El adiós

Falleció ayer el periodista Marcelo Bravo. Se inició en Jornada, en donde trabajó varios años, y conducía el sitio rawsonline.

23 NOV 2013 - 23:32 | Actualizado

Por Carlos Hughes

La noticia cruzó como una puñalada la redacción y rompió los corazones. Ayer falleció Marcelo Bravo, un reconocidísimo periodista chubutense que supo darle prestigio con su fina pluma a distintos medios de, incluido este que hoy llora la partida de uno de los mejores talentos que supo ocupar la vieja redacción de diario Jornada.

El Negro Bravo, apodo que lo acompañó entre colegas de la manera más afectuosa posible, fue acaso el último representante de una vieja escuela de escribas de representó con innegable talento junto a plumas de la talla de Ángel Danil, Oscar Lindolfo Romero y Pablo Dratman, con los que compartió redacciones con sabor a tabaco y trasnoche y con los que formaba parte de esa generación de artistas de la palabra que escasean en estos tiempos de lecturas rápidas, análisis fáciles y sentencias definitivas.

Marcelo Bravo era un bicho de diario, estaba atrapado por la magia de las redacciones como esos viejos periodistas que debatían con los duendes de los teclados cuando los cierres alcanzaban las madrugadas. Y amaba profundamente esta profesión, al punto que no tuvo reparos en pelearle al tiempo cuando ya no ocupó espacios dentro de los medios formales y comenzó a volcar su inspiración desde la red de redes, “la Internet”, en donde inauguró el sitio rawsonline que rápidamente se convirtió en lectura obligada para cualquier interesado en los menesteres de la política, que analizaba con agudeza única, desmenuzando los vericuetos más variopintos desde su capacidad, desde sus ironías y, sobre todo, desde el manejo singular del idioma, que fue su amante.

Desarrolló la profesión como los artesanos, escribiendo en las viejas remington sobre cuartillas desprolijamente cortadas. Eran años de palabras en la cabeza o en los diccionarios, no en la web, y la capacidad de encontrar sinónimos se limitaba a los libros y a la lectura, de la que era un prácticamente admirable.

Sobre comienzo de los ochenta Jornada se lanzó a la búsqueda de periodistas y allí se paró frente a Buby y Dora Feldman un morocho cordobés sin tonada, sonrisa pícara y brillo en los ojos que les pidió una chance. Ya no se fue del diario, que habitó durante muchos años, y menos de la profesión, que fue su amante más fiel.

Trabajó en las radios más importantes y también en canales de televisión, pero nunca pudo reemplazar el placer de sentir el olor a tinta fresca del papel, ni la ansiedad insondable que generan los cierres furiosos cuando las noticias se cuelan en la última hora, con la batalla ganada por la oscuridad.

Peleaba hace meses contra una dura enfermedad, pero sólo un amigo que eligió supo de su batalla: prefirió reservarlo para sí, como había aprendido a reservar las fuentes, porque “disfrutarán demasiado los que no me quieren y sufrirán los que me aprecian”.

Sus restos serán inhumados hoy a las 8.30 en el Cementerio Parque de Puerto Madryn, porque con la lucidez que sólo tienen aquellos que escrutan la realidad y atisban el futuro, pidió que fuera esa su última morada.

No será lo último del Negro Bravo. Es probable que ya mismo esté ladeando la sonrisa hacia la izquierda, como hacía siempre, sabiendo que otra vez se sentará con sus compañeros de las viejas redacciones para cruzar sentencias de humor ácido y recordar a Borges, como si nada hubiera pasado, como si otra vez estuviera sobre el cierre mismo de la edición del diario de su vida.

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23 NOV 2013 - 23:32

Por Carlos Hughes

La noticia cruzó como una puñalada la redacción y rompió los corazones. Ayer falleció Marcelo Bravo, un reconocidísimo periodista chubutense que supo darle prestigio con su fina pluma a distintos medios de, incluido este que hoy llora la partida de uno de los mejores talentos que supo ocupar la vieja redacción de diario Jornada.

El Negro Bravo, apodo que lo acompañó entre colegas de la manera más afectuosa posible, fue acaso el último representante de una vieja escuela de escribas de representó con innegable talento junto a plumas de la talla de Ángel Danil, Oscar Lindolfo Romero y Pablo Dratman, con los que compartió redacciones con sabor a tabaco y trasnoche y con los que formaba parte de esa generación de artistas de la palabra que escasean en estos tiempos de lecturas rápidas, análisis fáciles y sentencias definitivas.

Marcelo Bravo era un bicho de diario, estaba atrapado por la magia de las redacciones como esos viejos periodistas que debatían con los duendes de los teclados cuando los cierres alcanzaban las madrugadas. Y amaba profundamente esta profesión, al punto que no tuvo reparos en pelearle al tiempo cuando ya no ocupó espacios dentro de los medios formales y comenzó a volcar su inspiración desde la red de redes, “la Internet”, en donde inauguró el sitio rawsonline que rápidamente se convirtió en lectura obligada para cualquier interesado en los menesteres de la política, que analizaba con agudeza única, desmenuzando los vericuetos más variopintos desde su capacidad, desde sus ironías y, sobre todo, desde el manejo singular del idioma, que fue su amante.

Desarrolló la profesión como los artesanos, escribiendo en las viejas remington sobre cuartillas desprolijamente cortadas. Eran años de palabras en la cabeza o en los diccionarios, no en la web, y la capacidad de encontrar sinónimos se limitaba a los libros y a la lectura, de la que era un prácticamente admirable.

Sobre comienzo de los ochenta Jornada se lanzó a la búsqueda de periodistas y allí se paró frente a Buby y Dora Feldman un morocho cordobés sin tonada, sonrisa pícara y brillo en los ojos que les pidió una chance. Ya no se fue del diario, que habitó durante muchos años, y menos de la profesión, que fue su amante más fiel.

Trabajó en las radios más importantes y también en canales de televisión, pero nunca pudo reemplazar el placer de sentir el olor a tinta fresca del papel, ni la ansiedad insondable que generan los cierres furiosos cuando las noticias se cuelan en la última hora, con la batalla ganada por la oscuridad.

Peleaba hace meses contra una dura enfermedad, pero sólo un amigo que eligió supo de su batalla: prefirió reservarlo para sí, como había aprendido a reservar las fuentes, porque “disfrutarán demasiado los que no me quieren y sufrirán los que me aprecian”.

Sus restos serán inhumados hoy a las 8.30 en el Cementerio Parque de Puerto Madryn, porque con la lucidez que sólo tienen aquellos que escrutan la realidad y atisban el futuro, pidió que fuera esa su última morada.

No será lo último del Negro Bravo. Es probable que ya mismo esté ladeando la sonrisa hacia la izquierda, como hacía siempre, sabiendo que otra vez se sentará con sus compañeros de las viejas redacciones para cruzar sentencias de humor ácido y recordar a Borges, como si nada hubiera pasado, como si otra vez estuviera sobre el cierre mismo de la edición del diario de su vida.


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