Historias Mínimas / Los gritos del viento

22 FEB 2020 - 19:41 | Actualizado

Por Ismael Tebes

El mar y la montaña no podían retratarse mejor. Le bastaba el toque agreste de la naturaleza para que sea casi el paraíso deseado. Y el viento, bramando, pidiendo su lugar. Y su gente, curtida por el clima pero cálida en su interior, generosa a la hora de compartir hábitos y costumbres. A ciento diecinueve años de la “oficialiación” como nueva población, Comodoro Rivadavia es hoy una ciudad movilizadora y receptiva como en sus principios.

Paradójicamente siempre quedó lejos. Pero estuvo cerca. Sin quererlo, el petróleo brotó de sus entrañas y la llevó a disfrutar de sus mejores “primaveras” como también de sus peores momentos incluyendo la privatización y el cierre de YPF sembrando el duelo, inundando la ciudad de kioskos y “negocios” forzados.

Sin embargo la ciudad que siempre se calzó el mameluco disfrutó poco para sí misma. Pidió y pocas veces fue correspondida. Desde las grandes obras hasta las pequeñas, siempre “volvió” mucho menos de lo que salía de sus muelles.

Su historia misma está ligada a las necesidades. La búsqueda de agua para poder vivir derivó en el hallazgo más importante del país en materia energética. Y éste recurso, que llegó a definirla como “Capital Nacional” sigue vigente aunque con otras reglas en el mercado y en un país que no deja de utilizar lo que aquí se extrae: desde el plástico, una birome y hasta el combustible.

Las necesidades son las mismas. O más, de acuerdo a la época en que se la mire. La Patagonia dejó de ser un desierto hace rato pero la demora en la Repotenciación del Acueducto Lago Muster, que abastece a Sarmiento, Rada Tilly, el propio Comodoro y hasta Caleta Olivia ha quedado chico ante la demanda y el crecimiento exponencial de la población. La falta de agua, un sistema que necesita modernizarse para mejorar su prestación y algunas cuestiones políticas parecen condicionar ésta obra de la que todas las gestiones de gobierno han hablado pero ninguna ha plasmado en realidad. Sin importar el color que gobierne.

Es cierto que en la naturaleza nada es gratis. La ciudad se ha expandido hacia el mar como una constante, se ha “ganado” terreno con el afán de agrandarse en tierras consolidadas y ampliar los radios urbanos. El efecto no ha sido en todos los casos, el deseado. Las marejadas parecen tener la memoria que no tuvieron muchos arquitectos y reclaman constantemente su “propiedad”. El sistema cloacal de la ciudad, una conjunción de caños en desuso y que no se han cambiado a pesar de las construcciones y el boom inmobiliario, golpea casi con la misma contundencia que las olas en pleamar. El tejido costero y la construcción de un sistema que derive los efluentes cloacales mar adentro para su mayor degradación también está en la lista de pedidos urgentes aunque duerma en alguna carpeta en algún despacho de Nación.

La ciudad por su dinámica exige y demanda. Mejorar las rutas y vías de acceso; generar riquezas a través de un puerto que ha dado muestras sobradas de su capacidad operativa y creer efectivamente en la diversificación. Es que el petróleo –que nunca se termina- parece acapararlo todo con sus números y su dolarización cuando en realidad no debiera ser el monocultivo de una ciudad tan enriquecida por otros recursos que no le son ajenos.

La pesca debiera ocupar su rol en un esquema más “amigable” para beneficiar a los que invierten y generan empleo bajo riesgo. Debieran darse en éste sentido, iguales condiciones para quienes ejercen la actividad en los distintos puertos de Chubut y consolidar un mayor potencial a la hora de competir en el mundo con un producto gourmet capturado en las costas.

Comodoro Rivadavia respira trabajo. Y oportunidades. A veces, otorga más chances a quien llega de otras latitudes que a los propios hijos de la tierra. Quizás porque el nivel de gestión o la legitimidad del pedido no se condice con los modos, ni con los tiempos.

La ciudad del petróleo parece tenerlo todo. Y sin embargo, exhibe sus necesidades con crudeza. Los hechos policiales y las curiosidades suelen ganarle en los medios nacionales a las cuestiones nobles, las del día a día, las que suelen reflejar mejor que nadie el “ser” comodorense.

En la ciudad vivió y murió Juana Sosa, la madre del General Perón; jugó un par de veces el Diego; tocó Aníbal Troilo y cantó el “Polaco” Goyeneche. Bailó Julio Bocca; Marco Antonio Solís copó el estadio Municipal y hasta Sandro, el Gitano de América, llegó a cantar para doscientas personas en el gimnasio Municipal. “Ringo” Bonavena peleó en la Rural y José María Gatica estuvo a punto de no cobrar su bolsa por un supuesto “tongo”.

En las calles de tierra jugando al fútbol con su sotana el Padre Juan Corti dio tanto amor y obras como ladrillos, sembrando tantas escuelas que son difíciles de contar. Los talentos propios siempre estuvieron. El “Mumo” Peralta; “Cuqui” Silvera, médicos exportados al mundo; el pibe repostero Gastón Salas, “Titín” Naves; el Negro Cocha; Pacho, Rementería y la banda de pilotos sureños; la Liga Nacional que sigue vigente con Gimnasia como emblema patagónico y tantos otros ejemplos de lo que ésta tierra es capaz de brindar desde las raíces mismas de su inspiración. El viento no solamente mueve, sino que pone a prueba el carácter de las personas.

