Asensio Brunel, el matrero patagónico que sólo comía lenguas de yegua

Asensio Brunel fue un legendario cuatrero uruguayo que asoló la Patagonia durante los primeros años del siglo 20. Cayó preso el 23 de octubre de 1904 en la cordillera, a manos de la Policía Fronteriza, y fue el polémico comisario Eduardo Humphreys quien apareció por Rawson llevando al bandolero.

11 OCT 2020 - 20:36 | Actualizado

El presidente Julio A. Roca supo del matrero y firmó un decreto para ayudar a capturarlo, mientras que los gobernadores Julio Lezana, del Chubut, y Gregorio Aguirreberry, de Santa Cruz, se inquietaban con las apariciones casi fantasmales de Brunel.

Cuenta la historia que Brunel montaba en pelo y despreciaba las monturas. Era famoso porque saltaba de un caballo a otro y los enseñaba a correr en paralelo. Actuaba independientemente, como un “lobo solitario’’. Otra anécdota destaca cuando, a toda carrera, se robó una joven tehuelche en plena ceremonia religiosa para perderse un tiempo entre las montañas.

“Pero era un hombre difícil. Si es cierto que sólo comía lenguas de yegua, ese sería el secreto de su agilidad. Fueron memorables dos de sus huidas de la cárcel: una en Río Gallegos, de donde se escapó en el caballo del propio comisario. Había entrado al poblado en busca de tabaco, pero fue reconocido y lo detuvieron. Permaneció varios días engrillado hasta que tuvo su oportunidad y no la desperdició”, refleja Francisco Juárez en su libro “Historias de la Patagonia”.

Otra de sus hazañas tuvo por escenario a Trelew: “Lo habían detenido y se encontraba encerrado con esposas en un cuarto del segundo piso del cuartel, cuando llegó el comandante y dejó el caballo –como solía hacerlo siempre– con las riendas sobre la montura, cerca de una ventana. Quiso la casualidad que estuviera precisamente debajo de Brunel, quien sin vacilar aprovechó la oportunidad para saltar sobre el lomo del animal y alejarse a toda carrera. Las esposas se encontraron más tarde en un lugar cerca del río Chubut”.

Con todo, hubo un episodio de Punta Arenas, donde cometió su primer asesinato por celos, que lo obligó a galopar seis horas seguidas para cruzar hacia la Argentina y marcó su destino de fugitivo permanente. En un raído expediente del archivo policial, el mismo Brunel reconoce que su drama es haber quedado sujeto a los caprichos de los gendarmes de uno y otro lado de la frontera, que “lo premiaban cuando robaba en territorio vecino, pero que lo apaleaban si fracasaba”.

A la localidad del extremo sur chileno había arribado en 1888, “mezclándose con la turba de marineros, balleneros, loberos, nutrieros y buscadores de oro que iban a malgastar su dinero en los antros de diversión. Se metió en líos a causa de una mujer y lo encarcelaron. Logró huir robando un par de caballos para cruzar al territorio argentino, en una travesía de más de 200 kilómetros, donde encontró refugio entre los tehuelches de los valles andinos”.

Al año siguiente, lo involucraron en un robo de 50 caballos, que junto a un grupo de nativos arriaron hacia Chile. Tiempo después, confesó a un criador inglés que “fueron los policías -chilenos y argentinos-, quienes lo empujaron a robar y contrabandear la tropilla”.

Sus andanzas abarcan toda la Patagonia austral y pronto se convirtió en mito. Vestía ropas de cuero de puma, “encendía fuego sacando chispas en las piedras de pedernal con el lomo de su cuchillo, sabía usar las boleadoras y montaba en pelo, llevando siempre dos caballos a la par, para saltar de uno al otro sin detenerse cuando iba escapando. En los valles más escondidos de los Andes tenía sus reservas, donde dejaba pastando las caballadas”.

Fue perseguido hasta la cordillera chubutense: el 28 de octubre de 1904, el diario La Prensa reflejó que “en la Colonia 16 de Octubre (actual Trevelin) fue capturado el cuatrero Asensio Brunel, con el concurso de las policías de Ñorquinco, Cholila y Nahuel Huapi” (actual Bariloche). Fue escoltado a Rawson a caballo en un viaje de 15 días para comparecer ante un juez.

Dicen los relatos de época que pasó algunos años en una cárcel en Buenos Aires de máxima seguridad, donde lo visitaban algunos amigos que lo preveían con dinero. Cuando quedó en libertad se fue al Chaco, donde habría comprado una estancia y se dedicó a vivir en paz. Desde entonces, se pierde todo rastro de Asensio Brunel…, aunque quedó dentro de las leyendas más singulares de la Patagonia.

El mítico cazador Long Jack, en Tierra del Fuego, relata un hecho ocurrido un invierno cerca del cabo de Última Esperanza: “Una madrugada llegó entre las sombras un grupo de jinetes. Traían un herido escarchado y en trance agónico. Todo comenzó en una estancia tras encontrar una vaquillona recién carneada y seguir las huellas entre la nieve. De pronto, vieron en la noche a un grupo de personas junto a un fogón. Una voz, desde el fuego, gritó ‘no tiren’, pero se escuchó un disparo. La respuesta obvia fue una verdadera lluvia de balazos hasta que un silencio sepulcral dominó otra vez la escena”.

Con las luces del alba, “los perseguidores hallaron una sola huella que se arrastraba ensangrentada hasta un arroyo cercano. Allí encontraron escarchado y moribundo a Asensio Brunel. Creyeron que estaba muerto cuando lo entregaron en la comisaría de Tres Pasos”. A los pocos días, cuenta Long Jack que lo vio resucitar: “Comía solo carne casi cruda”, relató en sus memorias.

