Identidad y memoria colectiva

El editorial de “El Día G”, por Esteban Gallo.

13 SEP 2016 - 20:46 | Actualizado

Hay episodios que modifican para siempre la historia de una comunidad. Los cordobeses no volvieron a ser iguales luego de la insurrección de mayo de 1969, ni los rosarinos fueron los mismos después de que estudiantes y trabajadores se movilizaran masivamente el 21 de mayo del mismo año. Para no irnos tan lejos, la vida de los trelewenses quedó marcada a fuego por los sucesos de agosto de 1972 y por la impactante  movilización ciudadana del mes octubre cuando la gente salió a la calle para reclamar por la liberación de los ciudadanos que habían sido detenidos por el gobierno de Lanusse.
El Madrynazo fue protagonizado por trabajadores, estudiantes, representantes del campo social, jóvenes, hombres y mujeres, imbuídos de un gran amor por la patria y por los recuerdos desgarradores que los transportaba a los aciagos sucesos de la guerra de Malvinas.
Malvinas está en el corazón de los madrynenses desde siempre. Pero hubo un hecho que estableció entre los pobladores y los soldados que volvían del archipiélago una relación de afecto indisoluble. Fue en  la ciudad del Golfo donde desembarcaron los chicos de la guerra, en los barcos Northland, Camberra, Bahía Paraíso y Almirante Irizar, entre el 18 y el 21 de junio de 1982. Fue el día en que “Madryn se quedó sin pan” porque la gente salió a la calle a recibir con  comida a los combatientes, que esperaban encontrarse con un clima hostil y fueron recibidos con una demostración sincera de amor que fue como un bálsamo para sus almas tristes.
Ese sentimiento quedó alojado en la memoria colectiva de la comunidad y afloró de manera arrolladora, dos años después, el 10 de septiembre de 1984 cuando cuatro buques de la Armada Norteamericana tenían previsto  amarrar en el Muelle Storni a aprovisionarse, en el marco del Operativo Unitas.
Los trabajadores difundieron la noticia y los medios locales las expandieron. Una reacción inmediata se transmitió de boca en boca hasta llegar a oídos de toda la comunidad. Muchos vecinos acamparon en el puerto, otros se concentraron en la plaza y partieron desde allí, hacia el Storni. Cuando vieron el avance de uno los buques, la multitud corrió a través del muelle profiriendo cánticos, arrojando agua, pedazos de madera, pintando los cascos de los buques con leyendas que quedaron grabadas para la eternidad. La historia culminó con los barcos en retirada y la valiente muchedumbre entonando el Himno.
Lo ocurrido no fue la obra de “pueriles  e irracionales” como subrayaron medios de Buenos Aires. Fue la forma comprometida y audaz que eligieron  los ciudadanos para homenajear  a los soldados de Malvinas. Permanecían vívidas las imágenes del retorno lúgubre de los combatientes en 1982. Era necesario cerrar las heridas abiertas de la guerra, con una cuota de sensatez y rebeldía. No eran los barcos de un país amigo los que nos visitaban. El gobierno argentino podía hacerse el distraído, pero los madrynenses que habían vivido la guerra como propia, no estaban dispuestos a rendir pleitesía al más grande cómplice de Inglaterra en el conflicto bélico.
Un participante comparó al Madrynazo con las invasiones inglesas y otros hablaron de una suerte de “revolución”. A 32 años de la histórica movilización, la sociedad argentina empezó a comprender la importancia de aquel grito patagónico que expulsó de nuestro mar a las naves enemigas. Se instaló durante muchos años, en dictadura y en los primeros tiempos de democracia, una política nacional para esconder la guerra y a los chicos que la protagonizaron. El objetivo era invisibilizarlos, guardarlos en un manto de olvido como parte de un plan sistemático  de ocultamiento.
El madrynazo fue un golpe artero a ese proceso de desmalvinización y al mismo tiempo, los madrynenses hicieron suya para siempre la Causa de Malvinas. No es casual que los ex combatientes de todo el país vuelvan a Madryn con emoción y enorme agradecimiento. En esta ciudad, los chicos de la guerra, que ya tienen más de 50 años, dan charlas en las aulas, comparten sus experiencias, son tratados como héroes. Y porque “hacen escuela”,  los actos recordatorios son encabezados por alumnos de colegios secundarios que tienen verdadera dimensión de los sucesos que evocan.
El Madrynazo tuvo características de proeza. Pero por encima de cualquier definición, quedó registrado en la memoria colectiva de una ciudad y ayudó a consolidar definitivamente la identidad de los madrynenses.
Desde ese día, la ciudad se ganó un lugar en la historia. Y supo levantar  una bandera de dignidad y de coraje que las generaciones futuras se encargarán de enarbolar por los siglos de los siglos.# 

