Hace 160 años, la Patagonia tuvo un rey coronado, encerrado y desterrado

El flamante líder envió a los principales diarios (El Mercurio de Valparaíso, El Ferrocarril y la revista Católica), una copia con el decreto que anunciaba la fundación del Reino de la Araucanía y Patagonia, que abarcaba también el extremo sur de Argentina.

Orélie Antoine de Tounens.
27 DIC 2020 - 19:28 | Actualizado 30 SEP 2022 - 7:02

Cierto es que las relaciones diplomáticas entre Argentina y Chile se han desarrollado durante muchos años sobre desconfianzas mutuas, ya que en cada país se ha enseñado la historia presentando al vecino como expansionista y ladrón del territorio. Y ello ha pasado de los mapas al manual, de allí a la escuela y la prensa, para llegar finalmente a los pasillos de las cancillerías y embajadas.

Cabe recordar que en 1825 el gobierno chileno había firmado un acuerdo con los jefes mapuches que reconocía al río Biobío como frontera común, además de distintas obligaciones entre las partes, como la prohibición a los chilenos para adentrarse en las tierras de los líderes indígenas. Fue un intento de regular las relaciones, tras el apoyo de varios líderes mapuches a la causa realista durante la guerra por la independencia. Pero con el tiempo, lejos de la cordialidad, la tensión fue en aumento.

Hasta 1859, el abogado francés Orélie Antoine de Tounens pasaba como un extranjero más de los que pululaban por la capital (Santiago), que iba en tránsito hacia la ansiada modernización de su aspecto colonial.

En tanto, del lado argentino, comenzaba una política estatal de expansión hacia el sur, hasta entonces con extensos territorios dominados “por el indio”, con malones que se llevaban miles de cabeza de ganado hacia Chile donde se vendían y salaban (lógicamente con la complicidad de comerciantes locales) para abastecer al creciente mercado del oeste norteamericano. El resultado de dicha política fue la llamada Conquista del Desierto, a cargo del general Julio A. Roca, que llegó hasta la meseta y la cordillera del Chubut.

Uno de los episodios más inauditos de la historia de ambos países comenzó a forjarse en 1860, cuando el aventurero Orélie Antoine de Tounens llegó a la Araucanía con la idea de “reunir las repúblicas hispanoamericanas bajo el nombre de una confederación monárquica constitucional dividida en diecisiete estados”, tal como lo pensaba Bolívar. La difusión del proyecto hizo reaccionar al gobierno chileno primero, que emprendió la conquista del territorio comprometido, mientras que en Buenos Aires también se encendieron todas las alarmas.

Por entonces, la llegada del francés a la zona del río Malleco (hoy Angol), coincidió con la reunión de los “loncos” y el surgimiento del nuevo liderazgo de Quilapán, hijo de Mañil (cacique recientemente fallecido).

En los frondosos bosques de la Araucanía, Orélie Antoine desplegó toda su capacidad oratoria para convencer a las tribus del sur con futuras alianzas y promesas de ayuda de naciones europeas, incluyendo un barco cargado con armas que “pronto llegaría a Valdivia”.

Entre banquetes con carne de caballo y “muday” (chicha), el carismático personaje se abocó de lleno a sostener reuniones en que explicó sus planes de una confederación, con lo que se granjeó el respaldo de Quilapán y sus allegados, lo que fue decisivo para el momento final.

Se sucedieron días y semanas de discusión y debates, hasta que los jefes mapuches deciden finalmente consagrarlo como nuevo “toki” (líder guerrero).

Según su biógrafo -Jean François Gareyte-, “decir que Orélie Antoine se autoproclamó rey es una mentira. Por entonces tenía 35 años y gran labia, lograba convencer con cierta facilidad. Los testimonios lo describen como simpático, amaba y cuidaba a sus amigos, inteligente, interesado por la cultura, los artistas y la política”.

Lo cierto es que el nuevo rey también se encontró con un interés recíproco por su oferta de liderazgo entre los mapuches: “Los que se conjuraron con Orélie, en parte eran nostálgicos del respeto que les profesó la monarquía española”, explica el historiador Fernando Ulloa.

En tanto, el flamante líder no perdió el tiempo: de inmediato envió a los principales diarios (El Mercurio de Valparaíso, El Ferrocarril y la revista Católica), una copia con el decreto que anunciaba la fundación del Reino de la Araucanía y Patagonia, que abarcaba también el extremo sur de Argentina.

Fue más allá y le escribió una carta al presidente Manuel Montt, dándole aviso de la existencia de la monarquía. Y por cierto, también hizo llegar una misiva al entonces canciller, Antonio Varas, firmada por su flamante ministro de Relaciones Exteriores, M. F. Desfontaines, un colono francés que vivía en la Patagonia.

