En la Patagonia la productividad de los pastizales decreció por el accionar humano

En la Patagonia la productividad de los pastizales decreció por el accionar antrópico y aumentó con las lluvias, según reveló un estudio de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba) que analizó estos patrones entre 1980 y 2010.

17 AGO 2021 - 19:28 | Actualizado

En los sistemas áridos como la Patagonia la productividad de la vegetación (PPNA) y la desertificación son dos procesos clave, pues están relacionados entre sí, ya que la primera es la velocidad a la que se genera nueva biomasa y la desertificación es la disminución de esa productividad a lo largo del tiempo, explicó a través de un comunicado esa casa de altos estudios.

La escasez de agua en estos sistemas hace que la lluvia sea el control principal de la producción de biomasa, pero las intervenciones antrópicas pueden interferir más allá de lo que se puede esperar sólo por el ambiente, según demostró la investigación de la Fauba, que además indicó que en la Patagonia “el impacto de las actividades humanas es claramente negativo, aunque, por fortuna, leve”.

“Una idea frecuente es que, a menor lluvia, menor productividad. Entonces, si eso va a ocurrir a lo largo del tiempo -por el efecto del cambio climático- podríamos imaginar una tendencia negativa en la PPNA. O sea, que año a año se produzca menos. Pero la realidad es más compleja, ya que también estamos los seres humanos, que ejercemos acciones y podemos afectar la velocidad a la que se genera la biomasa”, aseguró Gonzalo Irisarri, docente de la cátedra de Forrajicultura de la Fauba.

“Ahí surge -continuó- algo que yo llamo la paradoja de la milhojas, que pone en evidencia una serie de efectos muy intrincados, difíciles de separar. Ese fue el disparador de nuestra publicación en Global Change Biology, en la que reconocemos que, si bien la milhojas tiene como capas principales el clima y los seres humanos, el clima en sí mismo ya es intrincado”.

En este sentido, el especialista, coautor del trabajo junto Marcos Texeira, Martín Oesterheld, Santiago Verón, Facundo Della Nave y José Paruelo, docentes de la Fauba, explicó que primero la investigación buscó entender “la complejidad” de esa capa estudiando un proceso a gran escala -el fenómeno de El Niño- y otro más bien regional, como es la relación entre lluvias y productividad.

“El primer hallazgo de nuestro trabajo fue que El Niño y las precipitaciones tienen una influencia notable sobre la producción de biomasa en el 65% de la Patagonia, en los años ‘Niña’, la productividad tiende a ser mayor porque, en general, llueve más en el invierno, cuando cae la mayor parte de la lluvia en esta región y esa agua es la que usan las plantas para crecer en primavera-verano”, apuntó Irisarri, también investigador del Conicet.

Sin embargo, “a lo largo de los 30 años” estudiados “ocurrieron grandes oscilaciones en la productividad de la vegetación, y esta explicación en base al fenómeno de El Niño y las lluvias terminó resultando insuficiente” y es que “estaba pendiente aclarar que parte de esa variabilidad se debe a nosotros, los humanos”, remarcó el especialista.

En base a métodos estadísticos, Irisarri y colaboradores extrajeron información útil a partir de ese ‘ruido’ que no podían explicar sólo con el clima y ordenaron “en el tiempo la porción de la variación en la PPNA que no se relacionó con el clima y encontramos una tendencia negativa, que asociamos al impacto humano”.

“Es decir, si descontamos el efecto del clima, en las últimas 3 décadas, la acción antrópica tendió a bajar la productividad en gran parte de la Patagonia”, señaló Irisarri y consideró que “es una mala noticia, pero comprobamos que nuestra huella es muy leve, ya que, en promedio, el efecto humano relativo sobre las tendencias en la productividad de la vegetación fue sólo del 4 por ciento”.

En “gran parte” de la Patagonia la investigación mostró “tres grandes patrones de la PPNA; el primero es que en un 37% de la región, la productividad creció hasta un punto en el que comenzó la degradación. El segundo muestra que en un 27% del área el proceso de desertificación se aceleró; y el tercer patrón —un 15% del área— consistió en una caída continua de la producción de biomasa hasta un punto en el que se revirtió y mejoró”.

Además, el estudio reveló que en el primer patrón, “el punto de quiebre sucedió principalmente entre los ’90 y los 2000. Para el segundo patrón, ese punto sucedió durante los años 2000, mientras que, en el tercer patrón, el punto se encontró mayormente en la década del 2000, con ocurrencias también en los ’80 y ’90”.

