Atenas busca ganar tiempo y cede a condiciones de la Eurozona

El gobierno de la Coalición de Izquierda Radical griega (Syriza) cedió esta semana ante la presión de sus socios de la Eurozona al solicitar la extensión del plan de rescate vigente desde 2012, dejando de lado su oposición cerrada a ese programa y, al mismo tiempo, una serie de medidas prometidas durante la campaña electoral que le llevó al poder en las elecciones del pasado 25 de enero.

01 MAR 2015 - 11:06 | Actualizado

El primer ministro, Alexis Tsipras, junto a su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, gastaron su primer mes en el gobierno intentando convencer a los Estados del euro que se debía negociar un nuevo acuerdo sobre la deuda griega y permitir a Syriza llevar adelante medidas que pongan fin a la austeridad impuesta por Bruselas.

Pero con la espada de Damocles de un plan de rescate que vence hoy y una fuga de capitales de los bancos del orden de los 20.000 millones de euros en los últimos dos meses, Tsipras tiró la toalla una semana atrás al ordenar a Varoufakis que solicitara una extensión de cuatro meses del plan de rescate de 172.000 millones de euros, comprometiéndose, además, a encarar toda una serie de reformas económicas exigidas por sus socios.

Syriza, que comenzó su andadura política hace cinco años proponiendo el no pago de la deuda externa y la nacionalización de la banca griega, evolucionó hacia posiciones moderadas a medida que fue aumentando su caudal de votos, con planteos de una reducción parcial de la deuda y una negociación con Bruselas sobre el alcance de la austeridad preconizada por Alemania y el resto de la Eurozona.

Tras su contundente triunfo electoral, Tsipras y Varoufakis presionaron a sus socios y acreedores de la Eurozona declarando que daban por finalizado el plan de rescate de 2012, toda negociación con la "troika" del Banco Central Europeo (BCE), el FMI y la Unión Europea (UE), reclamando también la aceptación de sus planes de gasto social, reducción de impuestos y freno a las privatizaciones en Grecia.

La frontal oposición de Alemania y el conjunto de los Estados europeos colocó a Tsipras, de manera progresiva, ante la alternativa de romper con sus socios, enfrentar la fuga de capitales y la baja de sus títulos públicos con control de capitales y, in extremis, con una nacionalización de sus bancos o, por el contrario, aceptar las exigencias de la "troika" y abrir algún curso de negociación ulterior.

El rechazo cerrado de Alemania y de países como Finlandia, España o Irlanda, a hacer cualquier concesión a Atenas, hicieron temer un choque frontal entre Grecia y la Eurozona. En este contexto, no podía sorprender que la Casa Blanca y el propio presidente Barack Obama pidieran de manera abierta que los acreedores no empujarán a Grecia al abismo.

El temor a una crisis política y económica de mayor envergadura en Europa y su repercusión sobre la debilitada economía mundial y sobre la recuperación en Estados Unidos, explica que la dirigencia norteamericana ejerciera una fuerte presión tras bastidores, principalmente sobre Alemania, la potencia que domina las decisiones que se terminan tomando en Bruselas.

Pero también en el seno del establishment del Viejo Continente se elevaron voces de advertencia en vísperas de la última reunión del Eurogrupo del pasado miércoles donde Grecia y sus socios debían concluir un acuerdo.

Jean-Claude Trichet, ex presidente del BCE, fue la figura más representativa de esa posición antagónica a Berlín y a la canciller alemana Angela Merkel, e incluso a la visión de su sucesor en el ente monetario, el italiano Mario Draghi, al afirmar que la falta de un acuerdo "sería un drama absoluto para el pueblo griego y también, por supuesto, sería un gran shock para el resto de Europa".

Después de afirmar que el "gobierno griego entiende cada vez más que es muy importante tener el acuerdo de Europa para un programa que inspire confianzas", Trichet recordó que "todavía estamos viviendo en un mundo donde no estoy seguro de que realmente estemos pavimentando el camino para un futuro mejor a largo plazo".

El acuerdo alcanzando se parece, en realidad, más a un pacto destinado a ganar tiempo y evitar una catástrofe inmediata que a otra cosa.

