Vivir para pelearla: Paola Soto, madre del dolor

A los 21 años perdió su primer bebé en un accidente de tránsito, pero enfrenta ese sufrimiento cada día desde la pasión por el fútbol y la política.

Soto, jefa del departamento local.
25 ABR 2015 - 22:06 | Actualizado

Por Francisco Caputo

Está a punto de cumplirse un año del torneo femenino de la Liga del Valle. Aquello que parecía una utopía, se convirtió en una realidad. La capitalina Paola Soto, referente de Defensores de La Ribera, es una de las indudables gestoras de este hito que trasciende a los campos de juego.

Es una mujer de consulta de AFA, tras la disputa del torneo Nacional femenino del Consejo Federal realizado a finales del año pasado en esta región. Y es la jefa del departamento respectivo en la Liga. El sueño es colocar a una mujer chubutense en la Selección. Pero la igualdad de género llegó al ámbito del fútbol valletano no sin sacrificio y tenacidad. Ni dolores personales profundos.

El 27 de marzo de 1999, la vida de Paola Soto la iba a marcar de por vida. Tras un accidente de tránsito, falleció Agustín, su hijo primogénito. Esta circunstancia adversa la sumió en una profunda depresión.

En el fútbol, pasión que le inculcó su padre, encontró el camino y la contención para transformar angustia en resurrección personal, para convivir con un dolor que nunca cesa y convertirlo en acción.

El dolor más grande

“Viví toda mi vida en Rawson hasta los 17 años; me fui a Esquel porque formé mi familia. A los 21 años tuve un accidente en el cual perdí a Agustín, mi bebé de un año y ocho meses, estando embarazada. Me llevó muchos años poder salir adelante”, le comenta Paola a Jornada en el living de su casa, donde se respira un intenso espíritu de lucha, de fútbol y de peronismo.

“Mi dolor por Agustín no va a pasar nunca, yo lo tengo presente cada uno de mis días, trato de que nadie deje de conocerlo. Siempre hablo de él, todos los días. Llevo 16 años sin mi bebé, cada día duele un poquito más”, agrega.

“Yo creo que uno nace preparado para perder un padre, un hermano, un abuelo. No se nace preparado para perder un hijo, y menos de esta manera. Una persona imprudente me lo arrebató de los brazos, donde tampoco tuve justicia. Se aprende a vivir, nunca se supera ese dolor. Los hijos son la contención, mi familia, mi marido, mi club, el fútbol, la militancia”, relata.

La vida le otorgó a Paola en lo inmediato un motivo para sacar energía de la desesperanza. A los 20 días de la muerte de su primer hijo, nació Valentín.

“Él es mi debilidad, no hago diferencia. Él me devolvió la vida, tenemos una conexión increíble. Tiene 16 años, pasó todo este dolor conmigo. Se crió con una mamá y un papá que estaban con mucho dolor, una familia muy sensible. Él es la persona que nos sacó adelante, es una persona muy sensible”, describe.

“Me lo imagino criándose con su hermano, ya lo tendría que haber vivido. Me pasa con las inferiores de mi club o reserva, tienen esa edad. Tengo otros dos hijos, con la misma diferencia de edad. Ellos se crían a la par. Me vivo imaginando cómo sería con Agustín y Valentín. Su muerte es algo que no acepto y no lo voy a aceptar nunca, era todo para nosotros”, relata.

“En cada uno de los chicos y adolescentes veo su cara siempre, mi vida nunca va a ser completa. En el álbum familiar falta él; voy a ser siempre una mamá orgullosa”, dice, con lógico dolor.

La “Mamu”

Tras años de viajar por la provincia, con sus trabajos y su tristeza a cuestas, Paola emprendió el regreso a Rawson en la década pasada. “Cuando tuve oportunidad de volver, empecé a acompañar a Darío Baeza, mi primo, quien volvió a jugar a Defensores de La Ribera. Ahí empecé a conocer a la familia del club”, cuenta.

“Quienes me conocen saben que mis dos pasiones son el fútbol y la política. Y fueron esas pasiones las que me ayudaron a salir del pozo depresivo en el que estaba. El club es mi segunda casa, es una familia enorme”, realza.

En esa familia, a Paola le dicen “Mamu”, un apodo que cae de maduro. Y no solo por haber formado el equipo de fútbol femenino del club, “Las Canarias” en 2010.

