Por Juan Miguel Bigrevich
Corrían los años 60. Fines. Después de ganar la Copa Intercontinental frente al Manchester United, la delegación de Estudiantes de La Plata realizó una gira por distintos países de Europa, incluyendo Yugoslavia. Allí, en Belgrado, Josip Broz, el poderoso Mariscal Tito recibió al plantel pincharrata y a sus acompañantes, entre los que estaba Manuel "Nolo" Ferreira, integrante del equipo de "Los profesores" de la década del 30.
Tito lo reconoció de inmediato sin que nadie se los presentara y le dijo: -A usted lo vi jugar muchas veces en La Plata. No puedo olvidar a ese equipo.Ferreira se quedó mudo y entonces, con una sonrisa, el Mariscal le repitió de memoria, sin equivocarse, del uno al once, aquella formación de 1931 que salió detrás de Boca y San Lorenzo.
¡El tipo era hincha del equipo de 57 y 1!. El hombre detrás de varios hombres. Amado y odiado por igual. El que se le plantó de manos –junto a sus partisanos- a los nazis en la segunda guerra que nunca entendieron la geografía indescifrable e indomable de esos eslavos del sur. El héroe y el tirano. El que juntó, como un tetrik a los Balcanes y que a su muerte se despedazaron en seis Estados mientras el mundo miró para otro lado. El tipo era hincha de Estudiantes.
Es que Josip Broz, o Tito. Era un futbolero de ley. Un juego que él llamaba nogomet. Y que, según cuentan, vivió en Argentina. Allá lejos. Cuando no era ni Broz ni Tito.
La leyenda dice qué bajo otro nombre, el de Walter y con un apellido impronunciable llegó a nuestro país, fugado. Como tantos otros. Se había escapado de una cárcel, como lo haría varias veces. Y desde Génova se embarcó a Buenos Aires, como otros tantos paisanos, buscando no sólo un lugar sino un destino. También, como tantos otros.
Croata por parte de padre y esloveno por vientre, era un mestizo para los puristas raciales. No le importó. Fue aprendiz de cerrajero y luego metalúrgico donde comenzó su actividad sindical que lo llevaron a Alemania y en Austria, trabajando en las plantas automotrices de Mercedes Benz y de Daimler. Poco antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, fue reclutado por el ejército austrohúngaro, donde pasó más tiempo detenido por hacer propaganda contra la guerra que en el frente de batalla, hasta que en abril de 1915 fue herido por un obús en el omóplato y capturado por los rusos. La revolución de octubre de 1917 lo encontró preso en un campo de trabajo en los Montes Urales desde donde pasó, sin transición, a integrar las filas del Ejército Rojo.
La historia –confusa- dice que retornó a Croacia en 1920, donde pronto se transformó en dirigente del Partido Comunista yugoslavo –declarado ilegal en 1921 – hasta que fue detenido y condenado a prisión a principios de 1928. Fue por esos años que adoptó en nombre de guerra con que pasaría a la historia: "Tito".
Sentenciado a cinco años de prisión por "actividades sediciosas", Tito fue a parar a una cárcel. Allí, sus conocimientos como electricista le facilitaron una rápida fuga hacia Génova y al Atlántico. Y en los últimos meses del 28 recaló en Berisso
El mecánico que hablaba español con acento consiguió trabajo en el Frigorífico Swift y se presentaba como Walter, pero todos le decían "El Ruso". Era hombre de pocas palabras y que, cuando entraba en confianza, hablaba con sus compañeros sobre la hermandad de los obreros explotados. Seguro, pero seguro, se debe haber cruzado -de alguna manera- con Cipriano Reyes.
Sin embargo, lo que más llamó la atención a los compañeros del ruso Walter fue el enamoramiento a primera vista que tuvo con Estudiantes de La Plata, equipo al que empezó a seguir siempre que jugaba de local y, si podía, de visitante. A contramano de los demás, donde la mayoría adhería a Gimnasia. Tal vez por la calidad de juego de un equipo, al que, se especula, le “robaron” el título o por nostalgia de su SK Jugoslavia, que tras su cambio de nombre al de Estrella Roja alcanzó, en el 91, el cielo con sus manos al dominar Europa y el mundo. Es que las camisetas eran iguales.
Su actividad política en el frigorífico lo puso en la mira de la dictadura de Uriburu, que lo consideró "un elemento peligroso" por intentar organizar a los obreros para reclamar mejoras en las condiciones de trabajo y lo encanaron y luego lo rajaron de nuevo para el viejo continente bajo la Ley de Residencia. Ya era un cuarentón, lo que no le prohibió medirse ante los alemanes, vencerlos. Enfrentarse a Stalin, liderar a los No alineados y gobernar con mano dura, muy dura, a su país. Y convertirse en leyenda. Fue calificado de patriota, déspota, asesino, líder y estadista. Fue algo más. Desde la pensión del “Turco” en la calle Nueva York de Berisso fue el único de los parroquianos que era “Pincha”; el hombre que hace 43 años y con 87 vividos se despedía físicamente de esta tierra.
