Anuario 2020: “Creo saber cómo me contagié, pero si lo digo hago la misma barbaridad que hicieron conmigo”

Marcos Mazo, el primer caso positivo en el VIRCh. El conocido comerciante estuvo en coma y pasó 128 días internado. Sobrevivió al Covid pero su familia sufrió el acoso de una comunidad que los señaló con el dedo. Sospecha cómo se infectó pero el dato “me lo llevo a la tumba”. Les pide a los vecinos prevención, más bondad y menos hipocresía.

30 DIC 2020 - 18:41 | Actualizado

Fue el primer caso del Valle Inferior del Río Chubut, en abril. Marcos Mazo, conocido comerciante, al conceder la charla dejó algo claro: “No me voy a prestar para el amarillismo”. Tiene motivos: la estigmatización social y el asedio de los medios. Él es sólo un hombre más, dice, que contrajo una enfermedad como cualquier otra. Pero dominada por la novedad y el temor, la sociedad apuntó su dedo crítico.

Pisa los 70 años. Usa bastón por las secuelas del Covid-19 y padece lumbalgia. Su vida era la de un jubilado normal: disfrutaba la playa que tanto ama con su esposa, hijos y nietos. “Cuando pasa algo que toca a la comunidad ves la gente buena y la miseria humana”.

Se lo culpó de diseminar el coronavirus en Trelew. “Yo no soy responsable de nada”, dice. Su esposa Susy acota: “Mi marido es una víctima, no un victimario”. Cometió sólo un error: ingresar al Hospital Zonal de Trelew sin tapaboca. “Pero cuando estás enfermo, semiinconsciente y llegas arrastrándote a un sanatorio, si cometés un error no es a propósito”.

“Con mi esposa trabajamos toda la vida de comerciantes y hace 3 años nos jubilamos. Trabajamos 47 años al frente de El Bazar Azul. Llegó un momento que nos cansamos, ya éramos grandecitos. En 2017 cerramos y vendimos lo que tenía”.

“El aislamiento social y el lío del Covid nos agarró en Playa Unión, en marzo”, relata. “Pasamos mi cumpleaños los dos solitos en casa, el 24 de marzo. En Trelew tenemos dos hijos y dos nietos. En abril, cansados del aislamiento, pero respetándolo, nos fuimos allá”. Un día tuvo el primer síntoma. “Mi mujer se dio cuenta de que yo no podía subir las escaleras de casa; no estaba en mis cabales, estaba como atontado. Me hicieron una radiografía porque parecía una neumonía. En el Hospital me llevaron para adentro y le dije a mi hijo que me parecía una tontera. Ni por las tapas pensaba que podía tener coronavirus”.

Marcos fue trasladado por corredores en camilla, rodeado de médicos. “Me sedaron y no recuerdo nada más hasta después de 80 días”. El 29 de abril ingresó a la Terapia Intensiva confirmado como el primer caso.

Recibió el alta el 22 de junio, lo trasladaron a la Clínica San Miguel para terapia intermedia, aún semiinconsciente, sin total control de sí mismo. El 4 de septiembre pudo volver a su casa. Fueron 128 días de internación.

De su postración Marcos destaca la atención del Hospital. “Según mi mujer y mis hijos, me trataron muy bien. De lo que pasaba en Terapia mi familia no sabía nada. No te pueden decir”.

Marcos jura que el inicio de la pandemia “nos cuidábamos muchísimo, por eso no lo puedo creer”. Aislado en su casa de Playa Unión con su esposa, su única salida eran las compras. “En abril en Playa no queda nadie. Iba al supermercado con alcohol 70%, me echaba en las manos, compraba, salíamos y nos rociábamos. En el auto rociaba palanca de cambios, la radio, el volante y los picaportes. En la casa sumergíamos las cosas en agua y cloro. El resto lo rociábamos con alcohol y nos desinfectábamos nosotros”.

Marcos cree saber dónde se contagió. “No lo voy a decir”, dijo entre lágrimas. “Me lo voy a llevar a la tumba”.

Su contagio desató una tromba de rumores: tenía una amante; frecuentaba una prostituta; había regresado de España y no había respetado la cuarentena; estuvo en un asado multitudinario. “Ni amante, ni prostituta. No vine de España porque no viajo en avión; me estrellé con uno y le tomé mucho miedo. Creo saber cómo me contagié, pero no puedo mandar al frente a gente común como yo. ¿Y si no es cierto? Si lo digo, estaría cometiendo la misma barbaridad que cometieron conmigo. Es un prejuicio tras otro”.

La sociedad mostró su peor cara. “La gente dice cualquier barbaridad”, dice Marcos. “En Facebook desde el anonimato, cualquiera dice cualquier cosa. No es un problema de la pandemia, es un problema de educación de la gente. Está crispada. Hay mucha hipocresía, gente que dice que te cuides y no se cuidan ellos”.

