Opinión / El Fantasma de la soledad

Ya no quedan dudas que el cerebro es un órgano social. Este cerebro fue evolucionando a lo largo de la historia y es la capacidad de poder vivir en sociedades complejas, algo que fue clave evolutivamente.

01 AGO 2020 - 19:48 | Actualizado

Por Vanina Botta (*) /Especial para Jornada

Nuestro cerebro se modifica de manera constante, las experiencias y el ambiente van modificando nuestros circuitos neuronales, ampliando redes neuronales, conectando unas redes con otras. Esta propiedad plástica del cerebro lo hace aún más fascinante.

A partir del descubrimiento de las neuronas en espejo (que se encuentran en el área parietal) es que podemos pesar las capacidades cognitivas asociadas a la cuestión social como el aprendizaje por imitación y la empatía, por ejemplo.

La capacidad de “leer” los estados ajenos y así entender las emociones, las intenciones, las creencias del otro se torna en algo sumamente importante para el mundo social, para las conversaciones naturales, para la predicción de la conducta social.

Nunca antes habíamos experimentado un aislamiento social a gran escala como durante la evolución de esta pandemia.

Al leer la historia de la humanidad se evidencia que luego de brotes infecciosos y pandemias quedan los efectos nocivos para la salud mental y psicológica del aislamiento social.

Los humanos somos intensamente sociales y nos beneficiamos psicológica y físicamente de la interacción social. Así, cuanto más estemos integrados en una red de amigos/as, menos probabilidades tenemos de enfermarnos y mayores serán nuestras tasas de supervivencia. La integración psicosocial en las relaciones interpersonales es crítica para la supervivencia.

Como consecuencia de tener este cerebro social no resulta sorprendente que la mayoría de nosotros/as encuentre estresante la privación social. El aislamiento social, o la falta de oportunidades sociales, da lugar a una sensación de soledad.

Una vez solos, los humanos pueden quedar atrapados en un ciclo psicológico descendente del que puede ser difícil escapar.

Quisiera agregar además que el cerebro se lleva muy mal con la incertidumbre y es posible la generación de pensamientos catastróficos repetitivos. Una percepción sesgada de las señales negativas y la amenaza social de los otros, o la expectativa de ser socialmente excluido por otros.

Los sesgos cognitivos y una visión sesgada del mundo conducen a tasas de depresión, ansiedad y de suicidio aumentadas, entre otras consecuencias.

Actualmente hay evidencia acumulada de que las amistades son una condición sine qua non para la calidad de la salud. Cuanto más se esté integrado en una red de amigos, menos probabilidades tendrá de enfermar. Cuanto mayor sea su capital social, más rica y amplia su red social, más rápido mejorará si se enferma, más rápido se recuperará y más tiempo vivirá. Tener relaciones interpersonales fuertes es fundamental para la supervivencia a lo largo de toda la vida.

Diversos estudios demuestran que las personas que pertenecen a más grupos tienen menos probabilidades de experimentar episodios de depresión.

La liberación de endorfinas constituye un componente central del mecanismo psico-endócrino que sustenta la amistad.

Otra investigación encontró que los lazos sociales estimulan la liberación de las células asesinas naturales (las denominadas natural killers) del cuerpo, una de las células blancas de la sangre del sistema inmune innato cuya función central es destruir bacterias y virus dañinos. Por esto se sostiene que la soledad perjudica directamente el sistema inmune, haciéndonos menos resistentes a enfermedades e infecciones. De hecho, sentirse solo, aislarse y tener pocos amigos puede resultar en una defensa inmune particularmente pobre y es en momentos de pandemias donde resulta eficaz fortalecer el sistema inmunitario de la población.

Sin bien es cierto que la restricción de la movilidad y el aislamiento son medidas para afrontar una pandemia, no se puede desconocer el impacto negativo en la salud mental de la población. Si bien el aislamiento social nos afecta a todos y todas, o sea, nos iguala en algún punto, es diferente para cada persona (según su realidad social, económica, afectiva y emocional) y es diferente para cada etapa de la vida, siendo las primeras etapas donde puede tener un impacto mayor.

El cerebro en la infancia y adolescencia esta aun formándose, recordemos que la corteza prefrontal es la última región del cerebro en madurar y lo hace hacia los 20 años, aproximadamente. Aun se están formando contactos entre neuronas y terminando de pulirse los circuitos neuronales. Esto gobernará conductas.

Obviamente que este aislamiento que estamos sufriendo es transitorio y no debería generar consecuencias graves en los niños, niñas y adolescentes si están acompañados y contenidos, pero es importante estimular las relaciones sociales por otras vías.

La estimulación social insuficiente, entonces, afecta el razonamiento y el rendimiento de la memoria, la homeostasis hormonal, la sustancia gris / blanca del cerebro, la conectividad y la función, así como la resistencia a las enfermedades físicas y mentales.

Síntomas de ansiedad, el estado de ánimo decaído, el estrés, el miedo, la frustración, la incertidumbre y el aburrimiento pueden ser precipitados por la pandemia por Cov y sus consecuencias, incluida la restricción de movimiento, pérdida de conexiones sociales y empleo, pérdida de ingresos financieros, miedo al contagio o preocupación por la falta de acceso a necesidades básicas como medicamentos, alimentos o agua.

Las personas de la comunidad pueden necesitar más que nunca, tranquilidad, una red de seguridad adecuada, consejos de autocuidado, monitorearse el estado de ánimo y las señales de malestar psicológico y requerir ayuda.

Como el aislamiento social y el “quedate en casa” no es igual para todos/as y deja ver las desigualdades existentes, se hace necesaria la intervención y la presencia del Estado allí donde sea primordial paliar tales desigualdades.

