Ojos tristes

03 SEP 2016 - 20:29 | Actualizado

Por Carlos Hughes
carloshughes@grupojornada.com
En Twitter: @carloshughestre


Tengo los ojos tristes. Hoy me di cuenta. Intuía, sí que lo intuía; algo singular estaba sucediendo, algo distinto, raro. Y me estaba sucediendo a mí. De eso me di cuenta antes, en la calle, cuando ese señor me sacudió el hombro y me dijo, mirándome como a un extraño, “ya puede cruzar, hace rato que puede cruzar”. Es que me había quedado ahí, esperando que pasen los autos,  las bicicletas, la gente. Pasaron esos, los que vinieron después, y otros más hasta que este buen hombre, que al parecer me miraba desde un kiosco, vino a sacarme de allí.
“Ya puede cruzar”, me dijo. Ahí reparé que ya no había sol. Mi vida sin sol.
Es que yo no estaba ahí. Es decir, ahí estaba parado, mirando sin ver. Pero me había ido. Había emigrado. En otros ojos. No los míos, que están tristes. Unos vivos, con recorrido, viajantes. Un viaje a cualquier parte, con las manos agarradas. Ahí estaba bien, supongo, porque no quería volver. Me lo dijo ese señor, con su mirada inverosímil me lo dijo.
Hay que seguir. Eso aconsejan todos. Siempre hay que continuar, como el show. Así, aseguran, es la vida. Y todo pasa, te dicen. Y un día a la vez, afirman. Entonces tomé esa ducha helada, con la ventanita del baño abierta, tiritando, que si es por frío, que se enfríe hasta el alma, aunque ya lo está. Hace rato que lo está. Y me sequé el agua frente al espejo, temblando aun.
Soy de poco afeitar, pero se me dio por revisar si era necesario. Y ahí me los choqué, de frente, a pocos centímetros. Subí de la barbilla a los labios y la mirada se fue un poco más arriba. Y por primera vez vi que es cierto lo que escuchaba de las tías cuando era chico, en esos recuerdos lejanos que uno tiene pero que no sabe a qué asociar: los ojos tristes existen.
Yo los tengo.
Y es como una bola de nieve, porque los ves ahí, te das cuenta que son tuyos, y te entristece un poco más, y los ojos se hunden más aún. Bien profundo. Son un abismo.
Ahora tengo esa certeza. Hay ojos tristes y se pueden ver.
La sospecha es más compleja.
Es que no sé si alguna vez volverán a sonreír.
 
 

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03 SEP 2016 - 20:29

Por Carlos Hughes
carloshughes@grupojornada.com
En Twitter: @carloshughestre


Tengo los ojos tristes. Hoy me di cuenta. Intuía, sí que lo intuía; algo singular estaba sucediendo, algo distinto, raro. Y me estaba sucediendo a mí. De eso me di cuenta antes, en la calle, cuando ese señor me sacudió el hombro y me dijo, mirándome como a un extraño, “ya puede cruzar, hace rato que puede cruzar”. Es que me había quedado ahí, esperando que pasen los autos,  las bicicletas, la gente. Pasaron esos, los que vinieron después, y otros más hasta que este buen hombre, que al parecer me miraba desde un kiosco, vino a sacarme de allí.
“Ya puede cruzar”, me dijo. Ahí reparé que ya no había sol. Mi vida sin sol.
Es que yo no estaba ahí. Es decir, ahí estaba parado, mirando sin ver. Pero me había ido. Había emigrado. En otros ojos. No los míos, que están tristes. Unos vivos, con recorrido, viajantes. Un viaje a cualquier parte, con las manos agarradas. Ahí estaba bien, supongo, porque no quería volver. Me lo dijo ese señor, con su mirada inverosímil me lo dijo.
Hay que seguir. Eso aconsejan todos. Siempre hay que continuar, como el show. Así, aseguran, es la vida. Y todo pasa, te dicen. Y un día a la vez, afirman. Entonces tomé esa ducha helada, con la ventanita del baño abierta, tiritando, que si es por frío, que se enfríe hasta el alma, aunque ya lo está. Hace rato que lo está. Y me sequé el agua frente al espejo, temblando aun.
Soy de poco afeitar, pero se me dio por revisar si era necesario. Y ahí me los choqué, de frente, a pocos centímetros. Subí de la barbilla a los labios y la mirada se fue un poco más arriba. Y por primera vez vi que es cierto lo que escuchaba de las tías cuando era chico, en esos recuerdos lejanos que uno tiene pero que no sabe a qué asociar: los ojos tristes existen.
Yo los tengo.
Y es como una bola de nieve, porque los ves ahí, te das cuenta que son tuyos, y te entristece un poco más, y los ojos se hunden más aún. Bien profundo. Son un abismo.
Ahora tengo esa certeza. Hay ojos tristes y se pueden ver.
La sospecha es más compleja.
Es que no sé si alguna vez volverán a sonreír.
 
 


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