También quiso darle sustento jurídico a su reinado: hijo de la ilustración y la Revolución Francesa, redactó de su puño y letra una carta magna para su “Wallmapu” (territorio): “Esta constitución que Orélie-Antoine le envió al gobierno de Chile y a la prensa, demostró la plena y legítima existencia de los mapuches como pueblo, de manera jurídica, siguiendo las leyes europeas”, graficó Jean François Gareyte en referencia a que “con una constitución, era posible intentar una protección diplomática del gobierno de Napoleón III”.

Sin embargo, allí el asunto se empezó a complicar: por esos días, Orélie Antoine “viajó a Valparaíso para recabar apoyo entre los franceses residentes y promocionar su reino, pero solo encontró sonoras burlas. Además, las autoridades chilenas no hicieron caso de sus cartas, lo que le ocasionó una gran frustración”.

Según Gareyte, en su país natal “hubo alguna campaña para darle el apoyo oficial, incluso por parte de gente influyente y cercana a Napoleón III. Pierre Magne, el todopoderoso ministro de Hacienda del gobierno y presidente del consejo privado del emperador, era un amigo de Orélie-Antoine. Intentó ayudarlo muchas veces tratando de generar interés oficial en su proyecto, pero la gestión no prosperó”.

Sin embargo, con su regreso a la Araucanía, el nuevo monarca reunió apoyo de más jefes, incluyendo el compromiso de proporcionarle hombres para un eventual ejército. Según los expertos, fue allí cuando el gobierno chileno se alarmó y temiendo un posible alzamiento, ordenó su detención.

En ese momento, Juan Rosales, un hombre que hacía de guía y explorador en la zona, decidió entregar al rey a las autoridades. En enero de 1862, se realizó el operativo que acabó con el líder preso en Nacimiento. “Lo detuvieron y mantuvieron aislado hasta que se le cayó el pelo. Las condiciones de su detención fueron durísimas y de ahí se explica que lo motejaban de loco”, reflejan las crónicas de época”.

En efecto, en Los Ángeles le siguieron un juicio, en que se le declaró incapacitado mental. Por ello fue encerrado en la casa de orates de Santiago de donde lo sacó el cónsul general de Francia, quien lo mandó de regreso a Europa. Mientras, la prensa lo describió poco menos que como un aventurero lunático.

Volvió a América del Sur años después, donde se lo vio en la isla de Choele Choel, sobre el río Negro, tratando de conseguir apoyo entre los caciques de las tribus ya desmembradas por el Ejército Argentino. Su intento independentista se había terminado.

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Orélie Antoine de Tounens.
27 DIC 2020 - 19:28

Cierto es que las relaciones diplomáticas entre Argentina y Chile se han desarrollado durante muchos años sobre desconfianzas mutuas, ya que en cada país se ha enseñado la historia presentando al vecino como expansionista y ladrón del territorio. Y ello ha pasado de los mapas al manual, de allí a la escuela y la prensa, para llegar finalmente a los pasillos de las cancillerías y embajadas.

Cabe recordar que en 1825 el gobierno chileno había firmado un acuerdo con los jefes mapuches que reconocía al río Biobío como frontera común, además de distintas obligaciones entre las partes, como la prohibición a los chilenos para adentrarse en las tierras de los líderes indígenas. Fue un intento de regular las relaciones, tras el apoyo de varios líderes mapuches a la causa realista durante la guerra por la independencia. Pero con el tiempo, lejos de la cordialidad, la tensión fue en aumento.

Hasta 1859, el abogado francés Orélie Antoine de Tounens pasaba como un extranjero más de los que pululaban por la capital (Santiago), que iba en tránsito hacia la ansiada modernización de su aspecto colonial.

En tanto, del lado argentino, comenzaba una política estatal de expansión hacia el sur, hasta entonces con extensos territorios dominados “por el indio”, con malones que se llevaban miles de cabeza de ganado hacia Chile donde se vendían y salaban (lógicamente con la complicidad de comerciantes locales) para abastecer al creciente mercado del oeste norteamericano. El resultado de dicha política fue la llamada Conquista del Desierto, a cargo del general Julio A. Roca, que llegó hasta la meseta y la cordillera del Chubut.

Uno de los episodios más inauditos de la historia de ambos países comenzó a forjarse en 1860, cuando el aventurero Orélie Antoine de Tounens llegó a la Araucanía con la idea de “reunir las repúblicas hispanoamericanas bajo el nombre de una confederación monárquica constitucional dividida en diecisiete estados”, tal como lo pensaba Bolívar. La difusión del proyecto hizo reaccionar al gobierno chileno primero, que emprendió la conquista del territorio comprometido, mientras que en Buenos Aires también se encendieron todas las alarmas.

