Cultura popular, un recurso para sumar promoción turística y economía

En cada verano, unos 200.000 turistas visitan la Comarca Andina, que desde hace unos 20 años se transformó en la principal actividad económica. Esta temporada quedaron más de 2 mil millones de pesos, con una amplia gama de servicios que incluyen alojamiento, gastronomía, excursiones y esparcimiento.

Costumbres. Las expresiones de la cultura popular también pueden generar ingresos para la zona si es que la dirigencia sabe potenciarla.
17 MAY 2020 - 20:22 | Actualizado

La mayoría llega con la expectativa de disfrutar del paisaje y aprovechar el descanso junto a su familia. También hay un porcentaje singular atraído por “todo el entorno mágico de la región”, que incluye ser “la cuna de la cerveza artesanal del país”; la producción orgánica, las artesanías y las fiestas populares que durante enero y febrero se extienden desde El Bolsón hasta Lago Puelo, El Hoyo, Epuyén, Cholila y El Maitén.

Sin embargo, hay un público demandante de la historia del pueblo andino que no ha sido satisfecha. Recursos no faltan: pinturas rupestres de 8 mil años que reflejan la presencia de tribus nómadas; el adelantado Juan Fernández buscando la mítica “Ciudad de los Césares” en 1621; el asentamiento del “Motoco” Cárdenas en 1894; la primeras viviendas y el camino de la colonización chilena; el circuito de los molinos harineros; La Trochita; la primera cervecería de Otto Tipp y recreación de la “República Independiente de El Bolsón”; las andanzas del sheriff Martín Sheffield y la laguna del plesiosauro; la cabaña de Butch Cassidy y su banda de pistoleros norteamericanos, solo por nombrar algunos.

Hay que sumar a los visitantes que quieren experimentar “la cultura viva”, fundamentalmente a través de un folklore cordillerano que tiene en el tiempo a maestros de la talla de Abelardo Epuyén González, Pedro Santa Cruz y Poli Rosales. No obstante, con la partida física de muchos de los referentes, las tradiciones se van perdiendo y tampoco hay programas que alienten su rescate.

En la Isla Grande de Chiloé, por ejemplo, merced a un fondo de desarrollo cultural, toda la temporada estival la mayoría de los pueblos viven del dinero que los turistas dejan en sus fiestas costumbristas, que van desde las comidas típicas, artesanías y principalmente la música y las danzas que sus cultores expresan desde un escenario. El resto del año los municipios apoyan y financian los talleres para que los niños y jóvenes descubran y valoren sus raíces, aprendan a tocar un instrumento o rescatar la historia de sus antepasados.

“Un pueblo sin identidad cultural no tiene futuro”, reflejó alguna vez Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura 1990). En nuestro país, recién el año pasado se aprobó por unanimidad la enseñanza de folklore en las escuelas, por un proyecto de la senadora rionegrina Magdalena Odarda.

Desde entonces, se notan pocos avances aún cuando la ley reserva para los Consejos de Educación de cada una de las provincias “la modalidad de implementación en la currícula educativa y el derecho a acceder al canto y a la danza, y también a conocer la historia, las raíces, costumbres, leyendas y comidas típicas”.

“El día que los políticos se den cuenta de las fuentes de trabajo que puede crear la cultura, otro será el cantar”, decía Pedro Santa Cruz. “El turista quiere ver las danzas típicas de cada región, escuchar a sus autores, probar los platos típicos y saber la historia de cada lugar, siempre está dispuesto a pagar por cada actividad. Si nos organizamos, ganamos todos”, proponía en sus noches de bohemia.

Algo similar ocurre con la necesidad de revalorizar a los artistas plásticos y escultores: “No se dimensiona la plata que ingresa por año a la zona en concepto de venta de cuadros o tallas. Es realmente significativa. Por suerte, en El Bolsón, en los últimos años se les ha dado un lugar de preponderancia en la Casa del Bicentenario, con muestras permanentes y difusión para que el pública conozca a sus artistas”, valoró una pintora, que pidió “un gesto similar en el resto de los pueblos”.