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22 FEB 2020 - 19:41

Por Ismael Tebes

El mar y la montaña no podían retratarse mejor. Le bastaba el toque agreste de la naturaleza para que sea casi el paraíso deseado. Y el viento, bramando, pidiendo su lugar. Y su gente, curtida por el clima pero cálida en su interior, generosa a la hora de compartir hábitos y costumbres. A ciento diecinueve años de la “oficialiación” como nueva población, Comodoro Rivadavia es hoy una ciudad movilizadora y receptiva como en sus principios.

Paradójicamente siempre quedó lejos. Pero estuvo cerca. Sin quererlo, el petróleo brotó de sus entrañas y la llevó a disfrutar de sus mejores “primaveras” como también de sus peores momentos incluyendo la privatización y el cierre de YPF sembrando el duelo, inundando la ciudad de kioskos y “negocios” forzados.

Sin embargo la ciudad que siempre se calzó el mameluco disfrutó poco para sí misma. Pidió y pocas veces fue correspondida. Desde las grandes obras hasta las pequeñas, siempre “volvió” mucho menos de lo que salía de sus muelles.

Su historia misma está ligada a las necesidades. La búsqueda de agua para poder vivir derivó en el hallazgo más importante del país en materia energética. Y éste recurso, que llegó a definirla como “Capital Nacional” sigue vigente aunque con otras reglas en el mercado y en un país que no deja de utilizar lo que aquí se extrae: desde el plástico, una birome y hasta el combustible.

Las necesidades son las mismas. O más, de acuerdo a la época en que se la mire. La Patagonia dejó de ser un desierto hace rato pero la demora en la Repotenciación del Acueducto Lago Muster, que abastece a Sarmiento, Rada Tilly, el propio Comodoro y hasta Caleta Olivia ha quedado chico ante la demanda y el crecimiento exponencial de la población. La falta de agua, un sistema que necesita modernizarse para mejorar su prestación y algunas cuestiones políticas parecen condicionar ésta obra de la que todas las gestiones de gobierno han hablado pero ninguna ha plasmado en realidad. Sin importar el color que gobierne.

Es cierto que en la naturaleza nada es gratis. La ciudad se ha expandido hacia el mar como una constante, se ha “ganado” terreno con el afán de agrandarse en tierras consolidadas y ampliar los radios urbanos. El efecto no ha sido en todos los casos, el deseado. Las marejadas parecen tener la memoria que no tuvieron muchos arquitectos y reclaman constantemente su “propiedad”. El sistema cloacal de la ciudad, una conjunción de caños en desuso y que no se han cambiado a pesar de las construcciones y el boom inmobiliario, golpea casi con la misma contundencia que las olas en pleamar. El tejido costero y la construcción de un sistema que derive los efluentes cloacales mar adentro para su mayor degradación también está en la lista de pedidos urgentes aunque duerma en alguna carpeta en algún despacho de Nación.

La ciudad por su dinámica exige y demanda. Mejorar las rutas y vías de acceso; generar riquezas a través de un puerto que ha dado muestras sobradas de su capacidad operativa y creer efectivamente en la diversificación. Es que el petróleo –que nunca se termina- parece acapararlo todo con sus números y su dolarización cuando en realidad no debiera ser el monocultivo de una ciudad tan enriquecida por otros recursos que no le son ajenos.

La pesca debiera ocupar su rol en un esquema más “amigable” para beneficiar a los que invierten y generan empleo bajo riesgo. Debieran darse en éste sentido, iguales condiciones para quienes ejercen la actividad en los distintos puertos de Chubut y consolidar un mayor potencial a la hora de competir en el mundo con un producto gourmet capturado en las costas.

Comodoro Rivadavia respira trabajo. Y oportunidades. A veces, otorga más chances a quien llega de otras latitudes que a los propios hijos de la tierra. Quizás porque el nivel de gestión o la legitimidad del pedido no se condice con los modos, ni con los tiempos.

La ciudad del petróleo parece tenerlo todo. Y sin embargo, exhibe sus necesidades con crudeza. Los hechos policiales y las curiosidades suelen ganarle en los medios nacionales a las cuestiones nobles, las del día a día, las que suelen reflejar mejor que nadie el “ser” comodorense.

En la ciudad vivió y murió Juana Sosa, la madre del General Perón; jugó un par de veces el Diego; tocó Aníbal Troilo y cantó el “Polaco” Goyeneche. Bailó Julio Bocca; Marco Antonio Solís copó el estadio Municipal y hasta Sandro, el Gitano de América, llegó a cantar para doscientas personas en el gimnasio Municipal. “Ringo” Bonavena peleó en la Rural y José María Gatica estuvo a punto de no cobrar su bolsa por un supuesto “tongo”.

En las calles de tierra jugando al fútbol con su sotana el Padre Juan Corti dio tanto amor y obras como ladrillos, sembrando tantas escuelas que son difíciles de contar. Los talentos propios siempre estuvieron. El “Mumo” Peralta; “Cuqui” Silvera, médicos exportados al mundo; el pibe repostero Gastón Salas, “Titín” Naves; el Negro Cocha; Pacho, Rementería y la banda de pilotos sureños; la Liga Nacional que sigue vigente con Gimnasia como emblema patagónico y tantos otros ejemplos de lo que ésta tierra es capaz de brindar desde las raíces mismas de su inspiración. El viento no solamente mueve, sino que pone a prueba el carácter de las personas.


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