Mano a mano con Elena Poniatowski, en un trabajo imperdible de Sergio Pravaz

En el marco de su gira por México, a donde fue invitado a presentar “El Tumbador de Árboles”, su último libro, el poeta y periodista Sergio Pravaz entrevistó durante dos horas a una de las máximas referentes de las letras de Latinoamérica, en su casa del Distrito Federal.

En la intimidad de su hogar, Elena Poniatowska recibió a Sergio Pravaz para la entrevista.
06 AGO 2016 - 21:57 | Actualizado

Por Sergio Pravaz / Especial para Jornada

Desciende del último rey que tuvo Polonia en el siglo XVIII. En México le dicen la princesa roja por su gran compromiso social y su activismo en defensa de los derechos humanos. Es periodista y escritora. Nació en París y a los 10 años se radicó con su familia en México. Su obra ha sido traducida a más de una decena de idiomas y reconocida con múltiples distinciones. Cuando ganó el Premio Cervantes lo fue a recibir con un vestido de Tehuana, los que usan las mujeres de la etnia Zapoteca. Fue nombrada Doctor Honoris Causa por ocho universidades. Es una maestra en el arte del tejido de diversas voces que desde lo coloquial y una pluma extraordinaria cruza sin dudar literatura y periodismo para transmitir un mural de voces, silencios y emociones de los últimos cincuenta años de la historia de su país. “La noche de Tlatelolco”, “Leonora”, “Hasta no verte Jesús mío” y “Querido Diego, te abraza Quiela” son algunos de sus libros. En su casa de la ciudad de México Poniatowska dialogó en exclusiva con diario Jornada y dijo lo siguiente:

-¿Qué significa para usted, aún hoy, caminar las calles de México, más allá de que ha sido su rutina durante tantos años como cronista?

- Bueno, yo he caminado muchísimo por las calles porque me inicié en el periodismo en 1953 y recuerdo que en esos años andaba a pie y andaba en autobús por toda la ciudad; hice miles de entrevistas. Ese fue uno de mis grandes aprendizajes. Desgraciadamente los últimos años han sido de marchas, de protestas, a partir casi, casi desde 1968 en que con el presidente Gustavo Díaz Ordaz el país se ha ido para abajo.

-Hábleme de su libro “La noche de Tlatelolco.

- El 2 de octubre de 1968, después de un movimiento estudiantil, que correspondió a los movimientos estudiantiles que hubo en el mundo entero, el único país en el que hubo una masacre fue México. Fue muy traumático; y como yo había tenido alguna relación con las madres, familiares y también con los estudiantes, pues hice un gran mosaico de voces que contaban esa tragedia. Al principio se habló que iban a requisar en la librerías la edición de ese libro, que no podía circular, esto fue en el año 71. A don Tomás Espresate, el editor, que había estado en la Guerra Civil Española, le dijeron que le iban a volar la editorial porque sabían que él estaba por editarlo y lo consideraban un libro antigubernamental. Fue muy valiente don Tomás porque protegió el libro; las fotos me las pasaron a escondidas los periódicos, y me decían: “no vayas a decir que te las dimos, no vayas a decir que tienes eso, guárdalas, escóndelas”. De todos modos se publicaron fotos terribles. Pero ya en el 59 hice un libro sobre la huelga ferrocarrilera, los trabajadores con sus mujeres lograron paralizar todo el país; las mujeres con sus largas enaguas, las tehuanas, se tiraban en los rieles para que el maquinista no pudiera arrancar su locomotora, así que plásticamente era un movimiento también muy bonito; además que la locomotora en México es la gran heroína de la revolución mexicana.

-Cuando usted comenzó en el periodismo y en la literatura, ¿cuáles fueron sus lecturas y sus influencias?

-Mi idioma materno es el francés porque vine a México a los diez años; soy hija de padre francés de origen polaco y de madre mexicana, cuya madre había nacido en Francia y su abuela había nacido en Francia, entonces tenían muchísimos años viniendo a México de vacaciones, aunque su apellido era Amor, ese es su apellido materno...