Mientras luchaba por su vida, la ciudad hervía en castigo social. “Susy tuvo que llamar a una radio y decir `Che, aflójenle un poco´. Tiraron piedras a casa de una enfermera, prendieron fuego. Una cosa de locos”.

Salud cuidó siempre la identidad de los pacientes. Pero una foto del “caso 1” se filtró y fue viral: era Mazo en una cama de hospital, los ojos abiertos y la mano alzada con los dedos en V, en señal de optimismo. “Eso ya lo hice una vez. Hace muchos años, en España, me metí en la plaza de toros de San Adrián, y me corneó en la pierna una vaca brava. Tenía la pierna destrozada. Cuando me levanté, para que mi mujer y mi mamá no se asustaran, les mostré los dedos de la victoria. Acá, en la semiinconsciencia, pensé que alguien se podía preocupar y me hice el canchero de saludar para que vean que no estaba tan mal”. No se sabe quién tomó la polémica foto ni las razones, pero fue el primer retrato del coronavirus en nuestra comunidad.

Marcos permanecía en coma inducido, ignorando la difamación. Su familia sufría. “A Susy la metieron en el Hospital y la encerraron 14 días. No tenía ni ropa. Estaba todo el mundo muy asustado”. La propia Susy contó: “Me encerraron porque empecé a levantar fiebre. No me dijeron nada, me tiraron ahí”. A su hija y sus nietos los aislaron en cuartos separados. “Era una película de terror”.

Se volvieron un motivo de burla. “Gente conocida se reía. Eso duele”. Circuló un audio de una bioquímica hablando mentiras sobre su caso. Incluso apareció su imagen sobre el ataúd de los senegaleses de moda y stickers de WhatsApp de Marcos en uno de los peores momentos de su vida.

La internación dejó a Marcos sensible: se emociona y llora de forma descontrolada. “Es normal al salir del coma”, dice. “La consecuencia del Covid fue como si una topadora me hubiera pasado por arriba del sistema nervioso. Me produjo lesiones, tengo parálisis en el pie izquierdo, neuralgias y neurosensibilidades a la temperatura, el brazo izquierdo estaba paralizado, tenía el casquete de la cabeza con sensibilidad”.

No cree en Dios, pero valora estar vivo. “Tengo la suerte de tener mucha garra”, dice. Ya estuvo antes al borde de la muerte: se salvó a la caída desde un muelle en San Sebastián con 9 años; sobrevivió a un accidente aéreo en Trelew donde otros pasajeros murieron; a un ataque de vacas salvajes en una corrida de toros española; se levantó sin rasguños tras caer de un techo. “Tengo más vidas que los gatos”, se ríe. “Mi hijo lleva la cuenta y dice que ya gasté seis, me queda una”. Con el Covid “mi médico personal estaba convencido de que me moría”.

Sus radiografías asustan: puntos oscuros por todas partes, como si sus pulmones estuvieran picados. Solo se salvó una pequeña porción en la parte superior. “Son mis ganas de vivir”, dice.

Del coma recuerda imágenes oníricas fabulosas. “Soñé que se habían propuesto matarme. Me inyectaban un tubo por la nariz, y yo pensaba listo, me mataron. Y no me moría, hasta que pensé: no me puedo morir una mierda, tengo a mis hijos, a mis nietos. Me estaba ahogando y de pronto empecé a respirar. Había un tipo que me quería torturar, joderme la vida como si fuéramos políticamente distintos. Me aflojaba un tornillito en el pecho y yo no podía respirar. Me ahogaba y me moría. Mi hijo lo asocia a una posible maniobra de RCP, como si me hubieran tenido que reanimar. De pronto estaba en Perú; por las noches se escuchaban disparos y me atendían médicos venezolanos”.

El protocolo era estricto ante un virus tan novedoso. “Me metieron a un cubículo de policarbonato, una pecera. Cada vez que alguien entraba o salía era un protocolo infernal. Dicen que cuando tuve el paro cardiorrespiratorio, el médico al salir tuvo que desechar toda su ropa. Al médico le llevaba varios minutos vestirse al entrar”. La familia destaca el trabajo médico. “Lo manejaron muy bien a pesar del miedo. Se preocuparon demasiado por la incertidumbre. A Susy la aislaron enseguida porque también tenía COVID. No cometieron errores, había todo a mi disposición”.

A su lado, en el Hospital, un día aparecieron dos hermanos. Uno taxista y otro colectivero. “Uno de ellos murió, una lástima”, dice Marcos. Sería el primer fallecido por Covid.

