El “Turco” Saeb: “Detrás de cada artesanía, hay una historia de vida”

Francisco, el nieto, sigue los pasos de Juan Carlos Saeb.
27 JUN 2020 - 20:13 | Actualizado

Con mi imaginación, llego a los parajes, cierro las tranqueras, mi alma de niño vuelva a retozar”, confiesa Juan Carlos Saeb, cuya pasión son los vehículos antiguos que reproduce principalmente a partir “de la memoria emotiva”.

El Chevrolet 1938, de Pagnone, con la maquina esquiladora en la caja; el Dodge Brothers, de don Mauricio Cretton, cargado con leña; el pullman International Harvester (año 1938), de “Transportes patagónicos” (uno de los primeros colectivos); una máquina motoniveladora (con su casilla y tanque), contratista de Vialidad Provincial para la ruta 12 allá por 1968; y por supuesto una Chevrolet 1951, la camioneta de su padre en el campo de Cañadón de Las Horquetas (a 15 km de Piedra Parada), son parte de las artesanías que primero aparecen sobre la mesa.

Su esposa, Elsa Navarrete, ceba el mate en la casa de Cholila, mientras que los primeros copos de nieve indican la llegada del invierno. En el pueblo, todos los conocen como el “Turco”, jubilado hace unos años como chofer de la ambulancia, aunque también su vocación de poeta y payador le dieron fama (y amigos) por toda la comarca.

Su mayor orgullo es Francisco Amin, el nieto de 8 años: “Mi admiración hacia él no tiene límites, me veo reflejado cuando comencé, hace 60 años. Si hasta corta las latas de thinner con la misma tijera que me regaló mi viejo”, confiesa mientras el chico prueba soldaduras en el taller para dar forma a su primer trabajo (lógicamente un viejo camión).

En realidad, su “chochera” por los nietos también incluyó que construyera varias miniaturas (un trencito, un Chevrolet 1934, un canadiense 1942), con los que sale a pasear por las calles del centro ante la mirada asombrada y el saludo de los vecinos.

“Detrás de cada una de mis obras hay una historia de vida: por ejemplo, a los 10 años aprendí a manejar en esta chata de mi viejo en una ruta del interior chubutense que hoy es apenas un camino vecinal, cerca de Paso del Sapo. En los ’60 era muy transitada para llegar a Esquel y Vialidad le daba mucha importancia. Una época en que las estancias tenían 15 mil ovejas y 5 leguas de campo, trabajaba mucha gente, cada vez que llegaban los esquiladores era una fiesta. Mi abuelo fundó allí una escuela para los hijos de los puesteros”, graficó.

Mostrando el equipo vial, recordó que “los maquinistas se instalaban durante meses en mi casa, que era el centro de operaciones, cumplían un rol muy importante en tiempos en que las comunicaciones eran inexistentes”.

Enseguida brindó “un homenaje especial a la Chevrolet Apache, que todavía quedan algunas funcionando en la zona. La hice en homenaje a don Guillermo Quintana, un excelente chapista, quien por esos años compró una nueva y era un buen amigo de mi familia”.

También hay un lugar de preferencia para una Dodge Rapid 61 (“que entró a Puerto Madryn por los convenios del Paralelo 42°”) y para “La Lorenzita”, “una Ford propiedad de Lorenzo Galante, de Esquel, un pintor de obras, amigo de mi papá. Es un sentimiento y no la vendo ni por todo el oro del mundo”, aseguró.

En la muestra tampoco faltan los viejos surtidores de combustible a manija (“había uno en Leleque, en la casa Sarquís; y también varios de la firma Paredes, en Esquel”), además de los tanques australianos con sus respectivos molinos de viento.

Rutas

La única ruta asfaltada que había en los ’60 “era entre Puerto Madryn y Trelew. Algunos ricos compraban los Rambler en Esquel y hacían cientos de kilómetros por tierra solamente para ir a probar la velocidad y comprobar que levantaba 175 kph”, recordó Saeb.

De igual modo, valoró a “La Rápida”, la firma de los hermanos Paredes que “unía Esquel con Ingeniero Jacobacci con una unidad Internacional 38; además de ‘Transportes Patagónicos’, que hacía Trelew/San Antonio Oeste. Por entonces, llegar de Esquel a Trelew demandaba dos días, salía a las 6 y a la tarde recién estaba en Paso de Indios, donde los choferes jugaban al truco con los pasajeros, cenaban y se acostaban hasta el otro día, cuando reemprendían el viaje”.

Los canadienses

El “Turco” Saeb dedicó un capítulo especial a los camiones canadienses, que “simbolizan el trabajo en el monte de la gente de El Bolsón, Lago Puelo, El Hoyo y Cholila. Eran utilizados por aquellos que se dedicaban a la extracción de leña y a los rollizos.

Previamente, habían sido utilizados en la Segunda Guerra Mundial, donde combatieron. Muchos llegaron con una troneta en el techo donde iba parado un soldado. Traían motores Chevrolet o Ford y cumplieron un rol fundamental en todo el desarrollo maderero de la región cordillerana”.

“En mi caso, no tengo una computadora 3D y tampoco llegó a una escala perfecta en la construcción de las piezas. Comienzo por dibujar una rueda sobre un papel, que luego es mi guía para dar el tamaño al vehículo que voy haciendo con latas de thinner. Algunos también tienen una réplica del motor, levantavidrios y hasta suspensión”, detalló el artesano cholilense.

“Aun cuando he vendido algunas réplicas a agencias de automóviles de Esquel y El Bolsón, esto no lo hago con un fin comercial. Tampoco soy egoísta, si alguno quiere aprender el oficio, bienvenido. Absolutamente, es una pasión y quedará para mis nietos. Quizás haga una muestra para la Fiesta del Asado”, concluyó.