- ¡Como la poeta Pita Amor!

- Claro, sí. Pita Amor era mi tía, una tía que no me quería, quería a mis hijos pero a mí no me quería, porque cuando a ella le preguntaban por mí, le hablaban de mí, eso no le gustaba. Ella me decía (Elena hace una voz exclamativa, sobreactuada al decir lo que sigue): “No te compares a tu tía, que es la dueña de la tinta americana”. Ella era bastante actriz (risas).

- ¿Y cuáles eran sus lecturas preferidas, en esa época iniciática?

- Yo leía en francés de modo que mis lecturas eran las que se leían por aquellos tiempos, los clásicos, Dostoievsky, Tolstoi, pero en francés y luego los leí en español. Cuando comencé a escribir en castellano yo ponía acentos como con un salero, así, tas (hace el sonido) donde cayera pero ponía acentos, en todas las palabras ponía acento. Luego, ya me inicié a escribir en español, me enseñé más o menos a escribir en español y ya me hice periodista, entonces ya leía…

- … el periodismo debe haber sido una práctica muy buena para usted…

- El periodismo te obliga porque allí pierdes todas tus pretensiones de inspiración, o de que te visite el ángel y te vaya a ofrecer una obra maestra. Tienes que entregar y está el jefe de redacción diciéndote, ya entrega, y tú eres la última, y entonces ya empecé a leer a Rulfo, a Octavio Paz, a Carlos Fuentes, a todos los de esa época, a todos mis amigos, también a Rosario Castellanos, a Sor Juana Inés de la Cruz. Leí todo lo que se necesita, bueno, todo lo que tiene que ver con México.

- ¿Cuáles son hoy los elementos formativos que usted reconoce que le ha dado el periodismo?

- Bueno, al periodismo yo le debo todo. Estudié inglés en un convento de monjas en Estados Unidos, permanecí allí tres años, hasta los 18 años, parte de mi formación está allí, pero sin dudas yo le debo todo al periodismo. He conocido gente que de otro modo no hubiese sido posible, he conocido mi país, he aprendido la lengua castellana.

- ¿Qué piensa de esa vana y vieja discusión que hubo en una época, sobre todo en el ámbito de la academia, que negaban la práctica del periodismo para todos aquellos que quisieran dedicarse a la literatura?

- Bueno, ya lo dijo hace muchísimos años Chateaubriand: “… el arte quiere manos blancas”, que tienes que estar muy descansado, que tienes que estar solamente dedicado a eso, pero en América Latina es muy difícil. Hay que pensar que García Márquez fue periodista muchísimo antes de escribir “Cien años de soledad”; yo creo que le debe mucho al periodismo, incluso retomó e incluyó mucho de su periodismo en su literatura, por ejemplo cuando escribió “Crónica de una muerte anunciada”. Él siempre reivindicó el periodismo, además, en un país donde hay tan pocos lectores, Alfonso Reyes vendía mil ejemplares, o donde Borges quería ir a dar las gracias a cada uno de los que habían comprado su libro, bueno, el periódico se supone que da la posibilidad a mucha gente de leer pagando un precio muy accesible…

- Es muy formativo…

- Claro, eso es muy formativo, y además, Carlos Fuentes por ejemplo escribía editoriales, muchos escritores ejercieron el periodismo, Vargas Llosa, creo que Julio Cortázar también, bueno, él me contaba que ser maestro en una universidad norteamericana le permitía vivir bien durante dos años en cualquier otro lado, porque el pago por sus cursos era lo suficientemente bueno para permitirle, luego, dedicarse a lo que él quería, o sea escribir.

- El cruce de ambas disciplinas es maravilloso, sí. Usted cree en el trabajo o en la inspiración, o como dicen los italianos, si me llega que me encuentre trabajando…

- Yo no tengo mucho que decir al respecto porque yo ejerzo un oficio, como lo haría un carpintero, como lo haría Martina que me hace la comida, es un oficio, como cualquier otro. Yo así lo vivo, es un oficio que para mí ha sido un privilegio ejercerlo porque me ha permitido conocer mi país, conocer muchísima gente, a la que jamás me hubiera podido acercar si no es a través del periodismo. Si yo decía le quiero hacer una entrevista a Alfonso Reyes, podía ir a verlo con ese pretexto.

