Todos abrazaron a Independiente de Trelew

Se realizó un abrazo simbólico al club para visibilizar la necesidad de tener su propia cancha de fútbol 11 de césped sintético, algo que hace años vienen prometiendo y toda la familia “Rojinegra” espera que cumplan con esa promesa. Se realizó en coincidencia con con los 47 años de la clasificación al Nacional '72.

05 AGO 2019 - 20:26 | Actualizado

La cancha de la Resistencia

La gesta de Independiente de Trelew de clasificar para el torneo Nacional de fútbol de 1972 cumple hoy 6 de agosto 47 años. Cuando nadie creía les ganó a todos. Los grandes de la región como Huracán de Comodoro, Cipolletti de Rio Negro y All Boys de La Pampa hocicaron ante el conjunto dirigido por Higinio Restelli y en una final apoteósica y por penales donde el armenio Parsechián fue genio y figura en el escenario de la entonces calle Estados Unidos.

Hace cuatro años, el estadio del Club Atlético Independiente, cerraba sus puertas. El viejo estadio. El de las tardes de gloria y cenizas. El de tierra. El que le pusieron el nombre más emblemático de todos: Nacional ´72. Ante ese hecho, hice una crónica especulando con un futuro mejor: el del campo sintético. El que aún no se cristalizó.

Este 6 de agosto, hinchas, allegados, simpatizantes y familia “del Independiente” efectuarán un abrazo simbólico en el lugar de las grandes hazañas. Se visibilizarán. Gritarán. Reclamarán. El sintético tiene que aparecer. Y más allá de las promesas.

Hace cuatro años, cuando “El Nacional 72” cerraba sus puertas, escribí una nota. Más desde el corazón que la razón. La llamé La cancha de la resistencia. Decía. Será para bien. Espero y aspiro. Una bisagra en la historia de un club que el año que viene ingresará en el privilegiado círculo de los 100 años. Se construirá, allí, una cancha de césped sintético con vestuarios nuevos y más modernos. Un viejo anhelo que, al fin, parece hacerse realidad.

Desde las 10 comenzarán las actividades con el mejor capital que posee toda instituciones: sus divisiones formativas; desde los infantiles hasta las categorías de inferiores, incluso la femenina. Habrá suelta de globos (obviamente rojos y negros), la gran foto, los dirigentes dirán unas palabras y las viejas glorias despuntarán el vicio poco tiempo después. Sin embargo, hay que aclarar que significa esta cancha de fútbol que comenzó ubicada en la calle Estados Unidos y Rivadavia y con el advenimiento de la democracia, el nombre del gran país del norte fue trocado por el de la Soberanía Nacional; más allá que la soberanía, nacional en este caso, pasa no sólo por cambiar el nombre de las cosas.

Basta con sólo recordar que fue la cancha de todos. Sobre todo, después de las modificaciones que se efectuaron para disputar el Torneo Nacional de fútbol de 1972. En un sitio privilegiado del pueblo de Luis, allí se jugaron las finales más convocantes, tanto a nivel local como las de nivel regional. Desde las más escandalosas, incluidos jugadores demorados por la Policía, como un Huracán-Racing hasta la apoteótica victoria de Germinal en un cuadrangular para la historia entre los tres grandes de Trelew. Fue la de aquellos equipos que no tenían cancha, cuando decidieron mudarse a las afueras de la ciudad o los que empezaban a construirla; los que definían algún descenso en campo neutral como un Español-Ferro, dos que ya no están en el balompié doméstico.

Es el rectángulo del inolvidable Tommy Jones que la achicó para beneficio de su Gaiman FC ante un Deportivo Roca, el de Río Negro, en una semi de un Regional que no salió, de los pelotazos cruzados del Juanca Papaiani para que Julito Thomas picara en diagonal y la pusiera arriba en el primer palo. El de Jaime GIordanella y el Laly Maza y del Negro Curilaf. Y de las definiciones del Chueco Llenderosa y de la enorme categoría del Choa Cárdenas. Y la clase de Tatín. Embajador y bandeononista.

Y, obviamente, de la eterna sonrisa del Nacional de 1972. DE la presencia de Alberto Parsechián con sus buzos claros, del golazo del Chivo Figueroa ante Cipolletti, de la melena –aún vigente- de Quique Behr, del Loco Paz, del penal de Cacho Fiandinho, de…

En esos metros de esa cancha, pasó el primer bicampeon del fútbol argentino como el San Lorenzo del Ratón Ayala, el negro Ramón Heredia y del Toto Lorenzo y mostró su incipiente clase un crack Ricardo Bochini.

