La pelota y Diego

Un homenaje al Diez a diez días de su muerte.

05 DIC 2020 - 20:22 | Actualizado

Por Carlos Guajardo / Especial para Jornada

Al potrero y a la pelota le sobraban canciones pero les faltaba alegría. Algo o alguien que pudiera devolverle algunas joyas perdidas del pasado. Ya tenía forma de sandía cuando comenzó a rebotar una y otra vez en un pie zurdo con una zapatilla escarlata. Entonces, se volvió redonda. Y así, con esa redondez recuperada volvió a andar por los todos los potreros del mundo.

Porque no hubo lugar por más verde que fuera que no se pareciera aquel potrero que parió ilusiones mutuas y que formó una pareja pasional, inseparable. Ella siempre redonda aunque cada vez más bella. De un color o de otro. Y alegre, porque sabía que ya nunca la iban a dejar separarse del pie que amaba, del hombre que la convertiría en la más feliz de la tierra.

Vivió ese romance del que hablaban todos a la vez. Y del que terminaron por callarse todos: Así llegó a ser lo que fue mientras lo tuvo. Así llegó a tener el corazón más repetido.

Es que ella le hizo un lugar entre sus cosas. Y él le dio el más inmenso lugar entre las suyas. Era difícil imaginarla sin su mágica sonrisa después de pasar por aquella piel sensible de hombre mágico. El fútbol es la simbiosis entre el hombre y la pelota. Hay cientos, miles, millones. Sólo que esta fue única. Y si vuelve a repetirse no será en estos lugares, iguales de redondos pero a esta altura, solos y vacíos.

Es que ya desde hace rato, esa pasión que cantaba entre la sangre caliente y la esperanza terminó por morirse muchas veces. Y los ojos no tenían lágrimas después de haber llorado tanto aquel mediodía inesperado.

El tiempo fue pasando inexorable. Y comenzó a sentirse sola. La vida se le hizo esquirlas que la herían. Ya no estaba el que la había vuelto a fabricar, el que la hizo redonda cuando era sandía.

Se fue a un lugar inesperado. Ella lo siguió pero fue en vano. Deambuló por el mundo igual que antes, aunque ya no era la misma. Y nosotros mirando desde lejos empezamos a ser jueces de una vida, entre muchas otras vidas, entre todas sus vidas.

El tribunal empezó a dejar espinas. Hasta dejarlo desnudo y malherido. Y tanto el tribunal lo hizo sufrir que al final murió de angustias, indefenso. Ni siquiera ella quiso estar, aún redonda. Ni siquiera quiso estar pintada y colorida.

“Pero lo cierto es que no lo vivimos/de tanto que queríamos vivirlo/Siempre fue una agonía, siempre estaba muriéndose/ Amanecía con la luz y a la tarde era sangre/llovía en la mañana/por la tarde lloraba:

Subían hombres cósmicos por una escalera de fuego/ y cuando ya los tocábamos, esos pies verdaderos/decidieron marcharse a otro planeta”.

Ahora, soy esa pelota redonda y destruida:

Diego. Te beso y me despido. Me quedé sin aire y sin aliento. Me quedé sin el que mejor me trató en esta tierra. Cómo olvidar tantas caricias. Cómo poder verte en un cajón si no estás muerto.

“La vida no se cuenta por las veces que respiras, sino por las cosas que te dejan sin aliento”. Lo escribieron una vez en Nápoles, en una pared sin ladrillos. Lo escribió un hombre sin nombre.

Me dan ganas de tocar el cielo, pero nadie me hará viajar tan alto. Tengo ganas de besarte en la tierra, pero ninguno podrá hacerme rodar sin lastimarme. Con vos llegaba al cielo sin escalas. Y tocaba la tierra sin sentirla.

Como pueda, intentaré seguir siendo esa pelota redonda y colorida aunque ya nadie me podrá tratar de igual manera. Es tu herencia.

Las otras, las del tribunal que te dejó desnudo y malherido sin mirar sus placares y conciencias no entrarán jamás en mi planeta.

Te acostumbraste a vivir más de una vida. Te vas a acostumbrar a morir más de una muerte.

Es verdad y mirá quien te lo dice: “La pelota no se mancha”.

Pero por una vez, por una sola, dejame volver a ser sandía.

Y que manche mi antigua forma con mis lágrimas. Para darle un lugar cercano a mi tristeza.

Te pido permiso para llorar.#

Nota: con poemas y algunas frases del libro “Fin de mundo”, tan imprescindible como olvidado.

