Historias Mínimas / Los alemanes que domaron el viento

Sin querer, dominaron el aire y permanecieron más tiempo que nadie conviviendo con éste elemento; superando los límites y aprendiendo los secretos sin libros ni aparatos de por medio. Volando, con los pies sobre la tierra. Sin motor y sin más técnica que su propia astucia.

09 NOV 2019 - 19:12 | Actualizado

Por Ismael Tebes.

Primitivamente fue el Club de Planeadores Rosales en 1931 aunque posteriormente se denominó Cóndor, por el ave y su manera de volar. La base operativa era el Aeródromo de Km. 9, un campo de forma triangular y 82 hectáreas que limitaba con la línea del ferrocarril que llegaba a Sarmiento.

El grupo de fundadores aportó de su bolsillo para adquirir, en Alemania, el primer planeador, un Kassel 12A Prufling construído por la firma Fiesele y fue el propio Próspero Palazzo, pionero de la aeronavegación patagónica y primer “millonario del aire argentino” quien ofició de instructor, utilizando remolques y un camión Chevrolet para impulsar el “carreteo”.

Nada era fácil la maniobra técnica en el vuelo sin motor teniendo en cuenta el suelo áspero, desprolijo y con matas resistentes que ponían a prueba todo equilibrio. El patín, el timón de deriva que se movía al revés de una bicicleta y las puntas de las alas eran las piezas claves para tomar altura, desenganchar la soga de remolque en el momento justo y finalmente aterrizar con suavidad y precisión, sin dañar ningún componente y con los huesos intactos. Nunca fue fácil retar al viento crudo y menos en esos tiempos sin reparos, meteorología, ni elementos tecnológicos.

Mudado a Astra en el ’34 y con la visión de expandirse desde un espacio propio; el Club se afilió al Club Argentino de Planeadores Albatros, convirtiéndose en una cuna de pilotos y fanáticos, manteniendo su vigencia en tiempos en que desde Europa se fomentaba el vuelo en planeadores por sobre el clásico motorizado.

Kilómetro 20 de Comodoro Rivadavia era precisamente el asentamiento de los residentes alemanes que eligieron la Patagonia para trabajar después de la Primera Guerra Mundial y un punto de encuentro de ésta comunidad en torno a la empresa petrolera que alentaba la vida social y la práctica deportiva por sobre los mitos de la Inteligencia y las ideologías.

Francisco Allesch, austríaco de nacimiento pero amante de la Argentina, se convirtió en activo aficionado, instructor y dueño del primer Brevet A otorgado a un piloto del interior. Al comando del Kassel 12, bautizado simpáticamente como “Palo de Escoba”, remolcado por un auto alcanzó los 260 metros y en 1935 obtuvo su primer récord nacional, al volar una hora y ocho minutos sobrevolando el cerro Papagaikopf o “Cabeza de papagayo” según una deformación de la lengua germana. Obtuvo por ésta hazaña las patentes “B” y “C”. La marca fue superada el 25 de diciembre de 1.935 cuando logró volar durante una hora y 48 minutos.

El Club de Planeadores encontró en Astra un espacio casi propicio; se realizaron más de setecientos vuelos anuales, lográndose alturas de 260 metros ayudados por autos como remolques improvisados. Muchos reconocidos pilotos de la incipiente Aeroposta solían acercarse al aeródromo del “Cóndor”, entre ellos Domingo Irigoyen, Leonardo Selvetti y Próspero Palazzo, quien perdería la vida en un accidente en medio de una tormenta de nieve en julio de 1.936 en Pampa de Salamanca. Las mujeres pioneras en el Club fueron Solveig Wallen, hija de un ingeniero noruego, primera poseedora de un brevet e Hilda Frank, quien solía colaborar activamente en las jornadas de trabajo y vuelo en el improvisado hangar, construido con tirantes y chapa canaleta.

El único planeador disponible solía averiarse, ya sea por lo peligroso de las maniobras, por los aterrizajes “poco sutiles” y porque solía “capotar” seguido en un campo hostil y poco preparado para las sutilezas aéreas. Como no había demasiado margen de error y los “malos cálculos” se pagaban con golpes, se realizaban reparaciones de corte casero en más de una ocasión utilizando listones, madera terciada, tela y abundante cola.

El Kassel 12, importado desde Alemania, voló hasta octubre de 1937 a raíz de un percance que lo destruyó por completo. Esto dio paso de inmediato al avance del proyecto de construcción del Lippisch Hols der Teufel, cuyos planos habían sido traídos desde Europa. La brigada de trabajo denominada “Industria de Aficionados Germano Argentinos” terminó su tarea en octubre de 1937 dando paso al planeador made in Astra, denominado “Patagonia”. Hecho en nueve meses con base de madera terciada; chapa de acero al cromo molibdeno, alma de cáñamo, el ultraliviano contaba con un larguero de ala adicional que lo hacía estable, seguro y “casi perfecto” para batir récords llegándose a permanecer hasta seis horas en el aire. Se sabe que el planeador hecho en Astra “sobrevivió” a la mudanza posterior del club a la Provincia de Buenos Aires y recién fue dado de baja a mediados de los ‘40 por haber perdido elasticidad la madera de su estructura. Fue incinerado entre 1948 y 1949.