Otro aspecto a considerar es el particular “mundo religioso” de la Comarca Andina, donde conviven más de 70 cultos y se pueden visitar templos tan inusuales como “la mezquita más austral de la tierra” (en Mallín Ahogado), o “la stupa de la iluminación”, en Epuyén, que “no tiene nada que envidiarle a sus hermanitas tibetanas, en belleza y en transmitir la tranquilidad y simpleza del budismo”.

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17 MAY 2020 - 20:22

La mayoría llega con la expectativa de disfrutar del paisaje y aprovechar el descanso junto a su familia. También hay un porcentaje singular atraído por “todo el entorno mágico de la región”, que incluye ser “la cuna de la cerveza artesanal del país”; la producción orgánica, las artesanías y las fiestas populares que durante enero y febrero se extienden desde El Bolsón hasta Lago Puelo, El Hoyo, Epuyén, Cholila y El Maitén.

Sin embargo, hay un público demandante de la historia del pueblo andino que no ha sido satisfecha. Recursos no faltan: pinturas rupestres de 8 mil años que reflejan la presencia de tribus nómadas; el adelantado Juan Fernández buscando la mítica “Ciudad de los Césares” en 1621; el asentamiento del “Motoco” Cárdenas en 1894; la primeras viviendas y el camino de la colonización chilena; el circuito de los molinos harineros; La Trochita; la primera cervecería de Otto Tipp y recreación de la “República Independiente de El Bolsón”; las andanzas del sheriff Martín Sheffield y la laguna del plesiosauro; la cabaña de Butch Cassidy y su banda de pistoleros norteamericanos, solo por nombrar algunos.

Hay que sumar a los visitantes que quieren experimentar “la cultura viva”, fundamentalmente a través de un folklore cordillerano que tiene en el tiempo a maestros de la talla de Abelardo Epuyén González, Pedro Santa Cruz y Poli Rosales. No obstante, con la partida física de muchos de los referentes, las tradiciones se van perdiendo y tampoco hay programas que alienten su rescate.

En la Isla Grande de Chiloé, por ejemplo, merced a un fondo de desarrollo cultural, toda la temporada estival la mayoría de los pueblos viven del dinero que los turistas dejan en sus fiestas costumbristas, que van desde las comidas típicas, artesanías y principalmente la música y las danzas que sus cultores expresan desde un escenario. El resto del año los municipios apoyan y financian los talleres para que los niños y jóvenes descubran y valoren sus raíces, aprendan a tocar un instrumento o rescatar la historia de sus antepasados.

“Un pueblo sin identidad cultural no tiene futuro”, reflejó alguna vez Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura 1990). En nuestro país, recién el año pasado se aprobó por unanimidad la enseñanza de folklore en las escuelas, por un proyecto de la senadora rionegrina Magdalena Odarda.

Desde entonces, se notan pocos avances aún cuando la ley reserva para los Consejos de Educación de cada una de las provincias “la modalidad de implementación en la currícula educativa y el derecho a acceder al canto y a la danza, y también a conocer la historia, las raíces, costumbres, leyendas y comidas típicas”.

“El día que los políticos se den cuenta de las fuentes de trabajo que puede crear la cultura, otro será el cantar”, decía Pedro Santa Cruz. “El turista quiere ver las danzas típicas de cada región, escuchar a sus autores, probar los platos típicos y saber la historia de cada lugar, siempre está dispuesto a pagar por cada actividad. Si nos organizamos, ganamos todos”, proponía en sus noches de bohemia.

Algo similar ocurre con la necesidad de revalorizar a los artistas plásticos y escultores: “No se dimensiona la plata que ingresa por año a la zona en concepto de venta de cuadros o tallas. Es realmente significativa. Por suerte, en El Bolsón, en los últimos años se les ha dado un lugar de preponderancia en la Casa del Bicentenario, con muestras permanentes y difusión para que el pública conozca a sus artistas”, valoró una pintora, que pidió “un gesto similar en el resto de los pueblos”.

Otro aspecto a considerar es el particular “mundo religioso” de la Comarca Andina, donde conviven más de 70 cultos y se pueden visitar templos tan inusuales como “la mezquita más austral de la tierra” (en Mallín Ahogado), o “la stupa de la iluminación”, en Epuyén, que “no tiene nada que envidiarle a sus hermanitas tibetanas, en belleza y en transmitir la tranquilidad y simpleza del budismo”.


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