Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Germinal tiene una hinchada feroz, voraz, cautivante. Para ser parte de ella sólo se necesita amor. Y allí están ellas; las mujeres. Sus mujeres. Desde el ícono que fue Modesta Díaz de Quintana, que proporcionó cobijo y destinos nuevos hasta las actuales, el club de Rawson ha tenido una y mil de historias de ese género en sus tribunas rebosantes de entusiasmo, pasión, locura y muerte.
Pueden tener algo que ver con la obra teatral de Jean Poiret llevada al cine en 1979 con las magníficas interpretaciones de Ugo Tognazzi y Michel Serrault. De la historia primaria, ninguna. En la resiliencia, en la tolerancia, en ganarse un lugar y en la pasión y amor al prójimo, sin duda alguna que allí existe un vínculo y un hilo conductor.
Porque si estuvieron -alguna vez- enjauladas no se les nota. Ni en sus miradas y menos en el verbo. En el decir
Es que ellas no son ni tan locas, ni tan solas, ni tan rotas. Ellas bordan historia. Sus historias. Ayelén, Paola, Sonia. Aye, Pauli y Sadi; que para el caso es lo mismo. O Valle, Núñez Maciel y Payalef. Con sus hijos. Con sus nietos. Con su gente.
Las mujeres de la hinchada de Germinal; quizás, el club que más extremos genera en las pasiones humanas. En donde se lo quiere o se lo odia.
O se grita más fuerte un gol a favor o le gritan más fuerte uno en contra; donde no existen planos intermedios. Germinal; la marca de agua más poderosa que posee Rawson y la única entidad que genera -de manera individual o colectiva- que una masa laburante y ruidosa lo acompañe espontáneamente.
Es como dice Ayelén: “No somos felices porque ganamos (aunque siempre quiera). Ganamos porque somos felices aquí”, señalando la “Leonera”, la cabecera que da al ingreso a la capital provincial por la Ruta N° 7, donde se instala la parcialidad mas fervorosa del “Verdiblanco” y en donde ella y Paola y Sadi también están y recordando que hace más de dos décadas que pisa “El Fortín”, ahora acompañado de su hija y conmoviéndose al recordar a sus padres caminando por el lugar un domingo cualquiera. “Mi mamá era medio reticente al principio con esto de que viniera a la cancha; ya no”, precisa al rememorar que esa “princesa” se mezclaba en las tribunas.
Pero, la princesa sigue siéndolo y mezclada en las tribunas.
Ni hablar de “Sadi”, con su vocación a flor de piel en la salud pública y su amor por Germinal desde hace treinta años.
“Cuando llegué de El Maitén, hace 34 años, una de las primeras cosas que escuché (y sentí) fue Germinal”, aprecia para agregar que “pasa algo muy especial en Rawson que de por sí es particular. Todo se transmite de boca en boca y de familia en familia. Y eso es este club: familia”.
Añade que “acompañé a mis hijos -ya grandes- y ahora vengo sola y me pego al alambrado cerca del arco”. Y aunque las banderas le quitan algo de libertad visual “igual seguiré. De ahí no me sacan. Tampoco de mi amor por este club”.
Visibles. Orgullosas con su pasión angelada. Entraron, Ya no como sombras. Ya no como costillas. Entraron como como alma y como trinchera. Y sostienen a su club con el cuerpo y con el silencio. Y con el amor.
No hay nada más aburrido que calles vacías de mujeres. Y niñas obligadas a ser santas. Bueno, eso no sucede en Germinal, Un mundo de magia y rituales que se pasa de genes a genes, de abuelos, padres e hijos. De gente a gente.
La restante es Paola. Con su camiseta metida en su piel por herencia familiar y motus propio, coordina el buffet que el sector de la popular cuenta gracias a la subcomisión del hincha.
Artífices, junto a las demás, de nuevos sanitarios y santuarios donde reza, sufre “horriblemente” los partidos desventajosos; pero que “los mira poco” al estar abocada, cada fin de semana, a atender las necesidades de las personas.
Juntas -las tres- admiten que el cavernícola precepto cimentado que el fútbol es cosa de hombres, ha existido por mucho tiempo; pero que gradualmente ha ido cambiando. “Es más -reconocen- existe un gran respeto para con nosotras por parte de los integrantes de la hinchada.