- De los libros que usted ha escrito, sea ficción, testimonio, crónicas, reportajes, ¿por cuál guarda un afecto especial?

- Por el que estoy escribiendo ahora, porque si no, no lo haría; necesito creer en lo que hago en este momento para seguir adelante. Pero yo no puedo decir, porque ni siquiera, a veces, me acuerdo, porque hay algunos libros míos que ni siquiera los tengo en mi cabeza. Le puedo decir que hay uno que no me gusta nada, se llama “Domingo 7” que es a los candidatos a la presidencia de la república, ese me chocó porque, pues, fue un encargo que recibí y me acuerdo que mis niños estaban chiquitos y me entró una ola de autocompasión bárbara por tener que ir a hacer ese trabajo, ay porqué tengo esa mala suerte, pero claro, yo me la busqué porque podría haber dicho que no…

- Claro…

- Pero tengo otro problema gravísimo y es que nunca se decir que no.

- En esta etapa de su vida en que le llueven los reconocimientos, ¿esa circunstancia la aleja de la práctica activa de la escritura, al tener que asumir nuevos compromisos?

- Bueno, lo que sucede en América Latina, y en México, es que la realidad es tan fuerte y tan problemática que te jala fuera de tu casa, entonces, pues el mayor compromiso finalmente es con lo que sucede en tu país. Es muy difícil aislarse, cerrar la puerta y decir, bueno, yo no tengo nada que ver. Lo puedes hacer supongo en Nueva York, o en países altamente desarrollados, donde escoges tus temas, y si tú quieres escribir sobre tu tía Cuquita que se quedó soltera y que le gustaba coleccionar cucharitas o timbres postales, lo puedes hacer, pero no lo puedes hacer en un país… bueno, es difícil para mí hacerlo en un país de América Latina porque aquí hay tal cantidad de requerimientos y de gente que viene a decirte, que si participas, que si vas, que si asistes, y ahora más, en este país de México, en esta ciudad, por ejemplo, hay tantos crímenes, tantas manifestaciones, te dicen que en la esquina le dieron un balazo a no sé quién, que a seis cuadras mataron a otra persona, entonces, cómo es posible que tu escribas sobre lo que quizás normalmente escribirías en un país sin tantas calamidades, como en el nuestro.

- ¿Cuáles son sus proyectos de trabajo y cuáles son sus sueños?

- Bueno, mis sueños son no morirme tan pronto, bueno, ahora tengo un marcapasos, estoy mala del corazón, tengo 84 años y me gustaría llegar, por lo menos a los 90, como llegó mi madre, bueno, pero ella no tuvo marcapasos (risas). Ahorita estoy trabajando sobre mi familia paterna. Cuando yo dejé Paris, a los 10 años, mi padre, Juan Poniatowski, se quedó, él fue soldado combatiente durante la Segunda Guerra Mundial. Mi hermana y yo no lo vinos durante seis años. Luego descubrí a través de los libros que Estanislao Poniatowski fue el último rey de Polonia, después de él ya no volvió a haber reyes en ese país. Incluso hubo una partición, se quedaron con Polonia, Rusia, Austria y Prusia, de modo que desapareció durante cien años del mapa del mundo, y de eso se lo responsabilizó a Poniatowski. De él, lo que me gustó es que se enamoró de Catalina La Grande, de Rusia, que fue quien lo ayudo a llegar al trono. Él fue su amante, está en las cartas que yo tengo, ahí le dice, “no me hagas rey porque yo quiero estar en tu lecho, quiero estar contigo”, se lo pidió en varias cartas, “prefiero mil veces estar contigo” le decía, pero ella ya había escogido a otro, porque Catalina tuvo muchos amantes. Él era como un poeta, sensible, inteligente, educado y jamás se hubiera prestado a ir a asesinar a alguien, como ella le propuso, para sacarse de encima a su marido. A mí me cae muy bien porque tenía muchas depresiones...