“Seguimos de pie y seguimos peleándola; las chicas del club me dicen así, son mis hijas adoptivas. Aferrándome a las chicas, creo que mediante ellas canalizo todo mi dolor, haciendo de madre de muchas más”, señala con orgullo. “Hace cinco años que estamos juntas, siempre jugamos en interbarrios. Soy arquera. Y ahora lo hacemos en la Liga; a muchas las conozco de muy chiquitas, para mí son como mis nenas", comenta ella.

"Algunas están empezando una carrera, van formando su familia, ya soy abuela, je. Las tardes de fútbol con ellas son impagables”, relata.

“Hago un trabajo de contención; si tienen un problema cuentan conmigo para lo que sea necesario, soy muy pesada cuidándolas, retándolas, insistiendo con la escuela, la familia, hablamos de todos los temas con las chicas. Tenemos el problema del alcohol y droga en los adolescentes”, indica con preocupación, pero con el entusiasmo que da la fe.

En esa tarea cotidiana, en ese amor que irradia, la figura de Agustín es fuente de inspiración para canalizar ese intenso dolor. “Si tuviera un minuto más con él, le diría que si tuviera que volver a vivir el dolor que estoy pasando, yo elegiría de nuevo ese año y medio de vida con él y los nueve meses en la panza”, relata al borde del llanto.

“Creo que le di todo el amor que le pude dar y recibir todo el amor que pude recibir. Agustín está en cada uno de mis minutos. Cada vez que necesito un minuto de paz, me voy al Jardín del Cielo, donde está físicamente, llevo mi mate y charlo con él”, dice emocionada.

“Es mi contención, le pido a mi angelito que proteja a sus hermanitos y a mi marido cuando viaja, le tengo mucho miedo a la ruta. Lo amo, toda mi vida va a ser mi amor, toda la vida va a tener una mamá orgullosa que va a seguir peleándola por cada uno de los nenes y adolescentes que encuentre”, remata. Paola Soto y su historia, convertida en una lucha constante entre la pasión y el desánimo, que la llevó a ser consejera de la AFA. Es la arquera que no puede atajar las lágrimas, pero que las transforma en energía de construcción y amor.

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Soto, jefa del departamento local.
25 ABR 2015 - 22:06

Por Francisco Caputo

Está a punto de cumplirse un año del torneo femenino de la Liga del Valle. Aquello que parecía una utopía, se convirtió en una realidad. La capitalina Paola Soto, referente de Defensores de La Ribera, es una de las indudables gestoras de este hito que trasciende a los campos de juego.

Es una mujer de consulta de AFA, tras la disputa del torneo Nacional femenino del Consejo Federal realizado a finales del año pasado en esta región. Y es la jefa del departamento respectivo en la Liga. El sueño es colocar a una mujer chubutense en la Selección. Pero la igualdad de género llegó al ámbito del fútbol valletano no sin sacrificio y tenacidad. Ni dolores personales profundos.

El 27 de marzo de 1999, la vida de Paola Soto la iba a marcar de por vida. Tras un accidente de tránsito, falleció Agustín, su hijo primogénito. Esta circunstancia adversa la sumió en una profunda depresión.

En el fútbol, pasión que le inculcó su padre, encontró el camino y la contención para transformar angustia en resurrección personal, para convivir con un dolor que nunca cesa y convertirlo en acción.

El dolor más grande

“Viví toda mi vida en Rawson hasta los 17 años; me fui a Esquel porque formé mi familia. A los 21 años tuve un accidente en el cual perdí a Agustín, mi bebé de un año y ocho meses, estando embarazada. Me llevó muchos años poder salir adelante”, le comenta Paola a Jornada en el living de su casa, donde se respira un intenso espíritu de lucha, de fútbol y de peronismo.

“Mi dolor por Agustín no va a pasar nunca, yo lo tengo presente cada uno de mis días, trato de que nadie deje de conocerlo. Siempre hablo de él, todos los días. Llevo 16 años sin mi bebé, cada día duele un poquito más”, agrega.

