Ramón Antón, un testigo que dejó muchas dudas

Negó haber hecho inteligencia bajo supervisión militar. Fiscalía lo confrontó con otros testimonios suyos afirmando lo contrario. Su relato del día del secuestro molestó a Hilda Fredes. La versión de que el maestro fue asesinado en la Base Zar. Y el sorpresivo interés de la Policía Federal de Viedma.

12 NOV 2019 - 21:17 | Actualizado

El 5 de noviembre de 1976 Ramón Antón era jefe de la Comisaría 2ª de Trelew. Su declaración dejó muchas dudas en el Ministerio Público Fiscal y en el Tribunal. El fiscal Teodoro Nürnberg señaló contradicciones al comparar el testimonio de ayer con otras declaraciones suyas en la causa. Es que en los 80 admitió haber hecho inteligencia de actividad militante y política en el Valle, bajo directa supervisión militar. Ayer lo negó. “Fui jefe de la Brigada de Investigaciones pero no trabajaba con informaciones políticas. La División Informaciones de la Policía sí trabajaba con partidos, reuniones, ideología. Pude colaborar pero no era mi área”, argumentó. Se esforzó por explicarse sin desmentirse a sí mismo.

Contó que al atardecer de aquel volvía a su casa cuando frenó un coche que manejaba David Patricio “Oso” Romero, con Luis Rossi, presidente del Partido Comunista, e Hilda Fredes. Según su versión, ella le preguntó si “por casualidad” había ingresado Ángel Bel.

“Los conocía; Rossi era presidente del Partido Comunista y mi amigo de la infancia, de mates y asados. Les dije que no pero igual volví y entré con ella, estaba la puerta abierta y le pregunté al oficial de guardia si había ingresado un señor Bel, porque a veces el comisario no se entera en el momento”.

En el parte diario no figuraba. “Acá tu marido no está, si querés entra y revisá la Comisaría”, le dijo a Fredes. “Le dije al oficial que me avisara cualquier novedad. Fue todo porque enseguida subieron al coche y se fueron; aún no se hablaba de un secuestro”.

Al presidente del Tribunal, Enrique Guanziroli, le sonó sugerente que Antón no hiciera algo más ante el reclamo de tres personas conocidas, dos de ellas dirigentes.

Antón, colega de camada de Nichols, aseguró que ese día no había ninguna orden de cerrar las dos comisarías de la ciudad. “El episodio no ocurrió en mi jurisdicción pero sabía quién era Bel y su militancia”.

Negó haber colaborado con la represión militar. “En 1976 era custodia del gobernador peronista Benito Fernández pero como no confiaban en mí, me separaron del servicio”.

Fue designado jefe de la 2ª y en diciembre lo convocó el jefe de la Unidad Regional para un café. “Me dice que tenía malas noticias”. Tenía 48 horas para trasladarse a Río Mayo. “Nunca supe por qué pasé de una comisaría de primera a un pueblo en el medio del campo; estuve ahí hasta el 80”.

Antón vinculó ese traslado con el secuestro de Bel, días antes. Perjudicó su vida familiar y atrasó su carrera policial. “Si a uno lo designan al frente de una Comisaría y a los pocos meses lo sacan, evidentemente algo mal hizo”.

Al irse Antón caminó hacia Fredes, en la primera fila del público. “A esto hay que superarlo”, le sugirió, casi disculpándose. Molesta con el testimonio, la esposa de Bel apenas lo miró: “Está bien, váyase”, le repitió, para no ser grosera. Es probable que la mujer declare de nuevo para ratificar que sí reclamó por un secuestro y que Antón no la ayudó.

Ruido de Falcon

El día del operativo Juan Raúl Jungblut estaba en familia y no había cenado. Contaba la plata de la recaudación del día de la planta pasteurizadora de leche donde trabajaba, para depositar la mañana siguiente en el Banco. Vivía frente a la ex-Lanera Austral, en una casa aislada pegada a la planta, a metros del río Chubut. Se sorprendió cuando un hombre corpulento golpeó la ventana: eran cuatro desconocidos. “Quédese tranquilo, no va a pasar nada, éste señor quiere hablar con usted”, le dijeron. Armados, le apuntaban con un revólver. Ángel Bel, de saco, le entregó un bebé. “Le encargo mucho a mi hijo, lléveselo a su mamá”, le pidió. Llevaban camperas negras de cuero. Todos de civil y el pelo cortado tipo militar.

“El nene estaba muy mojado y mi señora lo cambió con ropa de una nena chica que teníamos. Como deseábamos un varón hasta me dijo que lo dejáramos para nosotros pero le dije ´¿Cómo vamos a hacer eso?´ Los hombres me pidieron esperar una hora pero a los 5 minutos salí a dárselo a la mamá porque en el tobillo tenía un papelito con el lugar donde entregarlo”. Jungblut lo subió a su Fiat 125 .

Días después del episodio, al menos tres personas lo visitaron simulando interés en asesorarse para instalar algún emprendimiento lechero. “No sabían de qué hablaban, se notaban que ni eran personas de campo y que iban con esa excusa”.

