La memoria colectiva vence al negacionismo

25 MAR 2024 - 13:14 | Actualizado 25 MAR 2024 - 13:20

- Por Esteban Gallo

A través de un video que se hizo público el domingo pasado, el gobierno nacional fijo su postura con respecto al 48º aniversario del Golpe de Estado ocurrido en 1976.

Para el gobierno de Milei no hay ni memoria, ni verdad, ni justicia y su mensaje apunta a establecer que en el país hubo una guerra y que el terrorismo de Estado aplicado sistemáticamente por las juntas militares entre 1976 y 1983, tienen la misma gravedad que los actos de violencia cometidos por las organizaciones guerrilleras.

La postura negacionista de los libertarios no constituye sorpresa alguna.

Es el propio Javier Milei, el que plantea la Teoría de los dos Demonios, mientras ningunea, cada vez que puede, el número de desaparecidos durante la dictadura militar. En la misma sintonía se encuentra la vicepresidenta Victoria Villarruel, que además, escinde el conflicto bélico de Malvinas con la política dictatorial de aquellos años aciagos y las decisiones desquiciadas de comandantes trasnochados.
Pero no es lo único.

Los honores ofrecidos en cuarteles militares a represores condenados por delitos de lesa humanidad, con el respaldo de las autoridades políticas, se ha convertido en una constante.

Como si fuera poco, Luis Petri, ex candidato a vicepresidente de la Unión Cívica Radical, el histórico partido que impulsó los juicios a los militares durante la gestión de Raúl Alfonsín, se fotografió hace unos días con Cecilia Pando, una activista que considera que los militares condenados son presos políticos.

En medio de tanto cinismo, la población participó de los numerosos actos que se organizaron a lo largo y ancho de todo el país. Fue una manera contundente de ratificar que los argentinos tenemos memoria y de que, en materia de Derechos Humanos, y en defensa de la Democracia, no estamos dispuestos a dar un solo paso hacia atrás.

Las sentencias a los militares que participaron de las peores atrocidades que se cometieron en la historia del país transformaron a la Argentina en un ejemplo mundial de justicia.

Esos juicios, realizados por tribunales civiles, determinaron que el gobierno de facto, que, hoy algunos intentan reivindicar, ejecutó un plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio, cuyo resultado se describe con la palabra genocidio.

Quedó expuesta de manera contundente la existencia de más de 700 lugares clandestinos de detención.
En ese infierno de dolor y muerte, se desnudaba a los secuestrados, se le vendaban los ojos, los ataban con cadenas y alambre, se los torturaba con puñetazos, golpes de palo y vejaciones de todo tipo, se los ahogaba en tachos de agua, se los asfixiaba con bolsas plásticas y les aplicaban picanas eléctricas en la cara, las piernas, los labios, la cabeza o los genitales.

Cientos de mujeres fueron violadas y a las embarazadas las torturaban, las mantenían vivas para que tuvieran familia, después las mataban y se apropiaban de los bebés.

También estaban los vuelos de la muerte, que consistían en arrojar vivos y drogados, a los secuestrados al Rio de la Plata o al mar atlántico, desde aeronaves militares que partían desde Campo de Mayo.

A los ojos de Milei hubo una guerra protagonizada por dos bandos y militares que cometieron algunos excesos. No sería tan grave si no fuera el presidente de la nación el que utiliza los mismos argumentos que esgrimen para defenderse los autores de esos crímenes horrendos.

Hay también en el Jefe de Estado un desprecio a la verdad, que se construyó a partir de miles de testimonios y de sentencias ejemplares dictadas a lo largo y ancho del país.

Pero el negacionismo de un presidente absurdo nunca podrá con la memoria colectiva de los argentinos, construida en todos estos años de reflexión profunda.

Hay un camino, del que ya no se sale. Memoria, verdad y justicia para recordar a las víctimas de la dictadura y para consolidar los valores de la democracia y de la libertad.

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25 MAR 2024 - 13:14

- Por Esteban Gallo

A través de un video que se hizo público el domingo pasado, el gobierno nacional fijo su postura con respecto al 48º aniversario del Golpe de Estado ocurrido en 1976.

Para el gobierno de Milei no hay ni memoria, ni verdad, ni justicia y su mensaje apunta a establecer que en el país hubo una guerra y que el terrorismo de Estado aplicado sistemáticamente por las juntas militares entre 1976 y 1983, tienen la misma gravedad que los actos de violencia cometidos por las organizaciones guerrilleras.

La postura negacionista de los libertarios no constituye sorpresa alguna.

Es el propio Javier Milei, el que plantea la Teoría de los dos Demonios, mientras ningunea, cada vez que puede, el número de desaparecidos durante la dictadura militar. En la misma sintonía se encuentra la vicepresidenta Victoria Villarruel, que además, escinde el conflicto bélico de Malvinas con la política dictatorial de aquellos años aciagos y las decisiones desquiciadas de comandantes trasnochados.
Pero no es lo único.

Los honores ofrecidos en cuarteles militares a represores condenados por delitos de lesa humanidad, con el respaldo de las autoridades políticas, se ha convertido en una constante.

Como si fuera poco, Luis Petri, ex candidato a vicepresidente de la Unión Cívica Radical, el histórico partido que impulsó los juicios a los militares durante la gestión de Raúl Alfonsín, se fotografió hace unos días con Cecilia Pando, una activista que considera que los militares condenados son presos políticos.

En medio de tanto cinismo, la población participó de los numerosos actos que se organizaron a lo largo y ancho de todo el país. Fue una manera contundente de ratificar que los argentinos tenemos memoria y de que, en materia de Derechos Humanos, y en defensa de la Democracia, no estamos dispuestos a dar un solo paso hacia atrás.

Las sentencias a los militares que participaron de las peores atrocidades que se cometieron en la historia del país transformaron a la Argentina en un ejemplo mundial de justicia.

Esos juicios, realizados por tribunales civiles, determinaron que el gobierno de facto, que, hoy algunos intentan reivindicar, ejecutó un plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio, cuyo resultado se describe con la palabra genocidio.

Quedó expuesta de manera contundente la existencia de más de 700 lugares clandestinos de detención.
En ese infierno de dolor y muerte, se desnudaba a los secuestrados, se le vendaban los ojos, los ataban con cadenas y alambre, se los torturaba con puñetazos, golpes de palo y vejaciones de todo tipo, se los ahogaba en tachos de agua, se los asfixiaba con bolsas plásticas y les aplicaban picanas eléctricas en la cara, las piernas, los labios, la cabeza o los genitales.

Cientos de mujeres fueron violadas y a las embarazadas las torturaban, las mantenían vivas para que tuvieran familia, después las mataban y se apropiaban de los bebés.

También estaban los vuelos de la muerte, que consistían en arrojar vivos y drogados, a los secuestrados al Rio de la Plata o al mar atlántico, desde aeronaves militares que partían desde Campo de Mayo.

A los ojos de Milei hubo una guerra protagonizada por dos bandos y militares que cometieron algunos excesos. No sería tan grave si no fuera el presidente de la nación el que utiliza los mismos argumentos que esgrimen para defenderse los autores de esos crímenes horrendos.

Hay también en el Jefe de Estado un desprecio a la verdad, que se construyó a partir de miles de testimonios y de sentencias ejemplares dictadas a lo largo y ancho del país.

Pero el negacionismo de un presidente absurdo nunca podrá con la memoria colectiva de los argentinos, construida en todos estos años de reflexión profunda.

Hay un camino, del que ya no se sale. Memoria, verdad y justicia para recordar a las víctimas de la dictadura y para consolidar los valores de la democracia y de la libertad.


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