Cantamos, insultamos, gritamos, nos abrazamos y festejamos por igual; sin ser más o menos. Lo vemos y lo sentimos de esa manera; no hay ningún tipo de discriminación con respecto al género ni a la edad”; ya que “hay muchos chicos en la tribuna” y “todo se maneja correctamente; incluso los viajes”.
Ellas tejen utopías y discuten futuro; después de poco más de cien años. “Es que Germinal es Germinal”, dicen con soberana simpleza. Una historia de amor simple y desenfrenada. Como debe ser el amor.
Y entienden, bien que entienden que la vocación del sentir lleva a pensamientos inexplicables que rechazan lo que habitualmente se llama “sentido común”.
La mejor faceta del hincha es esa: pensar que uno puede hacer algo irreal para transformar la realidad. Intervenir. Cambiar el rumbo de los acontecimientos. “Si aquellos fundadores trajeron a Germinal a la vida; nosotras lograremos que Germinal sea algo en un momento en el que merodeaba los no lugares permanentes”, plantean.
Hace más de dos décadas eran las sin nombre, las sin bronce. Pero no bordaron resignación, bordaron memoria y cada aguja que enhebraron fue una lanza contra el olvido. Porque un club que no nombra s sus mujeres, es una mentira bordada con hilo ajeno.
“Germinal no vende ni triunfos ni derrotas. Germinal, lo que hace, es transmitir actitud, ese aprendizaje de la experiencia que no se negocia”, rebelan a coro.
Escuchando el desorden de sus venas, las palabras de amor son llamaradas generando miradas ansiosas a su alrededor.
Y hoy, si uno escarba en este bendito suelo, encuentra sus uñas. Marcando, sosteniendo, sangrando, resistiendo.
Y algo queda en claro. Lo que atrae de ellas no es su belleza externa cuantificable e impersonal; sino algo más absoluto que habita en su interior. Eso es magnetismo. Una fuerza que atrae y absorbe, guste o no, quieras o no. Eso se llama amor.
Amor de hincha. Y serlo es más lindo que ayer y menos que mañana. Igual que Modesta y su memoria.
Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Germinal tiene una hinchada feroz, voraz, cautivante. Para ser parte de ella sólo se necesita amor. Y allí están ellas; las mujeres. Sus mujeres. Desde el ícono que fue Modesta Díaz de Quintana, que proporcionó cobijo y destinos nuevos hasta las actuales, el club de Rawson ha tenido una y mil de historias de ese género en sus tribunas rebosantes de entusiasmo, pasión, locura y muerte.
Pueden tener algo que ver con la obra teatral de Jean Poiret llevada al cine en 1979 con las magníficas interpretaciones de Ugo Tognazzi y Michel Serrault. De la historia primaria, ninguna. En la resiliencia, en la tolerancia, en ganarse un lugar y en la pasión y amor al prójimo, sin duda alguna que allí existe un vínculo y un hilo conductor.
Porque si estuvieron -alguna vez- enjauladas no se les nota. Ni en sus miradas y menos en el verbo. En el decir
Es que ellas no son ni tan locas, ni tan solas, ni tan rotas. Ellas bordan historia. Sus historias. Ayelén, Paola, Sonia. Aye, Pauli y Sadi; que para el caso es lo mismo. O Valle, Núñez Maciel y Payalef. Con sus hijos. Con sus nietos. Con su gente.
Las mujeres de la hinchada de Germinal; quizás, el club que más extremos genera en las pasiones humanas. En donde se lo quiere o se lo odia.
O se grita más fuerte un gol a favor o le gritan más fuerte uno en contra; donde no existen planos intermedios. Germinal; la marca de agua más poderosa que posee Rawson y la única entidad que genera -de manera individual o colectiva- que una masa laburante y ruidosa lo acompañe espontáneamente.
Es como dice Ayelén: “No somos felices porque ganamos (aunque siempre quiera). Ganamos porque somos felices aquí”, señalando la “Leonera”, la cabecera que da al ingreso a la capital provincial por la Ruta N° 7, donde se instala la parcialidad mas fervorosa del “Verdiblanco” y en donde ella y Paola y Sadi también están y recordando que hace más de dos décadas que pisa “El Fortín”, ahora acompañado de su hija y conmoviéndose al recordar a sus padres caminando por el lugar un domingo cualquiera. “Mi mamá era medio reticente al principio con esto de que viniera a la cancha; ya no”, precisa al rememorar que esa “princesa” se mezclaba en las tribunas.
