El argentino que murió en el Titanic para salvar a una beba

Nacido en Córdoba, era hijo de descendientes ingleses. En 1912 estudiaba en Inglaterra, cuando le comunicó a su prometida que iba a viajar a EE.UU. en busca de un destino mejor.

07 MAY 2011 - 22:06 | Actualizado

En qué momento de nuestras vidas uno sin saberlo puede entrar en una leyenda? ¿Qué fuerzas se confabulan en este universo para poder torcer nuestro destino y colocarnos en la escena de un evento que quedará gravado en la memoria de todos?<br /><br />Es algo que jamás podremos intuir y que tampoco imaginó Edgardo Andrew, un argentino que estaba a pocas horas de formar parte de una leyenda. De una de las historias más dramáticas y quizás la más conocida de Siglo XX, la del hundimiento del Titanic.<br /><br />Justamente, el mes pasado se cumplieron 99 años del naufragio más famoso de todos los tiempos. La mañana del 10 de abril de 1912 del puerto inglés de Southampton partía el RMS Titanic, en su viaje inaugural y a bordo de él, miles de personas e historias se entrelazaban en una aventura que los llevaría a un final trágico en común.<br /><br />Edgardo Andrew era un cordobés que en 1911 había sido enviado a estudiar a Inglaterra. Pero al año siguiente le escribió a su enamorada en Buenos Aires diciéndole que no la podía esperar porque se iba a Estados Unidos en el Titanic.<br /><br />Faltaban pocos días para que Josey, una adolescente porteña del barrio de Belgrano, viajara a Inglaterra, donde, al fin, iba a encontrarse con Edgardo. Ella no podía suponer que Edgardo tenía otros planes y abandonaría Europa, no para volver a Córdoba sino para probar suerte en los Estados Unidos. Al final, no la esperaría y se lo avisó por carta. <br /><br />Una premonición<br /><br />En esa época las cartas tardaban tanto en llegar que hasta era posible recibir una de alguien que desde hacía varias semanas ya había dejado de existir. Y ése fue el caso para Josey.<br /><br />A lo largo de su vida Josey nunca consiguió sacarse de la cabeza aquel párrafo de la carta que Edgardo le escribió antes de dejar Inglaterra. Y nunca en este caso quiere decir nunca, sin atenuantes: hasta su vejez cargó en su alma con las palabras de Edgardo, palabras que a ella no le causaban el gozo de saberse amada. La estremecían. <br /><br />La carta de Edgardo, que atravesó el siglo intacta y hoy sobrevive detrás de un vidrio enmarcado, en una casa de Martínez, en la zona Norte de Buenos Aires, dice en su tercer párrafo: "Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada de orgulloso, pues en estos momentos decearía (sic) que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano". <br /><br />Edgardo escribió esto en Bournemouth, sur de Inglaterra, el 8 de abril de 1912. Cuatro días más tarde él iba a estar en el fondo del océano junto con el Titanic.<br /><br />Una investigación realizada en la Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos, en especial apoyada en fuentes familiares y en estudiosos del Titanic, permitió reconstruir en detalle, por primera vez, la vida de Edgardo Andrew, cuya participación en el legendario naufragio pasó casi inadvertida en su propio país durante 86 años.<br /><br />Edgardo Andrew había nacido en la estancia El Durazno, en el sur de Córdoba, el 28 de marzo de 1895. De modo que en 1911, cuando su madre lo despidió en la estación ferroviaria de Río Cuarto, tenía apenas 16 años, uno más que Josefina Cowan, la inspiradora de la extraña premonición, a quien en la familia llamaban Josey.<br /><br />"No puede imaginarse cuánto siento el irme (de Inglaterra) sin verla", le escribió. Sólo se tuteaban cuando estaban juntos. <br /><br />Ambos eran hijos de inmigrantes ingleses. Los Andrew se habían radicado en el sur cordobés hacia 1860. Los Cowan poco después, en lo que hoy es Belgrano.<br /><br />Edgardo, igual que sus siete hermanos, igual que Josey, ya a los 16 años viajaba solo a Inglaterra a conocer el país de los padres y a estudiar. En su medio era algo más o menos común ir a estudiar a Inglaterra, y para esto no era necesario pertenecer a la clase alta. Allá estaban rodeados de primos y tías. <br /><br />Carta a Josey<br /><br />"Muy bien sé que la noticia de mi partida será muy dura, pero paciencia, así es el mundo", le dijo Edgardo a su enamorada antes de embarcarse en el Titanic, aunque no se sabe en qué orden Josey recibió las buenas y malas noticias aquel 1912: la carta con las confesiones sentimentales de Edgardo, el hundimiento del Titanic y la certidumbre familiar de que él, el único argentino que iba en el barco, era una de las 1.517 víctimas de la mayor catástrofe naval en tiempos de paz.