Romero: “En el hampa conocí gente más honesta que muchos de los abogados que me echaron”

Tras se removido del Colegio de Abogados de Trelew, acusa muy duro a sus colegas y da detalles de su pasado delictivo.

19 JUL 2015 - 21:41 | Actualizado

Por Carlos Guarjardo / Especial para Jornada

-¿Esperaban que lo saquen de la presidencia?

-Era previsible. Pedí un fundamento jurídico y ético y no pudieron encontrar ninguno. Me dijeron que era una cuestión de imagen. Poco serio.

-¿Le provocó problemas el tema?

-No, para nada. La gente siguió confiando en mí. Además a esta altura si a la gente le cae simpático o no lo que me pasa me tiene sin cuidado. Yo conté mi historia, que muchos ya la sabían. Lo que puedo decirle es que en el hampa conocí gente más honesta que muchos abogados que fueron a pedir mi remoción.

-Es muy fuerte lo que está diciendo, ¿tiene fundamentos?

-Claro que sí. Acá hay mucha hipocresía. Y si no pregúntenle a mucha gente que ha dejado en mano de algunos abogados la sucesión de los bienes. Hay quienes tenían cuatro casas y se quedaron si nada. A otros, los abogados les están descontando plata de su sueldo. Y así puedo seguir. Cómo lo que pasa en la justicia. La Civil y la Federal. Las actas las hace un empleado administrativo y el juez nunca está. Pero después dicen que estuvo. Una barbaridad.

-Pero alguna consecuencia tuvo que traerle contar su pasado...

-Mire, lo que más me dolió fue que el mismo día que salió en los diarios el reportaje donde conté mi historia, mi hija se recibía de abogada. Le arruiné el festejo porque a todos lados donde iba le preguntaban sobre mí y nadie la felicitaba. Yo estoy viviendo gratis. Mi padre tuvo cáncer y murió a los 43 años. Yo tuve el mismo cáncer a la misma edad. No hice ningún tratamiento. Me curé con terapias alternativas. Y aquí estoy. Cómo puedo.

Oscar Romero Bruno es abogado y tiene 51 años. Fue noticia cuando confesó haber sido ladrón en su juventud. Fue condenado, estuvo preso y se fugó. Llegó a Trelew para estudiar Abogacía. La justicia nunca lo encontró y cuando su condena de seis años prescribió se presentó ante la justicia formoseña para quedar limpio. Era hasta hace poco nada menos que el presidente del Colegio de Abogados de Trelew. Fue removido en una asamblea tras haber contado su historia. Tiene cuatro hijos, dos viven con él. Está divorciado y asegura que vive de su trabajo privado, con lo necesario, sin lujos. “Sigo siendo un idealista como cuando decidía salir a robarle plata a los que más tenían, a los especuladores y a los bancos”.

-¿Por qué contó su historia?

-No se conocía públicamente pero mi familia, mi entorno y algunos abogados lo sabían. Tuve una oportunidad hace dos años en una jornada de Derecho Penal y el tema era la prisión. Hablé con un colega experimentado y me dijo que mejor me callara porque me iba a traer muchos problemas. “Ni se te ocurra, te van a salir a matar”, me dijo. Y no se equivocó. Ahora, cuando supe que mi sentencia andaba dando vueltas decidí decirlo. Salieron a matarme, pero no pudieron. Acá estoy.

-¿Cómo tomó lo vivido en el norte?

-Lo tomo como una etapa equivocada, idealismo extremo. Y sigo siendo idealista. En aquel momento lo tomé como una filosofía de vida y fracasé totalmente. Vivía en Buenos Aires y me fui a Formosa. Ahí vi un gran contraste. De una vereda una casa con pileta y un auto de alta gama. Y de la otra, una casilla hecha con chapas de cartón. Quise dar vuelta esa realidad. Me junté con amigos y salí a robarles a los especuladores. Pero fracasé, porque terminé siendo un ministro de bienestar social o alguien que da planes sociales.