“Yo creo que uno nace preparado para perder un padre, un hermano, un abuelo. No se nace preparado para perder un hijo, y menos de esta manera. Una persona imprudente me lo arrebató de los brazos, donde tampoco tuve justicia. Se aprende a vivir, nunca se supera ese dolor. Los hijos son la contención, mi familia, mi marido, mi club, el fútbol, la militancia”, relata.

La vida le otorgó a Paola en lo inmediato un motivo para sacar energía de la desesperanza. A los 20 días de la muerte de su primer hijo, nació Valentín.

“Él es mi debilidad, no hago diferencia. Él me devolvió la vida, tenemos una conexión increíble. Tiene 16 años, pasó todo este dolor conmigo. Se crió con una mamá y un papá que estaban con mucho dolor, una familia muy sensible. Él es la persona que nos sacó adelante, es una persona muy sensible”, describe.

“Me lo imagino criándose con su hermano, ya lo tendría que haber vivido. Me pasa con las inferiores de mi club o reserva, tienen esa edad. Tengo otros dos hijos, con la misma diferencia de edad. Ellos se crían a la par. Me vivo imaginando cómo sería con Agustín y Valentín. Su muerte es algo que no acepto y no lo voy a aceptar nunca, era todo para nosotros”, relata.

“En cada uno de los chicos y adolescentes veo su cara siempre, mi vida nunca va a ser completa. En el álbum familiar falta él; voy a ser siempre una mamá orgullosa”, dice, con lógico dolor.

La “Mamu”

Tras años de viajar por la provincia, con sus trabajos y su tristeza a cuestas, Paola emprendió el regreso a Rawson en la década pasada. “Cuando tuve oportunidad de volver, empecé a acompañar a Darío Baeza, mi primo, quien volvió a jugar a Defensores de La Ribera. Ahí empecé a conocer a la familia del club”, cuenta.

“Quienes me conocen saben que mis dos pasiones son el fútbol y la política. Y fueron esas pasiones las que me ayudaron a salir del pozo depresivo en el que estaba. El club es mi segunda casa, es una familia enorme”, realza.

En esa familia, a Paola le dicen “Mamu”, un apodo que cae de maduro. Y no solo por haber formado el equipo de fútbol femenino del club, “Las Canarias” en 2010.

“Seguimos de pie y seguimos peleándola; las chicas del club me dicen así, son mis hijas adoptivas. Aferrándome a las chicas, creo que mediante ellas canalizo todo mi dolor, haciendo de madre de muchas más”, señala con orgullo. “Hace cinco años que estamos juntas, siempre jugamos en interbarrios. Soy arquera. Y ahora lo hacemos en la Liga; a muchas las conozco de muy chiquitas, para mí son como mis nenas", comenta ella.

"Algunas están empezando una carrera, van formando su familia, ya soy abuela, je. Las tardes de fútbol con ellas son impagables”, relata.

“Hago un trabajo de contención; si tienen un problema cuentan conmigo para lo que sea necesario, soy muy pesada cuidándolas, retándolas, insistiendo con la escuela, la familia, hablamos de todos los temas con las chicas. Tenemos el problema del alcohol y droga en los adolescentes”, indica con preocupación, pero con el entusiasmo que da la fe.

En esa tarea cotidiana, en ese amor que irradia, la figura de Agustín es fuente de inspiración para canalizar ese intenso dolor. “Si tuviera un minuto más con él, le diría que si tuviera que volver a vivir el dolor que estoy pasando, yo elegiría de nuevo ese año y medio de vida con él y los nueve meses en la panza”, relata al borde del llanto.

“Creo que le di todo el amor que le pude dar y recibir todo el amor que pude recibir. Agustín está en cada uno de mis minutos. Cada vez que necesito un minuto de paz, me voy al Jardín del Cielo, donde está físicamente, llevo mi mate y charlo con él”, dice emocionada.

“Es mi contención, le pido a mi angelito que proteja a sus hermanitos y a mi marido cuando viaja, le tengo mucho miedo a la ruta. Lo amo, toda mi vida va a ser mi amor, toda la vida va a tener una mamá orgullosa que va a seguir peleándola por cada uno de los nenes y adolescentes que encuentre”, remata. Paola Soto y su historia, convertida en una lucha constante entre la pasión y el desánimo, que la llevó a ser consejera de la AFA. Es la arquera que no puede atajar las lágrimas, pero que las transforma en energía de construcción y amor.


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