El testigo es de Viedma. Incluso de regreso en Río Negro “siempre me llamó la atención que en esa ciudad la Policía Federal me llamara continuamente para que me presentara y me preguntaban si había visto a las personas que se presentaron esa noche ahí. Querían saber si alguien me había ido a ver, si había tenido contacto, si alguien había preguntado algo”.

En el juicio, Jungblut reconoció en el expediente la nota atada al tobillo de Pablo. Y aunque no vio el vehículo, “cuando arrancaron escuché el ruido de un Falcon”. El grupo enfiló a Trelew. Todo duró un par de minutos.

Rumor de asesinato

“En el ámbito docente y en la calle era muy fuerte y firme el comentario de que a Bel lo habían asesinado en la Base. Para el cuerpo docente fue un baldazo de agua fría”.

Lo declaró Laura Mayo, maestra retirada, que lo conoció. “Fue un elemento de consulta para los docentes, teníamos problemas con obra social nacional e intentó organizar el gremio. Lo veíamos en la escuela”.

“Era un compañero increíble –lo definió-, muy arraigado con los problemas sociales. Era muy cauto porque nunca nos habló de ideología, no sabía que era del Partido Comunista”.

El marido de Mayo fue Carlos Sosa, exjefe de la Comisaría de Rawson. Enrique Dames, testigo fallecido, le atribuyó a Sosa haber revelado que a Bel lo habían asesinado. “No recuerdo que mi esposo lo haya comentado”, lo desmintió Mayo.

“Dames fue mi superior en la docencia. Nos llamó la atención porque nunca había ido a mi casa pero luego del hecho venía y charlaba con intenciones de averiguar. Pero la postura de mi esposo era que cuanto menos supiera la familia, mejor”.

Contra la guerrilla

“Cada vez que los militares fueron a buscarme a mi casa fue para preguntarme por Bel”. Lo declaró Heraldo Delfín Torné, militante que fue secuestrado, encapuchado y picaneado en la Base Almirante Zar de Trelew en mayo de 1977. “Me preguntaban si sabía algo de él, me decían que yo era uno de los artífices, donde lo había dejado; si atan los hilos, quienes estaban en la Base lo hicieron desaparecer”.

Torné conoció a Bel cuando el maestro era secretario del PC y apoderado de presos políticos de la U-6.

No a la violencia

“Se enojaba mucho conmigo porque incitábamos a la violencia. Decía que con el terrorismo no íbamos a llegar a nada porque mataba gente inocente. Siempre me dijo que las guerrillas no servían para nada”.

El testigo lo definió como “más bueno que el pan”. Y lamentó que pese a eludir la violencia, “se lo llevaron puesto y yo me salvé. Esa es mi bronca. Él siempre decía que en una democracia, la salida era el paro pero no tomar las armas”.

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12 NOV 2019 - 21:17

El 5 de noviembre de 1976 Ramón Antón era jefe de la Comisaría 2ª de Trelew. Su declaración dejó muchas dudas en el Ministerio Público Fiscal y en el Tribunal. El fiscal Teodoro Nürnberg señaló contradicciones al comparar el testimonio de ayer con otras declaraciones suyas en la causa. Es que en los 80 admitió haber hecho inteligencia de actividad militante y política en el Valle, bajo directa supervisión militar. Ayer lo negó. “Fui jefe de la Brigada de Investigaciones pero no trabajaba con informaciones políticas. La División Informaciones de la Policía sí trabajaba con partidos, reuniones, ideología. Pude colaborar pero no era mi área”, argumentó. Se esforzó por explicarse sin desmentirse a sí mismo.

Contó que al atardecer de aquel volvía a su casa cuando frenó un coche que manejaba David Patricio “Oso” Romero, con Luis Rossi, presidente del Partido Comunista, e Hilda Fredes. Según su versión, ella le preguntó si “por casualidad” había ingresado Ángel Bel.

“Los conocía; Rossi era presidente del Partido Comunista y mi amigo de la infancia, de mates y asados. Les dije que no pero igual volví y entré con ella, estaba la puerta abierta y le pregunté al oficial de guardia si había ingresado un señor Bel, porque a veces el comisario no se entera en el momento”.

En el parte diario no figuraba. “Acá tu marido no está, si querés entra y revisá la Comisaría”, le dijo a Fredes. “Le dije al oficial que me avisara cualquier novedad. Fue todo porque enseguida subieron al coche y se fueron; aún no se hablaba de un secuestro”.

Al presidente del Tribunal, Enrique Guanziroli, le sonó sugerente que Antón no hiciera algo más ante el reclamo de tres personas conocidas, dos de ellas dirigentes.

Antón, colega de camada de Nichols, aseguró que ese día no había ninguna orden de cerrar las dos comisarías de la ciudad. “El episodio no ocurrió en mi jurisdicción pero sabía quién era Bel y su militancia”.

Negó haber colaborado con la represión militar. “En 1976 era custodia del gobernador peronista Benito Fernández pero como no confiaban en mí, me separaron del servicio”.

