Charly brilló en el Gran Rex con "la torre de Tesla"

Charly García volvió a apelar, anoche, a sala llena, en el Teatro Gran Rex, al flexible concepto de "La Torre de Tesla" para, desde allí, reconocer y versionar su inmensa obra, acomodándose a sus singulares circunstancias –su fragilidad corporal- con la habilidad necesaria para exhibir una recuperada claridad musical, más de una vez extraviada.

08 MAY 2019 - 10:20 | Actualizado

García parece haber renovado, en esta etapa de madurez, su contrato con el público, que arrasa las boleterías cada vez que se anuncia, de un momento a otro, la programación de un nuevo concierto: quizá ya nadie espere que alcance la plenitud creativa de sus momentos (sus décadas) más luminosas pero sí que se muestre a distancia de sus años tumultuosos y ofrende amables versiones de algunas de aquellas canciones que representan parte de lo mejor de la música popular argentina. No es poco.

Ese pacto no se sostiene con puestas escenográficas (anoche hubo un prolijo montaje de películas e imágenes de la propia carrera de García), que las puede haber o no, ni con los ritos de la llamada cultura rockera. Se sostiene en el acto, todavía conmovedor, que se despliega cuando el creador de Serú Girán y La Máquina de Hacer Pájaros se sienta frente al teclado, solo, sin artificios.

No significa que no se reconozca el óptimo funcionamiento del ensamble que, otra vez, García conformó, en otra demostración de su pericia por la conformación de equipos y combinar talentos. Aquí lo acompañaron Fabián "El Zorrito" Quintiero, en teclados; Rosario Ortega, en coros; y los chilenos Kiuge Hayashida, en guitarra; Carlos González, en bajo y Toño Silva, en batería.

Una versión acústica de "De mí", en guitarra –en contraste al piano del registro original- inauguró la noche, que se extendió durante una hora y media, con un fugaz intermedio de ocho minutos.

Esa propuesta cubrió las expectativas del público que, en la anterior presentación de García, en febrero, había reclamado más luego de rigurosos 60 minutos de espectáculo. Ortega, con una voz dulce, apareció -además- como la protectora del músico ante cualquier arrebato en el escenario.

Esrta vez no hizo falta porque, de principio a fin, García lució sereno, comprometido con el concierto y hasta más afinado que de costumbre. Así fue que ese temperamento se irradió al público, que combinó diversas generaciones refrendando la vigencia de sus músicas.

"Parte de la religión, "Demoliendo hoteles", "Cerca de la revolución", "La máquina de ser feliz", fueron algunos hitos del recorrido, que transitó por diferentes épocas del trayecto solista de García, que incluyó la prueba de algún estreno y que concluyó con "Interferencia". Roberto Petinatto ofició de invitado.

El programa se concilia con el esquema que García viene presentando en el último tiempo en los escenarios, que incluye cierta libertad para acentuar diferentes lugares de su repertorio, según el ánimo de cada noche.

Concluida la experiencia de "La Torre de Tesla", nadie pareció abandonar el Gran Rex con muestras de indiferencia o insatisfacción.

En cualquier caso, la flema tumultuosa del recuerdo de un Charly García desbocado parece haber cesado, saludablemente, para dar lugar a un cielo escampado en el que, todavía, la música se presenta como una posibilidad.

08 MAY 2019 - 10:20

García parece haber renovado, en esta etapa de madurez, su contrato con el público, que arrasa las boleterías cada vez que se anuncia, de un momento a otro, la programación de un nuevo concierto: quizá ya nadie espere que alcance la plenitud creativa de sus momentos (sus décadas) más luminosas pero sí que se muestre a distancia de sus años tumultuosos y ofrende amables versiones de algunas de aquellas canciones que representan parte de lo mejor de la música popular argentina. No es poco.

Ese pacto no se sostiene con puestas escenográficas (anoche hubo un prolijo montaje de películas e imágenes de la propia carrera de García), que las puede haber o no, ni con los ritos de la llamada cultura rockera. Se sostiene en el acto, todavía conmovedor, que se despliega cuando el creador de Serú Girán y La Máquina de Hacer Pájaros se sienta frente al teclado, solo, sin artificios.

No significa que no se reconozca el óptimo funcionamiento del ensamble que, otra vez, García conformó, en otra demostración de su pericia por la conformación de equipos y combinar talentos. Aquí lo acompañaron Fabián "El Zorrito" Quintiero, en teclados; Rosario Ortega, en coros; y los chilenos Kiuge Hayashida, en guitarra; Carlos González, en bajo y Toño Silva, en batería.

Una versión acústica de "De mí", en guitarra –en contraste al piano del registro original- inauguró la noche, que se extendió durante una hora y media, con un fugaz intermedio de ocho minutos.

Esa propuesta cubrió las expectativas del público que, en la anterior presentación de García, en febrero, había reclamado más luego de rigurosos 60 minutos de espectáculo. Ortega, con una voz dulce, apareció -además- como la protectora del músico ante cualquier arrebato en el escenario.

Esrta vez no hizo falta porque, de principio a fin, García lució sereno, comprometido con el concierto y hasta más afinado que de costumbre. Así fue que ese temperamento se irradió al público, que combinó diversas generaciones refrendando la vigencia de sus músicas.

"Parte de la religión, "Demoliendo hoteles", "Cerca de la revolución", "La máquina de ser feliz", fueron algunos hitos del recorrido, que transitó por diferentes épocas del trayecto solista de García, que incluyó la prueba de algún estreno y que concluyó con "Interferencia". Roberto Petinatto ofició de invitado.

El programa se concilia con el esquema que García viene presentando en el último tiempo en los escenarios, que incluye cierta libertad para acentuar diferentes lugares de su repertorio, según el ánimo de cada noche.

Concluida la experiencia de "La Torre de Tesla", nadie pareció abandonar el Gran Rex con muestras de indiferencia o insatisfacción.

En cualquier caso, la flema tumultuosa del recuerdo de un Charly García desbocado parece haber cesado, saludablemente, para dar lugar a un cielo escampado en el que, todavía, la música se presenta como una posibilidad.


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