Editorial / Juegos, trampas y dos juezas humeantes

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06 FEB 2021 - 20:57 | Actualizado

"Igual, esto es Chubut 2021. Nadie muere en la víspera. Ni tiene garantías de que un acuerdo político se vaya a respetar hasta las últimas consecuencias”.

Premonitorio, el párrafo final de esta misma columna editorial de la semana pasada, advertía lo que a esta altura ya debería dejar de sorprender: en Chubut nada es como parece, pocos actúan como prometen y casi toda la dirigencia política hace fulbito para la tribuna pensando que van a sacar algún rédito electoral.

La discusión por la zonificación minera parece haber tocado fondo. Pase lo que pase esta semana. O la otra. Se apruebe, se rechace o se archive, la discusión democrática, en ámbitos democráticos, con tonos democráticos, irá al tacho de la basura. Nadie quiere debatir nada. Ni los unos ni los otros.

La grieta del agua

La minería no hizo más que agrietar un poco más a la sociedad chubutense. Sin embargo, de ambos lados hay posiciones absolutamente legítimas, por supuesto. Gente que habla con autoridad, que escucha y puede intercambiar ideas sin tratar de imponerlas con intolerancia.

Pero en el medio, buena parte de la dirigencia política se encargó de embarrar la cancha porque, la verdad, a la mayoría de ellos le importa un bledo lo que pase en Chubut. Cuanto peor, mejor, piensan estos “cráneos” que creen que la miseria política se va a llevar a los otros, nunca a ellos.

Si alguien piensa que esas multitudinarias marchas que se vienen realizando en las principales ciudades de Chubut van a ser capitalizadas por alguno de estos dirigentes que ahora se travistieron al “ambientalismo”, se equivocan de cabo a rabo.

Nadie sabe aún qué va a quedar detrás de esta forma de expresión popular. O cómo se canalizará electoralmente toda esa energía que hoy parece ir para el mismo lado.

El “Chubutaguazo”, el “No es no”, o el más viejo “No a la mina”, encierran un legítimo reclamo por proteger el medio ambiente. Pero también -cada vez más- un gran enojo colectivo con la clase política, con la corrupción y el panquequismo. Hay mucha gente harta de la interminable interna peronista; de la decadente interna radical; y de la poca sustancia de la dirigencia del PRO, a la que basta con rascar un poco para que se descascare como una vieja pared.

El atraso en el pago de los salarios de los 65 mil empleados públicos también alimenta ese enojo porque mucha gente tiene un vínculo directo o indirecto con el sector estatal. Las estadísticas suelen ser frías pero explican muchas cosas: en Chubut hay unas 260 mil personas en condiciones trabajar, que es la Población Económicamente Activa (PEA), la suma entre los que tienen empleo o están desocupados. Es decir, en la provincia, uno de cada cuatro habitantes en condiciones de trabajar es empleado público.

El riesgo es que esa ira colectiva vire a viejas consignas como “Que se vayan todos”. La sociedad argentina ya sabe qué pasa cuando la antipolítica se apodera del discurso colectivo.

Salvo los dirigentes de la izquierda, que siempre se pararon del mismo lado, el resto ha ido y vuelto con una contradicción pasmosa.

¿Alguien de verdad cree que a Carlos Linares, César Gustavo Mac Karthy, Gustavo Menna o “Nacho” Torres -por poner algunos ejemplos-, les importa la “licencia social” para hacer política? ¿O sólo están pontificando desde la comodidad de sus reposeras, soñando todos los días con llegar a Fontana 50? La respuesta es tan obvia que basta con hurgar un poco en los archivos periodísticos recientes.

El factor judicial

La Justicia no puede actuar, hacerse la distraída, ser rápida o lenta según la cara de la víctima. Pero muchas veces lo es. El volantazo que dio la jueza Alicia Arbilla en Esquel, que primero se sacó el tema de encima y ahora que tiene un pedido de jury por una presunta estafa procesal hizo lugar a un amparo de grupos antimineros, es poco menos que insólito. Tanto, que dispuso “suspender” una sesión que ya estaba suspendida.

Su par de Rawson, la inefable Mirta del Valle Moreno (aquella que dejó libre a un hombre acusado por su expareja de haberla golpeado y violado), ahora, de la nada, pidió desarchivar una denuncia por la presunta adulteración de un informe científico, que la Legislatura y la propia Procuración ya habían desestimado.

Ambas magistradas parecen estar dispuestas a agregarle a la olla a presión que es hoy la provincia un condimento que hasta ahora estaba ausente: el lobby judicial.

Arbilla y Moreno abrieron una puerta que da a un pasillo oscuro. El duro enfrentamiento que el Poder Judicial mantiene con el Poder Ejecutivo, agravado desde que el Gobierno les congeló el salario a los magistrados, podría empezar a dirimirse en un terreno inesperado.

Que la Justicia haya frenado una sesión de la Legislatura ordenándoles a los diputados qué temas pueden tratar y cuáles no, es una osadía jurídica con pocos precedentes. Ninguno en Chubut, dicen algunos.

Ya están los músicos, los instrumentos empiezan a sonar, la cubierta del barco luce plagada de gente, hay griterío. Sólo falta el iceberg.