Asensio Brunel se curó de las heridas y logró volver a caminar, pero ya no sería el mismo: una bala alojada en su cadera lo dejó rengo para siempre.

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11 OCT 2020 - 20:36

El presidente Julio A. Roca supo del matrero y firmó un decreto para ayudar a capturarlo, mientras que los gobernadores Julio Lezana, del Chubut, y Gregorio Aguirreberry, de Santa Cruz, se inquietaban con las apariciones casi fantasmales de Brunel.

Cuenta la historia que Brunel montaba en pelo y despreciaba las monturas. Era famoso porque saltaba de un caballo a otro y los enseñaba a correr en paralelo. Actuaba independientemente, como un “lobo solitario’’. Otra anécdota destaca cuando, a toda carrera, se robó una joven tehuelche en plena ceremonia religiosa para perderse un tiempo entre las montañas.

“Pero era un hombre difícil. Si es cierto que sólo comía lenguas de yegua, ese sería el secreto de su agilidad. Fueron memorables dos de sus huidas de la cárcel: una en Río Gallegos, de donde se escapó en el caballo del propio comisario. Había entrado al poblado en busca de tabaco, pero fue reconocido y lo detuvieron. Permaneció varios días engrillado hasta que tuvo su oportunidad y no la desperdició”, refleja Francisco Juárez en su libro “Historias de la Patagonia”.

Otra de sus hazañas tuvo por escenario a Trelew: “Lo habían detenido y se encontraba encerrado con esposas en un cuarto del segundo piso del cuartel, cuando llegó el comandante y dejó el caballo –como solía hacerlo siempre– con las riendas sobre la montura, cerca de una ventana. Quiso la casualidad que estuviera precisamente debajo de Brunel, quien sin vacilar aprovechó la oportunidad para saltar sobre el lomo del animal y alejarse a toda carrera. Las esposas se encontraron más tarde en un lugar cerca del río Chubut”.

Con todo, hubo un episodio de Punta Arenas, donde cometió su primer asesinato por celos, que lo obligó a galopar seis horas seguidas para cruzar hacia la Argentina y marcó su destino de fugitivo permanente. En un raído expediente del archivo policial, el mismo Brunel reconoce que su drama es haber quedado sujeto a los caprichos de los gendarmes de uno y otro lado de la frontera, que “lo premiaban cuando robaba en territorio vecino, pero que lo apaleaban si fracasaba”.

A la localidad del extremo sur chileno había arribado en 1888, “mezclándose con la turba de marineros, balleneros, loberos, nutrieros y buscadores de oro que iban a malgastar su dinero en los antros de diversión. Se metió en líos a causa de una mujer y lo encarcelaron. Logró huir robando un par de caballos para cruzar al territorio argentino, en una travesía de más de 200 kilómetros, donde encontró refugio entre los tehuelches de los valles andinos”.

Al año siguiente, lo involucraron en un robo de 50 caballos, que junto a un grupo de nativos arriaron hacia Chile. Tiempo después, confesó a un criador inglés que “fueron los policías -chilenos y argentinos-, quienes lo empujaron a robar y contrabandear la tropilla”.

Sus andanzas abarcan toda la Patagonia austral y pronto se convirtió en mito. Vestía ropas de cuero de puma, “encendía fuego sacando chispas en las piedras de pedernal con el lomo de su cuchillo, sabía usar las boleadoras y montaba en pelo, llevando siempre dos caballos a la par, para saltar de uno al otro sin detenerse cuando iba escapando. En los valles más escondidos de los Andes tenía sus reservas, donde dejaba pastando las caballadas”.

Fue perseguido hasta la cordillera chubutense: el 28 de octubre de 1904, el diario La Prensa reflejó que “en la Colonia 16 de Octubre (actual Trevelin) fue capturado el cuatrero Asensio Brunel, con el concurso de las policías de Ñorquinco, Cholila y Nahuel Huapi” (actual Bariloche). Fue escoltado a Rawson a caballo en un viaje de 15 días para comparecer ante un juez.

Dicen los relatos de época que pasó algunos años en una cárcel en Buenos Aires de máxima seguridad, donde lo visitaban algunos amigos que lo preveían con dinero. Cuando quedó en libertad se fue al Chaco, donde habría comprado una estancia y se dedicó a vivir en paz. Desde entonces, se pierde todo rastro de Asensio Brunel…, aunque quedó dentro de las leyendas más singulares de la Patagonia.

El mítico cazador Long Jack, en Tierra del Fuego, relata un hecho ocurrido un invierno cerca del cabo de Última Esperanza: “Una madrugada llegó entre las sombras un grupo de jinetes. Traían un herido escarchado y en trance agónico. Todo comenzó en una estancia tras encontrar una vaquillona recién carneada y seguir las huellas entre la nieve. De pronto, vieron en la noche a un grupo de personas junto a un fogón. Una voz, desde el fuego, gritó ‘no tiren’, pero se escuchó un disparo. La respuesta obvia fue una verdadera lluvia de balazos hasta que un silencio sepulcral dominó otra vez la escena”.

Con las luces del alba, “los perseguidores hallaron una sola huella que se arrastraba ensangrentada hasta un arroyo cercano. Allí encontraron escarchado y moribundo a Asensio Brunel. Creyeron que estaba muerto cuando lo entregaron en la comisaría de Tres Pasos”. A los pocos días, cuenta Long Jack que lo vio resucitar: “Comía solo carne casi cruda”, relató en sus memorias.

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