José Aguayo, el joven de El Hoyo de oficio soguero y acordeonista

Pura pasión. El artesano de la comarca muestra su trabajo al país.
30 OCT 2019 - 21:12 | Actualizado

Con la humildad propia de los campesinos, prepara el mate y abre la puerta de su taller. Se sienta en un tronco de coihue y toma la lezna para seguir encabando un cuchillo, dando precisión quirúrgica a los tientos finos que van trenzando las figuras imaginadas en su mente.

José Aguayo tiene 20 años y vive en El Hoyo. La semana pasada mostró dos de sus trabajos de soguero en la 58° Exposición Ganadera, Comercial e Industrial de Coronel Brandsen, donde la Sociedad Rural lo distinguió “por su destacada participación”.

Por su ventana, la chacra paterna muestra los colores de la primavera, con las flores amarillas sobre el prado de verde intenso, que contrastan con las cumbres recién nevadas del cerro Pirque. “Con este paisaje, imposible no inspirarse”, confiesa.

“Por mi edad, y por lo que estoy aprendiendo en este oficio, me pone contento que se reconozca mi trabajo. Para noviembre, estoy invitado a presentar otras piezas en la feria de Cañada Rosquín, en Santa Fe, donde la muestra de artesanías incluye mucha calidad”, anticipa.

“Siempre me gustó el campo –detalla-. Nací en Bariloche y desde muy chiquito me fui a vivir a Dina Huapi, a los 11 años ya nos mudamos a El Hoyo. Mi familia siempre tuvo una conexión muy fuerte con el mundo rural y desde pequeño me llamaron la atención cosas como un pasapañuelo, un rebenque o un par de estribos”.

“En mi familia siempre hubo artesanía y manualidades, capaz que nací talabartero –asevera-. A los 8 años le pedí a mi papá que me compre unos cueros, pero estábamos en el pueblo y no había. Comencé por trenzar juncos, después con unos tientos, hasta que conocí a don Emilio Camelino, un maestro soguero espectacular y muy buena persona, quien me ayudó a encaminar este oficio, a darle seriedad y a emprolijar los trabajos”.

“Con el tiempo me fueron conociendo y empezaron a llegar encargos de la gente del campo que trabaja con animales: riendas, bozales, cabezales y peguales, cinchones, un par de lazos y hasta botas de potro para los jinetes he vendido. Cuesta mucho hacerlas, porque para conseguir el cuero tengo que ir al lugar donde carnean un caballo y sacarlo con la mayor precaución, con el puño y a maza, sin utilizar el cuchillo para que no tenga cortes. Lo mismo para un cuero de toro, porque entonces la soga tiene más firmeza”, asegura.

“A este oficio le dedico la mayor parte del día –remarca-, aunque también ayudó en otras labores de la chacra, como la fruta fina y la atención de los animales. Mi papá además es constructor, así que a veces hago de peón”.

En forma paralela, con su progenitor las noches están dedicadas a la música: José es el acordeonista y Claudio el guitarrista del dúo “Los Aguayo”, que ya se han presentado en la Fiesta Nacional de la Fruta Fina y en varios festivales a beneficio de las instituciones de su comunidad. “Me gusta mucho la música antigua: pasodobles, rancheras, valses y chamamés, herencia de mi padrino que tocó siempre el acordeón y desde muy chiquitito lo escuchaba. Mi viejo tiene mucho oído y me ayuda a sacar la mayoría de las piezas. Por suerte, al público le gusta y para nosotros es una alegría cuando salen a bailar”, reconoce.

La excepción de la familia “es mi hermana, de 21 años, que está estudiando Artes Visuales en la Universidad de Río Negro, en El Bolsón, pero igual me apoya y es quien se encarga de sacarme las fotos”, se ríe.

-¿Se pude vivir de las sogas?

-Creo que sí, haciéndolo bien. Aunque en esta zona todavía no se valora el trabajo en su justa dimensión. Cuando uno pone el precio, quizás lo reprochan sin saber cómo se obtiene el cuero. En mi caso, no compro un cuero ya sobado, me tomo el tiempo para sacarlo personalmente, curtirlo sin nada artificial, sacar las lonjas y sobarlo a mano para hacer unas riendas o lo que sea. Es mucho tiempo y esfuerzo, pero le da un valor agregado.

-¿Y cómo es en otros lugares del país?

-Conozco sogueros muy finos, con trabajos de mucha calidad orientados a gente de mayor poder adquisitivo (estancieros, coleccionistas extranjeros), donde quizás un juego de riendas llega a costar $250.000. Son piezas que generalmente se usan para un desfile o en competencias de recados de época, por ejemplo.

-¿Los caballos son tu pasión?