Por entonces, la llegada del francés a la zona del río Malleco (hoy Angol), coincidió con la reunión de los “loncos” y el surgimiento del nuevo liderazgo de Quilapán, hijo de Mañil (cacique recientemente fallecido).

En los frondosos bosques de la Araucanía, Orélie Antoine desplegó toda su capacidad oratoria para convencer a las tribus del sur con futuras alianzas y promesas de ayuda de naciones europeas, incluyendo un barco cargado con armas que “pronto llegaría a Valdivia”.

Entre banquetes con carne de caballo y “muday” (chicha), el carismático personaje se abocó de lleno a sostener reuniones en que explicó sus planes de una confederación, con lo que se granjeó el respaldo de Quilapán y sus allegados, lo que fue decisivo para el momento final.

Se sucedieron días y semanas de discusión y debates, hasta que los jefes mapuches deciden finalmente consagrarlo como nuevo “toki” (líder guerrero).

Según su biógrafo -Jean François Gareyte-, “decir que Orélie Antoine se autoproclamó rey es una mentira. Por entonces tenía 35 años y gran labia, lograba convencer con cierta facilidad. Los testimonios lo describen como simpático, amaba y cuidaba a sus amigos, inteligente, interesado por la cultura, los artistas y la política”.

Lo cierto es que el nuevo rey también se encontró con un interés recíproco por su oferta de liderazgo entre los mapuches: “Los que se conjuraron con Orélie, en parte eran nostálgicos del respeto que les profesó la monarquía española”, explica el historiador Fernando Ulloa.

En tanto, el flamante líder no perdió el tiempo: de inmediato envió a los principales diarios (El Mercurio de Valparaíso, El Ferrocarril y la revista Católica), una copia con el decreto que anunciaba la fundación del Reino de la Araucanía y Patagonia, que abarcaba también el extremo sur de Argentina.

Fue más allá y le escribió una carta al presidente Manuel Montt, dándole aviso de la existencia de la monarquía. Y por cierto, también hizo llegar una misiva al entonces canciller, Antonio Varas, firmada por su flamante ministro de Relaciones Exteriores, M. F. Desfontaines, un colono francés que vivía en la Patagonia.

También quiso darle sustento jurídico a su reinado: hijo de la ilustración y la Revolución Francesa, redactó de su puño y letra una carta magna para su “Wallmapu” (territorio): “Esta constitución que Orélie-Antoine le envió al gobierno de Chile y a la prensa, demostró la plena y legítima existencia de los mapuches como pueblo, de manera jurídica, siguiendo las leyes europeas”, graficó Jean François Gareyte en referencia a que “con una constitución, era posible intentar una protección diplomática del gobierno de Napoleón III”.

Sin embargo, allí el asunto se empezó a complicar: por esos días, Orélie Antoine “viajó a Valparaíso para recabar apoyo entre los franceses residentes y promocionar su reino, pero solo encontró sonoras burlas. Además, las autoridades chilenas no hicieron caso de sus cartas, lo que le ocasionó una gran frustración”.

Según Gareyte, en su país natal “hubo alguna campaña para darle el apoyo oficial, incluso por parte de gente influyente y cercana a Napoleón III. Pierre Magne, el todopoderoso ministro de Hacienda del gobierno y presidente del consejo privado del emperador, era un amigo de Orélie-Antoine. Intentó ayudarlo muchas veces tratando de generar interés oficial en su proyecto, pero la gestión no prosperó”.

Sin embargo, con su regreso a la Araucanía, el nuevo monarca reunió apoyo de más jefes, incluyendo el compromiso de proporcionarle hombres para un eventual ejército. Según los expertos, fue allí cuando el gobierno chileno se alarmó y temiendo un posible alzamiento, ordenó su detención.

En ese momento, Juan Rosales, un hombre que hacía de guía y explorador en la zona, decidió entregar al rey a las autoridades. En enero de 1862, se realizó el operativo que acabó con el líder preso en Nacimiento. “Lo detuvieron y mantuvieron aislado hasta que se le cayó el pelo. Las condiciones de su detención fueron durísimas y de ahí se explica que lo motejaban de loco”, reflejan las crónicas de época”.

En efecto, en Los Ángeles le siguieron un juicio, en que se le declaró incapacitado mental. Por ello fue encerrado en la casa de orates de Santiago de donde lo sacó el cónsul general de Francia, quien lo mandó de regreso a Europa. Mientras, la prensa lo describió poco menos que como un aventurero lunático.

Volvió a América del Sur años después, donde se lo vio en la isla de Choele Choel, sobre el río Negro, tratando de conseguir apoyo entre los caciques de las tribus ya desmembradas por el Ejército Argentino. Su intento independentista se había terminado.


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