-¿Cuántos años delinquió?

-Seis o siete, más o menos

-¿Cuántos golpes dio?

-Cerca de 20.

-¿Y cuánta plata?

-La verdad no sé. Porque el pacto entre nosotros (los de la banda) era no acumularla. Una parte la usábamos para gustos personales. Y la otra para darle a la gente que necesitaba. Para algunos golpes usábamos coches robados. Si en el hecho le provocábamos alguna rotura al vehículo, le dejábamos al dueño plata en la guantera de nuestro botín para que lo arregle. Sentí otra frustración. Algunos amigos llegaron a llevarse esa plata. Sentí que fracasé y que tenía que dejar.

-¿No quiso salir tras tanto tiempo?

-Sí, pero no podés. No te dejan.

-¿Por qué se fugó y no pagó la deuda con la sociedad?

-Yo pagué, no le debo nada a nadie.

-Pero se fugó, no cumplió la condena…

-Desde el primer momento en que me entregué, ya pensé en fugarme. No pensaba quedarme ahí para salir con un bolsito y sin futuro. Por eso dije: “Yo me voy de acá, aunque me peguen un tiro en la espalda”. Prefería caer en el intento. Ganar o morir. La cárcel te hace peor. Es guardar la basura podrida debajo de las alfombra. Si la dejás ahí algunos años, sale más podrida.

-¿Cómo la pasó el año y medio que estuvo preso?

-Mejor que cuando la Policía me interrogaba. Como después que me agarraron yo nunca “canté nada” sufrí tortura. Aguanté porque me había preparado para la tortura. Me metían agujas en las uñas, me hicieron el “submarino seco”, el método que usaba la dictadura.

-¿Y en la cárcel no le pasó nada?

-No. Porque ahí te valoran de acuerdo a por qué caíste. Tenés un status según los delitos. Fui lo que llaman “el poronga”. Pero vi cosas terribles. Ahí adentro a nadie le importa el otro. Podés ver que están violando a uno y te das vuelta para el otro lado. Sos vos y nada más. Por eso, cuando la gente pide más cárcel creo que se está equivocando. Debe ser la última alternativa.

-¿Y cómo fue su vida de prófugo?

-Muy dura. Llegué a Trelew en el `99 a estudiar Abogacía. Me buscaba hasta Interpol porque tuve una mujer brasileña y pensaban que había cruzado la frontera. Me dije: “Es seguro que en una Facultad no te van a buscar”. Igual tomaba mis precauciones. Mi mujer iba primero a la Facultad y miraba que no haya policías. Después iba yo. En casa ya tenía todo estudiado si veía por la ventana que venían a buscarme. También me ayudó el apellido.

-¿Cómo fue eso?

-Tengo doble apellido: Romero Bruno. Pero en Formosa era Bruno. Y aquí fui Romero. Incluso durante todo el tiempo que estuve estudiando. A tal punto que cuando me recibí tuvieron que cambiar todas las actas, de todos los años para poner mi doble apellido.

-¿Vivió en la cornisa?

-Por supuesto. Fueron años difíciles.

-Y ahora también…

-¿Si vivo en la cornisa? Sí, siempre.

Relatos salvajes

Romero era el jefe de una banda que integró con otros tres amigos, algunos de los cuales ya habían conocido la cárcel. Era el cerebro del grupo. Todo pasaba por él. La organización, el cronometraje de los minutos que iba a durar el golpe, las distancias de las comisarías.

“En esa época ya hacíamos robos express”, le contó a Jornada. Como lo repitió mil veces, robaba a bancos, financieras y prestamistas usureros. Nunca a un comerciante o un trabajador.

“Habíamos dado golpes que todavía recuerdan en el norte. Entonces yo me agrandé. Y no quise participar en la organización del que me agarraron. Fue el más boludo. Era como robarle un caramelo a un pibe. Yo tenía que hacer de campana y estaba tan confiado que fuí en mi auto, con la patente colocada y a cara descubierta. Pero los otros hicieron todo mal. Y salieron corriendo para el lado equivocado. Por eso cuando los fuí a buscar me reconocieron”.