Su último mensaje a la comunidad: “No seamos hipócritas, cuidémonos de verdad. No estigmaticemos a la gente, el que se enferma no es una mala persona. Hay crispación, mala educación. Los comunistas decían: el hombre es el lobo del hombre. Seamos más buenos con el resto de la gente”.

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30 DIC 2020 - 18:41

Fue el primer caso del Valle Inferior del Río Chubut, en abril. Marcos Mazo, conocido comerciante, al conceder la charla dejó algo claro: “No me voy a prestar para el amarillismo”. Tiene motivos: la estigmatización social y el asedio de los medios. Él es sólo un hombre más, dice, que contrajo una enfermedad como cualquier otra. Pero dominada por la novedad y el temor, la sociedad apuntó su dedo crítico.

Pisa los 70 años. Usa bastón por las secuelas del Covid-19 y padece lumbalgia. Su vida era la de un jubilado normal: disfrutaba la playa que tanto ama con su esposa, hijos y nietos. “Cuando pasa algo que toca a la comunidad ves la gente buena y la miseria humana”.

Se lo culpó de diseminar el coronavirus en Trelew. “Yo no soy responsable de nada”, dice. Su esposa Susy acota: “Mi marido es una víctima, no un victimario”. Cometió sólo un error: ingresar al Hospital Zonal de Trelew sin tapaboca. “Pero cuando estás enfermo, semiinconsciente y llegas arrastrándote a un sanatorio, si cometés un error no es a propósito”.

“Con mi esposa trabajamos toda la vida de comerciantes y hace 3 años nos jubilamos. Trabajamos 47 años al frente de El Bazar Azul. Llegó un momento que nos cansamos, ya éramos grandecitos. En 2017 cerramos y vendimos lo que tenía”.

“El aislamiento social y el lío del Covid nos agarró en Playa Unión, en marzo”, relata. “Pasamos mi cumpleaños los dos solitos en casa, el 24 de marzo. En Trelew tenemos dos hijos y dos nietos. En abril, cansados del aislamiento, pero respetándolo, nos fuimos allá”. Un día tuvo el primer síntoma. “Mi mujer se dio cuenta de que yo no podía subir las escaleras de casa; no estaba en mis cabales, estaba como atontado. Me hicieron una radiografía porque parecía una neumonía. En el Hospital me llevaron para adentro y le dije a mi hijo que me parecía una tontera. Ni por las tapas pensaba que podía tener coronavirus”.

Marcos fue trasladado por corredores en camilla, rodeado de médicos. “Me sedaron y no recuerdo nada más hasta después de 80 días”. El 29 de abril ingresó a la Terapia Intensiva confirmado como el primer caso.

Recibió el alta el 22 de junio, lo trasladaron a la Clínica San Miguel para terapia intermedia, aún semiinconsciente, sin total control de sí mismo. El 4 de septiembre pudo volver a su casa. Fueron 128 días de internación.

De su postración Marcos destaca la atención del Hospital. “Según mi mujer y mis hijos, me trataron muy bien. De lo que pasaba en Terapia mi familia no sabía nada. No te pueden decir”.

Marcos jura que el inicio de la pandemia “nos cuidábamos muchísimo, por eso no lo puedo creer”. Aislado en su casa de Playa Unión con su esposa, su única salida eran las compras. “En abril en Playa no queda nadie. Iba al supermercado con alcohol 70%, me echaba en las manos, compraba, salíamos y nos rociábamos. En el auto rociaba palanca de cambios, la radio, el volante y los picaportes. En la casa sumergíamos las cosas en agua y cloro. El resto lo rociábamos con alcohol y nos desinfectábamos nosotros”.

Marcos cree saber dónde se contagió. “No lo voy a decir”, dijo entre lágrimas. “Me lo voy a llevar a la tumba”.

Su contagio desató una tromba de rumores: tenía una amante; frecuentaba una prostituta; había regresado de España y no había respetado la cuarentena; estuvo en un asado multitudinario. “Ni amante, ni prostituta. No vine de España porque no viajo en avión; me estrellé con uno y le tomé mucho miedo. Creo saber cómo me contagié, pero no puedo mandar al frente a gente común como yo. ¿Y si no es cierto? Si lo digo, estaría cometiendo la misma barbaridad que cometieron conmigo. Es un prejuicio tras otro”.

La sociedad mostró su peor cara. “La gente dice cualquier barbaridad”, dice Marcos. “En Facebook desde el anonimato, cualquiera dice cualquier cosa. No es un problema de la pandemia, es un problema de educación de la gente. Está crispada. Hay mucha hipocresía, gente que dice que te cuides y no se cuidan ellos”.