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05 DIC 2020 - 20:22

Por Carlos Guajardo / Especial para Jornada

Al potrero y a la pelota le sobraban canciones pero les faltaba alegría. Algo o alguien que pudiera devolverle algunas joyas perdidas del pasado. Ya tenía forma de sandía cuando comenzó a rebotar una y otra vez en un pie zurdo con una zapatilla escarlata. Entonces, se volvió redonda. Y así, con esa redondez recuperada volvió a andar por los todos los potreros del mundo.

Porque no hubo lugar por más verde que fuera que no se pareciera aquel potrero que parió ilusiones mutuas y que formó una pareja pasional, inseparable. Ella siempre redonda aunque cada vez más bella. De un color o de otro. Y alegre, porque sabía que ya nunca la iban a dejar separarse del pie que amaba, del hombre que la convertiría en la más feliz de la tierra.

Vivió ese romance del que hablaban todos a la vez. Y del que terminaron por callarse todos: Así llegó a ser lo que fue mientras lo tuvo. Así llegó a tener el corazón más repetido.

Es que ella le hizo un lugar entre sus cosas. Y él le dio el más inmenso lugar entre las suyas. Era difícil imaginarla sin su mágica sonrisa después de pasar por aquella piel sensible de hombre mágico. El fútbol es la simbiosis entre el hombre y la pelota. Hay cientos, miles, millones. Sólo que esta fue única. Y si vuelve a repetirse no será en estos lugares, iguales de redondos pero a esta altura, solos y vacíos.

Es que ya desde hace rato, esa pasión que cantaba entre la sangre caliente y la esperanza terminó por morirse muchas veces. Y los ojos no tenían lágrimas después de haber llorado tanto aquel mediodía inesperado.

El tiempo fue pasando inexorable. Y comenzó a sentirse sola. La vida se le hizo esquirlas que la herían. Ya no estaba el que la había vuelto a fabricar, el que la hizo redonda cuando era sandía.

Se fue a un lugar inesperado. Ella lo siguió pero fue en vano. Deambuló por el mundo igual que antes, aunque ya no era la misma. Y nosotros mirando desde lejos empezamos a ser jueces de una vida, entre muchas otras vidas, entre todas sus vidas.

El tribunal empezó a dejar espinas. Hasta dejarlo desnudo y malherido. Y tanto el tribunal lo hizo sufrir que al final murió de angustias, indefenso. Ni siquiera ella quiso estar, aún redonda. Ni siquiera quiso estar pintada y colorida.

“Pero lo cierto es que no lo vivimos/de tanto que queríamos vivirlo/Siempre fue una agonía, siempre estaba muriéndose/ Amanecía con la luz y a la tarde era sangre/llovía en la mañana/por la tarde lloraba:

Subían hombres cósmicos por una escalera de fuego/ y cuando ya los tocábamos, esos pies verdaderos/decidieron marcharse a otro planeta”.

Ahora, soy esa pelota redonda y destruida:

Diego. Te beso y me despido. Me quedé sin aire y sin aliento. Me quedé sin el que mejor me trató en esta tierra. Cómo olvidar tantas caricias. Cómo poder verte en un cajón si no estás muerto.

“La vida no se cuenta por las veces que respiras, sino por las cosas que te dejan sin aliento”. Lo escribieron una vez en Nápoles, en una pared sin ladrillos. Lo escribió un hombre sin nombre.

Me dan ganas de tocar el cielo, pero nadie me hará viajar tan alto. Tengo ganas de besarte en la tierra, pero ninguno podrá hacerme rodar sin lastimarme. Con vos llegaba al cielo sin escalas. Y tocaba la tierra sin sentirla.

Como pueda, intentaré seguir siendo esa pelota redonda y colorida aunque ya nadie me podrá tratar de igual manera. Es tu herencia.

Las otras, las del tribunal que te dejó desnudo y malherido sin mirar sus placares y conciencias no entrarán jamás en mi planeta.

Te acostumbraste a vivir más de una vida. Te vas a acostumbrar a morir más de una muerte.

Es verdad y mirá quien te lo dice: “La pelota no se mancha”.

Pero por una vez, por una sola, dejame volver a ser sandía.

Y que manche mi antigua forma con mis lágrimas. Para darle un lugar cercano a mi tristeza.

Te pido permiso para llorar.#

Nota: con poemas y algunas frases del libro “Fin de mundo”, tan imprescindible como olvidado.


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