Pero, la princesa sigue siéndolo y mezclada en las tribunas.
Ni hablar de “Sadi”, con su vocación a flor de piel en la salud pública y su amor por Germinal desde hace treinta años.
“Cuando llegué de El Maitén, hace 34 años, una de las primeras cosas que escuché (y sentí) fue Germinal”, aprecia para agregar que “pasa algo muy especial en Rawson que de por sí es particular. Todo se transmite de boca en boca y de familia en familia. Y eso es este club: familia”.
Añade que “acompañé a mis hijos -ya grandes- y ahora vengo sola y me pego al alambrado cerca del arco”. Y aunque las banderas le quitan algo de libertad visual “igual seguiré. De ahí no me sacan. Tampoco de mi amor por este club”.
Visibles. Orgullosas con su pasión angelada. Entraron, Ya no como sombras. Ya no como costillas. Entraron como como alma y como trinchera. Y sostienen a su club con el cuerpo y con el silencio. Y con el amor.
No hay nada más aburrido que calles vacías de mujeres. Y niñas obligadas a ser santas. Bueno, eso no sucede en Germinal, Un mundo de magia y rituales que se pasa de genes a genes, de abuelos, padres e hijos. De gente a gente.
La restante es Paola. Con su camiseta metida en su piel por herencia familiar y motus propio, coordina el buffet que el sector de la popular cuenta gracias a la subcomisión del hincha.
Artífices, junto a las demás, de nuevos sanitarios y santuarios donde reza, sufre “horriblemente” los partidos desventajosos; pero que “los mira poco” al estar abocada, cada fin de semana, a atender las necesidades de las personas.
Juntas -las tres- admiten que el cavernícola precepto cimentado que el fútbol es cosa de hombres, ha existido por mucho tiempo; pero que gradualmente ha ido cambiando. “Es más -reconocen- existe un gran respeto para con nosotras por parte de los integrantes de la hinchada.
Cantamos, insultamos, gritamos, nos abrazamos y festejamos por igual; sin ser más o menos. Lo vemos y lo sentimos de esa manera; no hay ningún tipo de discriminación con respecto al género ni a la edad”; ya que “hay muchos chicos en la tribuna” y “todo se maneja correctamente; incluso los viajes”.
Ellas tejen utopías y discuten futuro; después de poco más de cien años. “Es que Germinal es Germinal”, dicen con soberana simpleza. Una historia de amor simple y desenfrenada. Como debe ser el amor.
Y entienden, bien que entienden que la vocación del sentir lleva a pensamientos inexplicables que rechazan lo que habitualmente se llama “sentido común”.
La mejor faceta del hincha es esa: pensar que uno puede hacer algo irreal para transformar la realidad. Intervenir. Cambiar el rumbo de los acontecimientos. “Si aquellos fundadores trajeron a Germinal a la vida; nosotras lograremos que Germinal sea algo en un momento en el que merodeaba los no lugares permanentes”, plantean.
Hace más de dos décadas eran las sin nombre, las sin bronce. Pero no bordaron resignación, bordaron memoria y cada aguja que enhebraron fue una lanza contra el olvido. Porque un club que no nombra s sus mujeres, es una mentira bordada con hilo ajeno.
“Germinal no vende ni triunfos ni derrotas. Germinal, lo que hace, es transmitir actitud, ese aprendizaje de la experiencia que no se negocia”, rebelan a coro.
Escuchando el desorden de sus venas, las palabras de amor son llamaradas generando miradas ansiosas a su alrededor.
Y hoy, si uno escarba en este bendito suelo, encuentra sus uñas. Marcando, sosteniendo, sangrando, resistiendo.
Y algo queda en claro. Lo que atrae de ellas no es su belleza externa cuantificable e impersonal; sino algo más absoluto que habita en su interior. Eso es magnetismo. Una fuerza que atrae y absorbe, guste o no, quieras o no. Eso se llama amor.
Amor de hincha. Y serlo es más lindo que ayer y menos que mañana. Igual que Modesta y su memoria.