Opinión / Gestionando el riesgo en el tiempo de la pandemia

Alfabetizar a la ciudadanía sobre riesgo.

18 MAY 2020 - 9:36 | Actualizado

Por Ricardo Paramos *

La comunicación en el contexto del COVID 19 explicita nuestra vulnerabilidad como receptores de la información sobre la pandemia que lastima a la humanidad a nivel planetario y que circula en tiempo real por la aldea global, término que acuñó Herbert Marshall McLuhan, con un vértigo, inmediatez y viralidad nunca antes experimentada.

En minutos de producirse una noticia en alguna parte del mundo, “la queja de un ciudadano español por cargas tributarias que le impone el Estado, además del aislamiento social y la imposibilidad de trabajar para pagar los impuestos”; “Un primer ministro de un país europeo que ha contraído el virus”; “los ataúdes con los fallecidos”, por el coronavirus que son dispuestos en forma urgente y aséptica sin ceremonias fúnebres; la imagen del virus, el alcohol en gel, el barbijo y el papel higiénico que dominan la iconoesfera, etc., constituyen noticias e imágenes que expone a los dirigentes nacionales y locales a “calibrar” sus comunicaciones –y tratar de que sean lo más acertadas posible- especialmente, cuando las medidas que se comunican apelan al cambios en el comportamiento social, en pos de prevenir la enfermedad: como el aislamiento físico obligatorio y preventivo; la higiene permanente, el uso de barbijos, etc., ¿pero alcanza esta comunicación generalista –que no tiene en cuenta la realidad y los consumos culturales de las diferentes clases sociales- para obtener las respuestas adecuadas por parte de la sociedad en el cambio de conductas?

Las organizaciones como la OMS, la UNESCO y otras nos advierten a los ciudadanos de los peligros de la infodemia: la primera epidemia de información en tiempo real, que modifica la conducta de quienes la contraen. Esta situación también deteriora la salud porque se viraliza el miedo.

En este sentido, es palpable la falta de preparación del periodismo en general salvo raras excepciones para abordar la pandemia desde la perspectiva de la gestión del riesgo de desastres y se ocupan ex – post-del suceso a dar cuenta “lo que pasa en el mundo” privilegiando las lógicas de la noticiabilidad y comercial (espectacularidad de la noticia y rating / market share) en detrimento de la lógica del servicio de dar información asertiva, es decir que tenga un propósito instrumental: un para qué con fuentes confiables, verificadas.

Por otro lado, si a esta sobreabundancia de información que encontramos en los mass-media y las redes sociales (con una carga máxima de redundancia) le sumamos la posverdad, los trolls, las fake news y los deepfakes, la desinformación llega a ser abrumadora, promoviendo en la sociedad “un cansancio” una apatía hacia la realidad (Han, B-Ch. 2017), que se manifiesta en otra suerte de confinamiento en este caso “informativo”, un cerco, un encerramiento que atraviesa al ciudadano y lo deja inerme. Frente a esta realidad, desde los medios masivos de comunicación: aconsejan: “Cuídese de la infodemia” depositando toda la responsabilidad en el consumidor de las noticias, que por cierto es muy heterogéneo, no todos tienen las competencias comunicacionales y las credenciales educativas necesarias para hacer una recepción crítica de los mensajes.

En el Informe de Evaluación Global sobre la Reducción del Riesgo de Desastres de 2019 (GAR por sus siglas en inglés) se enfatiza en la necesidad de producir un cambio en el paradigma de la comunicación de riesgos, en donde se insta a que la comunicación debe estar dirigida a procesos integrados y participativos con un enfoque humanista. Abordando las preguntas y las inquietudes de las personas sobre riesgos, para mejorar la alfabetización del riesgo, porque por ej.: “cuando a las personas se le pida u obligue que evacúen a refugios incómodos querrán buenas razones para esto”. Por ello, se debe involucrar a la comunidad en la evaluación, gestión y mitigación del riesgo (no sólo se debe hallar fundamento en el saber técnico y científico), se debe ponderar las situaciones desde la percepción social del riesgo.

Uno de los resultados verificables de esta pandemia COVID 19 es que ha instalado al riesgo por la fuerza de los hechos, promoviendo nuevas prácticas sociales para evitar el “contagio”. Estamos de este modo, viviendo en la cultura del riesgo, una “cultura” que en otras prácticas ya teníamos en relación al “autocuidado” (educación vial, seguridad ante robos y salud entre las más conocidas) y siempre en clave preventiva. Sin embargo, los “protocolos de sanitización” hogareños y la familiarización con prácticas preventivas en torno al cuidado de la salud no completan la formación que se requiere para “alfabetizar” al ciudadano en la gestión de reducción del riesgo con un enfoque sistémico, integral y multidisciplinario. Es por ello, que es necesario la implementación de políticas públicas a nivel nacional, provincial y municipal de Gestión de

Reducción del Riesgo de Desastres (RRD) comprendiendo que el riesgo es inmanente al hombre y es la instancia latente donde la amenaza aún no se ha plasmado y donde nos permite reducir la vulnerabilidad con medidas estructurales como la construcción de hospitales y con medidas no estructurales como la educación y la concientización de la población promoviendo una ciudadanía del riesgo.