Mientras luchaba por su vida, la ciudad hervía en castigo social. “Susy tuvo que llamar a una radio y decir `Che, aflójenle un poco´. Tiraron piedras a casa de una enfermera, prendieron fuego. Una cosa de locos”.

Salud cuidó siempre la identidad de los pacientes. Pero una foto del “caso 1” se filtró y fue viral: era Mazo en una cama de hospital, los ojos abiertos y la mano alzada con los dedos en V, en señal de optimismo. “Eso ya lo hice una vez. Hace muchos años, en España, me metí en la plaza de toros de San Adrián, y me corneó en la pierna una vaca brava. Tenía la pierna destrozada. Cuando me levanté, para que mi mujer y mi mamá no se asustaran, les mostré los dedos de la victoria. Acá, en la semiinconsciencia, pensé que alguien se podía preocupar y me hice el canchero de saludar para que vean que no estaba tan mal”. No se sabe quién tomó la polémica foto ni las razones, pero fue el primer retrato del coronavirus en nuestra comunidad.

Marcos permanecía en coma inducido, ignorando la difamación. Su familia sufría. “A Susy la metieron en el Hospital y la encerraron 14 días. No tenía ni ropa. Estaba todo el mundo muy asustado”. La propia Susy contó: “Me encerraron porque empecé a levantar fiebre. No me dijeron nada, me tiraron ahí”. A su hija y sus nietos los aislaron en cuartos separados. “Era una película de terror”.

Se volvieron un motivo de burla. “Gente conocida se reía. Eso duele”. Circuló un audio de una bioquímica hablando mentiras sobre su caso. Incluso apareció su imagen sobre el ataúd de los senegaleses de moda y stickers de WhatsApp de Marcos en uno de los peores momentos de su vida.

La internación dejó a Marcos sensible: se emociona y llora de forma descontrolada. “Es normal al salir del coma”, dice. “La consecuencia del Covid fue como si una topadora me hubiera pasado por arriba del sistema nervioso. Me produjo lesiones, tengo parálisis en el pie izquierdo, neuralgias y neurosensibilidades a la temperatura, el brazo izquierdo estaba paralizado, tenía el casquete de la cabeza con sensibilidad”.

No cree en Dios, pero valora estar vivo. “Tengo la suerte de tener mucha garra”, dice. Ya estuvo antes al borde de la muerte: se salvó a la caída desde un muelle en San Sebastián con 9 años; sobrevivió a un accidente aéreo en Trelew donde otros pasajeros murieron; a un ataque de vacas salvajes en una corrida de toros española; se levantó sin rasguños tras caer de un techo. “Tengo más vidas que los gatos”, se ríe. “Mi hijo lleva la cuenta y dice que ya gasté seis, me queda una”. Con el Covid “mi médico personal estaba convencido de que me moría”.

Sus radiografías asustan: puntos oscuros por todas partes, como si sus pulmones estuvieran picados. Solo se salvó una pequeña porción en la parte superior. “Son mis ganas de vivir”, dice.

Del coma recuerda imágenes oníricas fabulosas. “Soñé que se habían propuesto matarme. Me inyectaban un tubo por la nariz, y yo pensaba listo, me mataron. Y no me moría, hasta que pensé: no me puedo morir una mierda, tengo a mis hijos, a mis nietos. Me estaba ahogando y de pronto empecé a respirar. Había un tipo que me quería torturar, joderme la vida como si fuéramos políticamente distintos. Me aflojaba un tornillito en el pecho y yo no podía respirar. Me ahogaba y me moría. Mi hijo lo asocia a una posible maniobra de RCP, como si me hubieran tenido que reanimar. De pronto estaba en Perú; por las noches se escuchaban disparos y me atendían médicos venezolanos”.

El protocolo era estricto ante un virus tan novedoso. “Me metieron a un cubículo de policarbonato, una pecera. Cada vez que alguien entraba o salía era un protocolo infernal. Dicen que cuando tuve el paro cardiorrespiratorio, el médico al salir tuvo que desechar toda su ropa. Al médico le llevaba varios minutos vestirse al entrar”. La familia destaca el trabajo médico. “Lo manejaron muy bien a pesar del miedo. Se preocuparon demasiado por la incertidumbre. A Susy la aislaron enseguida porque también tenía COVID. No cometieron errores, había todo a mi disposición”.

A su lado, en el Hospital, un día aparecieron dos hermanos. Uno taxista y otro colectivero. “Uno de ellos murió, una lástima”, dice Marcos. Sería el primer fallecido por Covid.

Su último mensaje a la comunidad: “No seamos hipócritas, cuidémonos de verdad. No estigmaticemos a la gente, el que se enferma no es una mala persona. Hay crispación, mala educación. Los comunistas decían: el hombre es el lobo del hombre. Seamos más buenos con el resto de la gente”.


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