Y también es la cancha de la resistencia. Independiente supo aguantar y finalmente zafar de algún mal final. Soportó los embates de quienes supusieron un negocio millonario con lotes apetecibles; o acaso ¿Quién puede dudar que el Dios Mercado no lo haya intentado?. Sin embargo, ese punto de referencia obligado de los domingos de la infancia y adolescencia de muchos, no cedió ante los cantos de sirenas. Porque era como entregar el patio de la abuela. Era como dejar entrar sin permiso a la casa de uno y eso no está bien. En ese lugar, afectado por el tiempo y el desinterés, se abrazó con un extraño sin saber quién o qué era, se lloró, se rio, se cantó hasta la afonía y se esperó un lunes distinto, diferente.

Los hombres se definen más por sus actos que por sus palabras y es allí donde se encuentra la nobleza de quienes fundaron y condujeron –con distinta suerte- el destino del club. Allí alcanzaron un logro deportivo aún no igualado. Es una medalla más en la historia de la institución, rica en lo social y en lealtad a sus ideales.

Todavía hoy, al revivir a Independiente en blanco y negro, su historia estremece, conmueve y emociona. Sus batallas –de gloria y cenizas- fueron feroces, esas que se lamentan, algunas por importantes, otras por falta de reemplazo, en donde los que pierden se van enhiestos y conmovidos, con la camiseta regada por la transpiración, pensando que es una frivolidad saludar amistosamente.

Sin embargo, y para hacerlo todo más dramático y en ese punto de inflexión asomará –sin lugar a dudas- el acto de fe del hincha. Otra vez, como en tantas en lo que va de este siglo de vida, su presencia, su apoyo, su fervor religioso va a tomar “al equipo” y lo pondrá donde él quiere verlo. Arriba. Porque sus hinchas oirán el mandato de la historia que les ordena fidelidad ante las infidelidades de los resultados.

Hombres de trabajo, con sus hijos arriba de sus hombros y mujeres de entrecasa sin maquillaje, participarán creyendo activamente de ese ritual entre sagrado y profano cuya devoción soporta la desconfianza y el desprecio de otros tantos.

En los pies del que jugó y sintió esa pasión rojinegra estarán las respuestas. En aquel puño revoleado al aire –típico gesto de arenga y aprobación, para los demás o para sí mismo- estará el sustento cierto de la esperanza.#

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05 AGO 2019 - 20:26

La cancha de la Resistencia

La gesta de Independiente de Trelew de clasificar para el torneo Nacional de fútbol de 1972 cumple hoy 6 de agosto 47 años. Cuando nadie creía les ganó a todos. Los grandes de la región como Huracán de Comodoro, Cipolletti de Rio Negro y All Boys de La Pampa hocicaron ante el conjunto dirigido por Higinio Restelli y en una final apoteósica y por penales donde el armenio Parsechián fue genio y figura en el escenario de la entonces calle Estados Unidos.

Hace cuatro años, el estadio del Club Atlético Independiente, cerraba sus puertas. El viejo estadio. El de las tardes de gloria y cenizas. El de tierra. El que le pusieron el nombre más emblemático de todos: Nacional ´72. Ante ese hecho, hice una crónica especulando con un futuro mejor: el del campo sintético. El que aún no se cristalizó.

Este 6 de agosto, hinchas, allegados, simpatizantes y familia “del Independiente” efectuarán un abrazo simbólico en el lugar de las grandes hazañas. Se visibilizarán. Gritarán. Reclamarán. El sintético tiene que aparecer. Y más allá de las promesas.

Hace cuatro años, cuando “El Nacional 72” cerraba sus puertas, escribí una nota. Más desde el corazón que la razón. La llamé La cancha de la resistencia. Decía. Será para bien. Espero y aspiro. Una bisagra en la historia de un club que el año que viene ingresará en el privilegiado círculo de los 100 años. Se construirá, allí, una cancha de césped sintético con vestuarios nuevos y más modernos. Un viejo anhelo que, al fin, parece hacerse realidad.

Desde las 10 comenzarán las actividades con el mejor capital que posee toda instituciones: sus divisiones formativas; desde los infantiles hasta las categorías de inferiores, incluso la femenina. Habrá suelta de globos (obviamente rojos y negros), la gran foto, los dirigentes dirán unas palabras y las viejas glorias despuntarán el vicio poco tiempo después. Sin embargo, hay que aclarar que significa esta cancha de fútbol que comenzó ubicada en la calle Estados Unidos y Rivadavia y con el advenimiento de la democracia, el nombre del gran país del norte fue trocado por el de la Soberanía Nacional; más allá que la soberanía, nacional en este caso, pasa no sólo por cambiar el nombre de las cosas.

