El día que Bautista volvió a la Base

El capitán de navío acusado de encubrimiento fue el único acusado que eligió colaborar con la justicia y entrar al sector de calabozos al que nunca había regresado. Dijo que hubo al menos 6 sobrevivientes y recordó detalles clave para entender la mecánica de la tragedia.

Bastón. Jorge Bautista, ya fallecido, la mañana en que regresó a la Base Zar. Su testimonio combinó detalles precisos acerca de los rastros de la matanza con datos que olvidó.
23 AGO 2022 - 16:03 | Actualizado 23 AGO 2022 - 16:09

La PAM era un arma maldita”, dijo con su voz de abuelo, que sabe por experiencia propia que
esa pistola ametralladora se toca y la ráfaga casi que se dispara solas. El mediodía del 22 de agosto del 72 el capitán de navío retirado Jorge Bautista aterrizó en la Base para investigar. Vio la pila de cuerpos, la sangre en el pasillo, los restos de balas en el piso, en las paredes. Escribió un sumario militar sin la palabra “fusilamientos”. El papel se perdió o lo perdieron.

El 9 de mayo de 2012 regresó. “Conocí un lugar nuevo porque veo este edificio y ni me acuerdo dónde dormí esa vez”, le murmuró a Jornada. Dio los buenos días, inesperadamente amable, sostenido en el bastón, abrigadísimo. “Aquella Base ni siquiera se la podía llamar Base de lo pequeña que era”, agregó.
Bautista quiso estar en la inspección ocular que ordenó el tribunal. El resto se fue de Chubut para seguir el proceso por videoconferencia.
El acusado de encubrir la Masacre esperó el recorrido solo en un banquito. Cuando lo descubrió, la prensa lo miraba sin atreverse a más. “Ya tengo 86 años, soy del 25 y estoy bastante averiado, no sé si podré volver al juicio”. No mostró alguna emoción.

Esta Base no es aquella, insiste. Su cara es casi blanca. El bastón era una extensión de su mano derecha. Cara de nada cuando lo filman, le sacan fotos, lo miran como una atracción extra e inesperada para esta inspección de rutina.
Papeles en mano, los abogados entran al sector que era de celdas. Uno se da cuenta donde estaban las paredes gracias a cintas azules en paredes, piso y techo. En los muros blanco pálido hay papelitos diminutos con números, letras, códigos: son las marcas de los balazos que halló el peritaje científico.
Más papeles explican quién estaba en cada celda, diminutas todas: primero y a la izquierda, “Pujadas-AstudilloCapello”. Luego “Ulloa-Suárez-Mena”, “Berger-Villarreal de Santucho-Sabelli”, “Toschi-Bonet”, “Del Rey- Polti”, “Kohon-Haidar”, “Lea Place-Lesgart” y así. Una faja de seguridad protege el sector y el piso está mugriento de tierra.

Bautista entra, recorre, señala con el bastón, a falta de regla mide el piso con los dedos o con el bastón. Es casi su segunda investigación, 40 años después.
Se para frente a la placa de “Nunca más” pero no la nota y si la nota, ni la mira. A él sí lo miran los nombres impresos en dorado de los fusilados.
“Las colchonetas y las mantas estaban en el hall con las armas que se usaron, pero a mí nadie me las entregó ni vi quién las usó”. En la entrada se encontró “más densidad de cadáveres” que al fondo del pasillo. “Indudablemente los dejaron para que los viera el juez”, supone y aporta un dato clave: “Creo que había un séptimo herido; apenas inicié la instrucción me dijeron ´Bonet acaba de morir´. Pero sólo fueron evacuados los tres sobrevivientes (Ricardo Haidar, María Berger y Alberto Camps). No es lo mismo asimilar la cantidad de heridos que la cantidad de sobrevivientes: los sobrevivientes iniciales fueron más que los finales”.
Ese mediodía halló cápsulas detonadas por todas partes. Pero dentro de los calabozos “no había nada, ni sangre ni marcas de balas, sí en el pasillo y en el resto”. Alguien le dijo que los presos heridos, al fondo, se arrastraban como podían para meterse en los calabozos. Dejaban huella de sangre. “Reptaban”, le dijeron. Moribundos desesperados, tirados, impotentes, caminando con los codos para huir del tiro de gracia.
Bautista precisa en detalle los dúos o tríos de presos en cada celda.