¨El autor es Lic. en Comunicación Social (UBA) especialista en comunicación de gestión del riesgo; profesor del Seminario de Gestión y Reducción del Riesgo de Desastres, Cambio Climático y Desarrollo Sostenible de la Universidad del Salvador (USAL)

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18 MAY 2020 - 9:36

Por Ricardo Paramos *

La comunicación en el contexto del COVID 19 explicita nuestra vulnerabilidad como receptores de la información sobre la pandemia que lastima a la humanidad a nivel planetario y que circula en tiempo real por la aldea global, término que acuñó Herbert Marshall McLuhan, con un vértigo, inmediatez y viralidad nunca antes experimentada.

En minutos de producirse una noticia en alguna parte del mundo, “la queja de un ciudadano español por cargas tributarias que le impone el Estado, además del aislamiento social y la imposibilidad de trabajar para pagar los impuestos”; “Un primer ministro de un país europeo que ha contraído el virus”; “los ataúdes con los fallecidos”, por el coronavirus que son dispuestos en forma urgente y aséptica sin ceremonias fúnebres; la imagen del virus, el alcohol en gel, el barbijo y el papel higiénico que dominan la iconoesfera, etc., constituyen noticias e imágenes que expone a los dirigentes nacionales y locales a “calibrar” sus comunicaciones –y tratar de que sean lo más acertadas posible- especialmente, cuando las medidas que se comunican apelan al cambios en el comportamiento social, en pos de prevenir la enfermedad: como el aislamiento físico obligatorio y preventivo; la higiene permanente, el uso de barbijos, etc., ¿pero alcanza esta comunicación generalista –que no tiene en cuenta la realidad y los consumos culturales de las diferentes clases sociales- para obtener las respuestas adecuadas por parte de la sociedad en el cambio de conductas?

Las organizaciones como la OMS, la UNESCO y otras nos advierten a los ciudadanos de los peligros de la infodemia: la primera epidemia de información en tiempo real, que modifica la conducta de quienes la contraen. Esta situación también deteriora la salud porque se viraliza el miedo.

En este sentido, es palpable la falta de preparación del periodismo en general salvo raras excepciones para abordar la pandemia desde la perspectiva de la gestión del riesgo de desastres y se ocupan ex – post-del suceso a dar cuenta “lo que pasa en el mundo” privilegiando las lógicas de la noticiabilidad y comercial (espectacularidad de la noticia y rating / market share) en detrimento de la lógica del servicio de dar información asertiva, es decir que tenga un propósito instrumental: un para qué con fuentes confiables, verificadas.

Por otro lado, si a esta sobreabundancia de información que encontramos en los mass-media y las redes sociales (con una carga máxima de redundancia) le sumamos la posverdad, los trolls, las fake news y los deepfakes, la desinformación llega a ser abrumadora, promoviendo en la sociedad “un cansancio” una apatía hacia la realidad (Han, B-Ch. 2017), que se manifiesta en otra suerte de confinamiento en este caso “informativo”, un cerco, un encerramiento que atraviesa al ciudadano y lo deja inerme. Frente a esta realidad, desde los medios masivos de comunicación: aconsejan: “Cuídese de la infodemia” depositando toda la responsabilidad en el consumidor de las noticias, que por cierto es muy heterogéneo, no todos tienen las competencias comunicacionales y las credenciales educativas necesarias para hacer una recepción crítica de los mensajes.

En el Informe de Evaluación Global sobre la Reducción del Riesgo de Desastres de 2019 (GAR por sus siglas en inglés) se enfatiza en la necesidad de producir un cambio en el paradigma de la comunicación de riesgos, en donde se insta a que la comunicación debe estar dirigida a procesos integrados y participativos con un enfoque humanista. Abordando las preguntas y las inquietudes de las personas sobre riesgos, para mejorar la alfabetización del riesgo, porque por ej.: “cuando a las personas se le pida u obligue que evacúen a refugios incómodos querrán buenas razones para esto”. Por ello, se debe involucrar a la comunidad en la evaluación, gestión y mitigación del riesgo (no sólo se debe hallar fundamento en el saber técnico y científico), se debe ponderar las situaciones desde la percepción social del riesgo.

Uno de los resultados verificables de esta pandemia COVID 19 es que ha instalado al riesgo por la fuerza de los hechos, promoviendo nuevas prácticas sociales para evitar el “contagio”. Estamos de este modo, viviendo en la cultura del riesgo, una “cultura” que en otras prácticas ya teníamos en relación al “autocuidado” (educación vial, seguridad ante robos y salud entre las más conocidas) y siempre en clave preventiva. Sin embargo, los “protocolos de sanitización” hogareños y la familiarización con prácticas preventivas en torno al cuidado de la salud no completan la formación que se requiere para “alfabetizar” al ciudadano en la gestión de reducción del riesgo con un enfoque sistémico, integral y multidisciplinario. Es por ello, que es necesario la implementación de políticas públicas a nivel nacional, provincial y municipal de Gestión de

Reducción del Riesgo de Desastres (RRD) comprendiendo que el riesgo es inmanente al hombre y es la instancia latente donde la amenaza aún no se ha plasmado y donde nos permite reducir la vulnerabilidad con medidas estructurales como la construcción de hospitales y con medidas no estructurales como la educación y la concientización de la población promoviendo una ciudadanía del riesgo.

¨El autor es Lic. en Comunicación Social (UBA) especialista en comunicación de gestión del riesgo; profesor del Seminario de Gestión y Reducción del Riesgo de Desastres, Cambio Climático y Desarrollo Sostenible de la Universidad del Salvador (USAL)


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