De hecho, la base del consenso es el respeto del plan de rescate de 2012 por parte de Grecia y su compromiso a continuar con las privatizaciones concretadas y las que están en desarrollo, así como a los objetivos de superávit fiscal para atender los pagos de la deuda, además de un retroceso por parte de Syriza a aplicar los planes de aumento inmediato del salario y la pensión mínima, de la reincorporación de los empleados públicos despedidos y algunas otras medidas de carácter social.

La Eurozona, por su parte, no desembolsará ni un solo euro hasta finales de abril, siempre y cuando la "troika" considere que Atenas ha cumplido con los objetivos comprometidos, los cuales el gobierno de Tsipras deberá concretar en los próximos días.

Con ese desembolso de 7.200 millones de euros, Grecia deberá enfrentar pagos de su deuda al FMI y a los acreedores oficiales de la Eurozona por algo más de 6.000 millones, mientras continúa elaborando su propuesta de un nuevo plan de rescate que deberá estar concluida a finales de junio.

En definitiva, todo lo que ha ocurrido durante el primer mes de gobierno de Syriza constituye una introducción o, si se quiere, un ensayo general, para una batalla que apenas ha comenzado.

Su resultado sólo podrá ser una modificación extraordinaria de las condiciones de austeridad a rajatabla impuestas por la Eurozona y Alemania a Grecia o, en su defecto, una capitulación sin atenuantes del gobierno de Syriza que, en esa eventualidad, crearía una crisis política nacional de alcances imprevisibles.

Algo de esto ha comenzado a percibirse estos días en las fuertes críticas realizadas por Manolis Glezos, un héroe nacional en la lucha contra el nazismo, quien pidió perdón al pueblo por haber hecho campaña por Syriza, o en los comentarios del mismo tenor del legendario compositor musical comunista Mikis Theodorakis.

Más claramente, esto se ha visto en los últimos dos días en las calles de Atenas, donde miles de personas de izquierda se han manifestado en contra de la conducta del gobierno de Tsipras y de la brutal extorsión a la que la Bruselas ha sometido a Grecia en el último mes.

Nadie ignora que las consecuencias de una salida del país del euro tendría, en lo inmediato, consecuencias catastróficas para su economía, ni tampoco se desconoce que habría efectos duros para los mercados occidentales y para el futuro mismo del euro y de la unidad europea.

Pero lo que todavía no parece ser registrado en toda su dimensión es que los nazis de Aurora Dorada son el tercer grupo parlamentario en un país donde la crisis social empujar a amplias masas de la población a la desesperación. Sería mejor no olvidar las lecciones del pasado.

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01 MAR 2015 - 11:06

El primer ministro, Alexis Tsipras, junto a su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, gastaron su primer mes en el gobierno intentando convencer a los Estados del euro que se debía negociar un nuevo acuerdo sobre la deuda griega y permitir a Syriza llevar adelante medidas que pongan fin a la austeridad impuesta por Bruselas.

Pero con la espada de Damocles de un plan de rescate que vence hoy y una fuga de capitales de los bancos del orden de los 20.000 millones de euros en los últimos dos meses, Tsipras tiró la toalla una semana atrás al ordenar a Varoufakis que solicitara una extensión de cuatro meses del plan de rescate de 172.000 millones de euros, comprometiéndose, además, a encarar toda una serie de reformas económicas exigidas por sus socios.

Syriza, que comenzó su andadura política hace cinco años proponiendo el no pago de la deuda externa y la nacionalización de la banca griega, evolucionó hacia posiciones moderadas a medida que fue aumentando su caudal de votos, con planteos de una reducción parcial de la deuda y una negociación con Bruselas sobre el alcance de la austeridad preconizada por Alemania y el resto de la Eurozona.

Tras su contundente triunfo electoral, Tsipras y Varoufakis presionaron a sus socios y acreedores de la Eurozona declarando que daban por finalizado el plan de rescate de 2012, toda negociación con la "troika" del Banco Central Europeo (BCE), el FMI y la Unión Europea (UE), reclamando también la aceptación de sus planes de gasto social, reducción de impuestos y freno a las privatizaciones en Grecia.

La frontal oposición de Alemania y el conjunto de los Estados europeos colocó a Tsipras, de manera progresiva, ante la alternativa de romper con sus socios, enfrentar la fuga de capitales y la baja de sus títulos públicos con control de capitales y, in extremis, con una nacionalización de sus bancos o, por el contrario, aceptar las exigencias de la "troika" y abrir algún curso de negociación ulterior.