Por Juan Miguel Bigrevich
Corrían los años 60. Fines. Después de ganar la Copa Intercontinental frente al Manchester United, la delegación de Estudiantes de La Plata realizó una gira por distintos países de Europa, incluyendo Yugoslavia. Allí, en Belgrado, Josip Broz, el poderoso Mariscal Tito recibió al plantel pincharrata y a sus acompañantes, entre los que estaba Manuel "Nolo" Ferreira, integrante del equipo de "Los profesores" de la década del 30.
Tito lo reconoció de inmediato sin que nadie se los presentara y le dijo: -A usted lo vi jugar muchas veces en La Plata. No puedo olvidar a ese equipo.Ferreira se quedó mudo y entonces, con una sonrisa, el Mariscal le repitió de memoria, sin equivocarse, del uno al once, aquella formación de 1931 que salió detrás de Boca y San Lorenzo.
¡El tipo era hincha del equipo de 57 y 1!. El hombre detrás de varios hombres. Amado y odiado por igual. El que se le plantó de manos –junto a sus partisanos- a los nazis en la segunda guerra que nunca entendieron la geografía indescifrable e indomable de esos eslavos del sur. El héroe y el tirano. El que juntó, como un tetrik a los Balcanes y que a su muerte se despedazaron en seis Estados mientras el mundo miró para otro lado. El tipo era hincha de Estudiantes.
Es que Josip Broz, o Tito. Era un futbolero de ley. Un juego que él llamaba nogomet. Y que, según cuentan, vivió en Argentina. Allá lejos. Cuando no era ni Broz ni Tito.
La leyenda dice qué bajo otro nombre, el de Walter y con un apellido impronunciable llegó a nuestro país, fugado. Como tantos otros. Se había escapado de una cárcel, como lo haría varias veces. Y desde Génova se embarcó a Buenos Aires, como otros tantos paisanos, buscando no sólo un lugar sino un destino. También, como tantos otros.
Croata por parte de padre y esloveno por vientre, era un mestizo para los puristas raciales. No le importó. Fue aprendiz de cerrajero y luego metalúrgico donde comenzó su actividad sindical que lo llevaron a Alemania y en Austria, trabajando en las plantas automotrices de Mercedes Benz y de Daimler. Poco antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, fue reclutado por el ejército austrohúngaro, donde pasó más tiempo detenido por hacer propaganda contra la guerra que en el frente de batalla, hasta que en abril de 1915 fue herido por un obús en el omóplato y capturado por los rusos. La revolución de octubre de 1917 lo encontró preso en un campo de trabajo en los Montes Urales desde donde pasó, sin transición, a integrar las filas del Ejército Rojo.
La historia –confusa- dice que retornó a Croacia en 1920, donde pronto se transformó en dirigente del Partido Comunista yugoslavo –declarado ilegal en 1921 – hasta que fue detenido y condenado a prisión a principios de 1928. Fue por esos años que adoptó en nombre de guerra con que pasaría a la historia: "Tito".
Sentenciado a cinco años de prisión por "actividades sediciosas", Tito fue a parar a una cárcel. Allí, sus conocimientos como electricista le facilitaron una rápida fuga hacia Génova y al Atlántico. Y en los últimos meses del 28 recaló en Berisso
El mecánico que hablaba español con acento consiguió trabajo en el Frigorífico Swift y se presentaba como Walter, pero todos le decían "El Ruso". Era hombre de pocas palabras y que, cuando entraba en confianza, hablaba con sus compañeros sobre la hermandad de los obreros explotados. Seguro, pero seguro, se debe haber cruzado -de alguna manera- con Cipriano Reyes.
Sin embargo, lo que más llamó la atención a los compañeros del ruso Walter fue el enamoramiento a primera vista que tuvo con Estudiantes de La Plata, equipo al que empezó a seguir siempre que jugaba de local y, si podía, de visitante. A contramano de los demás, donde la mayoría adhería a Gimnasia. Tal vez por la calidad de juego de un equipo, al que, se especula, le “robaron” el título o por nostalgia de su SK Jugoslavia, que tras su cambio de nombre al de Estrella Roja alcanzó, en el 91, el cielo con sus manos al dominar Europa y el mundo. Es que las camisetas eran iguales.
Su actividad política en el frigorífico lo puso en la mira de la dictadura de Uriburu, que lo consideró "un elemento peligroso" por intentar organizar a los obreros para reclamar mejoras en las condiciones de trabajo y lo encanaron y luego lo rajaron de nuevo para el viejo continente bajo la Ley de Residencia. Ya era un cuarentón, lo que no le prohibió medirse ante los alemanes, vencerlos. Enfrentarse a Stalin, liderar a los No alineados y gobernar con mano dura, muy dura, a su país. Y convertirse en leyenda. Fue calificado de patriota, déspota, asesino, líder y estadista. Fue algo más. Desde la pensión del “Turco” en la calle Nueva York de Berisso fue el único de los parroquianos que era “Pincha”; el hombre que hace 43 años y con 87 vividos se despedía físicamente de esta tierra.