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06 FEB 2021 - 20:57

"Igual, esto es Chubut 2021. Nadie muere en la víspera. Ni tiene garantías de que un acuerdo político se vaya a respetar hasta las últimas consecuencias”.

Premonitorio, el párrafo final de esta misma columna editorial de la semana pasada, advertía lo que a esta altura ya debería dejar de sorprender: en Chubut nada es como parece, pocos actúan como prometen y casi toda la dirigencia política hace fulbito para la tribuna pensando que van a sacar algún rédito electoral.

La discusión por la zonificación minera parece haber tocado fondo. Pase lo que pase esta semana. O la otra. Se apruebe, se rechace o se archive, la discusión democrática, en ámbitos democráticos, con tonos democráticos, irá al tacho de la basura. Nadie quiere debatir nada. Ni los unos ni los otros.

La grieta del agua

La minería no hizo más que agrietar un poco más a la sociedad chubutense. Sin embargo, de ambos lados hay posiciones absolutamente legítimas, por supuesto. Gente que habla con autoridad, que escucha y puede intercambiar ideas sin tratar de imponerlas con intolerancia.

Pero en el medio, buena parte de la dirigencia política se encargó de embarrar la cancha porque, la verdad, a la mayoría de ellos le importa un bledo lo que pase en Chubut. Cuanto peor, mejor, piensan estos “cráneos” que creen que la miseria política se va a llevar a los otros, nunca a ellos.

Si alguien piensa que esas multitudinarias marchas que se vienen realizando en las principales ciudades de Chubut van a ser capitalizadas por alguno de estos dirigentes que ahora se travistieron al “ambientalismo”, se equivocan de cabo a rabo.

Nadie sabe aún qué va a quedar detrás de esta forma de expresión popular. O cómo se canalizará electoralmente toda esa energía que hoy parece ir para el mismo lado.

El “Chubutaguazo”, el “No es no”, o el más viejo “No a la mina”, encierran un legítimo reclamo por proteger el medio ambiente. Pero también -cada vez más- un gran enojo colectivo con la clase política, con la corrupción y el panquequismo. Hay mucha gente harta de la interminable interna peronista; de la decadente interna radical; y de la poca sustancia de la dirigencia del PRO, a la que basta con rascar un poco para que se descascare como una vieja pared.

El atraso en el pago de los salarios de los 65 mil empleados públicos también alimenta ese enojo porque mucha gente tiene un vínculo directo o indirecto con el sector estatal. Las estadísticas suelen ser frías pero explican muchas cosas: en Chubut hay unas 260 mil personas en condiciones trabajar, que es la Población Económicamente Activa (PEA), la suma entre los que tienen empleo o están desocupados. Es decir, en la provincia, uno de cada cuatro habitantes en condiciones de trabajar es empleado público.

El riesgo es que esa ira colectiva vire a viejas consignas como “Que se vayan todos”. La sociedad argentina ya sabe qué pasa cuando la antipolítica se apodera del discurso colectivo.

Salvo los dirigentes de la izquierda, que siempre se pararon del mismo lado, el resto ha ido y vuelto con una contradicción pasmosa.

¿Alguien de verdad cree que a Carlos Linares, César Gustavo Mac Karthy, Gustavo Menna o “Nacho” Torres -por poner algunos ejemplos-, les importa la “licencia social” para hacer política? ¿O sólo están pontificando desde la comodidad de sus reposeras, soñando todos los días con llegar a Fontana 50? La respuesta es tan obvia que basta con hurgar un poco en los archivos periodísticos recientes.

El factor judicial

La Justicia no puede actuar, hacerse la distraída, ser rápida o lenta según la cara de la víctima. Pero muchas veces lo es. El volantazo que dio la jueza Alicia Arbilla en Esquel, que primero se sacó el tema de encima y ahora que tiene un pedido de jury por una presunta estafa procesal hizo lugar a un amparo de grupos antimineros, es poco menos que insólito. Tanto, que dispuso “suspender” una sesión que ya estaba suspendida.

Su par de Rawson, la inefable Mirta del Valle Moreno (aquella que dejó libre a un hombre acusado por su expareja de haberla golpeado y violado), ahora, de la nada, pidió desarchivar una denuncia por la presunta adulteración de un informe científico, que la Legislatura y la propia Procuración ya habían desestimado.

Ambas magistradas parecen estar dispuestas a agregarle a la olla a presión que es hoy la provincia un condimento que hasta ahora estaba ausente: el lobby judicial.

Arbilla y Moreno abrieron una puerta que da a un pasillo oscuro. El duro enfrentamiento que el Poder Judicial mantiene con el Poder Ejecutivo, agravado desde que el Gobierno les congeló el salario a los magistrados, podría empezar a dirimirse en un terreno inesperado.

Que la Justicia haya frenado una sesión de la Legislatura ordenándoles a los diputados qué temas pueden tratar y cuáles no, es una osadía jurídica con pocos precedentes. Ninguno en Chubut, dicen algunos.

Ya están los músicos, los instrumentos empiezan a sonar, la cubierta del barco luce plagada de gente, hay griterío. Sólo falta el iceberg.


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