-Sin duda, hago todo lo relacionado a la gente del campo, aunque para los puebleros también puedo hacer una billetera, un cinto, un llavero. Me encanta tejer los cabos de los cuchillos y las vainas, cabe vez más prolijo para poder vivir de esto.

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30 OCT 2019 - 21:12

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José Aguayo tiene 20 años y vive en El Hoyo. La semana pasada mostró dos de sus trabajos de soguero en la 58° Exposición Ganadera, Comercial e Industrial de Coronel Brandsen, donde la Sociedad Rural lo distinguió “por su destacada participación”.

Por su ventana, la chacra paterna muestra los colores de la primavera, con las flores amarillas sobre el prado de verde intenso, que contrastan con las cumbres recién nevadas del cerro Pirque. “Con este paisaje, imposible no inspirarse”, confiesa.

“Por mi edad, y por lo que estoy aprendiendo en este oficio, me pone contento que se reconozca mi trabajo. Para noviembre, estoy invitado a presentar otras piezas en la feria de Cañada Rosquín, en Santa Fe, donde la muestra de artesanías incluye mucha calidad”, anticipa.

“Siempre me gustó el campo –detalla-. Nací en Bariloche y desde muy chiquito me fui a vivir a Dina Huapi, a los 11 años ya nos mudamos a El Hoyo. Mi familia siempre tuvo una conexión muy fuerte con el mundo rural y desde pequeño me llamaron la atención cosas como un pasapañuelo, un rebenque o un par de estribos”.

“En mi familia siempre hubo artesanía y manualidades, capaz que nací talabartero –asevera-. A los 8 años le pedí a mi papá que me compre unos cueros, pero estábamos en el pueblo y no había. Comencé por trenzar juncos, después con unos tientos, hasta que conocí a don Emilio Camelino, un maestro soguero espectacular y muy buena persona, quien me ayudó a encaminar este oficio, a darle seriedad y a emprolijar los trabajos”.

“Con el tiempo me fueron conociendo y empezaron a llegar encargos de la gente del campo que trabaja con animales: riendas, bozales, cabezales y peguales, cinchones, un par de lazos y hasta botas de potro para los jinetes he vendido. Cuesta mucho hacerlas, porque para conseguir el cuero tengo que ir al lugar donde carnean un caballo y sacarlo con la mayor precaución, con el puño y a maza, sin utilizar el cuchillo para que no tenga cortes. Lo mismo para un cuero de toro, porque entonces la soga tiene más firmeza”, asegura.

“A este oficio le dedico la mayor parte del día –remarca-, aunque también ayudó en otras labores de la chacra, como la fruta fina y la atención de los animales. Mi papá además es constructor, así que a veces hago de peón”.

En forma paralela, con su progenitor las noches están dedicadas a la música: José es el acordeonista y Claudio el guitarrista del dúo “Los Aguayo”, que ya se han presentado en la Fiesta Nacional de la Fruta Fina y en varios festivales a beneficio de las instituciones de su comunidad. “Me gusta mucho la música antigua: pasodobles, rancheras, valses y chamamés, herencia de mi padrino que tocó siempre el acordeón y desde muy chiquitito lo escuchaba. Mi viejo tiene mucho oído y me ayuda a sacar la mayoría de las piezas. Por suerte, al público le gusta y para nosotros es una alegría cuando salen a bailar”, reconoce.

La excepción de la familia “es mi hermana, de 21 años, que está estudiando Artes Visuales en la Universidad de Río Negro, en El Bolsón, pero igual me apoya y es quien se encarga de sacarme las fotos”, se ríe.

-¿Se pude vivir de las sogas?

-Creo que sí, haciéndolo bien. Aunque en esta zona todavía no se valora el trabajo en su justa dimensión. Cuando uno pone el precio, quizás lo reprochan sin saber cómo se obtiene el cuero. En mi caso, no compro un cuero ya sobado, me tomo el tiempo para sacarlo personalmente, curtirlo sin nada artificial, sacar las lonjas y sobarlo a mano para hacer unas riendas o lo que sea. Es mucho tiempo y esfuerzo, pero le da un valor agregado.

-¿Y cómo es en otros lugares del país?

-Conozco sogueros muy finos, con trabajos de mucha calidad orientados a gente de mayor poder adquisitivo (estancieros, coleccionistas extranjeros), donde quizás un juego de riendas llega a costar $250.000. Son piezas que generalmente se usan para un desfile o en competencias de recados de época, por ejemplo.

-¿Los caballos son tu pasión?

-Sin duda, hago todo lo relacionado a la gente del campo, aunque para los puebleros también puedo hacer una billetera, un cinto, un llavero. Me encanta tejer los cabos de los cuchillos y las vainas, cabe vez más prolijo para poder vivir de esto.


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