-¿Cómo sabe en qué celda estaba cada preso?
-Investigué y de la Enfermería me llegaba una tarjeta con el nombre de cada uno y los proyectiles que le habían sacado. Tenía que saber dónde estaba cada nombre que me llegaba.
-¿Y dónde estaba ese biombo donde se escondió Marandino?
-Eso que nombró Marandino es una fantasía.
Según su memoria, la puerta de entrada que ahora separa a este sector del hall de entrada no existía. Y el hall que conecta con la puerta principal de la Base era mucho más grande. “Pero de este hall no me pregunten nada porque casi no me acuerdo”. Como la única cama de cemento de cada celda era muy angosta, cada noche los presos se turnaban para usarla. Uno en el piso, otro arriba. “En la entrada había una habitación donde se guardaba material de tiro pero no armas”.
Es como cuentan, como se lee en los libros y relatan los documentales: el pasillo dibujado en el suelo es angostísimo. Debió ser una fila de presos apretados, el grupo de marinos y el fuego que aturde. Sobrevivir en ese túnel de balas debió ser un milagro. Si el capitán Sosa como dice fue hasta el fondo y volvió, fue un tipo valiente para caminar con centímetros de espacio. O un tipo imprudente que mereció la sanción que este anciano aconsejó aplicarle, a él y a Roberto Bravo. Pero es difícil creer que más de dos personas entraran en un par de baldosas.
Rodeado de gente Bautista no se inmutó. Su abogado le había aconsejado soportar el asedio judicial y periodístico. Ya no es el hombre que le pegó duro a la Justicia Federal por convertirlo de testigo en imputado.

La recorrida duró una hora. El personal de la Base miró curioso, supervisó, pidió permiso, fue firme pero gentil. Tampoco es más aquella Armada. Todos vuelven a Rawson. Su abogado le dice al oído a Bautista que no hable con la prensa.#

Bastón. Jorge Bautista, ya fallecido, la mañana en que regresó a la Base Zar. Su testimonio combinó detalles precisos acerca de los rastros de la matanza con datos que olvidó.
23 AGO 2022 - 16:03

La PAM era un arma maldita”, dijo con su voz de abuelo, que sabe por experiencia propia que
esa pistola ametralladora se toca y la ráfaga casi que se dispara solas. El mediodía del 22 de agosto del 72 el capitán de navío retirado Jorge Bautista aterrizó en la Base para investigar. Vio la pila de cuerpos, la sangre en el pasillo, los restos de balas en el piso, en las paredes. Escribió un sumario militar sin la palabra “fusilamientos”. El papel se perdió o lo perdieron.

El 9 de mayo de 2012 regresó. “Conocí un lugar nuevo porque veo este edificio y ni me acuerdo dónde dormí esa vez”, le murmuró a Jornada. Dio los buenos días, inesperadamente amable, sostenido en el bastón, abrigadísimo. “Aquella Base ni siquiera se la podía llamar Base de lo pequeña que era”, agregó.
Bautista quiso estar en la inspección ocular que ordenó el tribunal. El resto se fue de Chubut para seguir el proceso por videoconferencia.
El acusado de encubrir la Masacre esperó el recorrido solo en un banquito. Cuando lo descubrió, la prensa lo miraba sin atreverse a más. “Ya tengo 86 años, soy del 25 y estoy bastante averiado, no sé si podré volver al juicio”. No mostró alguna emoción.

