Malvinas y el coronavirus

A 38 años de la guerra de Malvinas, y en medio de la pandemia, la carta escrita por Damián Cataldi, exsoldado combatiente.

02 ABR 2020 - 9:03 | Actualizado

“La naturaleza ha decidido atacarnos, probablemente en defensa propia. El COVID-19 nos desafía a escala planetaria y a un nivel inédito. Deja al desnudo nuestras carencias como sociedad y derriba símbolos que creíamos inalterables. Nos obliga a mirar para atrás y a pensar que algo hicimos mal. En ese marco, y aunque a simple vista podría parecer forzado, la guerra de las Malvinas y la pandemia del coronavirus tienen varias líneas de conexión.

En lo político, la derrota argentina en 1982 implicó la consolidación de Thatcher y de Reagan, y con ello el triunfo del modelo capitalista neoliberal por sobre los modelos reformistas. Pronto se pasó a la etapa de la globalización, donde prevaleció el capital financiero y la especulación. El estado como garante del bienestar colectivo fue desestimado por ser un ‘gasto’ que alteraba el ‘equilibro fiscal’ y así llegamos a la actual situación en la que la salud de la buena parte de la humanidad está en jaque y desamparada.

En lo humano, que se haga costumbre el recuento diario de los caídos es algo que ocurre en pocas situaciones. Y eso sucede porque estamos en una guerra, comparable con cualquier otra guerra. No es una guerra convencional, es una guerra bacteriológica. No se localiza en un territorio determinado, abarca todo el planeta. No mata con balas y esquirlas, mata por neumonía. No hay enemigo visible ni drones ni portaaviones, es un virus microscópico. Pero la gravedad de la crisis y las sensaciones que acarrea esta pandemia inevitablemente nos remiten a una guerra.

Nosotros la tuvimos en 1982. En aquella oportunidad los soldados fuimos trasladados a las islas en aviones de Aerolíneas Argentinas, el combustible lo proveía YPF, las comunicaciones las garantizaban Entel y el Correo Argentino, y el sistema de salud se preparaba para recibir a los heridos. Redunda mencionar la total movilización de las tropas de todas las fuerzas armadas y de seguridad y el refuerzo de las fronteras. Las fuerzas productivas del país se pusieron a disposición de esa causa y recordar las donaciones y la movilización popular en apoyo a los soldados aún hoy emociona.

Sucede que en situaciones de crisis extrema adquiere su cabal sentido el concepto de soberanía. Se hace evidente que para poder maniobrar en medio de semejante tormenta se debe tener el total control de los recursos estratégicos del buque. Y aún antes, hay que asegurarse de que esos recursos existan y estén disponibles. Nada de eso se hizo. Por el contrario. Durante estos 38 años de posguerra el estado argentino fue desguazado y ahora estamos pagando las consecuencias.

La historia nos pone ante un nuevo desafío. Nada va a ser igual después de esta pandemia. La globalización está gravemente herida. Paradójicamente nos vemos obligados a vivir con lo nuestro y a revalorizar todo lo que implica ejercer la soberanía. Ahora hay que ir más allá: todos los recursos del país deben ser puestos a disposición de esta guerra, los estatales y los privados. Todos debemos colaborar de acuerdo a nuestro rol en la sociedad y a nuestras posibilidades. Esta vez la derrota no es una opción”.

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02 ABR 2020 - 9:03

“La naturaleza ha decidido atacarnos, probablemente en defensa propia. El COVID-19 nos desafía a escala planetaria y a un nivel inédito. Deja al desnudo nuestras carencias como sociedad y derriba símbolos que creíamos inalterables. Nos obliga a mirar para atrás y a pensar que algo hicimos mal. En ese marco, y aunque a simple vista podría parecer forzado, la guerra de las Malvinas y la pandemia del coronavirus tienen varias líneas de conexión.

En lo político, la derrota argentina en 1982 implicó la consolidación de Thatcher y de Reagan, y con ello el triunfo del modelo capitalista neoliberal por sobre los modelos reformistas. Pronto se pasó a la etapa de la globalización, donde prevaleció el capital financiero y la especulación. El estado como garante del bienestar colectivo fue desestimado por ser un ‘gasto’ que alteraba el ‘equilibro fiscal’ y así llegamos a la actual situación en la que la salud de la buena parte de la humanidad está en jaque y desamparada.

En lo humano, que se haga costumbre el recuento diario de los caídos es algo que ocurre en pocas situaciones. Y eso sucede porque estamos en una guerra, comparable con cualquier otra guerra. No es una guerra convencional, es una guerra bacteriológica. No se localiza en un territorio determinado, abarca todo el planeta. No mata con balas y esquirlas, mata por neumonía. No hay enemigo visible ni drones ni portaaviones, es un virus microscópico. Pero la gravedad de la crisis y las sensaciones que acarrea esta pandemia inevitablemente nos remiten a una guerra.

Nosotros la tuvimos en 1982. En aquella oportunidad los soldados fuimos trasladados a las islas en aviones de Aerolíneas Argentinas, el combustible lo proveía YPF, las comunicaciones las garantizaban Entel y el Correo Argentino, y el sistema de salud se preparaba para recibir a los heridos. Redunda mencionar la total movilización de las tropas de todas las fuerzas armadas y de seguridad y el refuerzo de las fronteras. Las fuerzas productivas del país se pusieron a disposición de esa causa y recordar las donaciones y la movilización popular en apoyo a los soldados aún hoy emociona.

Sucede que en situaciones de crisis extrema adquiere su cabal sentido el concepto de soberanía. Se hace evidente que para poder maniobrar en medio de semejante tormenta se debe tener el total control de los recursos estratégicos del buque. Y aún antes, hay que asegurarse de que esos recursos existan y estén disponibles. Nada de eso se hizo. Por el contrario. Durante estos 38 años de posguerra el estado argentino fue desguazado y ahora estamos pagando las consecuencias.

La historia nos pone ante un nuevo desafío. Nada va a ser igual después de esta pandemia. La globalización está gravemente herida. Paradójicamente nos vemos obligados a vivir con lo nuestro y a revalorizar todo lo que implica ejercer la soberanía. Ahora hay que ir más allá: todos los recursos del país deben ser puestos a disposición de esta guerra, los estatales y los privados. Todos debemos colaborar de acuerdo a nuestro rol en la sociedad y a nuestras posibilidades. Esta vez la derrota no es una opción”.


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