Adiós, Peluza

El reconocido fotógrafo Próspero Ortíz falleció ayer a los 55 años. Trabajó en varios medios y actualmente se desempeñaba en la agencia Rawson de Diario El Chubut.

02 DIC 2013 - 22:28 | Actualizado

Tenía 55 años, pero vivió el triple. Porque el destino siempre le jugó las cartas más difíciles del mazo. Desde chico, con la poliomielitis, por ejemplo. Pero Peluza, -él lo escribía así con z- superó eso y todo lo que se le puso delante. De hecho su renguera no fue causal de ningún trauma. Lo tenía tan asimilado que hasta a él mismo se decía “pasito tun tun” usando una canción cuartetera para reflejar su defecto físico y reírse de ello.

Ese fue su antídoto permanente a todo lo que la vida le fue tirando por la cabeza: perder una compañera, sufrir la muerte de una hija. Pero Peluza cargó con ello y siguió para adelante. Lo animaba un espíritu tremendo, porque era un pájaro libre y así fueron sus días: volando más allá de cualquier obstáculo.

Lo conocía todo Rawson, Trelew y más allá también, porque si de algo era capaz fue de no pasar desapercibido. Es que era imposible no contagiarse de la risa que provocaban muchas de sus ocurrencias.

Además como era capaz de reírse de sus defectos –organizó una carrera de rengos que todos los medios cubrieron- obviamente estaba legitimado para reírse de todo y de todos.

Tenía más noches que la luna y había caminado tanto y visto tanta gente, que ya casi nada lo asombraba. En ese recorrido conoció de todo, pero siempre volvió a su familia y ese fue su norte hasta el último día.

Hincha de River, jugaba al fútbol con sus colegas en el patio del Colegio Don Bosco, cuando el cura párroco era el padre Roman Dumrauf.

Su barrio era el de las casas amarillas del Área 12 y para ese sector luchó y peleó, para que le construyeran un gimnasio a la Escuela 47. Ahí puso en juego el conocimiento que tenía de los políticos, con los cuales estaba en contacto diario y a los que recurrió para que le dieran la respuesta.

La noticia de su partida, este lunes pasadas las ocho, corrió como reguero de pólvora. No hubo taxi, oficina, colectivo, radio, que no se asombrara de la trágica novedad. Porque Peluza era muy popular y muy querido, porque esa era otra de sus grandes virtudes; tenía un corazón inmenso.

Próspero Argentino Ortíz, esa era la identidad de Peluzín como reportero gráfico, -porque también era técnico mecánico y ejerció ese oficio en la ex Prenyl- comenzó en un semanario que editaba “el rengo” Ondícola, un militante del PJ y ex funcionario de la gestión de Néstor Perl a fines del 80.

De allí junto a otro conocido periodista de nuestro medio se fueron a trabajar primero a Jornada y luego a El Chubut, donde desarrollaba su tarea hasta este fatídico momento.

No hubo hecho periodístico que no lo tenga presente. Llegaba a donde estaba la noticia, en lo que fuera, pero la foto nunca iba a faltar, más allá de lo escéptico de algunos secretarios de redacción. Peluza cumplía.

En los últimos tiempos el guerrero venía con el espíritu un poco caído. Los chicos ya grandes, comenzaron a caminar su propio destino y apareció en todo su esplendor ese monstruo silencioso que es la soledad. Porque el hombre que provocaba risas y carcajadas con su chispa, se sentía solo y eso le pesaba. Hizo cuentas, sacó un saldo positivo de lo que había hecho por los suyos sabiendo que cada uno ya tenía su futuro encaminado. Y estaba peleando con los fantasmas que todos arrastramos cuando la salud lo atrapó en otra encrucijada. Pero esta vez el corazón dijo basta.

Si el ánimo no le alcanzó y soltó la cuerda para irse, no lo culpo.