- Era muy humano para ese ámbito en el que le tocó moverse...

- Sí, sí, me cae muy bien. Nosotros descendemos de Estanislao, que fue el hijo de su hermano Casimiro, y de allí viene eso del título de príncipes para mi familia. Pero cuando lees la realidad de esa época, de Rusia y de Polonia, te quedas muy sorprendido porque de veras vivían muy mal, estaban muy atrasados. Pero fue Catalina la que tuvo la voluntad de insertarlos en la historia europea, por eso se hizo amiga de Voltaire, de Rousseau, de Diderot, de D’Alembert, bueno, todos los grandes pensadores de la ilustración. Quienes, creo, vivieron a sus costillas, claro.

- Cuénteme la anécdota del legado que el ganador del Premio Cervantes deja para el futuro...

- Sí, dejé la pulsera de combatiente de mi padre que decía su nombre, por si te encontraban tirado en el campo de batalla; bueno, eso siempre me conmovió, de modo que fue uno de los legados que dejé, junto a la cuchara de madera con la que él comió cuando estuvo en la cárcel; fue luego de atravesar los Pirineos para llegar a España y alcanzar a De Gaulle en África. Una vez detenido, no quiso gritar viva Franco y gritó viva salaud, que en francés es un insulto, aquí podría ser, cabrón o bastardo.

- ¿Qué es la imaginación para usted, en este mundo en el que pareciera que tiene poco espacio?

- Pues yo creo que en México lo que más hay es imaginación. Yo no siento que mi país sea realista, para nada, no lo siento así; te pueden contar la historia más truculenta de la tierra y hacértela creer.

- La cultura y el arte de México son testigos de esto que usted dice...

- Sí, y el pasado prehispánico también, o un grabador como José Guadalupe Posadas, o pintores como José Clemente Orozco, Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros,

-… o el rey poeta Nezahualcóyotl…

- … claro, Nezahualcóyotl y su poesía. Sí, aquí en México lo que reina es la imaginación.

En la intimidad de su hogar, Elena Poniatowska recibió a Sergio Pravaz para la entrevista.
06 AGO 2016 - 21:57

Por Sergio Pravaz / Especial para Jornada

Desciende del último rey que tuvo Polonia en el siglo XVIII. En México le dicen la princesa roja por su gran compromiso social y su activismo en defensa de los derechos humanos. Es periodista y escritora. Nació en París y a los 10 años se radicó con su familia en México. Su obra ha sido traducida a más de una decena de idiomas y reconocida con múltiples distinciones. Cuando ganó el Premio Cervantes lo fue a recibir con un vestido de Tehuana, los que usan las mujeres de la etnia Zapoteca. Fue nombrada Doctor Honoris Causa por ocho universidades. Es una maestra en el arte del tejido de diversas voces que desde lo coloquial y una pluma extraordinaria cruza sin dudar literatura y periodismo para transmitir un mural de voces, silencios y emociones de los últimos cincuenta años de la historia de su país. “La noche de Tlatelolco”, “Leonora”, “Hasta no verte Jesús mío” y “Querido Diego, te abraza Quiela” son algunos de sus libros. En su casa de la ciudad de México Poniatowska dialogó en exclusiva con diario Jornada y dijo lo siguiente:

-¿Qué significa para usted, aún hoy, caminar las calles de México, más allá de que ha sido su rutina durante tantos años como cronista?

- Bueno, yo he caminado muchísimo por las calles porque me inicié en el periodismo en 1953 y recuerdo que en esos años andaba a pie y andaba en autobús por toda la ciudad; hice miles de entrevistas. Ese fue uno de mis grandes aprendizajes. Desgraciadamente los últimos años han sido de marchas, de protestas, a partir casi, casi desde 1968 en que con el presidente Gustavo Díaz Ordaz el país se ha ido para abajo.