<br /><br />Una viuda adinerada había torcido el destino de Edgardo. Su hermano mayor, Silvano Alfredo, había sido el primero de los Andrew en dejar la estancia para estudiar en Inglaterra. Pasó un año en Whitby y más de seis años en Stockton, en cuyo Instituto Técnico estudió ingeniería naval y se convirtió en un experto constructor de barcos. Cuando volvió a Buenos Aires ingresó en la Marina. <br /><br />En 1911, Alfredo, que entonces tenía 28 años, fue enviado a Estados Unidos, a pedido del almirante Manuel Domecq García, para inspeccionar la construcción de barcos de guerra argentinos. <br /><br />Pero en 1912 se enamoró de una viuda rica, muy rica, bastante mayor que él, llamada Harriet Fisher, de cuya mano abandonaría después la carrera militar y la ciudadanía argentina para destacarse como ejecutivo en la industria mecánica, más precisamente como director de la firma Fisher &amp; Norris Anvil Works, que era proveedora del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.<br /><br />Alfredo no sólo invitó a su hermano Edgardo -a quien le llevaba 12 años- a su casamiento en Trenton, Nueva Jersey, sino que le escribió convidándolo con la nueva fortuna. En la compañía de "su prometida Mrs. Fisher" había lugar para otro Andrew. Edgardo pensó que al lado de Alfredo, al que admiraba, iba a aprender más de ingeniería naval que en los rígidos institutos ingleses.<br /><br />El destino de Edgardo se torció por la aparición de la viuda rica pero, en realidad, lo que habilitó su ingreso en la tragedia fue una huelga del gremio del carbón. Su pasaje a Nueva York en el buque Oceanic, que iba a zarpar el miércoles 17 de abril se convirtió en un papel inútil cuando supo que la White Star Line había cancelado el viaje. Como la expectativa mundial no hacía recomendable que se demorara la salida del Titanic y el carbón no llegaba a Southampton, la compañía naviera utilizó todo el combustible que tenía en otros buques y lo concentró en la estrella del momento. <br /><br />Al Oceanic, irónicamente, le iba a tocar recoger del mar, un mes más tarde, el bote salvavidas número 14 del Titanic, el último, que estaba a la deriva con tres cadáveres. <br /><br />Edgardo fue a las oficinas de la White Star Line y cambió su boleto para el Titanic, mucho más caro. <br /><br />A Edgardo al principio le incomodó adelantar una semana la partida. Después, en algún momento, se asumió como pasajero del Titanic, que no era lo mismo que ser pasajero de cualquier barco. <br /><br />Su ecuación era clara: Estados Unidos era una meta deslumbrante, impostergable, y no ver a Josey le resultaba pesado, quizá más que las 46 mil toneladas ancladas frente a él en el muelle de Southampton que fascinaban a la multitud, esa mole de casi tres cuadras de largo a la que él, en una declaración de amor escalofriante, había osado imaginar hundida. <br /><br />Edgardo se asumió como pasajero del Titanic y como miembro de la clase media, la incipiente clase media argentina. Desechó la tercera clase, ni pensó en la primera, y pagó las 12 libras que le exigieron por su cucheta en la segunda clase.<br /><br />La última parada que realizó el Titanic fue en Irlanda. Desde allí Andrew le envíó una carta a su prometida Josey, una postal a su familia en Córdoba y otra a un amigo llamado Rómulo, quien en ese momento se encontraba en Turín.<br /><br />La postal decía textualmente: "Desde el barco más grande del mundo, te saluda tu amigo que va en viaje a los EEUU. Ayer salí de Inglaterra, así que no nos veremos en Londres. Tu amigo. E. Andrew". <br /><br />La confirmación de que Andrew murió en el Titanic y de sus últimas horas a bordo del barco "inhundible" llegaría tiempo después. El testimonio de una sobreviviente, Winnie Troutt, una mujer norteamericana, dilucidó muchas dudas. Edgardo había entablado amistad con ella a bordo del transatlántico, compartiendo muchas horas de navegación. La noche de la tragedia, el argentino les dio su salvavidas a la mujer y un niño que llevaba en brazos.<br /><br />En la desesperación por el hundimiento, muchos de los pasajeros no repararon en ciertas reglas de salvamento como "los niños y las mujeres primero". Pero no fue el caso de Andrew, quien no dudó en su decisión. Winnie, así salvo su vida, obteniendo un lugar en un bote. Tras el rescate, y a causa de la depresión que le aquejó, tuvieron que pasar 40 años para que ella pudiera hablar de lo sucedido, pero recién casi 100 años después se supo que aquel héroe anónimo era Edgardo Anderw, el único argentino que ingresó en la leyenda del Titanic.#<br /><br />

