, le contó los problemas y discusiones que tenía con Aguilante. “Era muy agresivo y tenía mucho miedo de él”. Pero su hija “lo amaba y contra eso no hay nada”. El padrastro de Débora también mencionó que no les permitía el acceso a la morada cuando la iban a saludar.

Antonella Belén Zalazar, su media hermana, declaró que Débora “se alejó de su familia; estaba enfrentada”. Aunque amaba al hombre “ya no deseaba continuar la relación”. Una noche Aguilante llegó borracho, discutió a los gritos con Débora y la tomó del cuello. Hasta le controlaba el Facebook.

Otro hermano, Pablo Zalazar, dijo que desde que comenzaron la relación, ella evitaba a su familia. “Tenían muchas discusiones y cada vez que se peleaban, el inculpado le pedía que volvieran. Su hermana estaba muy asustada por las reacciones violentas de su pareja. Aguilante solía mandarles mensajes agresivos desde el celular de Débora, haciéndose pasar por ella”. Ella se sentía “sometida y manipulada”.

Graciela Márquez, amiga, narró al tribunal que Débora le había revelado las amenazas y las agresiones físicas. “Estaba aterrada y se quería separar”.

Según Panizzi, “el acusado tenía una relación posesiva y dominante hacia Martínez; todo el tiempo buscaba enfrentar a Débora a sus familiares y había logrado aislarla y recluirla en el hogar conyugal, al que sus allegados no tenían acceso”.

Rocío Maldonado, vecina, escuchó varias discusiones muy fuertes, con golpes. “Débora le imploraba a Aguilante que cesara, porque de lo contrario la mataría”. El día del hecho vio que tomaba del cuello a Martínez, que la “acogotaba”. No vio a nadie más.

Gabriel Muchiut fue el último vecino en ver con vida a Martínez. Esa noche observó cuando Aguilante “salió como bestia” de la casa y se dirigió hacia Débora, cerca del canasto de la basura. Le decía: «Mamita, mi amor, no me dejes, no me hagas ninguna denuncia». Los jueces consideraron como “patrón de comportamiento” el ahorcamiento. Es que las agresiones siempre eran al cuello.

Panizzi consideró que “existía una relación afectiva con contenido sexual, que involucró convivencia y un proyecto de vida en común”. El juicio probó la figura de femicidio íntimo: la subordinación de Débora por medio de la violencia, su aislamiento, acompañado de otras formas de dominación -amenazas constantes y control absoluto sobre cualquier decisión que implicara la ruptura del vínculo-, para concluir con la muerte violenta.

Según el voto de Miguel Donnet, “la Defensa no demostró arbitrariedad en la valoración de las pericias, informes, documental y testimonios. Los jueces explicaron las razones por las que ponderaron las declaraciones y efectuaron un análisis conglobado con la demás pruebas”. Se comprobaron las agresiones físicas, amenazas, control de las comunicaciones de la víctima con otras personas -aún familiares- temor de la víctima a su pareja, insultos y malos tratos.

Según el voto de Mario Vivas, los testimonios del círculo íntimo, “demuestran claramente la personalidad enfermiza del imputado”.

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24 ABR 2019 - 21:15

El Superior Tribunal de Justicia confirmó la prisión perpetua para Nelson Aguilante, el femicida de Débora Martínez. El crimen ocurrió en 2017 en Comodoro Rivadavia. La Sala Penal rechazó la impugnación extraordinaria de la Defensa Pública, que pidió atenuar la pena al considerar que a lo sumo fue un homicidio simple. El caso ya había pasado por un tribunal ordinario y por la Cámara Penal de Comodoro.

Entre las 21.30 del 26 de enero de 2017 y las 0.05 del 27, Martínez estaba en su casa de Teniente Merlo al 2.100 del barrio Próspero Palazzo de Comodoro. Allí vivía desde hacía dos años con su pareja, Aguilante. La trompeó y la golpeó con un elemento contundente. La hirió en todo el cuerpo. La asfixió apretándole el cuello. Según el fallo, “el ataque fue conclusión de una relación signada por violencia de género, en la que Martínez se encontraba en una situación de subordinación y sometimiento hacia Aguilante, basada en una relación desigual de poder”.

El defensor impugnó el fallo ante la Cámara, sin éxito. Llegó al STJ. Dijo que el fallo tenía “razonamientos ilógicos y una interpretación parcial de la prueba”. Se quejó porque no se aplicó el beneficio de la duda. Pidió la absolución o aplicar la figura del homicidio simple, sin agravantes.

Reclamó que se tenga en cuenta la dependencia al alcohol del acusado y el “trastorno bipolar” que sufría la víctima, para comprender la mecánica de la relación.