-Hábleme de su libro “La noche de Tlatelolco.

- El 2 de octubre de 1968, después de un movimiento estudiantil, que correspondió a los movimientos estudiantiles que hubo en el mundo entero, el único país en el que hubo una masacre fue México. Fue muy traumático; y como yo había tenido alguna relación con las madres, familiares y también con los estudiantes, pues hice un gran mosaico de voces que contaban esa tragedia. Al principio se habló que iban a requisar en la librerías la edición de ese libro, que no podía circular, esto fue en el año 71. A don Tomás Espresate, el editor, que había estado en la Guerra Civil Española, le dijeron que le iban a volar la editorial porque sabían que él estaba por editarlo y lo consideraban un libro antigubernamental. Fue muy valiente don Tomás porque protegió el libro; las fotos me las pasaron a escondidas los periódicos, y me decían: “no vayas a decir que te las dimos, no vayas a decir que tienes eso, guárdalas, escóndelas”. De todos modos se publicaron fotos terribles. Pero ya en el 59 hice un libro sobre la huelga ferrocarrilera, los trabajadores con sus mujeres lograron paralizar todo el país; las mujeres con sus largas enaguas, las tehuanas, se tiraban en los rieles para que el maquinista no pudiera arrancar su locomotora, así que plásticamente era un movimiento también muy bonito; además que la locomotora en México es la gran heroína de la revolución mexicana.

-Cuando usted comenzó en el periodismo y en la literatura, ¿cuáles fueron sus lecturas y sus influencias?

-Mi idioma materno es el francés porque vine a México a los diez años; soy hija de padre francés de origen polaco y de madre mexicana, cuya madre había nacido en Francia y su abuela había nacido en Francia, entonces tenían muchísimos años viniendo a México de vacaciones, aunque su apellido era Amor, ese es su apellido materno...

- ¡Como la poeta Pita Amor!

- Claro, sí. Pita Amor era mi tía, una tía que no me quería, quería a mis hijos pero a mí no me quería, porque cuando a ella le preguntaban por mí, le hablaban de mí, eso no le gustaba. Ella me decía (Elena hace una voz exclamativa, sobreactuada al decir lo que sigue): “No te compares a tu tía, que es la dueña de la tinta americana”. Ella era bastante actriz (risas).

- ¿Y cuáles eran sus lecturas preferidas, en esa época iniciática?

- Yo leía en francés de modo que mis lecturas eran las que se leían por aquellos tiempos, los clásicos, Dostoievsky, Tolstoi, pero en francés y luego los leí en español. Cuando comencé a escribir en castellano yo ponía acentos como con un salero, así, tas (hace el sonido) donde cayera pero ponía acentos, en todas las palabras ponía acento. Luego, ya me inicié a escribir en español, me enseñé más o menos a escribir en español y ya me hice periodista, entonces ya leía…

- … el periodismo debe haber sido una práctica muy buena para usted…

- El periodismo te obliga porque allí pierdes todas tus pretensiones de inspiración, o de que te visite el ángel y te vaya a ofrecer una obra maestra. Tienes que entregar y está el jefe de redacción diciéndote, ya entrega, y tú eres la última, y entonces ya empecé a leer a Rulfo, a Octavio Paz, a Carlos Fuentes, a todos los de esa época, a todos mis amigos, también a Rosario Castellanos, a Sor Juana Inés de la Cruz. Leí todo lo que se necesita, bueno, todo lo que tiene que ver con México.

- ¿Cuáles son hoy los elementos formativos que usted reconoce que le ha dado el periodismo?

- Bueno, al periodismo yo le debo todo. Estudié inglés en un convento de monjas en Estados Unidos, permanecí allí tres años, hasta los 18 años, parte de mi formación está allí, pero sin dudas yo le debo todo al periodismo. He conocido gente que de otro modo no hubiese sido posible, he conocido mi país, he aprendido la lengua castellana.

