La columna de Elio Rossi / El rey está desnudo

El equipo tiene un arquero que consigue que el alma le vuelva al cuerpo muy consciente de que está parado allí, en el penal que le atajará a Derlis González, jugando tiempo de descuento porque Sampaio, el referí le ha perdonado la vida cuando revoleó por el aire al delantero un rato antes, en el primer tiempo.

20 JUN 2019 - 19:34 | Actualizado

El arquero del equipo, insisto, juega al borde de un ataque de nervios. Es bueno, pero parece contagiado por el “mal de la camiseta” que tienen sus compañeros super estrellas.

El equipo no tiene un “4”. A Renzo Saravia le faltan partidos, acumular sufrimiento y conseguir entendimiento con los compañeros de línea y con aquellos con los que intercambia funciones. Le pasó a su reemplazante Casco; pasó al ataque (o pasó a ocupar posiciones de ataque), quedó en su lugar para hacer el relevo correspondiente el tucumano Pereyra y lo arrasaron como alambre caído en la jugada previa al gol de Paraguay. La hecatombe se pone en superficie.

El equipo no tiene una zaga central confiable. Le faltan un “2” de jerarquía y un “6” de jerarquía. Tampoco tiene un “5” para contener, o recuperar, o meter una “murra” como alguna vez dispusieron Menotti con el Tolo Gallego, Bilardo, con el Checho Batista o Basile, Le Cocó, con Fernando Redondo.

Bilardo, en el 86, tenía para jugar de “8” las variantes que se le ocurriera: con Burruchaga, con el Negro Héctor Enrique o con el Gringo Giusti. Tipos de transpirar la camiseta con la misma intensidad que tenían para pensar el juego y devolver redonda la pelota a Diego, o incluso para definir en el momento más álgido del asunto (Burru contra los alemanes). Y si hacía falta, estaba el Vasco Olarticoechea, que podía jugar en cualquier sector de la mitad de la cancha o como defensor. Hasta era capaz de levantar el pasto en un penal para “arrancarle” la cabeza a Zenga en el 90, de visitante.

Esta selección no tiene wines, que siguen existiendo aunque ahora los llamen de otro modo.

Se desangran lenta pero inexorablemente los miembros del “club de Amigos” que penan en la cancha.

Uno teme por la salud del Fideo Di María cuya tendencia a pagar con lesiones feas la frustración que significa no poder embocarla con la albiceleste, es a esta altura, un clásico.

Parece mentira que el Kum Agüero, super goleador de la Premier, entre y salga con un pibe que recién empieza (Lautaro) y no podamos notar la diferencia. Es decir, tampoco hay un “9”. O los hay, pero no al estilo de aquel Leopoldo Jacinto y el ya para ese entonces “9 mentiroso” (como comenzaron a llamarle Messi), Mario Alberto Kempes.

El Pipa Higuaín, pasará a la historia con los memes y esto resulta francamente desalentador.

Y tampoco tiene 10. O sí. Pero es un Líder que no lidera. Un Lider sin capacidad de liderazgo. No es un juego de palabras. Messi languidece hasta pasar inadvertido y aunque porfía tratando de sacarse de una vez y para siempre la mufa de no poder ganar un título con el seleccionado argentino, parece maldito.

Y al entrenador Scaloni que ha decidido “alla” Passarela morir con las botas puestas, no le sale una, ni los cambios. Ponga al que ponga, falla.

Insista con quién insista, no pasa nada. Una “buena” y “rebelde” versión de Messi alcanzó para perder con Colombia y empatar con Paraguay.

Pero el problema no está fuera de la cancha. Suele repetirse como si se tratara de una verdad revelada, que la mala organización y una dirigencia que no está a la altura de las circunstancias, son los grandes causantes de ésta caída que parece no tener fin. Disiento. Grondona no era, precisamente, la perfección en la organización. Y Argentina, sus seleccionados, pasaron los mejores años (tanto en mayores como en juveniles), en su mandato que concluyó con su pase a la eternidad (desde donde, digamos de paso, se sigue riendo).

Estamos “en modo Basile”. Zona 1, defensa, zona 2 mediocampo, zona 3 ataque; si Román se levanta bien, ganamos”. El azar, en estado químicamente puro. Solo que una cosa es el azar químicamente puro con Diego y otra completamente distinta con Lio.

El dolor de ver al equipo argentino duele hasta los huesos. Pero son los tiempos que toca desandar. Y no hay otro modo (que yo sepa) que no sea apretar los dientes y trabajar, trabajar, trabajar (en los mínimos momentos disponibles) hasta que el arco, y el triunfo, se abran nuevamente para la Argentina. Mientras, solo sudor y lágrimas.