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27 JUN 2020 - 20:13

Con mi imaginación, llego a los parajes, cierro las tranqueras, mi alma de niño vuelva a retozar”, confiesa Juan Carlos Saeb, cuya pasión son los vehículos antiguos que reproduce principalmente a partir “de la memoria emotiva”.

El Chevrolet 1938, de Pagnone, con la maquina esquiladora en la caja; el Dodge Brothers, de don Mauricio Cretton, cargado con leña; el pullman International Harvester (año 1938), de “Transportes patagónicos” (uno de los primeros colectivos); una máquina motoniveladora (con su casilla y tanque), contratista de Vialidad Provincial para la ruta 12 allá por 1968; y por supuesto una Chevrolet 1951, la camioneta de su padre en el campo de Cañadón de Las Horquetas (a 15 km de Piedra Parada), son parte de las artesanías que primero aparecen sobre la mesa.

Su esposa, Elsa Navarrete, ceba el mate en la casa de Cholila, mientras que los primeros copos de nieve indican la llegada del invierno. En el pueblo, todos los conocen como el “Turco”, jubilado hace unos años como chofer de la ambulancia, aunque también su vocación de poeta y payador le dieron fama (y amigos) por toda la comarca.

Su mayor orgullo es Francisco Amin, el nieto de 8 años: “Mi admiración hacia él no tiene límites, me veo reflejado cuando comencé, hace 60 años. Si hasta corta las latas de thinner con la misma tijera que me regaló mi viejo”, confiesa mientras el chico prueba soldaduras en el taller para dar forma a su primer trabajo (lógicamente un viejo camión).

En realidad, su “chochera” por los nietos también incluyó que construyera varias miniaturas (un trencito, un Chevrolet 1934, un canadiense 1942), con los que sale a pasear por las calles del centro ante la mirada asombrada y el saludo de los vecinos.

“Detrás de cada una de mis obras hay una historia de vida: por ejemplo, a los 10 años aprendí a manejar en esta chata de mi viejo en una ruta del interior chubutense que hoy es apenas un camino vecinal, cerca de Paso del Sapo. En los ’60 era muy transitada para llegar a Esquel y Vialidad le daba mucha importancia. Una época en que las estancias tenían 15 mil ovejas y 5 leguas de campo, trabajaba mucha gente, cada vez que llegaban los esquiladores era una fiesta. Mi abuelo fundó allí una escuela para los hijos de los puesteros”, graficó.

Mostrando el equipo vial, recordó que “los maquinistas se instalaban durante meses en mi casa, que era el centro de operaciones, cumplían un rol muy importante en tiempos en que las comunicaciones eran inexistentes”.

Enseguida brindó “un homenaje especial a la Chevrolet Apache, que todavía quedan algunas funcionando en la zona. La hice en homenaje a don Guillermo Quintana, un excelente chapista, quien por esos años compró una nueva y era un buen amigo de mi familia”.

También hay un lugar de preferencia para una Dodge Rapid 61 (“que entró a Puerto Madryn por los convenios del Paralelo 42°”) y para “La Lorenzita”, “una Ford propiedad de Lorenzo Galante, de Esquel, un pintor de obras, amigo de mi papá. Es un sentimiento y no la vendo ni por todo el oro del mundo”, aseguró.

En la muestra tampoco faltan los viejos surtidores de combustible a manija (“había uno en Leleque, en la casa Sarquís; y también varios de la firma Paredes, en Esquel”), además de los tanques australianos con sus respectivos molinos de viento.

Rutas

La única ruta asfaltada que había en los ’60 “era entre Puerto Madryn y Trelew. Algunos ricos compraban los Rambler en Esquel y hacían cientos de kilómetros por tierra solamente para ir a probar la velocidad y comprobar que levantaba 175 kph”, recordó Saeb.

De igual modo, valoró a “La Rápida”, la firma de los hermanos Paredes que “unía Esquel con Ingeniero Jacobacci con una unidad Internacional 38; además de ‘Transportes Patagónicos’, que hacía Trelew/San Antonio Oeste. Por entonces, llegar de Esquel a Trelew demandaba dos días, salía a las 6 y a la tarde recién estaba en Paso de Indios, donde los choferes jugaban al truco con los pasajeros, cenaban y se acostaban hasta el otro día, cuando reemprendían el viaje”.

Los canadienses

El “Turco” Saeb dedicó un capítulo especial a los camiones canadienses, que “simbolizan el trabajo en el monte de la gente de El Bolsón, Lago Puelo, El Hoyo y Cholila. Eran utilizados por aquellos que se dedicaban a la extracción de leña y a los rollizos.

Previamente, habían sido utilizados en la Segunda Guerra Mundial, donde combatieron. Muchos llegaron con una troneta en el techo donde iba parado un soldado. Traían motores Chevrolet o Ford y cumplieron un rol fundamental en todo el desarrollo maderero de la región cordillerana”.

“En mi caso, no tengo una computadora 3D y tampoco llegó a una escala perfecta en la construcción de las piezas. Comienzo por dibujar una rueda sobre un papel, que luego es mi guía para dar el tamaño al vehículo que voy haciendo con latas de thinner. Algunos también tienen una réplica del motor, levantavidrios y hasta suspensión”, detalló el artesano cholilense.

“Aun cuando he vendido algunas réplicas a agencias de automóviles de Esquel y El Bolsón, esto no lo hago con un fin comercial. Tampoco soy egoísta, si alguno quiere aprender el oficio, bienvenido. Absolutamente, es una pasión y quedará para mis nietos. Quizás haga una muestra para la Fiesta del Asado”, concluyó.


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