- ¿Qué piensa de esa vana y vieja discusión que hubo en una época, sobre todo en el ámbito de la academia, que negaban la práctica del periodismo para todos aquellos que quisieran dedicarse a la literatura?

- Bueno, ya lo dijo hace muchísimos años Chateaubriand: “… el arte quiere manos blancas”, que tienes que estar muy descansado, que tienes que estar solamente dedicado a eso, pero en América Latina es muy difícil. Hay que pensar que García Márquez fue periodista muchísimo antes de escribir “Cien años de soledad”; yo creo que le debe mucho al periodismo, incluso retomó e incluyó mucho de su periodismo en su literatura, por ejemplo cuando escribió “Crónica de una muerte anunciada”. Él siempre reivindicó el periodismo, además, en un país donde hay tan pocos lectores, Alfonso Reyes vendía mil ejemplares, o donde Borges quería ir a dar las gracias a cada uno de los que habían comprado su libro, bueno, el periódico se supone que da la posibilidad a mucha gente de leer pagando un precio muy accesible…

- Es muy formativo…

- Claro, eso es muy formativo, y además, Carlos Fuentes por ejemplo escribía editoriales, muchos escritores ejercieron el periodismo, Vargas Llosa, creo que Julio Cortázar también, bueno, él me contaba que ser maestro en una universidad norteamericana le permitía vivir bien durante dos años en cualquier otro lado, porque el pago por sus cursos era lo suficientemente bueno para permitirle, luego, dedicarse a lo que él quería, o sea escribir.

- El cruce de ambas disciplinas es maravilloso, sí. Usted cree en el trabajo o en la inspiración, o como dicen los italianos, si me llega que me encuentre trabajando…

- Yo no tengo mucho que decir al respecto porque yo ejerzo un oficio, como lo haría un carpintero, como lo haría Martina que me hace la comida, es un oficio, como cualquier otro. Yo así lo vivo, es un oficio que para mí ha sido un privilegio ejercerlo porque me ha permitido conocer mi país, conocer muchísima gente, a la que jamás me hubiera podido acercar si no es a través del periodismo. Si yo decía le quiero hacer una entrevista a Alfonso Reyes, podía ir a verlo con ese pretexto.

- De los libros que usted ha escrito, sea ficción, testimonio, crónicas, reportajes, ¿por cuál guarda un afecto especial?

- Por el que estoy escribiendo ahora, porque si no, no lo haría; necesito creer en lo que hago en este momento para seguir adelante. Pero yo no puedo decir, porque ni siquiera, a veces, me acuerdo, porque hay algunos libros míos que ni siquiera los tengo en mi cabeza. Le puedo decir que hay uno que no me gusta nada, se llama “Domingo 7” que es a los candidatos a la presidencia de la república, ese me chocó porque, pues, fue un encargo que recibí y me acuerdo que mis niños estaban chiquitos y me entró una ola de autocompasión bárbara por tener que ir a hacer ese trabajo, ay porqué tengo esa mala suerte, pero claro, yo me la busqué porque podría haber dicho que no…

- Claro…

- Pero tengo otro problema gravísimo y es que nunca se decir que no.

- En esta etapa de su vida en que le llueven los reconocimientos, ¿esa circunstancia la aleja de la práctica activa de la escritura, al tener que asumir nuevos compromisos?

- Bueno, lo que sucede en América Latina, y en México, es que la realidad es tan fuerte y tan problemática que te jala fuera de tu casa, entonces, pues el mayor compromiso finalmente es con lo que sucede en tu país. Es muy difícil aislarse, cerrar la puerta y decir, bueno, yo no tengo nada que ver. Lo puedes hacer supongo en Nueva York, o en países altamente desarrollados, donde escoges tus temas, y si tú quieres escribir sobre tu tía Cuquita que se quedó soltera y que le gustaba coleccionar cucharitas o timbres postales, lo puedes hacer, pero no lo puedes hacer en un país… bueno, es difícil para mí hacerlo en un país de América Latina porque aquí hay tal cantidad de requerimientos y de gente que viene a decirte, que si participas, que si vas, que si asistes, y ahora más, en este país de México, en esta ciudad, por ejemplo, hay tantos crímenes, tantas manifestaciones, te dicen que en la esquina le dieron un balazo a no sé quién, que a seis cuadras mataron a otra persona, entonces, cómo es posible que tu escribas sobre lo que quizás normalmente escribirías en un país sin tantas calamidades, como en el nuestro.

