Comarca: la década del ’70 que cambió la historia

Hitos determinantes para el desarrollo de la región.

25 MAY 2020 - 20:10 | Actualizado

En el recuerdo de los pobladores de la Comarca Andina de principios de los ‘70, seguramente emergen los hitos determinantes para el desarrollo de la región. Por ejemplo, la revolución industrial maderera concentrada en el noroeste chubutense, con todo el impacto económico que trajo consigo.

Otros evocarán la llegada de los primeros hippies, amigos de los “paisanos”, quienes vendrían a trastocar los usos y costumbres de los primeros colonos; o los largos inviernos con nevadas y rutas cortadas, con el folklore de acumular leña para los meses eternos de frío; o el padecimiento de las cuatro o cinco horas que demandaba llegar a Bariloche con un enfermo. Tiempos lejanos sin televisión y sin diarios, con la sola compañía de una emisora chilena llenando de extraños sonidos la soledad de la noche.

Con todo, la zona cordillerana no fue ajena a los cambios acontecidos en el mundo y en el país durante aquella década: EE.UU. se consolidaba como gran potencia mundial, la NASA llenaba el espacio de naves, estaba aún vigente la guerra fría con la URSS y los mismos americanos se retiraban de Vietnam tras feroz paliza militar. Surgía la teología de la liberación, los chilenos elegían a Salvador Allende como presidente socialista; se inventaba el primer procesador personal y Lacan hablaba del psicoanálisis.

En Argentina, la vuelta de Perón y la llegada de un nuevo periodo democrático renovaba las esperanzas, mientras la Patagonia aparecía beneficiada con la concreción de grandes obras de infraestructura, como las represas hidroeléctricas, rutas pavimentadas, flamantes edificios públicos y barrios habitacionales diseminados por todos los pueblos. Por entonces, del turismo y la fruta fina ni se hablaba. Tanta obra generaba trabajo por doquier y por ende, mejoraba el poder adquisitivo de cada lugareño. Los pobladores de la zona fueron testigos directos del auge económico instalado a partir de la industrialización maderera, con un mega aserradero emplazado en Lago Puelo. La demanda de El Chocón-Cerros Colorados, los grandes hoteles en construcción en Bariloche y la represa Futaleufú implicaban un movimiento de tal envergadura que mantenía ocupación plena y atraía otras inversiones destinadas a los servicios complementarios. A ello hay que sumar la importancia del ferrocarril como medio de transporte, con el pueblo de El Maitén como epicentro principal de operaciones, donde había más de 300 familias que vivían directamente del tren, además de las múltiples actividades. El rol productivo de la ganadería también estaba en alza: los fértiles valles de Cholila y El Manso eran apropiados para el engorde de vacunos, mientras que las praderas de Leleque, Ñorquincó y toda la estepa circundante servían para la crianza de miles de ovejas. En tanto, los valles abrigados permitían el laboreo de chacras aptas para el cultivo de frutales, papas y hortalizas, que luego se transportaban a ciudades distantes como Comodoro Rivadavia o Neuquén para su comercialización.

Por aquellos años también comenzó a llegar gente proveniente de las grandes ciudades, hechizados por la necesidad de un cambio sustancial en su forma de vida. Aquí compraron pequeñas propiedades en contacto con el entorno natural y se dedicaron a producir en forma orgánica; primero para autoconsumo y después para una eventual venta de excedentes. Otros aprendieron a utilizar sus manos y mentes para generar artesanías diversas, entonces surgió la feria de El Bolsón que hoy da trabajo a 500 familias. “En la comarca no hay una identidad definida ni tradiciones fuertes. Cualquiera puede llegar e inventarse un oficio. Nadie lo excluirá, pero de cada uno depende que salga bien”, era la consigna aquella época, más vigente que nunca por estos días.

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25 MAY 2020 - 20:10

En el recuerdo de los pobladores de la Comarca Andina de principios de los ‘70, seguramente emergen los hitos determinantes para el desarrollo de la región. Por ejemplo, la revolución industrial maderera concentrada en el noroeste chubutense, con todo el impacto económico que trajo consigo.

Otros evocarán la llegada de los primeros hippies, amigos de los “paisanos”, quienes vendrían a trastocar los usos y costumbres de los primeros colonos; o los largos inviernos con nevadas y rutas cortadas, con el folklore de acumular leña para los meses eternos de frío; o el padecimiento de las cuatro o cinco horas que demandaba llegar a Bariloche con un enfermo. Tiempos lejanos sin televisión y sin diarios, con la sola compañía de una emisora chilena llenando de extraños sonidos la soledad de la noche.

Con todo, la zona cordillerana no fue ajena a los cambios acontecidos en el mundo y en el país durante aquella década: EE.UU. se consolidaba como gran potencia mundial, la NASA llenaba el espacio de naves, estaba aún vigente la guerra fría con la URSS y los mismos americanos se retiraban de Vietnam tras feroz paliza militar. Surgía la teología de la liberación, los chilenos elegían a Salvador Allende como presidente socialista; se inventaba el primer procesador personal y Lacan hablaba del psicoanálisis.

En Argentina, la vuelta de Perón y la llegada de un nuevo periodo democrático renovaba las esperanzas, mientras la Patagonia aparecía beneficiada con la concreción de grandes obras de infraestructura, como las represas hidroeléctricas, rutas pavimentadas, flamantes edificios públicos y barrios habitacionales diseminados por todos los pueblos. Por entonces, del turismo y la fruta fina ni se hablaba. Tanta obra generaba trabajo por doquier y por ende, mejoraba el poder adquisitivo de cada lugareño. Los pobladores de la zona fueron testigos directos del auge económico instalado a partir de la industrialización maderera, con un mega aserradero emplazado en Lago Puelo. La demanda de El Chocón-Cerros Colorados, los grandes hoteles en construcción en Bariloche y la represa Futaleufú implicaban un movimiento de tal envergadura que mantenía ocupación plena y atraía otras inversiones destinadas a los servicios complementarios. A ello hay que sumar la importancia del ferrocarril como medio de transporte, con el pueblo de El Maitén como epicentro principal de operaciones, donde había más de 300 familias que vivían directamente del tren, además de las múltiples actividades. El rol productivo de la ganadería también estaba en alza: los fértiles valles de Cholila y El Manso eran apropiados para el engorde de vacunos, mientras que las praderas de Leleque, Ñorquincó y toda la estepa circundante servían para la crianza de miles de ovejas. En tanto, los valles abrigados permitían el laboreo de chacras aptas para el cultivo de frutales, papas y hortalizas, que luego se transportaban a ciudades distantes como Comodoro Rivadavia o Neuquén para su comercialización.

Por aquellos años también comenzó a llegar gente proveniente de las grandes ciudades, hechizados por la necesidad de un cambio sustancial en su forma de vida. Aquí compraron pequeñas propiedades en contacto con el entorno natural y se dedicaron a producir en forma orgánica; primero para autoconsumo y después para una eventual venta de excedentes. Otros aprendieron a utilizar sus manos y mentes para generar artesanías diversas, entonces surgió la feria de El Bolsón que hoy da trabajo a 500 familias. “En la comarca no hay una identidad definida ni tradiciones fuertes. Cualquiera puede llegar e inventarse un oficio. Nadie lo excluirá, pero de cada uno depende que salga bien”, era la consigna aquella época, más vigente que nunca por estos días.


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