La Segunda Guerra provocó el éxodo de muchos alemanes a su país, dispuestos a prestar servicio y el traslado de empleados de Astra a Buenos Aires. El Club El Cóndor mantuvo actividades por algunos años más para terminar primero en José León Suárez; Merlo y finalmente Zárate. En 1963 tuvo inclusive presencia en el Campeonato Mundial de Voloventismo realizado en Junín.#

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09 NOV 2019 - 19:12

Por Ismael Tebes.

Primitivamente fue el Club de Planeadores Rosales en 1931 aunque posteriormente se denominó Cóndor, por el ave y su manera de volar. La base operativa era el Aeródromo de Km. 9, un campo de forma triangular y 82 hectáreas que limitaba con la línea del ferrocarril que llegaba a Sarmiento.

El grupo de fundadores aportó de su bolsillo para adquirir, en Alemania, el primer planeador, un Kassel 12A Prufling construído por la firma Fiesele y fue el propio Próspero Palazzo, pionero de la aeronavegación patagónica y primer “millonario del aire argentino” quien ofició de instructor, utilizando remolques y un camión Chevrolet para impulsar el “carreteo”.

Nada era fácil la maniobra técnica en el vuelo sin motor teniendo en cuenta el suelo áspero, desprolijo y con matas resistentes que ponían a prueba todo equilibrio. El patín, el timón de deriva que se movía al revés de una bicicleta y las puntas de las alas eran las piezas claves para tomar altura, desenganchar la soga de remolque en el momento justo y finalmente aterrizar con suavidad y precisión, sin dañar ningún componente y con los huesos intactos. Nunca fue fácil retar al viento crudo y menos en esos tiempos sin reparos, meteorología, ni elementos tecnológicos.

Mudado a Astra en el ’34 y con la visión de expandirse desde un espacio propio; el Club se afilió al Club Argentino de Planeadores Albatros, convirtiéndose en una cuna de pilotos y fanáticos, manteniendo su vigencia en tiempos en que desde Europa se fomentaba el vuelo en planeadores por sobre el clásico motorizado.

Kilómetro 20 de Comodoro Rivadavia era precisamente el asentamiento de los residentes alemanes que eligieron la Patagonia para trabajar después de la Primera Guerra Mundial y un punto de encuentro de ésta comunidad en torno a la empresa petrolera que alentaba la vida social y la práctica deportiva por sobre los mitos de la Inteligencia y las ideologías.

Francisco Allesch, austríaco de nacimiento pero amante de la Argentina, se convirtió en activo aficionado, instructor y dueño del primer Brevet A otorgado a un piloto del interior. Al comando del Kassel 12, bautizado simpáticamente como “Palo de Escoba”, remolcado por un auto alcanzó los 260 metros y en 1935 obtuvo su primer récord nacional, al volar una hora y ocho minutos sobrevolando el cerro Papagaikopf o “Cabeza de papagayo” según una deformación de la lengua germana. Obtuvo por ésta hazaña las patentes “B” y “C”. La marca fue superada el 25 de diciembre de 1.935 cuando logró volar durante una hora y 48 minutos.

El Club de Planeadores encontró en Astra un espacio casi propicio; se realizaron más de setecientos vuelos anuales, lográndose alturas de 260 metros ayudados por autos como remolques improvisados. Muchos reconocidos pilotos de la incipiente Aeroposta solían acercarse al aeródromo del “Cóndor”, entre ellos Domingo Irigoyen, Leonardo Selvetti y Próspero Palazzo, quien perdería la vida en un accidente en medio de una tormenta de nieve en julio de 1.936 en Pampa de Salamanca. Las mujeres pioneras en el Club fueron Solveig Wallen, hija de un ingeniero noruego, primera poseedora de un brevet e Hilda Frank, quien solía colaborar activamente en las jornadas de trabajo y vuelo en el improvisado hangar, construido con tirantes y chapa canaleta.

El único planeador disponible solía averiarse, ya sea por lo peligroso de las maniobras, por los aterrizajes “poco sutiles” y porque solía “capotar” seguido en un campo hostil y poco preparado para las sutilezas aéreas. Como no había demasiado margen de error y los “malos cálculos” se pagaban con golpes, se realizaban reparaciones de corte casero en más de una ocasión utilizando listones, madera terciada, tela y abundante cola.

El Kassel 12, importado desde Alemania, voló hasta octubre de 1937 a raíz de un percance que lo destruyó por completo. Esto dio paso de inmediato al avance del proyecto de construcción del Lippisch Hols der Teufel, cuyos planos habían sido traídos desde Europa. La brigada de trabajo denominada “Industria de Aficionados Germano Argentinos” terminó su tarea en octubre de 1937 dando paso al planeador made in Astra, denominado “Patagonia”. Hecho en nueve meses con base de madera terciada; chapa de acero al cromo molibdeno, alma de cáñamo, el ultraliviano contaba con un larguero de ala adicional que lo hacía estable, seguro y “casi perfecto” para batir récords llegándose a permanecer hasta seis horas en el aire. Se sabe que el planeador hecho en Astra “sobrevivió” a la mudanza posterior del club a la Provincia de Buenos Aires y recién fue dado de baja a mediados de los ‘40 por haber perdido elasticidad la madera de su estructura. Fue incinerado entre 1948 y 1949.

La Segunda Guerra provocó el éxodo de muchos alemanes a su país, dispuestos a prestar servicio y el traslado de empleados de Astra a Buenos Aires. El Club El Cóndor mantuvo actividades por algunos años más para terminar primero en José León Suárez; Merlo y finalmente Zárate. En 1963 tuvo inclusive presencia en el Campeonato Mundial de Voloventismo realizado en Junín.#


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