Trelew: hablan abuelos abandonados

La directora de Adultos Mayores de Trelew había denunciado que a la mayoría, sus familias los abandonan y sólo aparecen para que firmen poderes por dinero.

22 ENE 2014 - 23:22 | Actualizado

Por Lorena LeemingJamás aparece ni un hijo ni familiar”. Etelvina Chingoleo está a punto de jubilarse. Más de la mitad de su vida la destinó al trabajo comunitario. Cocina en el Club de Abuelos “Caminito”. Coincide con la directora de Adultos Mayores, Iris Béjar, que destapó una dura realidad: centenares de abuelos en Trelew están solos y sus familias acuden a ellos sólo por interés económico.

La crudeza a la que la vida los expuso al final de la carrera es sorteada por personas que intentan, con clubes y centros de jubilados, que los últimos años de los abuelos sean lo más gratos posibles. Y hacen de todo para que lo intenten.

Etelvina cuenta su trabajo. “Llego al Club a las 7 para abrir, preparo el desayuno y el almuerzo. Comen a las 12”. A las 7.30 empiezan a arribar los primeros abuelos. “La mayoría son de bajos recursos. Ellos vienen a jugar al truco o al tejo. A hacer lo que les gusta”, indica.

Solos

Según la mujer, la mayoría de los abuelos que concurren al lugar “están solos”. Sus familias “no se hacen cargo. Muy pocos son los que tienen familia. Por encuestas, se revelan que están solos”. La búsqueda de bienestar y el pasar un grato momento al día parece no tener distancia. Algunos ancianos llegan hasta el club, en Sarmiento Norte 169, desde el barrio INTA. Etelvina valora ese esfuerzo para llegar. “Uno cuando viene a trabajar trata de estar lo mejor posible a pesar de los propios problemas. A los abuelos hay que tratarlos bien en lo que necesiten. Algunos están muy solos. Otros tienen algunos hijos. Pero no son la mayoría”.

Lo que mejor les hace es charlar. “Les hace muy bien conversar con uno. Yo siempre estoy ayudando. Ahora hay un grupo lindo de abuelas y son las más alegres. Les gusta bailar”, sonríe.

Pero la realidad golpea y no se puede evadir. Etelvina confirma que “nunca aparece acá ni un hijo ni familiar. Jamás vienen si no van a buscarlos. Quienes son del campo se sienten aún mucho más solos”.

La mujer que dedica muchas horas al cuidado y atención de los abuelos concluye que “uno deja parte de su vida acá. Siempre estuve trabajando en comedores y ahora con los abuelos. Son muy respetuosos y tenemos que respetarlos”.

Un testimonio

Detrás de sus arrugas y el brillo en las miradas, se tejen en cada abuelo de los centros innumerables historias. Muchas tristes y trágicas. El rencor por afrontar la soledad sale a flor de piel pero no se quiebran, siguen. Felisa y Florinda tienen 90 años. Su lucidez es envidiable. Mientras jugaban una escoba de 15, admitieron que “mis hijos ni siquiera se acercan a saludarme”, resume Florinda, y sigue con las cartas.

Según su relato, cuando uno se queda solo “se siente mal. Yo estuve muy enferma. Vengo acá no porque no tenga para comer, sino porque me divierto con los abuelos. Los quiero a todos. Tengo 90 años. El 17 de octubre los cumplí”.

Elegancia

Su aspecto es impecable: muy bien peinada y un fino pañuelo en su cuello, con un dejo de elegancia. Florinda define al Club de Abuelos como su lugar de contención.

“Pintamos, tejemos; hacemos lo que nos gusta. Estos lugares hacen que uno se sienta mejor”. Su familia está en Bariloche. “Tengo un hijo, está cerca pero no pasa ni a saludarme. Franco (un joven del club Caminito) es como mi hijo. Lo quiero muchísimo, más que a mis hijos porque ellos ni siquiera se acercan a saludarme. Tengo una hija que veo solo una vez al año. Acá suplantan la familia. Agradezco a los integrantes de Caminito, son mi familia”.

Felisa tiene juveniles 90 años. Su piel y sus manos denotan la intensidad del trabajo de una vida. Es de Gan Gan y llegó a Trelew con su marido en búsqueda de trabajo. Él falleció. “Quedé viuda y empecé a venir al comedor. Fue hace muchos años. Incluso ya estaba cuando aún no tenían sede y repartían viandas en las casas”, recordó.

Lejos de la nostalgia o la tristeza por no estar rodeada de sus afectos cercanos todo el tiempo que quisiera, Felisa asegura ante la consulta de este medio: “Tengo hijos pero están casados. Tengo nietos, bisnietos, tataranietos, etcétera. Vengo acá para compartir momentos con todos los abuelos. Nunca estuve mal con nadie. Ellos son mi familia. Me encuentro sola y acá tengo compañía”, concluyó sonriente.