(*) Vanina Botta es médica especialista en Psiquiatría y en Medicina Legal y Forense en el Poder Judicial de Puerto Madryn.

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01 AGO 2020 - 19:48

Por Vanina Botta (*) /Especial para Jornada

Nuestro cerebro se modifica de manera constante, las experiencias y el ambiente van modificando nuestros circuitos neuronales, ampliando redes neuronales, conectando unas redes con otras. Esta propiedad plástica del cerebro lo hace aún más fascinante.

A partir del descubrimiento de las neuronas en espejo (que se encuentran en el área parietal) es que podemos pesar las capacidades cognitivas asociadas a la cuestión social como el aprendizaje por imitación y la empatía, por ejemplo.

La capacidad de “leer” los estados ajenos y así entender las emociones, las intenciones, las creencias del otro se torna en algo sumamente importante para el mundo social, para las conversaciones naturales, para la predicción de la conducta social.

Nunca antes habíamos experimentado un aislamiento social a gran escala como durante la evolución de esta pandemia.

Al leer la historia de la humanidad se evidencia que luego de brotes infecciosos y pandemias quedan los efectos nocivos para la salud mental y psicológica del aislamiento social.

Los humanos somos intensamente sociales y nos beneficiamos psicológica y físicamente de la interacción social. Así, cuanto más estemos integrados en una red de amigos/as, menos probabilidades tenemos de enfermarnos y mayores serán nuestras tasas de supervivencia. La integración psicosocial en las relaciones interpersonales es crítica para la supervivencia.

Como consecuencia de tener este cerebro social no resulta sorprendente que la mayoría de nosotros/as encuentre estresante la privación social. El aislamiento social, o la falta de oportunidades sociales, da lugar a una sensación de soledad.

Una vez solos, los humanos pueden quedar atrapados en un ciclo psicológico descendente del que puede ser difícil escapar.

Quisiera agregar además que el cerebro se lleva muy mal con la incertidumbre y es posible la generación de pensamientos catastróficos repetitivos. Una percepción sesgada de las señales negativas y la amenaza social de los otros, o la expectativa de ser socialmente excluido por otros.

Los sesgos cognitivos y una visión sesgada del mundo conducen a tasas de depresión, ansiedad y de suicidio aumentadas, entre otras consecuencias.

Actualmente hay evidencia acumulada de que las amistades son una condición sine qua non para la calidad de la salud. Cuanto más se esté integrado en una red de amigos, menos probabilidades tendrá de enfermar. Cuanto mayor sea su capital social, más rica y amplia su red social, más rápido mejorará si se enferma, más rápido se recuperará y más tiempo vivirá. Tener relaciones interpersonales fuertes es fundamental para la supervivencia a lo largo de toda la vida.

Diversos estudios demuestran que las personas que pertenecen a más grupos tienen menos probabilidades de experimentar episodios de depresión.

La liberación de endorfinas constituye un componente central del mecanismo psico-endócrino que sustenta la amistad.

Otra investigación encontró que los lazos sociales estimulan la liberación de las células asesinas naturales (las denominadas natural killers) del cuerpo, una de las células blancas de la sangre del sistema inmune innato cuya función central es destruir bacterias y virus dañinos. Por esto se sostiene que la soledad perjudica directamente el sistema inmune, haciéndonos menos resistentes a enfermedades e infecciones. De hecho, sentirse solo, aislarse y tener pocos amigos puede resultar en una defensa inmune particularmente pobre y es en momentos de pandemias donde resulta eficaz fortalecer el sistema inmunitario de la población.

Sin bien es cierto que la restricción de la movilidad y el aislamiento son medidas para afrontar una pandemia, no se puede desconocer el impacto negativo en la salud mental de la población. Si bien el aislamiento social nos afecta a todos y todas, o sea, nos iguala en algún punto, es diferente para cada persona (según su realidad social, económica, afectiva y emocional) y es diferente para cada etapa de la vida, siendo las primeras etapas donde puede tener un impacto mayor.

El cerebro en la infancia y adolescencia esta aun formándose, recordemos que la corteza prefrontal es la última región del cerebro en madurar y lo hace hacia los 20 años, aproximadamente. Aun se están formando contactos entre neuronas y terminando de pulirse los circuitos neuronales. Esto gobernará conductas.

Obviamente que este aislamiento que estamos sufriendo es transitorio y no debería generar consecuencias graves en los niños, niñas y adolescentes si están acompañados y contenidos, pero es importante estimular las relaciones sociales por otras vías.

La estimulación social insuficiente, entonces, afecta el razonamiento y el rendimiento de la memoria, la homeostasis hormonal, la sustancia gris / blanca del cerebro, la conectividad y la función, así como la resistencia a las enfermedades físicas y mentales.

Síntomas de ansiedad, el estado de ánimo decaído, el estrés, el miedo, la frustración, la incertidumbre y el aburrimiento pueden ser precipitados por la pandemia por Cov y sus consecuencias, incluida la restricción de movimiento, pérdida de conexiones sociales y empleo, pérdida de ingresos financieros, miedo al contagio o preocupación por la falta de acceso a necesidades básicas como medicamentos, alimentos o agua.

Las personas de la comunidad pueden necesitar más que nunca, tranquilidad, una red de seguridad adecuada, consejos de autocuidado, monitorearse el estado de ánimo y las señales de malestar psicológico y requerir ayuda.

Como el aislamiento social y el “quedate en casa” no es igual para todos/as y deja ver las desigualdades existentes, se hace necesaria la intervención y la presencia del Estado allí donde sea primordial paliar tales desigualdades.

(*) Vanina Botta es médica especialista en Psiquiatría y en Medicina Legal y Forense en el Poder Judicial de Puerto Madryn.


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