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17 AGO 2021 - 19:28

En los sistemas áridos como la Patagonia la productividad de la vegetación (PPNA) y la desertificación son dos procesos clave, pues están relacionados entre sí, ya que la primera es la velocidad a la que se genera nueva biomasa y la desertificación es la disminución de esa productividad a lo largo del tiempo, explicó a través de un comunicado esa casa de altos estudios.

La escasez de agua en estos sistemas hace que la lluvia sea el control principal de la producción de biomasa, pero las intervenciones antrópicas pueden interferir más allá de lo que se puede esperar sólo por el ambiente, según demostró la investigación de la Fauba, que además indicó que en la Patagonia “el impacto de las actividades humanas es claramente negativo, aunque, por fortuna, leve”.

“Una idea frecuente es que, a menor lluvia, menor productividad. Entonces, si eso va a ocurrir a lo largo del tiempo -por el efecto del cambio climático- podríamos imaginar una tendencia negativa en la PPNA. O sea, que año a año se produzca menos. Pero la realidad es más compleja, ya que también estamos los seres humanos, que ejercemos acciones y podemos afectar la velocidad a la que se genera la biomasa”, aseguró Gonzalo Irisarri, docente de la cátedra de Forrajicultura de la Fauba.

“Ahí surge -continuó- algo que yo llamo la paradoja de la milhojas, que pone en evidencia una serie de efectos muy intrincados, difíciles de separar. Ese fue el disparador de nuestra publicación en Global Change Biology, en la que reconocemos que, si bien la milhojas tiene como capas principales el clima y los seres humanos, el clima en sí mismo ya es intrincado”.

En este sentido, el especialista, coautor del trabajo junto Marcos Texeira, Martín Oesterheld, Santiago Verón, Facundo Della Nave y José Paruelo, docentes de la Fauba, explicó que primero la investigación buscó entender “la complejidad” de esa capa estudiando un proceso a gran escala -el fenómeno de El Niño- y otro más bien regional, como es la relación entre lluvias y productividad.

“El primer hallazgo de nuestro trabajo fue que El Niño y las precipitaciones tienen una influencia notable sobre la producción de biomasa en el 65% de la Patagonia, en los años ‘Niña’, la productividad tiende a ser mayor porque, en general, llueve más en el invierno, cuando cae la mayor parte de la lluvia en esta región y esa agua es la que usan las plantas para crecer en primavera-verano”, apuntó Irisarri, también investigador del Conicet.

Sin embargo, “a lo largo de los 30 años” estudiados “ocurrieron grandes oscilaciones en la productividad de la vegetación, y esta explicación en base al fenómeno de El Niño y las lluvias terminó resultando insuficiente” y es que “estaba pendiente aclarar que parte de esa variabilidad se debe a nosotros, los humanos”, remarcó el especialista.

En base a métodos estadísticos, Irisarri y colaboradores extrajeron información útil a partir de ese ‘ruido’ que no podían explicar sólo con el clima y ordenaron “en el tiempo la porción de la variación en la PPNA que no se relacionó con el clima y encontramos una tendencia negativa, que asociamos al impacto humano”.

“Es decir, si descontamos el efecto del clima, en las últimas 3 décadas, la acción antrópica tendió a bajar la productividad en gran parte de la Patagonia”, señaló Irisarri y consideró que “es una mala noticia, pero comprobamos que nuestra huella es muy leve, ya que, en promedio, el efecto humano relativo sobre las tendencias en la productividad de la vegetación fue sólo del 4 por ciento”.

En “gran parte” de la Patagonia la investigación mostró “tres grandes patrones de la PPNA; el primero es que en un 37% de la región, la productividad creció hasta un punto en el que comenzó la degradación. El segundo muestra que en un 27% del área el proceso de desertificación se aceleró; y el tercer patrón —un 15% del área— consistió en una caída continua de la producción de biomasa hasta un punto en el que se revirtió y mejoró”.

Además, el estudio reveló que en el primer patrón, “el punto de quiebre sucedió principalmente entre los ’90 y los 2000. Para el segundo patrón, ese punto sucedió durante los años 2000, mientras que, en el tercer patrón, el punto se encontró mayormente en la década del 2000, con ocurrencias también en los ’80 y ’90”.


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