Basta con sólo recordar que fue la cancha de todos. Sobre todo, después de las modificaciones que se efectuaron para disputar el Torneo Nacional de fútbol de 1972. En un sitio privilegiado del pueblo de Luis, allí se jugaron las finales más convocantes, tanto a nivel local como las de nivel regional. Desde las más escandalosas, incluidos jugadores demorados por la Policía, como un Huracán-Racing hasta la apoteótica victoria de Germinal en un cuadrangular para la historia entre los tres grandes de Trelew. Fue la de aquellos equipos que no tenían cancha, cuando decidieron mudarse a las afueras de la ciudad o los que empezaban a construirla; los que definían algún descenso en campo neutral como un Español-Ferro, dos que ya no están en el balompié doméstico.

Es el rectángulo del inolvidable Tommy Jones que la achicó para beneficio de su Gaiman FC ante un Deportivo Roca, el de Río Negro, en una semi de un Regional que no salió, de los pelotazos cruzados del Juanca Papaiani para que Julito Thomas picara en diagonal y la pusiera arriba en el primer palo. El de Jaime GIordanella y el Laly Maza y del Negro Curilaf. Y de las definiciones del Chueco Llenderosa y de la enorme categoría del Choa Cárdenas. Y la clase de Tatín. Embajador y bandeononista.

Y, obviamente, de la eterna sonrisa del Nacional de 1972. DE la presencia de Alberto Parsechián con sus buzos claros, del golazo del Chivo Figueroa ante Cipolletti, de la melena –aún vigente- de Quique Behr, del Loco Paz, del penal de Cacho Fiandinho, de…

En esos metros de esa cancha, pasó el primer bicampeon del fútbol argentino como el San Lorenzo del Ratón Ayala, el negro Ramón Heredia y del Toto Lorenzo y mostró su incipiente clase un crack Ricardo Bochini.

Y también es la cancha de la resistencia. Independiente supo aguantar y finalmente zafar de algún mal final. Soportó los embates de quienes supusieron un negocio millonario con lotes apetecibles; o acaso ¿Quién puede dudar que el Dios Mercado no lo haya intentado?. Sin embargo, ese punto de referencia obligado de los domingos de la infancia y adolescencia de muchos, no cedió ante los cantos de sirenas. Porque era como entregar el patio de la abuela. Era como dejar entrar sin permiso a la casa de uno y eso no está bien. En ese lugar, afectado por el tiempo y el desinterés, se abrazó con un extraño sin saber quién o qué era, se lloró, se rio, se cantó hasta la afonía y se esperó un lunes distinto, diferente.

Los hombres se definen más por sus actos que por sus palabras y es allí donde se encuentra la nobleza de quienes fundaron y condujeron –con distinta suerte- el destino del club. Allí alcanzaron un logro deportivo aún no igualado. Es una medalla más en la historia de la institución, rica en lo social y en lealtad a sus ideales.

Todavía hoy, al revivir a Independiente en blanco y negro, su historia estremece, conmueve y emociona. Sus batallas –de gloria y cenizas- fueron feroces, esas que se lamentan, algunas por importantes, otras por falta de reemplazo, en donde los que pierden se van enhiestos y conmovidos, con la camiseta regada por la transpiración, pensando que es una frivolidad saludar amistosamente.

Sin embargo, y para hacerlo todo más dramático y en ese punto de inflexión asomará –sin lugar a dudas- el acto de fe del hincha. Otra vez, como en tantas en lo que va de este siglo de vida, su presencia, su apoyo, su fervor religioso va a tomar “al equipo” y lo pondrá donde él quiere verlo. Arriba. Porque sus hinchas oirán el mandato de la historia que les ordena fidelidad ante las infidelidades de los resultados.

Hombres de trabajo, con sus hijos arriba de sus hombros y mujeres de entrecasa sin maquillaje, participarán creyendo activamente de ese ritual entre sagrado y profano cuya devoción soporta la desconfianza y el desprecio de otros tantos.

En los pies del que jugó y sintió esa pasión rojinegra estarán las respuestas. En aquel puño revoleado al aire –típico gesto de arenga y aprobación, para los demás o para sí mismo- estará el sustento cierto de la esperanza.#


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