Romero no se entregó sino hasta un tiempo después. Cuando tuvo un accidente practicando un deporte que lo apasiona: el parapente. Eso fue en Tucumán. Su abogado le dijo que se entregue. Que lo iban a operar, pasarían 10 días de la indagatoria y lo iban a dejar libre. “Pero no fue así. Volví a Formosa, me entregué y quedé adentro”.

Desde ese mismo momento, Romero comenzó a pensar en fugarse. Y se le dio en una de las tantas veces que lo tenían que llevar al hospital para la rehabilitación.“Yo sabía que tenía que ser un día de fiesta porque, en aquellos tiempos, los muchachos que te cuidan se ponían un poco alegres con el alcohol y se descuidaban. Pensé en Navidad pero no se dio. Tampoco a fin de año. Entonces, esperé Reyes. Un tipo del hospital entretuvo al guardia y yo me fui saltando por una ventana. Por supuesto, me estaba esperando un auto. Y desaparecí”.

Recordó algunos pasajes de aquellos tiempos. Mucha de la plata que obtenía de los asaltos la invertía en comprar armas sofisticadas como ametralladoras y granadas, con una de las cuales una vez entraron a un banco con sus cómplices. Confesó que en más de una oportunidad tuvo que disparar para defenderse ante la llegada de la policía.

Reiteró que se arrepiente de todo lo que hizo en aquella etapa de la juventud de su vida y que para nada se lo recomienda a nadie. “Mis hijos saben todo. En especial la mayor que lo vivió porque era chiquita cuando fui preso y después me fugué. Recuerdo que iba a verlos a lugares predeterminados, no eran más de cinco minutos. Era como un exilio, no fue fácil”.

Y dice que tampoco fue fácil soportar el llanto de su madre cuando la policía lo detuvo: “Creo que ese fue el click. Esas lágrimas me cambiaron. Entonces, decidí dejar todo."

Enterate de las noticias de POLITICA a través de nuestro newsletter

Anotate para recibir las noticias más importantes de esta sección.

Te podés dar de baja en cualquier momento con un solo clic.
19 JUL 2015 - 21:41

Por Carlos Guarjardo / Especial para Jornada

-¿Esperaban que lo saquen de la presidencia?

-Era previsible. Pedí un fundamento jurídico y ético y no pudieron encontrar ninguno. Me dijeron que era una cuestión de imagen. Poco serio.

-¿Le provocó problemas el tema?

-No, para nada. La gente siguió confiando en mí. Además a esta altura si a la gente le cae simpático o no lo que me pasa me tiene sin cuidado. Yo conté mi historia, que muchos ya la sabían. Lo que puedo decirle es que en el hampa conocí gente más honesta que muchos abogados que fueron a pedir mi remoción.

-Es muy fuerte lo que está diciendo, ¿tiene fundamentos?

-Claro que sí. Acá hay mucha hipocresía. Y si no pregúntenle a mucha gente que ha dejado en mano de algunos abogados la sucesión de los bienes. Hay quienes tenían cuatro casas y se quedaron si nada. A otros, los abogados les están descontando plata de su sueldo. Y así puedo seguir. Cómo lo que pasa en la justicia. La Civil y la Federal. Las actas las hace un empleado administrativo y el juez nunca está. Pero después dicen que estuvo. Una barbaridad.

-Pero alguna consecuencia tuvo que traerle contar su pasado...

-Mire, lo que más me dolió fue que el mismo día que salió en los diarios el reportaje donde conté mi historia, mi hija se recibía de abogada. Le arruiné el festejo porque a todos lados donde iba le preguntaban sobre mí y nadie la felicitaba. Yo estoy viviendo gratis. Mi padre tuvo cáncer y murió a los 43 años. Yo tuve el mismo cáncer a la misma edad. No hice ningún tratamiento. Me curé con terapias alternativas. Y aquí estoy. Cómo puedo.