- ¿Cuáles son sus proyectos de trabajo y cuáles son sus sueños?

- Bueno, mis sueños son no morirme tan pronto, bueno, ahora tengo un marcapasos, estoy mala del corazón, tengo 84 años y me gustaría llegar, por lo menos a los 90, como llegó mi madre, bueno, pero ella no tuvo marcapasos (risas). Ahorita estoy trabajando sobre mi familia paterna. Cuando yo dejé Paris, a los 10 años, mi padre, Juan Poniatowski, se quedó, él fue soldado combatiente durante la Segunda Guerra Mundial. Mi hermana y yo no lo vinos durante seis años. Luego descubrí a través de los libros que Estanislao Poniatowski fue el último rey de Polonia, después de él ya no volvió a haber reyes en ese país. Incluso hubo una partición, se quedaron con Polonia, Rusia, Austria y Prusia, de modo que desapareció durante cien años del mapa del mundo, y de eso se lo responsabilizó a Poniatowski. De él, lo que me gustó es que se enamoró de Catalina La Grande, de Rusia, que fue quien lo ayudo a llegar al trono. Él fue su amante, está en las cartas que yo tengo, ahí le dice, “no me hagas rey porque yo quiero estar en tu lecho, quiero estar contigo”, se lo pidió en varias cartas, “prefiero mil veces estar contigo” le decía, pero ella ya había escogido a otro, porque Catalina tuvo muchos amantes. Él era como un poeta, sensible, inteligente, educado y jamás se hubiera prestado a ir a asesinar a alguien, como ella le propuso, para sacarse de encima a su marido. A mí me cae muy bien porque tenía muchas depresiones...

- Era muy humano para ese ámbito en el que le tocó moverse...

- Sí, sí, me cae muy bien. Nosotros descendemos de Estanislao, que fue el hijo de su hermano Casimiro, y de allí viene eso del título de príncipes para mi familia. Pero cuando lees la realidad de esa época, de Rusia y de Polonia, te quedas muy sorprendido porque de veras vivían muy mal, estaban muy atrasados. Pero fue Catalina la que tuvo la voluntad de insertarlos en la historia europea, por eso se hizo amiga de Voltaire, de Rousseau, de Diderot, de D’Alembert, bueno, todos los grandes pensadores de la ilustración. Quienes, creo, vivieron a sus costillas, claro.

- Cuénteme la anécdota del legado que el ganador del Premio Cervantes deja para el futuro...

- Sí, dejé la pulsera de combatiente de mi padre que decía su nombre, por si te encontraban tirado en el campo de batalla; bueno, eso siempre me conmovió, de modo que fue uno de los legados que dejé, junto a la cuchara de madera con la que él comió cuando estuvo en la cárcel; fue luego de atravesar los Pirineos para llegar a España y alcanzar a De Gaulle en África. Una vez detenido, no quiso gritar viva Franco y gritó viva salaud, que en francés es un insulto, aquí podría ser, cabrón o bastardo.

- ¿Qué es la imaginación para usted, en este mundo en el que pareciera que tiene poco espacio?

- Pues yo creo que en México lo que más hay es imaginación. Yo no siento que mi país sea realista, para nada, no lo siento así; te pueden contar la historia más truculenta de la tierra y hacértela creer.

- La cultura y el arte de México son testigos de esto que usted dice...

- Sí, y el pasado prehispánico también, o un grabador como José Guadalupe Posadas, o pintores como José Clemente Orozco, Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros,

-… o el rey poeta Nezahualcóyotl…

- … claro, Nezahualcóyotl y su poesía. Sí, aquí en México lo que reina es la imaginación.


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