El rechazo cerrado de Alemania y de países como Finlandia, España o Irlanda, a hacer cualquier concesión a Atenas, hicieron temer un choque frontal entre Grecia y la Eurozona. En este contexto, no podía sorprender que la Casa Blanca y el propio presidente Barack Obama pidieran de manera abierta que los acreedores no empujarán a Grecia al abismo.

El temor a una crisis política y económica de mayor envergadura en Europa y su repercusión sobre la debilitada economía mundial y sobre la recuperación en Estados Unidos, explica que la dirigencia norteamericana ejerciera una fuerte presión tras bastidores, principalmente sobre Alemania, la potencia que domina las decisiones que se terminan tomando en Bruselas.

Pero también en el seno del establishment del Viejo Continente se elevaron voces de advertencia en vísperas de la última reunión del Eurogrupo del pasado miércoles donde Grecia y sus socios debían concluir un acuerdo.

Jean-Claude Trichet, ex presidente del BCE, fue la figura más representativa de esa posición antagónica a Berlín y a la canciller alemana Angela Merkel, e incluso a la visión de su sucesor en el ente monetario, el italiano Mario Draghi, al afirmar que la falta de un acuerdo "sería un drama absoluto para el pueblo griego y también, por supuesto, sería un gran shock para el resto de Europa".

Después de afirmar que el "gobierno griego entiende cada vez más que es muy importante tener el acuerdo de Europa para un programa que inspire confianzas", Trichet recordó que "todavía estamos viviendo en un mundo donde no estoy seguro de que realmente estemos pavimentando el camino para un futuro mejor a largo plazo".

El acuerdo alcanzando se parece, en realidad, más a un pacto destinado a ganar tiempo y evitar una catástrofe inmediata que a otra cosa.

De hecho, la base del consenso es el respeto del plan de rescate de 2012 por parte de Grecia y su compromiso a continuar con las privatizaciones concretadas y las que están en desarrollo, así como a los objetivos de superávit fiscal para atender los pagos de la deuda, además de un retroceso por parte de Syriza a aplicar los planes de aumento inmediato del salario y la pensión mínima, de la reincorporación de los empleados públicos despedidos y algunas otras medidas de carácter social.

La Eurozona, por su parte, no desembolsará ni un solo euro hasta finales de abril, siempre y cuando la "troika" considere que Atenas ha cumplido con los objetivos comprometidos, los cuales el gobierno de Tsipras deberá concretar en los próximos días.

Con ese desembolso de 7.200 millones de euros, Grecia deberá enfrentar pagos de su deuda al FMI y a los acreedores oficiales de la Eurozona por algo más de 6.000 millones, mientras continúa elaborando su propuesta de un nuevo plan de rescate que deberá estar concluida a finales de junio.

En definitiva, todo lo que ha ocurrido durante el primer mes de gobierno de Syriza constituye una introducción o, si se quiere, un ensayo general, para una batalla que apenas ha comenzado.

Su resultado sólo podrá ser una modificación extraordinaria de las condiciones de austeridad a rajatabla impuestas por la Eurozona y Alemania a Grecia o, en su defecto, una capitulación sin atenuantes del gobierno de Syriza que, en esa eventualidad, crearía una crisis política nacional de alcances imprevisibles.

Algo de esto ha comenzado a percibirse estos días en las fuertes críticas realizadas por Manolis Glezos, un héroe nacional en la lucha contra el nazismo, quien pidió perdón al pueblo por haber hecho campaña por Syriza, o en los comentarios del mismo tenor del legendario compositor musical comunista Mikis Theodorakis.

Más claramente, esto se ha visto en los últimos dos días en las calles de Atenas, donde miles de personas de izquierda se han manifestado en contra de la conducta del gobierno de Tsipras y de la brutal extorsión a la que la Bruselas ha sometido a Grecia en el último mes.

Nadie ignora que las consecuencias de una salida del país del euro tendría, en lo inmediato, consecuencias catastróficas para su economía, ni tampoco se desconoce que habría efectos duros para los mercados occidentales y para el futuro mismo del euro y de la unidad europea.

Pero lo que todavía no parece ser registrado en toda su dimensión es que los nazis de Aurora Dorada son el tercer grupo parlamentario en un país donde la crisis social empujar a amplias masas de la población a la desesperación. Sería mejor no olvidar las lecciones del pasado.


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