Enterate de las noticias de DEPORTES a través de nuestro newsletter

Anotate para recibir las noticias más importantes de esta sección.

Te podés dar de baja en cualquier momento con un solo clic.
20 JUN 2019 - 19:34

El arquero del equipo, insisto, juega al borde de un ataque de nervios. Es bueno, pero parece contagiado por el “mal de la camiseta” que tienen sus compañeros super estrellas.

El equipo no tiene un “4”. A Renzo Saravia le faltan partidos, acumular sufrimiento y conseguir entendimiento con los compañeros de línea y con aquellos con los que intercambia funciones. Le pasó a su reemplazante Casco; pasó al ataque (o pasó a ocupar posiciones de ataque), quedó en su lugar para hacer el relevo correspondiente el tucumano Pereyra y lo arrasaron como alambre caído en la jugada previa al gol de Paraguay. La hecatombe se pone en superficie.

El equipo no tiene una zaga central confiable. Le faltan un “2” de jerarquía y un “6” de jerarquía. Tampoco tiene un “5” para contener, o recuperar, o meter una “murra” como alguna vez dispusieron Menotti con el Tolo Gallego, Bilardo, con el Checho Batista o Basile, Le Cocó, con Fernando Redondo.

Bilardo, en el 86, tenía para jugar de “8” las variantes que se le ocurriera: con Burruchaga, con el Negro Héctor Enrique o con el Gringo Giusti. Tipos de transpirar la camiseta con la misma intensidad que tenían para pensar el juego y devolver redonda la pelota a Diego, o incluso para definir en el momento más álgido del asunto (Burru contra los alemanes). Y si hacía falta, estaba el Vasco Olarticoechea, que podía jugar en cualquier sector de la mitad de la cancha o como defensor. Hasta era capaz de levantar el pasto en un penal para “arrancarle” la cabeza a Zenga en el 90, de visitante.

Esta selección no tiene wines, que siguen existiendo aunque ahora los llamen de otro modo.

Se desangran lenta pero inexorablemente los miembros del “club de Amigos” que penan en la cancha.

Uno teme por la salud del Fideo Di María cuya tendencia a pagar con lesiones feas la frustración que significa no poder embocarla con la albiceleste, es a esta altura, un clásico.

Parece mentira que el Kum Agüero, super goleador de la Premier, entre y salga con un pibe que recién empieza (Lautaro) y no podamos notar la diferencia. Es decir, tampoco hay un “9”. O los hay, pero no al estilo de aquel Leopoldo Jacinto y el ya para ese entonces “9 mentiroso” (como comenzaron a llamarle Messi), Mario Alberto Kempes.

El Pipa Higuaín, pasará a la historia con los memes y esto resulta francamente desalentador.

Y tampoco tiene 10. O sí. Pero es un Líder que no lidera. Un Lider sin capacidad de liderazgo. No es un juego de palabras. Messi languidece hasta pasar inadvertido y aunque porfía tratando de sacarse de una vez y para siempre la mufa de no poder ganar un título con el seleccionado argentino, parece maldito.

Y al entrenador Scaloni que ha decidido “alla” Passarela morir con las botas puestas, no le sale una, ni los cambios. Ponga al que ponga, falla.

Insista con quién insista, no pasa nada. Una “buena” y “rebelde” versión de Messi alcanzó para perder con Colombia y empatar con Paraguay.

Pero el problema no está fuera de la cancha. Suele repetirse como si se tratara de una verdad revelada, que la mala organización y una dirigencia que no está a la altura de las circunstancias, son los grandes causantes de ésta caída que parece no tener fin. Disiento. Grondona no era, precisamente, la perfección en la organización. Y Argentina, sus seleccionados, pasaron los mejores años (tanto en mayores como en juveniles), en su mandato que concluyó con su pase a la eternidad (desde donde, digamos de paso, se sigue riendo).

Estamos “en modo Basile”. Zona 1, defensa, zona 2 mediocampo, zona 3 ataque; si Román se levanta bien, ganamos”. El azar, en estado químicamente puro. Solo que una cosa es el azar químicamente puro con Diego y otra completamente distinta con Lio.

El dolor de ver al equipo argentino duele hasta los huesos. Pero son los tiempos que toca desandar. Y no hay otro modo (que yo sepa) que no sea apretar los dientes y trabajar, trabajar, trabajar (en los mínimos momentos disponibles) hasta que el arco, y el triunfo, se abran nuevamente para la Argentina. Mientras, solo sudor y lágrimas.


NOTICIAS RELACIONADAS