Fue designado jefe de la 2ª y en diciembre lo convocó el jefe de la Unidad Regional para un café. “Me dice que tenía malas noticias”. Tenía 48 horas para trasladarse a Río Mayo. “Nunca supe por qué pasé de una comisaría de primera a un pueblo en el medio del campo; estuve ahí hasta el 80”.

Antón vinculó ese traslado con el secuestro de Bel, días antes. Perjudicó su vida familiar y atrasó su carrera policial. “Si a uno lo designan al frente de una Comisaría y a los pocos meses lo sacan, evidentemente algo mal hizo”.

Al irse Antón caminó hacia Fredes, en la primera fila del público. “A esto hay que superarlo”, le sugirió, casi disculpándose. Molesta con el testimonio, la esposa de Bel apenas lo miró: “Está bien, váyase”, le repitió, para no ser grosera. Es probable que la mujer declare de nuevo para ratificar que sí reclamó por un secuestro y que Antón no la ayudó.

Ruido de Falcon

El día del operativo Juan Raúl Jungblut estaba en familia y no había cenado. Contaba la plata de la recaudación del día de la planta pasteurizadora de leche donde trabajaba, para depositar la mañana siguiente en el Banco. Vivía frente a la ex-Lanera Austral, en una casa aislada pegada a la planta, a metros del río Chubut. Se sorprendió cuando un hombre corpulento golpeó la ventana: eran cuatro desconocidos. “Quédese tranquilo, no va a pasar nada, éste señor quiere hablar con usted”, le dijeron. Armados, le apuntaban con un revólver. Ángel Bel, de saco, le entregó un bebé. “Le encargo mucho a mi hijo, lléveselo a su mamá”, le pidió. Llevaban camperas negras de cuero. Todos de civil y el pelo cortado tipo militar.

“El nene estaba muy mojado y mi señora lo cambió con ropa de una nena chica que teníamos. Como deseábamos un varón hasta me dijo que lo dejáramos para nosotros pero le dije ´¿Cómo vamos a hacer eso?´ Los hombres me pidieron esperar una hora pero a los 5 minutos salí a dárselo a la mamá porque en el tobillo tenía un papelito con el lugar donde entregarlo”. Jungblut lo subió a su Fiat 125 .

Días después del episodio, al menos tres personas lo visitaron simulando interés en asesorarse para instalar algún emprendimiento lechero. “No sabían de qué hablaban, se notaban que ni eran personas de campo y que iban con esa excusa”.

El testigo es de Viedma. Incluso de regreso en Río Negro “siempre me llamó la atención que en esa ciudad la Policía Federal me llamara continuamente para que me presentara y me preguntaban si había visto a las personas que se presentaron esa noche ahí. Querían saber si alguien me había ido a ver, si había tenido contacto, si alguien había preguntado algo”.

En el juicio, Jungblut reconoció en el expediente la nota atada al tobillo de Pablo. Y aunque no vio el vehículo, “cuando arrancaron escuché el ruido de un Falcon”. El grupo enfiló a Trelew. Todo duró un par de minutos.

Rumor de asesinato

“En el ámbito docente y en la calle era muy fuerte y firme el comentario de que a Bel lo habían asesinado en la Base. Para el cuerpo docente fue un baldazo de agua fría”.

Lo declaró Laura Mayo, maestra retirada, que lo conoció. “Fue un elemento de consulta para los docentes, teníamos problemas con obra social nacional e intentó organizar el gremio. Lo veíamos en la escuela”.

“Era un compañero increíble –lo definió-, muy arraigado con los problemas sociales. Era muy cauto porque nunca nos habló de ideología, no sabía que era del Partido Comunista”.

El marido de Mayo fue Carlos Sosa, exjefe de la Comisaría de Rawson. Enrique Dames, testigo fallecido, le atribuyó a Sosa haber revelado que a Bel lo habían asesinado. “No recuerdo que mi esposo lo haya comentado”, lo desmintió Mayo.

“Dames fue mi superior en la docencia. Nos llamó la atención porque nunca había ido a mi casa pero luego del hecho venía y charlaba con intenciones de averiguar. Pero la postura de mi esposo era que cuanto menos supiera la familia, mejor”.

Contra la guerrilla

“Cada vez que los militares fueron a buscarme a mi casa fue para preguntarme por Bel”. Lo declaró Heraldo Delfín Torné, militante que fue secuestrado, encapuchado y picaneado en la Base Almirante Zar de Trelew en mayo de 1977. “Me preguntaban si sabía algo de él, me decían que yo era uno de los artífices, donde lo había dejado; si atan los hilos, quienes estaban en la Base lo hicieron desaparecer”.

Torné conoció a Bel cuando el maestro era secretario del PC y apoderado de presos políticos de la U-6.

No a la violencia

“Se enojaba mucho conmigo porque incitábamos a la violencia. Decía que con el terrorismo no íbamos a llegar a nada porque mataba gente inocente. Siempre me dijo que las guerrillas no servían para nada”.

El testigo lo definió como “más bueno que el pan”. Y lamentó que pese a eludir la violencia, “se lo llevaron puesto y yo me salvé. Esa es mi bronca. Él siempre decía que en una democracia, la salida era el paro pero no tomar las armas”.


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