Esta Base no es aquella, insiste. Su cara es casi blanca. El bastón era una extensión de su mano derecha. Cara de nada cuando lo filman, le sacan fotos, lo miran como una atracción extra e inesperada para esta inspección de rutina.
Papeles en mano, los abogados entran al sector que era de celdas. Uno se da cuenta donde estaban las paredes gracias a cintas azules en paredes, piso y techo. En los muros blanco pálido hay papelitos diminutos con números, letras, códigos: son las marcas de los balazos que halló el peritaje científico.
Más papeles explican quién estaba en cada celda, diminutas todas: primero y a la izquierda, “Pujadas-AstudilloCapello”. Luego “Ulloa-Suárez-Mena”, “Berger-Villarreal de Santucho-Sabelli”, “Toschi-Bonet”, “Del Rey- Polti”, “Kohon-Haidar”, “Lea Place-Lesgart” y así. Una faja de seguridad protege el sector y el piso está mugriento de tierra.

Bautista entra, recorre, señala con el bastón, a falta de regla mide el piso con los dedos o con el bastón. Es casi su segunda investigación, 40 años después.
Se para frente a la placa de “Nunca más” pero no la nota y si la nota, ni la mira. A él sí lo miran los nombres impresos en dorado de los fusilados.
“Las colchonetas y las mantas estaban en el hall con las armas que se usaron, pero a mí nadie me las entregó ni vi quién las usó”. En la entrada se encontró “más densidad de cadáveres” que al fondo del pasillo. “Indudablemente los dejaron para que los viera el juez”, supone y aporta un dato clave: “Creo que había un séptimo herido; apenas inicié la instrucción me dijeron ´Bonet acaba de morir´. Pero sólo fueron evacuados los tres sobrevivientes (Ricardo Haidar, María Berger y Alberto Camps). No es lo mismo asimilar la cantidad de heridos que la cantidad de sobrevivientes: los sobrevivientes iniciales fueron más que los finales”.
Ese mediodía halló cápsulas detonadas por todas partes. Pero dentro de los calabozos “no había nada, ni sangre ni marcas de balas, sí en el pasillo y en el resto”. Alguien le dijo que los presos heridos, al fondo, se arrastraban como podían para meterse en los calabozos. Dejaban huella de sangre. “Reptaban”, le dijeron. Moribundos desesperados, tirados, impotentes, caminando con los codos para huir del tiro de gracia.
Bautista precisa en detalle los dúos o tríos de presos en cada celda.

-¿Cómo sabe en qué celda estaba cada preso?
-Investigué y de la Enfermería me llegaba una tarjeta con el nombre de cada uno y los proyectiles que le habían sacado. Tenía que saber dónde estaba cada nombre que me llegaba.
-¿Y dónde estaba ese biombo donde se escondió Marandino?
-Eso que nombró Marandino es una fantasía.
Según su memoria, la puerta de entrada que ahora separa a este sector del hall de entrada no existía. Y el hall que conecta con la puerta principal de la Base era mucho más grande. “Pero de este hall no me pregunten nada porque casi no me acuerdo”. Como la única cama de cemento de cada celda era muy angosta, cada noche los presos se turnaban para usarla. Uno en el piso, otro arriba. “En la entrada había una habitación donde se guardaba material de tiro pero no armas”.
Es como cuentan, como se lee en los libros y relatan los documentales: el pasillo dibujado en el suelo es angostísimo. Debió ser una fila de presos apretados, el grupo de marinos y el fuego que aturde. Sobrevivir en ese túnel de balas debió ser un milagro. Si el capitán Sosa como dice fue hasta el fondo y volvió, fue un tipo valiente para caminar con centímetros de espacio. O un tipo imprudente que mereció la sanción que este anciano aconsejó aplicarle, a él y a Roberto Bravo. Pero es difícil creer que más de dos personas entraran en un par de baldosas.
Rodeado de gente Bautista no se inmutó. Su abogado le había aconsejado soportar el asedio judicial y periodístico. Ya no es el hombre que le pegó duro a la Justicia Federal por convertirlo de testigo en imputado.

La recorrida duró una hora. El personal de la Base miró curioso, supervisó, pidió permiso, fue firme pero gentil. Tampoco es más aquella Armada. Todos vuelven a Rawson. Su abogado le dice al oído a Bautista que no hable con la prensa.#


NOTICIAS RELACIONADAS