El voto del ministro Alejandro Panizzi advirtió que en el fallo no se notaba arbitrariedad: “Los jueces inspeccionaron de manera integral y minuciosa la condena y la prueba (...) El Estado afirmó y ratificó la culpabilidad en sendas ocasiones consecutivas, por medio de dos órganos judiciales distintos”, escribió.

Los vecinos de la pareja, Sergio Parra Cadín y María Gueicha, fueron los primeros en enterarse del hecho de boca del propio imputado, quien fue a su casa a pedir ayuda. Aguilante les dijo que había hallado a Martínez con un golpe en la cabeza y desmayada. El acusado tenía el torso desnudo y el cabello mojado, como recién bañado. Decía haber sido atacado pero no tenía sangre. Gueicha llamó a la Policía.

La mujer yacía en el piso, boca arriba, sin pulso, con el pantalón bajo hasta la rodilla, el cabello húmedo y la sangre de la cara disuelta, lavada. El piso de cemento estaba húmedo y limpio, recién lavado. El cuerpo había sido movido de su posición original: el autor había tratado de enmascarar la escena del hecho.

En el juicio, los familiares dieron cuenta del “carácter posesivo y manipulador” de Aguilante. La madre, Claudia Andreini, contó que cuando su hija se fue a vivir con él, “la víctima se aisló de la familia; no les permitía ingresar al domicilio cuando la iban a visitar, los recibía en la calle”.

Tras el incendio de la casa que la obligó a regresar a lo de su madre, le contó los problemas y discusiones que tenía con Aguilante. “Era muy agresivo y tenía mucho miedo de él”. Pero su hija “lo amaba y contra eso no hay nada”. El padrastro de Débora también mencionó que no les permitía el acceso a la morada cuando la iban a saludar.

Antonella Belén Zalazar, su media hermana, declaró que Débora “se alejó de su familia; estaba enfrentada”. Aunque amaba al hombre “ya no deseaba continuar la relación”. Una noche Aguilante llegó borracho, discutió a los gritos con Débora y la tomó del cuello. Hasta le controlaba el Facebook.

Otro hermano, Pablo Zalazar, dijo que desde que comenzaron la relación, ella evitaba a su familia. “Tenían muchas discusiones y cada vez que se peleaban, el inculpado le pedía que volvieran. Su hermana estaba muy asustada por las reacciones violentas de su pareja. Aguilante solía mandarles mensajes agresivos desde el celular de Débora, haciéndose pasar por ella”. Ella se sentía “sometida y manipulada”.

Graciela Márquez, amiga, narró al tribunal que Débora le había revelado las amenazas y las agresiones físicas. “Estaba aterrada y se quería separar”.

Según Panizzi, “el acusado tenía una relación posesiva y dominante hacia Martínez; todo el tiempo buscaba enfrentar a Débora a sus familiares y había logrado aislarla y recluirla en el hogar conyugal, al que sus allegados no tenían acceso”.

Rocío Maldonado, vecina, escuchó varias discusiones muy fuertes, con golpes. “Débora le imploraba a Aguilante que cesara, porque de lo contrario la mataría”. El día del hecho vio que tomaba del cuello a Martínez, que la “acogotaba”. No vio a nadie más.

Gabriel Muchiut fue el último vecino en ver con vida a Martínez. Esa noche observó cuando Aguilante “salió como bestia” de la casa y se dirigió hacia Débora, cerca del canasto de la basura. Le decía: «Mamita, mi amor, no me dejes, no me hagas ninguna denuncia». Los jueces consideraron como “patrón de comportamiento” el ahorcamiento. Es que las agresiones siempre eran al cuello.

Panizzi consideró que “existía una relación afectiva con contenido sexual, que involucró convivencia y un proyecto de vida en común”. El juicio probó la figura de femicidio íntimo: la subordinación de Débora por medio de la violencia, su aislamiento, acompañado de otras formas de dominación -amenazas constantes y control absoluto sobre cualquier decisión que implicara la ruptura del vínculo-, para concluir con la muerte violenta.

Según el voto de Miguel Donnet, “la Defensa no demostró arbitrariedad en la valoración de las pericias, informes, documental y testimonios. Los jueces explicaron las razones por las que ponderaron las declaraciones y efectuaron un análisis conglobado con la demás pruebas”. Se comprobaron las agresiones físicas, amenazas, control de las comunicaciones de la víctima con otras personas -aún familiares- temor de la víctima a su pareja, insultos y malos tratos.

Según el voto de Mario Vivas, los testimonios del círculo íntimo, “demuestran claramente la personalidad enfermiza del imputado”.


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