07 MAY 2011 - 22:06

En qué momento de nuestras vidas uno sin saberlo puede entrar en una leyenda? ¿Qué fuerzas se confabulan en este universo para poder torcer nuestro destino y colocarnos en la escena de un evento que quedará gravado en la memoria de todos?<br /><br />Es algo que jamás podremos intuir y que tampoco imaginó Edgardo Andrew, un argentino que estaba a pocas horas de formar parte de una leyenda. De una de las historias más dramáticas y quizás la más conocida de Siglo XX, la del hundimiento del Titanic.<br /><br />Justamente, el mes pasado se cumplieron 99 años del naufragio más famoso de todos los tiempos. La mañana del 10 de abril de 1912 del puerto inglés de Southampton partía el RMS Titanic, en su viaje inaugural y a bordo de él, miles de personas e historias se entrelazaban en una aventura que los llevaría a un final trágico en común.<br /><br />Edgardo Andrew era un cordobés que en 1911 había sido enviado a estudiar a Inglaterra. Pero al año siguiente le escribió a su enamorada en Buenos Aires diciéndole que no la podía esperar porque se iba a Estados Unidos en el Titanic.<br /><br />Faltaban pocos días para que Josey, una adolescente porteña del barrio de Belgrano, viajara a Inglaterra, donde, al fin, iba a encontrarse con Edgardo. Ella no podía suponer que Edgardo tenía otros planes y abandonaría Europa, no para volver a Córdoba sino para probar suerte en los Estados Unidos. Al final, no la esperaría y se lo avisó por carta. <br /><br />Una premonición<br /><br />En esa época las cartas tardaban tanto en llegar que hasta era posible recibir una de alguien que desde hacía varias semanas ya había dejado de existir. Y ése fue el caso para Josey.<br /><br />A lo largo de su vida Josey nunca consiguió sacarse de la cabeza aquel párrafo de la carta que Edgardo le escribió antes de dejar Inglaterra. Y nunca en este caso quiere decir nunca, sin atenuantes: hasta su vejez cargó en su alma con las palabras de Edgardo, palabras que a ella no le causaban el gozo de saberse amada. La estremecían. <br /><br />La carta de Edgardo, que atravesó el siglo intacta y hoy sobrevive detrás de un vidrio enmarcado, en una casa de Martínez, en la zona Norte de Buenos Aires, dice en su tercer párrafo: "Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada de orgulloso, pues en estos momentos decearía (sic) que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano". <br /><br />Edgardo escribió esto en Bournemouth, sur de Inglaterra, el 8 de abril de 1912. Cuatro días más tarde él iba a estar en el fondo del océano junto con el Titanic.<br /><br />Una investigación realizada en la Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos, en especial apoyada en fuentes familiares y en estudiosos del Titanic, permitió reconstruir en detalle, por primera vez, la vida de Edgardo Andrew, cuya participación en el legendario naufragio pasó casi inadvertida en su propio país durante 86 años.<br /><br />Edgardo Andrew había nacido en la estancia El Durazno, en el sur de Córdoba, el 28 de marzo de 1895. De modo que en 1911, cuando su madre lo despidió en la estación ferroviaria de Río Cuarto, tenía apenas 16 años, uno más que Josefina Cowan, la inspiradora de la extraña premonición, a quien en la familia llamaban Josey.<br /><br />"No puede imaginarse cuánto siento el irme (de Inglaterra) sin verla", le escribió. Sólo se tuteaban cuando estaban juntos. <br /><br />Ambos eran hijos de inmigrantes ingleses. Los Andrew se habían radicado en el sur cordobés hacia 1860. Los Cowan poco después, en lo que hoy es Belgrano.<br /><br />Edgardo, igual que sus siete hermanos, igual que Josey, ya a los 16 años viajaba solo a Inglaterra a conocer el país de los padres y a estudiar. En su medio era algo más o menos común ir a estudiar a Inglaterra, y para esto no era necesario pertenecer a la clase alta. Allá estaban rodeados de primos y tías. <br /><br />Carta a Josey<br /><br />"Muy bien sé que la noticia de mi partida será muy dura, pero paciencia, así es el mundo", le dijo Edgardo a su enamorada antes de embarcarse en el Titanic, aunque no se sabe en qué orden Josey recibió las buenas y malas noticias aquel 1912: la carta con las confesiones sentimentales de Edgardo, el hundimiento del Titanic y la certidumbre familiar de que él, el único argentino que iba en el barco, era una de las 1.517 víctimas de la mayor catástrofe naval en tiempos de paz.