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13 SEP 2016 - 20:46

Hay episodios que modifican para siempre la historia de una comunidad. Los cordobeses no volvieron a ser iguales luego de la insurrección de mayo de 1969, ni los rosarinos fueron los mismos después de que estudiantes y trabajadores se movilizaran masivamente el 21 de mayo del mismo año. Para no irnos tan lejos, la vida de los trelewenses quedó marcada a fuego por los sucesos de agosto de 1972 y por la impactante  movilización ciudadana del mes octubre cuando la gente salió a la calle para reclamar por la liberación de los ciudadanos que habían sido detenidos por el gobierno de Lanusse.
El Madrynazo fue protagonizado por trabajadores, estudiantes, representantes del campo social, jóvenes, hombres y mujeres, imbuídos de un gran amor por la patria y por los recuerdos desgarradores que los transportaba a los aciagos sucesos de la guerra de Malvinas.
Malvinas está en el corazón de los madrynenses desde siempre. Pero hubo un hecho que estableció entre los pobladores y los soldados que volvían del archipiélago una relación de afecto indisoluble. Fue en  la ciudad del Golfo donde desembarcaron los chicos de la guerra, en los barcos Northland, Camberra, Bahía Paraíso y Almirante Irizar, entre el 18 y el 21 de junio de 1982. Fue el día en que “Madryn se quedó sin pan” porque la gente salió a la calle a recibir con  comida a los combatientes, que esperaban encontrarse con un clima hostil y fueron recibidos con una demostración sincera de amor que fue como un bálsamo para sus almas tristes.
Ese sentimiento quedó alojado en la memoria colectiva de la comunidad y afloró de manera arrolladora, dos años después, el 10 de septiembre de 1984 cuando cuatro buques de la Armada Norteamericana tenían previsto  amarrar en el Muelle Storni a aprovisionarse, en el marco del Operativo Unitas.
Los trabajadores difundieron la noticia y los medios locales las expandieron. Una reacción inmediata se transmitió de boca en boca hasta llegar a oídos de toda la comunidad. Muchos vecinos acamparon en el puerto, otros se concentraron en la plaza y partieron desde allí, hacia el Storni. Cuando vieron el avance de uno los buques, la multitud corrió a través del muelle profiriendo cánticos, arrojando agua, pedazos de madera, pintando los cascos de los buques con leyendas que quedaron grabadas para la eternidad. La historia culminó con los barcos en retirada y la valiente muchedumbre entonando el Himno.
Lo ocurrido no fue la obra de “pueriles  e irracionales” como subrayaron medios de Buenos Aires. Fue la forma comprometida y audaz que eligieron  los ciudadanos para homenajear  a los soldados de Malvinas. Permanecían vívidas las imágenes del retorno lúgubre de los combatientes en 1982. Era necesario cerrar las heridas abiertas de la guerra, con una cuota de sensatez y rebeldía. No eran los barcos de un país amigo los que nos visitaban. El gobierno argentino podía hacerse el distraído, pero los madrynenses que habían vivido la guerra como propia, no estaban dispuestos a rendir pleitesía al más grande cómplice de Inglaterra en el conflicto bélico.
Un participante comparó al Madrynazo con las invasiones inglesas y otros hablaron de una suerte de “revolución”. A 32 años de la histórica movilización, la sociedad argentina empezó a comprender la importancia de aquel grito patagónico que expulsó de nuestro mar a las naves enemigas. Se instaló durante muchos años, en dictadura y en los primeros tiempos de democracia, una política nacional para esconder la guerra y a los chicos que la protagonizaron. El objetivo era invisibilizarlos, guardarlos en un manto de olvido como parte de un plan sistemático  de ocultamiento.
El madrynazo fue un golpe artero a ese proceso de desmalvinización y al mismo tiempo, los madrynenses hicieron suya para siempre la Causa de Malvinas. No es casual que los ex combatientes de todo el país vuelvan a Madryn con emoción y enorme agradecimiento. En esta ciudad, los chicos de la guerra, que ya tienen más de 50 años, dan charlas en las aulas, comparten sus experiencias, son tratados como héroes. Y porque “hacen escuela”,  los actos recordatorios son encabezados por alumnos de colegios secundarios que tienen verdadera dimensión de los sucesos que evocan.
El Madrynazo tuvo características de proeza. Pero por encima de cualquier definición, quedó registrado en la memoria colectiva de una ciudad y ayudó a consolidar definitivamente la identidad de los madrynenses.
Desde ese día, la ciudad se ganó un lugar en la historia. Y supo levantar  una bandera de dignidad y de coraje que las generaciones futuras se encargarán de enarbolar por los siglos de los siglos.# 


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