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22 ENE 2014 - 23:22

Por Lorena LeemingJamás aparece ni un hijo ni familiar”. Etelvina Chingoleo está a punto de jubilarse. Más de la mitad de su vida la destinó al trabajo comunitario. Cocina en el Club de Abuelos “Caminito”. Coincide con la directora de Adultos Mayores, Iris Béjar, que destapó una dura realidad: centenares de abuelos en Trelew están solos y sus familias acuden a ellos sólo por interés económico.

La crudeza a la que la vida los expuso al final de la carrera es sorteada por personas que intentan, con clubes y centros de jubilados, que los últimos años de los abuelos sean lo más gratos posibles. Y hacen de todo para que lo intenten.

Etelvina cuenta su trabajo. “Llego al Club a las 7 para abrir, preparo el desayuno y el almuerzo. Comen a las 12”. A las 7.30 empiezan a arribar los primeros abuelos. “La mayoría son de bajos recursos. Ellos vienen a jugar al truco o al tejo. A hacer lo que les gusta”, indica.

Solos

Según la mujer, la mayoría de los abuelos que concurren al lugar “están solos”. Sus familias “no se hacen cargo. Muy pocos son los que tienen familia. Por encuestas, se revelan que están solos”. La búsqueda de bienestar y el pasar un grato momento al día parece no tener distancia. Algunos ancianos llegan hasta el club, en Sarmiento Norte 169, desde el barrio INTA. Etelvina valora ese esfuerzo para llegar. “Uno cuando viene a trabajar trata de estar lo mejor posible a pesar de los propios problemas. A los abuelos hay que tratarlos bien en lo que necesiten. Algunos están muy solos. Otros tienen algunos hijos. Pero no son la mayoría”.

Lo que mejor les hace es charlar. “Les hace muy bien conversar con uno. Yo siempre estoy ayudando. Ahora hay un grupo lindo de abuelas y son las más alegres. Les gusta bailar”, sonríe.

Pero la realidad golpea y no se puede evadir. Etelvina confirma que “nunca aparece acá ni un hijo ni familiar. Jamás vienen si no van a buscarlos. Quienes son del campo se sienten aún mucho más solos”.

La mujer que dedica muchas horas al cuidado y atención de los abuelos concluye que “uno deja parte de su vida acá. Siempre estuve trabajando en comedores y ahora con los abuelos. Son muy respetuosos y tenemos que respetarlos”.

Un testimonio

Detrás de sus arrugas y el brillo en las miradas, se tejen en cada abuelo de los centros innumerables historias. Muchas tristes y trágicas. El rencor por afrontar la soledad sale a flor de piel pero no se quiebran, siguen. Felisa y Florinda tienen 90 años. Su lucidez es envidiable. Mientras jugaban una escoba de 15, admitieron que “mis hijos ni siquiera se acercan a saludarme”, resume Florinda, y sigue con las cartas.

Según su relato, cuando uno se queda solo “se siente mal. Yo estuve muy enferma. Vengo acá no porque no tenga para comer, sino porque me divierto con los abuelos. Los quiero a todos. Tengo 90 años. El 17 de octubre los cumplí”.

Elegancia

Su aspecto es impecable: muy bien peinada y un fino pañuelo en su cuello, con un dejo de elegancia. Florinda define al Club de Abuelos como su lugar de contención.

“Pintamos, tejemos; hacemos lo que nos gusta. Estos lugares hacen que uno se sienta mejor”. Su familia está en Bariloche. “Tengo un hijo, está cerca pero no pasa ni a saludarme. Franco (un joven del club Caminito) es como mi hijo. Lo quiero muchísimo, más que a mis hijos porque ellos ni siquiera se acercan a saludarme. Tengo una hija que veo solo una vez al año. Acá suplantan la familia. Agradezco a los integrantes de Caminito, son mi familia”.

Felisa tiene juveniles 90 años. Su piel y sus manos denotan la intensidad del trabajo de una vida. Es de Gan Gan y llegó a Trelew con su marido en búsqueda de trabajo. Él falleció. “Quedé viuda y empecé a venir al comedor. Fue hace muchos años. Incluso ya estaba cuando aún no tenían sede y repartían viandas en las casas”, recordó.

Lejos de la nostalgia o la tristeza por no estar rodeada de sus afectos cercanos todo el tiempo que quisiera, Felisa asegura ante la consulta de este medio: “Tengo hijos pero están casados. Tengo nietos, bisnietos, tataranietos, etcétera. Vengo acá para compartir momentos con todos los abuelos. Nunca estuve mal con nadie. Ellos son mi familia. Me encuentro sola y acá tengo compañía”, concluyó sonriente.


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