<br /><br />Una viuda adinerada había torcido el destino de Edgardo. Su hermano mayor, Silvano Alfredo, había sido el primero de los Andrew en dejar la estancia para estudiar en Inglaterra. Pasó un año en Whitby y más de seis años en Stockton, en cuyo Instituto Técnico estudió ingeniería naval y se convirtió en un experto constructor de barcos. Cuando volvió a Buenos Aires ingresó en la Marina. <br /><br />En 1911, Alfredo, que entonces tenía 28 años, fue enviado a Estados Unidos, a pedido del almirante Manuel Domecq García, para inspeccionar la construcción de barcos de guerra argentinos. <br /><br />Pero en 1912 se enamoró de una viuda rica, muy rica, bastante mayor que él, llamada Harriet Fisher, de cuya mano abandonaría después la carrera militar y la ciudadanía argentina para destacarse como ejecutivo en la industria mecánica, más precisamente como director de la firma Fisher &amp; Norris Anvil Works, que era proveedora del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.<br /><br />Alfredo no sólo invitó a su hermano Edgardo -a quien le llevaba 12 años- a su casamiento en Trenton, Nueva Jersey, sino que le escribió convidándolo con la nueva fortuna. En la compañía de "su prometida Mrs. Fisher" había lugar para otro Andrew. Edgardo pensó que al lado de Alfredo, al que admiraba, iba a aprender más de ingeniería naval que en los rígidos institutos ingleses.<br /><br />El destino de Edgardo se torció por la aparición de la viuda rica pero, en realidad, lo que habilitó su ingreso en la tragedia fue una huelga del gremio del carbón. Su pasaje a Nueva York en el buque Oceanic, que iba a zarpar el miércoles 17 de abril se convirtió en un papel inútil cuando supo que la White Star Line había cancelado el viaje. Como la expectativa mundial no hacía recomendable que se demorara la salida del Titanic y el carbón no llegaba a Southampton, la compañía naviera utilizó todo el combustible que tenía en otros buques y lo concentró en la estrella del momento. <br /><br />Al Oceanic, irónicamente, le iba a tocar recoger del mar, un mes más tarde, el bote salvavidas número 14 del Titanic, el último, que estaba a la deriva con tres cadáveres. <br /><br />Edgardo fue a las oficinas de la White Star Line y cambió su boleto para el Titanic, mucho más caro. <br /><br />A Edgardo al principio le incomodó adelantar una semana la partida. Después, en algún momento, se asumió como pasajero del Titanic, que no era lo mismo que ser pasajero de cualquier barco. <br /><br />Su ecuación era clara: Estados Unidos era una meta deslumbrante, impostergable, y no ver a Josey le resultaba pesado, quizá más que las 46 mil toneladas ancladas frente a él en el muelle de Southampton que fascinaban a la multitud, esa mole de casi tres cuadras de largo a la que él, en una declaración de amor escalofriante, había osado imaginar hundida. <br /><br />Edgardo se asumió como pasajero del Titanic y como miembro de la clase media, la incipiente clase media argentina. Desechó la tercera clase, ni pensó en la primera, y pagó las 12 libras que le exigieron por su cucheta en la segunda clase.<br /><br />La última parada que realizó el Titanic fue en Irlanda. Desde allí Andrew le envíó una carta a su prometida Josey, una postal a su familia en Córdoba y otra a un amigo llamado Rómulo, quien en ese momento se encontraba en Turín.<br /><br />La postal decía textualmente: "Desde el barco más grande del mundo, te saluda tu amigo que va en viaje a los EEUU. Ayer salí de Inglaterra, así que no nos veremos en Londres. Tu amigo. E. Andrew". <br /><br />La confirmación de que Andrew murió en el Titanic y de sus últimas horas a bordo del barco "inhundible" llegaría tiempo después. El testimonio de una sobreviviente, Winnie Troutt, una mujer norteamericana, dilucidó muchas dudas. Edgardo había entablado amistad con ella a bordo del transatlántico, compartiendo muchas horas de navegación. La noche de la tragedia, el argentino les dio su salvavidas a la mujer y un niño que llevaba en brazos.<br /><br />En la desesperación por el hundimiento, muchos de los pasajeros no repararon en ciertas reglas de salvamento como "los niños y las mujeres primero". Pero no fue el caso de Andrew, quien no dudó en su decisión. Winnie, así salvo su vida, obteniendo un lugar en un bote. Tras el rescate, y a causa de la depresión que le aquejó, tuvieron que pasar 40 años para que ella pudiera hablar de lo sucedido, pero recién casi 100 años después se supo que aquel héroe anónimo era Edgardo Anderw, el único argentino que ingresó en la leyenda del Titanic.#<br /><br />


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