Oscar Romero Bruno es abogado y tiene 51 años. Fue noticia cuando confesó haber sido ladrón en su juventud. Fue condenado, estuvo preso y se fugó. Llegó a Trelew para estudiar Abogacía. La justicia nunca lo encontró y cuando su condena de seis años prescribió se presentó ante la justicia formoseña para quedar limpio. Era hasta hace poco nada menos que el presidente del Colegio de Abogados de Trelew. Fue removido en una asamblea tras haber contado su historia. Tiene cuatro hijos, dos viven con él. Está divorciado y asegura que vive de su trabajo privado, con lo necesario, sin lujos. “Sigo siendo un idealista como cuando decidía salir a robarle plata a los que más tenían, a los especuladores y a los bancos”.

-¿Por qué contó su historia?

-No se conocía públicamente pero mi familia, mi entorno y algunos abogados lo sabían. Tuve una oportunidad hace dos años en una jornada de Derecho Penal y el tema era la prisión. Hablé con un colega experimentado y me dijo que mejor me callara porque me iba a traer muchos problemas. “Ni se te ocurra, te van a salir a matar”, me dijo. Y no se equivocó. Ahora, cuando supe que mi sentencia andaba dando vueltas decidí decirlo. Salieron a matarme, pero no pudieron. Acá estoy.

-¿Cómo tomó lo vivido en el norte?

-Lo tomo como una etapa equivocada, idealismo extremo. Y sigo siendo idealista. En aquel momento lo tomé como una filosofía de vida y fracasé totalmente. Vivía en Buenos Aires y me fui a Formosa. Ahí vi un gran contraste. De una vereda una casa con pileta y un auto de alta gama. Y de la otra, una casilla hecha con chapas de cartón. Quise dar vuelta esa realidad. Me junté con amigos y salí a robarles a los especuladores. Pero fracasé, porque terminé siendo un ministro de bienestar social o alguien que da planes sociales.

-¿Cuántos años delinquió?

-Seis o siete, más o menos

-¿Cuántos golpes dio?

-Cerca de 20.

-¿Y cuánta plata?

-La verdad no sé. Porque el pacto entre nosotros (los de la banda) era no acumularla. Una parte la usábamos para gustos personales. Y la otra para darle a la gente que necesitaba. Para algunos golpes usábamos coches robados. Si en el hecho le provocábamos alguna rotura al vehículo, le dejábamos al dueño plata en la guantera de nuestro botín para que lo arregle. Sentí otra frustración. Algunos amigos llegaron a llevarse esa plata. Sentí que fracasé y que tenía que dejar.

-¿No quiso salir tras tanto tiempo?

-Sí, pero no podés. No te dejan.

-¿Por qué se fugó y no pagó la deuda con la sociedad?

-Yo pagué, no le debo nada a nadie.

-Pero se fugó, no cumplió la condena…

-Desde el primer momento en que me entregué, ya pensé en fugarme. No pensaba quedarme ahí para salir con un bolsito y sin futuro. Por eso dije: “Yo me voy de acá, aunque me peguen un tiro en la espalda”. Prefería caer en el intento. Ganar o morir. La cárcel te hace peor. Es guardar la basura podrida debajo de las alfombra. Si la dejás ahí algunos años, sale más podrida.

-¿Cómo la pasó el año y medio que estuvo preso?

-Mejor que cuando la Policía me interrogaba. Como después que me agarraron yo nunca “canté nada” sufrí tortura. Aguanté porque me había preparado para la tortura. Me metían agujas en las uñas, me hicieron el “submarino seco”, el método que usaba la dictadura.

-¿Y en la cárcel no le pasó nada?

-No. Porque ahí te valoran de acuerdo a por qué caíste. Tenés un status según los delitos. Fui lo que llaman “el poronga”. Pero vi cosas terribles. Ahí adentro a nadie le importa el otro. Podés ver que están violando a uno y te das vuelta para el otro lado. Sos vos y nada más. Por eso, cuando la gente pide más cárcel creo que se está equivocando. Debe ser la última alternativa.