Como dijo el poeta chileno Pablo Neruda, Peluza pasó por esta vida y caló hondo en todos los que se cruzaron con él. Que descanses en paz amigo y en la próxima, sea más dulce tu paso por este mundo. Te lo ganaste sobradamente.#

(*) Raúl González, periodista

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02 DIC 2013 - 22:28

Tenía 55 años, pero vivió el triple. Porque el destino siempre le jugó las cartas más difíciles del mazo. Desde chico, con la poliomielitis, por ejemplo. Pero Peluza, -él lo escribía así con z- superó eso y todo lo que se le puso delante. De hecho su renguera no fue causal de ningún trauma. Lo tenía tan asimilado que hasta a él mismo se decía “pasito tun tun” usando una canción cuartetera para reflejar su defecto físico y reírse de ello.

Ese fue su antídoto permanente a todo lo que la vida le fue tirando por la cabeza: perder una compañera, sufrir la muerte de una hija. Pero Peluza cargó con ello y siguió para adelante. Lo animaba un espíritu tremendo, porque era un pájaro libre y así fueron sus días: volando más allá de cualquier obstáculo.

Lo conocía todo Rawson, Trelew y más allá también, porque si de algo era capaz fue de no pasar desapercibido. Es que era imposible no contagiarse de la risa que provocaban muchas de sus ocurrencias.

Además como era capaz de reírse de sus defectos –organizó una carrera de rengos que todos los medios cubrieron- obviamente estaba legitimado para reírse de todo y de todos.

Tenía más noches que la luna y había caminado tanto y visto tanta gente, que ya casi nada lo asombraba. En ese recorrido conoció de todo, pero siempre volvió a su familia y ese fue su norte hasta el último día.

Hincha de River, jugaba al fútbol con sus colegas en el patio del Colegio Don Bosco, cuando el cura párroco era el padre Roman Dumrauf.

Su barrio era el de las casas amarillas del Área 12 y para ese sector luchó y peleó, para que le construyeran un gimnasio a la Escuela 47. Ahí puso en juego el conocimiento que tenía de los políticos, con los cuales estaba en contacto diario y a los que recurrió para que le dieran la respuesta.

La noticia de su partida, este lunes pasadas las ocho, corrió como reguero de pólvora. No hubo taxi, oficina, colectivo, radio, que no se asombrara de la trágica novedad. Porque Peluza era muy popular y muy querido, porque esa era otra de sus grandes virtudes; tenía un corazón inmenso.

Próspero Argentino Ortíz, esa era la identidad de Peluzín como reportero gráfico, -porque también era técnico mecánico y ejerció ese oficio en la ex Prenyl- comenzó en un semanario que editaba “el rengo” Ondícola, un militante del PJ y ex funcionario de la gestión de Néstor Perl a fines del 80.

De allí junto a otro conocido periodista de nuestro medio se fueron a trabajar primero a Jornada y luego a El Chubut, donde desarrollaba su tarea hasta este fatídico momento.

No hubo hecho periodístico que no lo tenga presente. Llegaba a donde estaba la noticia, en lo que fuera, pero la foto nunca iba a faltar, más allá de lo escéptico de algunos secretarios de redacción. Peluza cumplía.

En los últimos tiempos el guerrero venía con el espíritu un poco caído. Los chicos ya grandes, comenzaron a caminar su propio destino y apareció en todo su esplendor ese monstruo silencioso que es la soledad. Porque el hombre que provocaba risas y carcajadas con su chispa, se sentía solo y eso le pesaba. Hizo cuentas, sacó un saldo positivo de lo que había hecho por los suyos sabiendo que cada uno ya tenía su futuro encaminado. Y estaba peleando con los fantasmas que todos arrastramos cuando la salud lo atrapó en otra encrucijada. Pero esta vez el corazón dijo basta.

Si el ánimo no le alcanzó y soltó la cuerda para irse, no lo culpo.

Como dijo el poeta chileno Pablo Neruda, Peluza pasó por esta vida y caló hondo en todos los que se cruzaron con él. Que descanses en paz amigo y en la próxima, sea más dulce tu paso por este mundo. Te lo ganaste sobradamente.#

(*) Raúl González, periodista


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