-¿Y cómo fue su vida de prófugo?

-Muy dura. Llegué a Trelew en el `99 a estudiar Abogacía. Me buscaba hasta Interpol porque tuve una mujer brasileña y pensaban que había cruzado la frontera. Me dije: “Es seguro que en una Facultad no te van a buscar”. Igual tomaba mis precauciones. Mi mujer iba primero a la Facultad y miraba que no haya policías. Después iba yo. En casa ya tenía todo estudiado si veía por la ventana que venían a buscarme. También me ayudó el apellido.

-¿Cómo fue eso?

-Tengo doble apellido: Romero Bruno. Pero en Formosa era Bruno. Y aquí fui Romero. Incluso durante todo el tiempo que estuve estudiando. A tal punto que cuando me recibí tuvieron que cambiar todas las actas, de todos los años para poner mi doble apellido.

-¿Vivió en la cornisa?

-Por supuesto. Fueron años difíciles.

-Y ahora también…

-¿Si vivo en la cornisa? Sí, siempre.

Relatos salvajes

Romero era el jefe de una banda que integró con otros tres amigos, algunos de los cuales ya habían conocido la cárcel. Era el cerebro del grupo. Todo pasaba por él. La organización, el cronometraje de los minutos que iba a durar el golpe, las distancias de las comisarías.

“En esa época ya hacíamos robos express”, le contó a Jornada. Como lo repitió mil veces, robaba a bancos, financieras y prestamistas usureros. Nunca a un comerciante o un trabajador.

“Habíamos dado golpes que todavía recuerdan en el norte. Entonces yo me agrandé. Y no quise participar en la organización del que me agarraron. Fue el más boludo. Era como robarle un caramelo a un pibe. Yo tenía que hacer de campana y estaba tan confiado que fuí en mi auto, con la patente colocada y a cara descubierta. Pero los otros hicieron todo mal. Y salieron corriendo para el lado equivocado. Por eso cuando los fuí a buscar me reconocieron”.

Romero no se entregó sino hasta un tiempo después. Cuando tuvo un accidente practicando un deporte que lo apasiona: el parapente. Eso fue en Tucumán. Su abogado le dijo que se entregue. Que lo iban a operar, pasarían 10 días de la indagatoria y lo iban a dejar libre. “Pero no fue así. Volví a Formosa, me entregué y quedé adentro”.

Desde ese mismo momento, Romero comenzó a pensar en fugarse. Y se le dio en una de las tantas veces que lo tenían que llevar al hospital para la rehabilitación.“Yo sabía que tenía que ser un día de fiesta porque, en aquellos tiempos, los muchachos que te cuidan se ponían un poco alegres con el alcohol y se descuidaban. Pensé en Navidad pero no se dio. Tampoco a fin de año. Entonces, esperé Reyes. Un tipo del hospital entretuvo al guardia y yo me fui saltando por una ventana. Por supuesto, me estaba esperando un auto. Y desaparecí”.

Recordó algunos pasajes de aquellos tiempos. Mucha de la plata que obtenía de los asaltos la invertía en comprar armas sofisticadas como ametralladoras y granadas, con una de las cuales una vez entraron a un banco con sus cómplices. Confesó que en más de una oportunidad tuvo que disparar para defenderse ante la llegada de la policía.

Reiteró que se arrepiente de todo lo que hizo en aquella etapa de la juventud de su vida y que para nada se lo recomienda a nadie. “Mis hijos saben todo. En especial la mayor que lo vivió porque era chiquita cuando fui preso y después me fugué. Recuerdo que iba a verlos a lugares predeterminados, no eran más de cinco minutos. Era como un exilio, no fue fácil”.

Y dice que tampoco fue fácil soportar el llanto de su madre cuando la policía lo detuvo: “Creo que ese fue el click. Esas lágrimas me cambiaron. Entonces, decidí dejar todo."


NOTICIAS RELACIONADAS